La semana pasada, en Como lo oyes, un programa de Radio 3 que dirige Santiago Alcanda, escuché un mano a mano entre el director del programa y un locutor de Radio Clásica, cada uno cargado de discos de hijos de músicos que también se habían dedicado a la música. Santiago Alcanda venía con el hijo de Lennon, la hija de Van Morrisson, el hijo de Dylan y gente así. Y el de la emisora clásica vino con el hijo de Mozart, el de Wagner y uno de los 20 hijos de Bach, la oveja negra de la familia, según su comentario: Wilhelm Friedemann Bach, el segundo de los hijos de Bach. Todo lo relacionado con Bach me interesa pero además me sonaba que David Fernández venía al Radicals Lliure con la historia de uno de los hijos de Bach, del cual el propio padre se avergonzaba, así que paré lo que estaba haciendo y me puse a escuchar.
Por lo visto Wilhelm Friedemann no tuvo muy buen rollo con su padre. Cuando su madre murió nunca aceptó que su padre se volviese a casar con Anna Magdalena. Cuando su padre murió no ayudó lo más mínimo a su madrastra, que murió en la indigencia, y malvendió las obras manuscritas de su padre a cualquiera que se cruzase en su camino. Incluso llegó a vender partituras que él mismo componía (tipo la Pasión según San Marco o la Pasión según San Lucas) haciéndolas pasar por obras de su padre. Pero yo me creía que este era el hijo de Bach que utilizaba David Fernández en El corazón, la boca, los hechos y la vida y resulta que no, que él habla de Benhard Bach que, según el texto del programa de mano del Radicals Lliure, «muere de asco con tan solo 24 años. Huyendo de la insoportable sombra de su padre y de su programada vida de virtuoso organista, dejó tras de sí numerosas deudas y a un padre avergonzado (una dura carta de J. S. Bach sobre él así lo atestigua)».
Bueno, está claro que en la familia de Bach no todo era armonía celestial. Casi que me alegro porque me tranquiliza.
Y luego está lo de que David Fernández es el hijo de Bruno, de Verano Azul (lo dice el mismo programa de mano). Me he tomado la molestia de buscarlo en el Youtube, por si alguien no se acuerda:
Este es el vídeo que los del Lliure se han decidido por fin a colgar en su Youtube (hasta ahora no habían colgado ninguno de los vídeos del Radicals Lliure que sí tenían colgados en su web, ahora es mucho más fácil insertarlos en un blog y darles difusión sin necesidad de hacer pirulas como subirlos a tu Youtube, por ejemplo):
RADICALS LLIURE
EL CORAZÓN, LA BOCA, LOS HECHOS Y LA VIDA
DAVID FERNÁNDEZ
Esto no es un espectáculo. Por favor, no apaguéis ni silenciéis los móviles. El diálogo de Lidia y David con Vera Waltser para autorretratarse me recuerda al juego entre Sophie Calle y Enrique Vila-Matas que aparece en el cuento Porque ella no lo pidió (Exploradores del abismo), aunque lo leí hace tiempo y ya no lo recuerdo bien (pero he tenido que levantarme a buscarlo esta mañana). ¿Será porque Vera Waltser me lleva también a Robert Walser (también Vila-Matas)? Walser, escritor suizo aficionado a los paseos (la fundación que dirige Vera Waltser me pareció entender que también). Dicen que cada vez escribía con letra más y más pequeña en papelitos, en los márgenes (también algo dijo Vera Waltser sobre los márgenes), con el propósito de desaparecer (dar patadas para no desaparecer es verdad que es una frase tremenda). Cuando se espera que Vera Waltser juzgue, ella sonríe. Eliminar los juicios de valor, pasar a la acción. ¿Existe realmente alguien llamado Vera Waltser? ¿Estaba el sábado entre nosotros? Ya estamos otra vez, ¿pero qué más dará? El foco se paseaba entre el público y cegaba, sólo veías una luz como al final del túnel, pero oías a la gente a tu alrededor. Me llamo Vera Waltser como todo el mundo, como David Franch en Canal 33. ¿Pero quién es David Franch? ¿Ha logrado tener un cuerpo que se pueda llevar a cualquier sitio, a una entrevista en la tele si es necesario? Puede que eso sea exigirle demasiado a un cuerpo con el que estamos obligados a convivir, todos. Esa sí que es una relación que dura toda la vida. No tenemos el número de móvil para hablar con nuestro cuerpo. Con los otros sí. Si dejamos el móvil encendido y nos llama alguien ¿qué hacemos: contestamos o no? Tres personas conversando por móvil sobre temas íntimos, con el público y al mismo tiempo. Bien, me dejan escoger a mí en qué fijarme. Sólo me acuerdo de las cuestiones sexuales. Escoger en cada momento. Ellos igual, cuanto más se obligan a escoger en cada momento más interesante me parece. Dame tu teléfono. Sí, tú, es que me apetece hablar contigo. Aunque luego, cuando te pido que me retrates, me parece que no has entendido nada de lo que te he dicho.
RADICALS LLIURE
DAR PATADAS PARA NO DESAPARECER
COLECTIVO 96º
«Programar a estos chavales una vez tuvo su gracia, tal y como está la situación y con la de gente que hay por ahí muerta de hambre, con toda una trayectoria y buscándose la vida, programarlos otra vez no tiene puta gracia»
«Son unos niños pijos que llaman la atención porque salen en la tele, ellos lo saben y juegan con eso»
Ayer asistí en el MACBA a la cuarta y última sesión del curso monográfico sobre John Cage a cargo de Carmen Pardo, organizado con motivo de la exposición sobre Cage que el MACBA prepara para octubre. Esta última sesión, tan interesante como las tres anteriores, llevaba el título de La escucha oblicua, que partía del siguiente texto y materiales de referencia:
Partiendo de la afirmación de que el arte es autoalteración, se procede en esta última sesión a presentar la propuesta cageana de una percepción descentrada de la que se excluyen necesariamente los juicios de valor y en la que se atiende al arte en su función social. Se abre con ello un diálogo entre arte y tecnología que conduce al tecnoanarquismo
Textos de referencia:Diario: cómo mejorar el mundo (sólo se conseguirá empeorarlo) Continuación 1973-1982 DVD:One 11 and 103 de John Cage y Henning Lohner (2006, extracto) Nexos: Buckminster Fuller; Norman O. Brown; Mashall McLuhan
Mis compañeras de curso Carme Torrent y Nuria Rodríguez me avisaron de que no podrían asistir y me pidieron que les hiciese un resumen. Recogí su petición y tomé apuntes (cosa que no hice en ninguna de las otras sesiones). Publico aquí mis notas sobre esta última sesión para compartirlas con ellas y, de paso, con cualquiera a quien pueda interesar.
Pero antes querría apuntar aquí una frase atribuida a John Cage, de la sesión anterior, con la que me sentí muy identificado: «Comencé a relacionarme con los bailarines porque los músicos no me hacían caso».
Carmen Pardo comenzó por uno de los temas que a mí más me interesan del pensamiento de Cage: la lucha para eliminar los juicios de valor. ¿De dónde viene esa necesidad de juzgar lo que vemos? ¿Para qué? ¿Para tener una excusa para hablar entre nosotros? Si no te gusta lo que ha hecho otro, Cage propone no atacarlo sino crear algo propio. Los juicios de valor nos atrincheran, nos quitan energía para seguir vivos y hacer otra cosa, para crear. El juicio es destructivo para la conciencia. Creamos categorías, cajitas, donde metemos lo que juzgamos: esto sí, esto no, esto regular. Si hacemos jaulas no salimos de esas jaulas. El juicio de valor no nos aporta nada pero nos va minando.
En este momento, mientras Carmen Pardo continuaba inmutable con su charla, comenzó a sonar en la sala una las Number Pieces de John Cage. Primero pensé que al técnico de sonido se le había ido la mano sin querer, noté como yo mismo y el resto de la sala se inquietaba un poco, aunque nadie decía nada, pero luego me di cuenta de que esa música no había entrado ahí por casualidad, y seguí escuchando a Carmen y a las Number Pieces al mismo tiempo. Este vídeo lleva la música de una de las Number Pieces, no creo que acierte con la que puso Carmen, pero dará una idea.
Cage propone una percepción descentrada, oblicua (este es el término que prefiere utilizar Carmen Pardo), que escucha a través, tan pronto puede ser una percepción atenta como dispersa. Es una escucha no lineal porque aquello que se nos presenta tampoco es lineal. Si nosotros queremos imponerle un sentido salimos rebotados porque no se trata de «entender».
Cage era amigo de McLuhan, lo admiraba y conocía textos como La galaxia Gutemberg. En este libro se explica cómo el libro impreso supuso un cambio perceptivo de una cultura oral a una lineal que es impuesta por el lenguaje escrito, silencioso y despojado de la sensibilidad oral. Con las nuevas tecnologías pasamos a una cultura oral, de nuevo, que lleva incorporada una simultaneidad, una sobreinformación (de la que mucha gente se queja, por cierto).
La escucha oblicua nos pone en línea con esto, con la simultaneidad propia de la vida. Se trata de vivir la experiencia sin ser consciente de que estamos viviendo una experiencia, inhibiendo el papel de la memoria para recuperar antiguas sensibilidades que nos equilibren de nuevo. Y, por lo que entendí, el tema clave es eso de equilibrarse de nuevo porque la balanza está inclinada exageradamente hacia el lado de vivir las experiencias a través de la memoria, de los reflejos aprendidos. El ejemplo es una peli de terror de Hollywood, por ejemplo, en el que la música nos intenta conducir hacia ciertos estados de ánimo a través de clichés que se repiten en todas las músicas de películas de terror. Esas películas han ido educando nuestra conciencia y es la memoria la que actúa cada vez que estamos ante una película de ese tipo para conducirnos «correctamente», tal y como ha previsto el compositor. De la misma manera siempre ponen el mismo tipo de música cuando en un melodrama por fin la parejita se da el beso. Bueno, el matiz que yo creí entender (si no es así me parece igualmente válido haberlo pensado así) es que Cage no es que esté en contra de las pelis de Hollywood o de la música pop o de las obras de teatro con su presentación, nudo, desenlace, etc… sino de que este tipo de arte sea lo único en la vida. Así que él propone todo lo contrario, él propone la tábula rasa, desprenderse de la memoria, para equilibrarnos de nuevo. Durante todo el curso se habló de la disciplina de Cage, de su lucha contra su propio gusto para encontrarse con lo desconocido, con lo nuevo, de ahí el uso del azar y de la indeterminación en su obra. Al final de su vida aún decía que «a veces aún me sorprendo ejerciendo el gusto».
A partir de ahí, Carmen Pardo, pasó a la parte más política de Cage. Cage, de la misma manera que aplicaba el pensamiento a su obra, cree que hay que ir a la desorganización social a través de la participación completa de todos en la sociedad.
En una entrevista de los años 70 le preguntan: ¿Qué está pasando con las relaciones humanas y la familia? Cage responde que se desintegran porque en la sociedad hemos separado todas las generaciones. Primero llevamos a los niños a las guarderías, luego a los colegios, luego al ejército, si sobreviven los metemos en un trabajo que los va matando poco a poco y luego a los asilos. No hay un sólo momento en el que no intentemos sacudirnos a nosotros mismos y delegar. Nos pasamos la vida en lugares de encierro. Esta concepción de la vida hay que desorganizarla, cada uno debería organizar su vida, ser responsable de sus actos sin que nadie le indique lo que hay que hacer. Cage cree en una revolución individual, luego ya veremos lo que pasa porque él se muestra escéptico respecto a una revolución social.
Este giro me llamó especialmente la atención porque justo después de la sesión anterior, con Carme y Nuria habíamos estado tomándonos unas cervezas en el bar La Masía de Elisabets y, hablando de cosas que nada tenían que ver aparentemente con Cage, acabamos discutiendo sobre este mismo tema, aunque todavía Carmen Pardo no lo había introducido. Casualidades. Por cierto que, inspirados por Cage, cambiamos de espacio (de bar) y de tiempo (en la primera sesión en la que nos encontramos la cervecita fue después de la sesión, pero en la última también fue antes de la sesión). Es que Cage se proponía a sí mismo utilizar como mínimo dos métodos en su trabajo a lo largo de un año. Nos gustó eso y le hicimos un mini homenaje.
Sigamos. Cage se desvincula de la política en un sentido clásico. La política es dominación, poder, él pretende acabar con esas estructuras de dominación, igual que lo intenta en la música y en el arte en general. Cage sigue a Thoreau creyendo que la mejor forma de gobierno es que no haya gobierno, va hacia el anarquismo. Eso no quiere decir que no haya que mantener el orden sobre lo útil y necesario. Por ejemplo, hay que conocer las clases de setas (Cage era micólogo) para no morir envenenado. Pero cada uno debe trabajar en sí mismo para poder ser responsable de uno mismo y para eso hay que aumentar la inteligencia. Deberíamos desposeernos del sentido de la propiedad y sustituirlo por el uso. Uno juzga lo que cree que posee o entiende, el uso es otra cosa. De esta manera transformaríamos la economía, destruiríamos las finanzas, la especulación, viviríamos en una sociedad más natural. La vida se gestiona por bloques, Cage invita a romperlos, como hace con la música.
La tecnología se puede utilizar para romper y acabar con todo esto porque la tecnología cambia la percepción que tenemos del mundo (Cage era especialista en subvertir el uso acostumbrado de la tecnología, como cuando usa la radio como instrumento musical, por ejemplo). Cree que vamos hacia la aldea global gracias a la tecnología y habla de la inteligencia colectiva que se conseguirá gracias a la tecnología. Hay que tener en cuenta que Cage murió en 1992.
¿Cómo modifica la tecnología la percepción? Pues, por ejemplo, cuando pasamos de la máquina de escribir al ordenador cambia nuestro cerebro. El copy/paste cambia nuestras estructuras mentales, ¿no? O el tema de la simultaneidad y la distracción: entras en Google buscando algo y 2 horas después sigues ahí y ya no sabes lo que buscabas al principio. La tecnología nos enseña a medir de otro modo, como en el caso de la televisión y el paso del blanco y negro al color. Hay gente de determinada edad que ya no es capaz de soportar el visionado de una peli en blanco y negro. No nos damos cuenta pero nos vamos habituando y luego vemos los colores de la naturaleza de un modo diferente.
Cage, en su creación, incide en aprender a medir de otro modo, por ejemplo, cuando en algunas obras propone que el director de orquesta no sea el que mide el tiempo sino que cada intérprete mida su propio tiempo utilizando paréntesis temporales donde el intérprete decide con qué velocidad y cuándo inicia un determinado pasaje. De esta manera, una interpretación jamás será igual a otra.
Cuanta más información, cuanta más abundancia, más débil es el estado. Como paso previo al tecnoanarquismo, con la ayuda de las tecnologías puede provocarse esa sobreabundancia de información.
En los últimos 20 años Cage se preocupa por crear música ecológica que nos ayude a escuchar y a vivir. Se interesa por la nanotecnología como herramienta para restaurar el entorno y reparar el mal que hemos causado con la propia tecnología, que también tiene usos militares, por ejemplo.
En este punto Carmen puso los primeros minutos del DVD de One 11 and 103, donde escuchamos la música simultáneamente a la contemplación de luz sobre tela blanca.
Por supuesto se trata de cambiar también la educación, esa guía que nos convierte en lo que somos. La enseñanza de la música a través del solfeo, por ejemplo, hace que al alumno se le abran los ojos y se le cierren los oídos. Deberían ayudarles a hacer música, no a leerla. La armonía no consiste sólo en algo vertical, como en la música tonal, sino horizontal, cuando somos capaces de establecer la relación entre música y vida. Charlando con Varese se ponen de acuerdo en que la armonía esencial se puede estudiar en media hora y no en un año.
Pero claro, hay que destruir la burocracia, los precios, la competición y los diplomas. En vez de repetir lo ya sabido, descubrir lo que desconocemos. Una universidad es como una prisión, sigue el modelo de la domesticación. Se trata de buscar propuestas donde se pueda aprender y enseñar sin pasar por las calificaciones y los contratos.
Cage abandonó la universidad. Pensaba que era una chorrada que 200 alumnos leyesen el mismo libro al mismo tiempo. Mucho mejor 200 alumnos leyendo 200 libros y luego poniéndolos en común. En un examen decidió leer los libros más alejados posibles de los propuestos por el profesor. Aprobó. Entonces pensó que algo fallaba y lo dejó.
Cage también participó en la creación del Black Mountain College donde realizó su primer happening junto a Merce Cunningham, (su compañero durante 50 años: eso sí que es disciplina). En Black Mountain College a veces no se sabía quién era el profesor y quién el alumno y no se daban diplomas. La universidad debería ser un espacio abierto sin hacer distinción entre el edificio de los estudios y la vida. Para que funcione debería alejarse del mundo laboral, todo lo contrario de lo que pretende el Plan Bolonia, por cierto, contra el que se manifestaban esa misma tarde los estudiantes de Barcelona mientras un helicóptero los seguía desde el cielo aunque, como dijo Carmen Pardo, no estaba interpretando el Cuarteto para cuerdas y helicóptero, de Stockhausen. La universidad debería ser un lugar experimental, donde vamos a lo desconocido para aprender lo que aún no sabemos. Sólo así podremos cambiar la universidad y la sociedad a la vez. La universidad es la pinza donde la sociedad nos dice: hay que aceptar esto si quieres entrar en la sociedad, en las jaulas (lo de las jaulas me hizo gracia).
Total, con las tecnologías, si ya no necesitamos trabajar tanto, trabajemos menos y el resto ¡a aprender! Esta era la propuesta de los 70, claro, ahora, en el 2009, visto lo visto, a Carmen Pardo le daba un pelín de rabia. «Hacer del mundo una universidad sin títulos», frase de Fuller.
Escuchamos una obra de Cage: Freeman Etudes. Esta obra, interpretada con violín, es endiabladamente difícil para el instrumentista y para el oyente. Cage lo único que quería demostrar era que si él era capaz de gestar lo imposible, si otro ser humano era capaz de interpretarlo y si alguien era capaz de escucharlo, lo imposible es posible.
Acabamos con la última reflexión de que las tres obras que escuchamos en esta sesión eran de los últimos 10 años de vida de Cage, pero eran tan distintas entre sí que, en cambio, hubieran podido pasar por compositores diferentes.
En el turno de preguntas, alguien con la mejor intención preguntó a Carmen Pardo cuál era su opinión sobre lo que había que hacer (una pregunta muy poco cageana, creo yo). Carmen, que advirtió de que para resolver eso alguien mucho más preparado que ella debería subirse a una atalaya aunque, de todas maneras, más vale que nadie lo haga y se ponga a decir lo que tenemos que hacer, acabó diciendo que su opinión es que está en nuestras manos cambiar. Que en esta sala se le había acercado mucha gente de perfiles muy diversos, bailarines, artistas, que si se conociesen y trabajasen juntos quizá dejarían de estar aislados cada uno en su tesis o en su propio trabajo, y quizá entre todos podrían cambiar algo a partir de lo micro.
A continuación alguien propuso intercambiar, como mínimo, nuestros emails y pidió ayuda para crear una mailing list. Carmen sacó un folio para que quien quisiese de los asistentes (la sala del auditorio del MACBA estuvo prácticamente llena los cuatro días) escribiese su email. La propuesta parece que fue un éxito.
No encuentro el vídeo de la entrevista a John Cage en la televisión norteamericana de los años 60 que nos ha puesto hoy Carmen Pardo en el MACBA, pero buscando me he encontrado con esto. ¡Qué grande Cage!
Después de enterarme por Txalo Toloza del recién estrenado Arxiu de cultura catalana contemporània que han montado los Ciberians, por la noche devoré unas cuantas entrevistas (10 en total). Como en el archivo hay más de 40, dejo aquí los vídeos que vi, dejándome llevar, por si a alguien le sirve de guía.
«(…)Es muy difícil, dice Smith, que los escritores hablen con franqueza sobre su propia obra y más en un mercado literario feroz que no admite debilidades. Es verdad. Nadie está dispuesto a facilitar a sus enemigos -siempre grandes mediocres- la lista de los fracasos que uno conoce a lo largo de la escritura de una novela o de un libro de cuentos, o de lo que sea. Son fracasos tan íntimos que un crítico ni los llega a detectar, al menos en todas sus dimensiones. Y es que suele ocurrir que había pensado el escritor llegar hasta una cima y termina llegando a una cumbre ridícula, pero ese detalle -el fracaso íntimo- no se hace del todo visible si uno no habla de él. ¿Y quién va a ser tan honesto, pero también tan ingenuo, de hablar de ese fracaso sabiendo que los rivales y enemigos están esperando cualquier cosa para masacrarlo?
Mientras preparaba su ensayo, Zadie Smith escribió a algunos amigos escritores y, tras prometerles mantener en secreto sus nombres, les preguntó cómo juzgaban su propio trabajo. Uno de ellos convirtió su sencilla pregunta en una cuestión más interesante: «Querida, siempre he pensado en lo fascinante que sería preguntarles a los escritores vivos: ‘Sin pensar en los críticos, ¿dónde crees que flojea tu escritura? ¿Cómo soñabas que sería el libro antes de que fuera escrito? ¿Cuáles eran tus mayores esperanzas? ¿Cómo dejaste que no se materializaran?’. Un mapa de decepciones: eso sí sería una revelación».
Ese mapa de decepciones y de fracasos podría convertirse en un material de trabajo de gran utilidad para los creadores, a quienes les permitiría establecer conexiones con los fracasos ajenos y quién sabe si no recibir interesantes lecciones de algunas de las frustrantes experiencias confesadas. Uno piensa que, como mínimo, ese intercambio de fracasos relajaría el ambiente, y seguramente incluso nos permitiría avanzar, dar un paso adelante en ciertos aspectos de la creación literaria.
Sería muy valioso para todos poder contar con ese mapa de decepciones, poder disponer de los más variados análisis de por qué fracasaron unos y otros en pequeñas cosas casi invisibles. Serían útiles todos esos análisis y, por mucho que en ellos también los escritores volvieran a fracasar, no por eso dejarían de aportarnos en sus confesiones un material muy precioso, próximo a la revelación: tal vez, oro en paño para las nuevas generaciones y, en todo caso, material de encuentro.
Pero el rencor, la mirada ruin y la amargura sempiterna de los mediocres, como en tantas otras cosas, impiden el avance. Cabe esperar que un día les envenene su propia mediocridad y el mapa de decepciones pueda por fin dejar de ser una decepción más del propio mapa, y el mundo entonces, quién sabe, incluso mejore. Ligeramente, claro. Tampoco hay que ser muy optimistas en semejante asunto, pues ya se sabe que, a fin de cuentas, en todo acabamos fracasando siempre. Estrepitosamente, claro.»