Orejas Voladoras / Nilo Gallego

FESTIVAL DOMINGO 2025.
CA2M Centro de Arte dos de Mayo, Móstoles.
13 DE MARZO.

Partir por el final.
Comenzar aplaudiendo.
Hacer la escena al revés.
Y aplaudir todas la veces que lo requiera.
Tocar a tambor vivo.
Tocar sin más, sin acuerdo, sin compás.
Simplemente tocar.
Tocar tocando.
Tocar con el cuerpo, fuerte y como salga.
No obedecer al ritmo ni al deber ser de la música.
Hacer ruido.
Tocar noise con la oreja.
Invocar la fiesta a golpe de baqueta.
Hacer noise con la piel del animal.
Ponerse de acuerdo a punta de tambor.
Seguir sin seguir la partitura.
Y en la desorientación nos encontraremos.
Llegando al unísono, haciendo colectivo a punta de golpe de tambor.
Materializando el rugido como un cuerpo que arde.
Tocando a rabiar.
Tocando como un grito.

Foto Paulina Chamorro

En mi mesita de noche tengo un libro titulado «Una historia cultural del grito» de la autora Ana Lidia Domínguez, donde cuenta que el primer sonido que emite un ser humano al nacer es el grito y que algo parecido se piensa del big bang, esa gran explosión que dio paso a la creación del universo. Gaston Bacehlard lo resume diciendo «El grito es, a la vez, la primera realidad verbal y la primera realidad cosmogónica».

El jueves 13 de marzo, en el CA2M, el artista sonoro Nilo Gallego presentó Orelles Voladores, una propuesta artística compuesta de tres partes que reflexiona alrededor de la escucha y el sonido no solo como un fenómeno auditivo y espectacular, sino también como una cuestión social y cultural. Con la colaboración y acompañamiento del percusionista Frankuu Carrascosa y de Un Coro Amateur (un proyecto con base en el CA2M del que Nilo también forma parte) la pieza comienza invitándonos a llevar nuestra atención a las orejas y al tímpano como una práctica que ensaya otras maneras de estar entre nosotras y en el mundo.

Dentro del grito de los tambores intuimos el ritmo del Bolero de Ravel. A penas se nota. Pero ese «notar a penas» recuerda a esos aromas que no sabes reconocer de primeras. Es como oír con la punta de la lengua.

El sonido apabullante de la percusión es como el grito del animal que constituye la materialidad misma de ese sonido. Es oír al animal que forma parte del instrumento. Tiene la intensidad de un perfume que de golpe se impregna en todo. Con el paso de los minutos, ese berreo tamboril se transforma en una densa atmósfera hecha de ondas sonoras expansivas que al chocar contra nuestras membranas corporales las hace vibrar. En menos de un minuto lo que suena y los espectadores somos una sola cosa cohesionada por el fenómeno físico de la vibración que ha puesto a oscilar las membranas humanas y no humanas de este espacio.

Es así que la atmósfera que crea Orejas Voladoras durante su primera parte, literalmente nos toca y atraviesa. Hace vibrar todo aunque no lo veamos o ni siquiera lo sintamos en la piel. Esa contundencia invisible puede incluso afectar a nuestro corazón, el órgano más obstinadamente rítmico de nuestro cuerpo (Elena Córdoba), cuando se sobresalta y da golpecitos producto de las vibraciones que agitan el torrente sanguíneo. La vibración o alteración de ondas que producen en el aire los tambores de Nilo y sus compañeras del Coro Amateur, se siente en medio del plexo solar que reacciona igual que la membrana de un altavoz o una cuerda pulsada, moviéndose hacia fuera y hacia dentro en un continuo. A golpe de tambor nuestros corazones se sincronizan con el ritmo cardíaco de la orquesta enlazándonos perceptiblemente. Golpes que parecen ser suaves, pero tienen una profundidad abisal capaz de afectar sin ser visto ni dejar huella de su paso. Esa vibración puede llegar hasta muy dentro de los organismos, incluso hasta la médula blanda de los huesos. Seguramente, si pudiéramos ver las hondas del sonido moviendo todo a través de su paso, alucinaríamos.

Foto Paulina Chamorro

Segunda parte: La fascinación por el silencio.

Tiempo atrás, conversando con Nilo mientras dábamos una paseo por la Chapinería (municipio de la Comunidad de Madrid), me contó sobre sus primeras incursiones en teatro y cómo nunca había olvidado la valoración de su primer profesor que después de un ensayo le dijo: «cuando duermes en escena es cuando mejor lo haces.»

Hacer poco para que pase mucho.

Observamos a dos personas charlar sentadas frente a frente. Son Nilo y Frankuu. La conversación no se escucha. En cambio, vemos gesticular con el cuerpo un lenguaje sin sonidos evidentes. Manos y lengua se coordinan en series que se intercambian de un cuerpo al otro. Sus sombras se proyectan en el muro blanco del fondo como un doble que atestigua el encuentro. Siento alivio de no tener que entender más de lo que estoy pudiendo entender. Así que elijo confiar que eso que se están diciendo también lo estoy entendiendo de una manera que no sé todavía.

Elegir no querer oír, practicar el silencio del lenguaje hablado en tiempos de youtubers y opinólogos a puñados, en tiempos donde la información se acumula en cantidades intoxicantes, es terapia de alivio y una forma de disidencia. «Gracias señoras y señores de la opinión, el supuesto buen consejo y la influencia, pero prefiero no oír lo que me quieren contar. Prefiero el silencio». ¿De qué hablan esas dos personas? ¿De percusión? ¿De música? ¿De sonidos que no han oído pero han sentido en los labios? No saber, sabiendo que una sabe, es una cosa bien distinta a la verdad absoluta.

Como pasaba en Drum Invocation (2020), pieza anterior, donde Nilo ya exploró la cuestión del sonido, la oreja y la vibración como forma de pensar lo social, la escena no ocurre en la escena sino en las butacas donde cada uno de los espectadores imagina su propia conversación o su propio concierto de batería. Es entonces cuando dejo de prestar atención a lo que ocurre en el escenario para observar a los que están sentados cerca de mi por si puedo reconocer en sus rostros qué conversación están imaginando. Cualquier micro gesto puede ser un indicio de que la imaginación está teniendo lugar en un cuerpo. Y si la imaginación está teniendo lugar en el cuerpo es porque la sensibilidad se ha activado en nuestros organismos permitiendo la regeneración y continuidad de lo sensible.

Primero es el estruendo, después, el silencio.
El barullo de nuestra contemporaneidad ha creado una fascinación por el silencio, dice David Le Breton, y en la actualidad se hace cada vez más urgente cuidar su lugar en lo social. ¿O tendremos que comenzar a ir a los museos para encontrar experiencias de silencio?

Tercera parte: Lo insignificante como fuerza.

En la última parte, digamos que Nilo se va a la cama. Como en una escena de teatro realista, tan cruda como lo real, Nilo ejecuta esta acción sin espectáculo ni pompa representativa. Simplemente se desviste, se mete en una cama que improvisa con dos elementos y se pone a dormir.

Entra un audio que dice:

Buenos días. Bienvenidas. Estáis en vuestra casa.

Como dentro de un sueño de Nilo, continuamos escuchando la historia de aquel viaje que hizo en 1997 a la india donde descubrió que sus orejas tenían pelos, pelos largos. ¿Largos como antenas?

El teatro es un abismo.

Es entonces cuando en el muro blanco que sirve de telón de fondo a esta escena onírica comienza la proyección del corto de Patrice Laconte «El Tamborilero del Bolero». Jacques Villeret, el único protagonista de este plano secuencia de 8 minutos de duración es el percusionista que lleva la base rítmica que mantiene cohesionada a la orquesta que interpreta el conocido Bolero de Ravel.

Acompañamos el sueño de un percusionista en el sueño de otro percusionista. 8 minutos frente a un rostro mudo en el que se aprecia con nitidez eso que hacen los músicos cuando se fusionan con el instrumento que tocan convirtiéndolo en una extremidad hipersensible conectada directamente a los impulsos eléctricos de su hacer musical. Me fascina presenciar la distancia cero que existe entre el impulso cerebral, el cuerpo del intérprete, su rostro y el sonido que emite. Fusión total, sin grietas ni pliegues. Personalmente me atrapa cuando puedo observar un cuerpo en atención profunda, como es el caso del tamborilero de Ravel. Es como si los ojos se les fueran para dentro, o, se les fueran hacia atrás, algo que también pude observar en la creadora Paz Rojo en su último trabajo presentado el pasado viernes 14 de marzo en Teatro Réplika, titulado Hipersueño.

En una reciente entrevista realizada a Bifo-Berardi, afirmaba que toda esperanza es engañosa en un mundo que se encuentra abocado a la destrucción de la vida como algo bueno.

Si la alternativa a ese futuro fuera la vía de recuperación de lo sensible, un principio de movimiento podría estar en lo que Nilo dice al final de su pieza:

«Dentro de las orejas tenemos un parche estirado de piel de unos 8 milímetros. Es un tambor llamado tímpano, es un tambor de oreja».

Partir por el final.

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