Notas que patinan #43: Trópico #9. Tierra Quemada.

Restos de escena de Trópico #9 de Txalo Toloza y Laida Azkona

Sábado noche. Un helicóptero sobrevuela desde hace horas el centro de Barcelona. El ambiente es muy tenso. Camino por delante de la catedral en dirección a Via Laietana con la intención de cruzarla para dirigirme al Antic Teatre a ver Trópico #9. Tierra Quemada. Como un preludio de lo que voy a ver, huelo a quemado. Al otro lado de Via Laietana veo fuego. Se levanta una columna de humo. Los mossos d’esquadra impiden el paso. Calles cortadas. Mossos nerviosos. Dan mucho miedo porque sabes que en cualquier momento se pueden liar a hostias con cualquiera. Lo hemos visto ya muchas veces. Consigo cruzar después de algunos rodeos. Me meto por las callejuelas cercanas al Antic. Gente corriendo, momentos de pánico en la ratonera laberíntica del Casc Antic. Consigo llegar al Antic Teatre acelerando el paso ante las lecheras de los mossos. Nunca antes el Antic Teatre me pareció un refugio más seguro. La terraza está llena de gente tomándose algo tranquilamente. Inexplicablemente la mayoría de esa gente no entra nunca a ver una función. Hay un muro invisible entre la puerta de la sala y el bar. Me cuesta llegar hasta la taquilla. Las mesas del bar no me lo ponen fácil. Presento el carnet de prensa de Teatron al comprar la entrada y me invitan a una caña. Mientras bebo la caña sentado en una mesita me imagino a los antidisturbios entrando en la terraza del Antic y rompiéndolo todo, rompiéndonos la crisma.

Llevo siguiendo a Txalo Toloza Fernández desde hace mucho tiempo. Hace cuatro años y medio estuve en la primera presentación de su primer proyecto escénico en solitario: Todos los grandes tienen problemas de piel. He seguido su proyecto Trópico a través de su blog en proceso en Teatron, un blog que inició en noviembre de 2011. Pero Trópico comenzó algo antes. En mayo de 2011, Txalo presentó Trópico #1 en la exposición MobileArt. Experiencias móviles. Trópico #1 es un vídeo grabado con su móvil en Medellín, Londres, Bogotá y Tokyo. Incluye samplers de Chris Marker y Spike Jonze. Txalo viaja mucho desde hace ya mucho tiempo, de eso también va Trópico. Y desde luego le gustan los samplers, de eso iba Todos los grandes.

Unos meses después, en noviembre de 2011, Txalo presenta Trópico #2 en la galería Tienda Derecha de Barcelona. No pude asistir a la presentación pero sí pude ver el vídeo de la instalación. Un vídeo subtitulado De La Possibilitat d’estar a Tot Arreu (De la posibilidad de estar en todas partes). Un subtítulo que samplea el título de una pieza de Roger Bernat y Juan Navarro, cambiando imposibilidad por posibilidad. Trópico #2 es una de las piezas de vídeo que más me han conmovido en mucho tiempo. Es una pieza donde todas las imágenes proceden de cámaras de seguridad con direcciones IPs abiertas encontradas en internet durante un trabajo de campo (o una obsesión, según como se mire) que duró muchos meses. Algunas de las cámaras pueden incluso ser movidas a distancia. Txalo experimentó esto último, lo cual le trajo algunos quebradores de cabeza que tienen que ver con la moral y la ética. Os lo recomiendo. El vídeo dura 25 minutos. Tomáoslo con calma pero no dejéis de disfrutarlo.

A partir de ese momento seguirle la pista a este proyecto se me hace complicado. A pesar del blog Detalles de un proceso tropical, de su web personal Miprimerdrop y de su otro blog en Teatron, no hay mucha información disponible. Ni se puede ver online Trópico #3 De la imposibilidad que tiene la materia de resistir el contacto con la materia (estrenado en el CCCB en un antihomenaje a Nicanor Parra en mayo de 2012), ni Trópico #4 Europa ¿estarás aquí cuando me despierte? (¿o es Trópico #5?), ni Trópico #6 De la imposibilidad de estar en un solo sitio (que se presentó en la galería Miscelänea en noviembre de 2012). Me perdí todas estas presentaciones por estar fuera de Barcelona cuando ocurrieron. Hasta que llegamos a febrero de 2013 con Trópico #7 Barcelona. Desierto que se puede ver en la web de Mobile Views Barcelona, una exposición de piezas breves de videocreación sobre Barcelona que sólo se puede ver online y que está pensada para verse desde teléfonos móviles conectados a internet.

De Trópico #8 tampoco hay ni rastro. Pero de ahí pasamos a Trópico #9 Tierra Quemada, que toma la forma de una pieza escénica, un cambio de formato que Txalo siempre tuvo en mente (aunque yo siempre me pregunté por qué, por qué no le basta a Txalo con el formato audiovisual). Una pieza escénica en colaboración con Laida Azkona que debería haberse estrenado el verano pasado si no hubiese sido por un desgraciado accidente que sufrió Laida al ir a devolver la bici del Bicing un día antes de estrenar. Afortunadamente el accidente no tuvo mayores consecuencias y, por fin, este fin de semana Txalo y Laida estrenaron en el Antic Trópico #9, que comienza precisamente con Laida pedaleando sobre una bici del Bicing.

Vale, este post es larguísimo y todavía no he dicho ni una palabra sobre ese estreno pero es que lo primero que me viene a la cabeza sobre lo que vi en el Antic el sábado es que esta Tierra Quemada se titula Trópico #9 y eso significa que ya van 8 episodios anteriores. Aunque la pieza se puede ver sin conocer nada sobre este proyecto, durante la pieza pensé en cómo lo estaría viendo alguien que no supiese nada sobre Trópico, que no hubiese visto todos esos maravillosos vídeos, y pensé que, aunque, repito, se puede ver igual, no es lo mismo. Hay capas y capas que pueden convertir esta pieza en algo críptico pero, en cambio, a mí no me dio para nada esa impresión. Me dio la impresión de estar asistiendo a otro episodio más de una serie que comenzó hace ya tres años y que se ha ido cociendo a fuego lento. Es una pieza que quizá se regodee en cierta amargura, que quizá apele a cierta conciencia política de un público que no necesita que le recuerden nada de lo que se le intenta recordar porque lo tiene absolutamente presente sólo con cruzar una Via Laietana tomada por los antidisturbios con grave peligro para su integridad física (lo mismo que se le puede criticar al teatro de Rodrigo García, para que nos entendamos, a quien no van a ver los que votan a la PPSOEvergencia, que quizás son los únicos a quien podría tener sentido dirigir ese mensaje despierta-conciencias y no a los parroquianos ya previamente convencidos que aplauden desde el público), que seguramente no invente nada nuevo en cuanto a forma escénica (más bien bebe de muchas fuentes que seguramente son las mismas de las que he bebido yo, por eso seguramente ya no me sorprenden sino que las reconozco y reconozco su impecable factura). Pero, a diferencia de otras propuestas que estoy harto de ver, propuestas que van de sensibles y que me resultan falsas, impostadas, mentirosas, hipócritas y, a veces incluso, ejemplos deleznables de pornografía sentimental, Trópico #9 no me da grima aunque, si me paro a analizarlo fríamente, tiene todos los ingredientes para ser la típica propuesta escénica que, inevitablemente, a estas alturas, debería producirme grima. Y, en cambio, repito, no me da grima e incluso me emociona con ese espíritu incendiario, con cierta poética que parte de un imaginario y unos referentes que, en gran medida, comparto. Quizá me emocione porque Txalo y Laida consiguieron trasladarme en muchos momentos a algo así como un estado de identificación con lo que contemplaba. A pesar de todo. Porque todo es mucho más complejo que los titulares y los eslóganes a los que intentamos reducir la realidad a través de análisis más o menos burdos, para tratar de tranquilizarnos, simplificándola, pensando que así la dominamos porque nos creemos capaces de entenderla. Me refiero a mis propios titulares, a mis propios prejuicios ante ciertas actitudes en escena. Y esto me ha dado mucho que pensar en las últimas horas. Y creo que lo que pasa es que cuando Txalo Toloza Fernández se pone a crear es honesto consigo mismo y con los demás. Consigo mismo porque no intenta ser algo que no es. Y con los demás porque, a pesar de todos los trucos del vídeo y de la escena, dos armas que domina, no intenta engañar a nadie, se muestra como es, se rodea de quien le apetece (gente como ahora Laida Azkona) y dice lo que quiere decir en cada momento para fracasar mejor si es necesario. Y a mí me gusta que el arte sea eso: gente haciendo lo que siente sin pensar en a quién tiene que agradar. Pero, aunque intente aceptarlo todo, no me gusta todo el mundo. Y en un escenario, como en una cancha de baloncesto, parece mentira pero al final se acaba por conocer a las personas y por comunicarse con ellas de una manera que puede que no sea posible de otro modo. Y yo ayer, más allá de cualquier otra consideración estética o crítica (me excita mucho la actitud estética que propone Txalo), de cualquier hallazgo relacionado con esto (la música del tío de Bach, Johann Christoph) o con lo otro (Sebastián Acebedo), abandoné la sala con la sensación de haber disfrutado de un acto de comunicación íntimo y sincero. Quizá el repaso a la serie Trópico habría que haberlo escrito antes. Es una lástima que las gradas del Antic Teatre no estuviesen a rebosar de público (no sé muy bien por qué, porque me consta que Txalo es un creador estimado entre la comunidad que sigue este tipo de creación escénica). Es una lástima porque me parece que el estreno de Trópico #9 es algo relevante. A mí Rosas me la trae floja. Yo prefiero a Txalo Toloza.

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Notas que patinan #42: Lo de Job Ramos en el Nyamnyam se parece en algo a esto

Cuando la semana pasada mi chica y yo decidimos ir a pasar el miércoles a La Fageda d’en Jordà había detrás de esa decisión algunas motivaciones más a parte de seguir investigando las pistas que me he ido encontrando todos estos jueves de marzo en las intervenciones de Job Ramos en el Nyamnyam. Mi chica y yo quizá seamos más pobres que nunca pero una de las ventajas que aún conservamos es que nadie nos obliga a ponernos el despertador cinco días a la semana, de lunes a viernes, a levantarnos muy temprano y salir corriendo de casa muertos de sueño para encerrarnos en una oficina durante 8 horas al día, sujetos a un horario que no hemos elegido. Podemos estar puteados pero, de hecho, muchos de los culpables de nuestro puteo se obligan a sí mismos a levantarse por las mañanas corriendo para encerrarse en un despacho a fingir que trabajan en algo de suma importancia. Por mucho o poco poder que tengan en esta inquietante sociedad capitalista, no deja de ser curioso que la gran mayoría de ellos lleven una vida de desgraciados, currando encerrados todo el puto día, sin tiempo para disfrutar de la vida, en el caso de que alguno de ellos haya experimentado alguna vez, o recuerde aún lo que significa, disfrutar de la vida, sea lo que sea ese concepto vago y difuso. Disfrutar de la vida. El caso es que nosotros, puteados y pobres, tenemos aún la libertad de disponer de nuestro tiempo y de trasladarnos en el espacio a nuestro gusto. Podemos irnos un miércoles a La Fageda d’en Jordà mientras los jefes, igual que los esclavos, se quedan encerrados en sus jaulas siguiendo horarios monacales que están en el origen de este orden social capitalista. Nosotros podemos irnos a comer al Nyamnyam y pasar la tarde, a ver qué pasa. Una de las razones para irnos a pasear el miércoles por La Fageda d’en Jordà era disfrutar de la vida mientras aún sigamos vivos. Había otras razones: disfrutar de cierta soledad, del contacto con la naturaleza, de cierta libertad, estar tranquilos… Todo el bosque para nosotros. Pero tengo que confesar que había algo de venganza en escoger un día laborable en el que, previsiblemente, no nos íbamos a encontrar a nadie. Por eso, cuando llegamos al párking de La Fageda y vi un cartel que decía que había que pagar por las primeras cuatro horas, me entró el cabreo. No me jodas. Puto país de mierda. Hasta por respirar hay que pagar. Pero, a pesar de la amenaza del cartel, nadie vino a cobrarnos: no había nadie en el párking. Cuando salimos del coche nos pusimos a caminar en busca del bosque. Enseguida encontramos unos cartelitos que proponían unos itinerarios bien señalizados. Uno estaba indicado como el más largo, era circular, parecía que recorría todo el parque natural, la zona volcánica y todo eso, y duraba cuatro horas. No habíamos ido allí pensando en hacer una gran caminata, y menos por un itinerario propuesto, pero estábamos en un descampado, desorientados y, por empezar por algún sitio, comenzamos por ahí con la intención de que el camino nos condujese al bosque. Lo primero que te encuentras en ese camino es un homenaje a una gloria patria, Joan Maragall, un poeta que parece que es el culpable de que La Fageda d’en Jordà se haya convertido en un símbolo nacional, hecho que hasta hace unos días desconocía totalmente. Poco a poco, siguiendo las indicaciones de un camino perfectamente trazado, nos fuimos metiendo en ese bosque maravilloso. Pero mientras íbamos charlando animadamente… No, no, no. Mientras íbamos discutiendo, porque en realidad eso es lo que hacíamos: discutir. O sea, llegamos por fin al bosque idílico, con toda la movida de la venganza y la libertad, y lo que nos ponemos a hacer es lo que no hacemos ni en casa: discutir. Y además sobre una chorrada sin importancia. Y mientras, íbamos siguiendo las indicaciones del camino sin preguntarnos por qué seguíamos ese camino si, en realidad, ya habíamos llegado al bosque. Bueno, sí, creo que nos picaba la curiosidad porque el camino prometía pasar por un volcán y yo me perdí la excursión a los volcanes de Olot cuando iba al cole porque me puse enfermo. Así que era como recuperar esa excursión que siempre me dio mucha rabia haberme perdido. Y, como íbamos discutiendo acaloradamente, enseguida nos salimos del bosque y, de pronto, nos vemos en una carretera por donde pasan coches y llegamos a la famosa cooperativa, de la que te habla todo el mundo, en la que fabrican yogures. ¿Por qué todo el mundo te habla de si fuiste a ver la fábrica de los yogures? ¿Los llevarían allí de excursión con el colegio? Y yo preguntándome: ¿pero qué mierda es esta de una carretera con coches y una fábrica de yogures si yo lo que iba era a encontrarme con el bosque y la naturaleza? Pero, en vez de volvernos al bosque, seguimos el itinerario marcado y comenzamos a subir una montaña por un camino escarpado que parece una riera. Y ahí dejamos de discutir. Porque no teníamos aliento. Y cuando paramos para beber un poco de agua, miramos la vista a nuestras espaldas y ya no nos acordamos de por qué discutíamos. Y seguimos subiendo y subiendo y llegamos a una iglesia preciosa que está cerrada. Miramos dentro y, a pesar de que se ve casi todo, mi chica insiste en que le dé un euro para meterlo en una ranurita que promete luz e historia. Me niego pero ella me recuerda que a veces me ha dejado dinero para la máquina de tabaco, un vicio que ella no comparte, lo cual no es obstáculo para que me deje el dinero si no tengo suelto. Se lo dejo, lo mete por la ranura, se enciende una luz que no aporta nada y una voz a un volumen sobrenatural, que nos mete un susto de tres pares de cojones, comienza a contar la historia de la iglesia en catalán con un relato que no puede ser más pobre y que parece un anuncio. Y luego lo repite en castellano e inglés. Todo el valle se entera de esta mierda. Y sospecho que algún lugareño que viva en alguna de las masías que alcanza mi vista se estará partiendo el culo de nosotros. Con razón. Nos morimos de la risa. Seguimos el puto camino trazado. Subimos y subimos hasta llegar a lo alto del cráter que las indicaciones del camino anuncian como el más grande de los cráteres de todos los volcanes del Estado español. Bajamos hasta llegar al centro del cráter, donde hay una ermita. Miramos a nuestro alrededor y, sinceramente, nos parece un paraje desolador. Tanta expectativa para este bluff. Desayunamos hace muchas horas. Tenemos hambre y no nos apetece comer en este cráter tan feo. Hay que decidir. Seguimos caminando por el camino propuesto o, qué coño, nos volvemos para atrás. ¿Quién nos manda seguir por este camino? Nosotros no hemos venido a hacer ninguna ruta, lo que queríamos era estar en el bosque. Pero como la ruta es circular la única duda es si habremos sobrepasado ya la mitad del camino y, en ese caso, nos saldría más a cuenta seguir adelante que volver hacia atrás. Lo pensamos cinco minutos y coincidimos en que no vamos a tomar una decisión en términos de eficacia. Vamos a darnos la vuelta y que le den al camino. Vamos a buscar un sitio agradable donde extender el mantel que hemos traído y ponernos a comer y beber unos vasos de vino. Un prado de esos que hemos visto estaría bien. Pero a medida que nos acercamos a ellos nos damos cuenta de que el paso del camino a los prados no es sencillo. Los prados y el camino están separados por alambres electrificados (lo de que están electrificados me lo dijo Job ayer en el Nyamnyam). No es hasta la iglesia cuando encontramos un sitio agradable con buenas vistas y sin alambres. Allí comemos, bebemos y nos relajamos. Más tarde, cuando volvemos a adentrarnos en La Fageda, decidimos salirnos del camino. Por fin. Dejamos de caminar como locos. Contemplamos el bosque. Nos subimos a pequeñas colinas que parecen construidas con piedra volcánica en la que hunden sus raíces algunas hayas. Corremos, gritamos, nos besamos, hacemos bromas, nos reímos. Se va haciendo tarde. Volvemos a lo que creemos el camino. Las señales del camino no se corresponden con la dirección del párking donde aparcamos el coche. Y entonces nos damos cuenta de que nos hemos perdido. Y se está haciendo de noche. Y nos ponemos nerviosos. Pero luego se nos pasa. Y al final yo creo que hasta nos mola. Y nos da igual si no encontramos el coche y nos tenemos que quedar aquí a pasar la noche. En el bosque.

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Notas que patinan #41: Nada es lo que parece alrededor de una mesa

El jueves de la semana pasada salí de la intervención de Job Ramos en el Nyamnyam con tres objetos: dos libros de dos exposiciones realizadas en el desaparecido Espai Zer01 de Olot y unas albóndigas que sobraron de la comida cocinada por Iñaki Álvarez. He seguido alimentándome de estos tres objetos durante la siguiente semana. Cené las albóndigas esa misma noche. También comencé a leer los libros. El primer libro que me leí fue el libro de la exposición Un altre paradís sense clavegueram (Otro paraíso sin alcantarillado) de Job Ramos, del año 2008. El jueves pasado Job nos regaló uno a todos los presentes que aguantaron hasta que nos levantamos de la mesa. Los que se marcharon antes se quedaron sin libro. Al principio del libro aparece un póster con la frase germinal del proyecto: Antes de pensar, mover un árbol. Job es de Olot. Al lado de Olot, el bosque que le pilla más a mano es La Fageda d’en Jordà, un espectacular bosque de hayas que crece en la lava de un volcán del Parque Natural de la Zona Volcánica de La Garrotxa. Allí fue a coger un árbol para colocarlo en la sala de exposiciones.

Árbol de la Fageda d'en Jordà que Job Ramos metió en su exposición

La primera vez que oí hablar de La Fageda d’en Jordà fue cuando vi el videoclip del tema Fuig llop fuig llop fuig (Huye lobo huye lobo huye), uno de mis temas preferidos de Hidrogenesse. Una canción que aún me sigue emocionando. El videoclip está grabado en La Fageda d’en Jordà en el año 2007.

El segundo libro que me leí me lo dio Job durante la comida del pasado jueves. Me dijo: Este libro a ti te va a gustar. Era también el de una exposición del Espai Zer01 de Olot, en este caso de Iñaki Álvarez que, como Job, también es de Olot. El libro se titula Trucs que surten malament (Trucos que salen mal) y pertenece a una exposición del 2007 (el mismo año que fue grabado el tema de Hidrogenesse) que, si no me equivoco, se titulaba Una bofetada a tiempo es una victoria. El libro consiste en una colección de ideas acompañadas de una sugerencia de realización, aunque la mayoría de las realizaciones están en blanco, como invitando a que cada uno pase a la acción. Por ejemplo:

idea: hago esto porque puedo, quiero y me da la gana

En mi afán por seguir investigando todas las pistas que voy encontrando en estas intervenciones de Job en el Nyamnyam me di cuenta de que todo me conducía a Olot y, en concreto, a La Fageda d’en Jordà. Así que, empujado por esa invitación a la acción que yo al menos leí en el libro de Iñaki, un día antes de la siguiente intervención, el miércoles pasado, robé un coche y me fui para La Fageda d’en Jordà, a investigar. Encontré un bosque precioso, caminé por un volcán que tiene una ermita en su cráter y comí los víveres que transportaba en mi mochila junto a una iglesia románica con vistas a montañas y prados maravillosos. No fui solo. Mi chica me acompañó. Los dos abrazamos un árbol como homenaje al árbol raptado por Job.

Una chica abraza un árbol en La Fageda d'en Jordà

Cuando se acercaba la noche seguimos el camino y fuimos a parar a Santa Pau, un pueblo medieval que nos dejó absolutamente flipados, conocido por dar nombre a las mongetes de Santa Pau, mongetes que compro en La Boqueria desde hace años sin tener ni idea de la procedencia de su nombre. Allí, en la plaza, solos junto al enorme castillo de la baronía de Santa Pau, que está absolutamente cerrado, nos tomamos unas cervezas antes de emprender viaje de nuevo hacia Barcelona. Pero yo me fui pensando: ¿qué hace un castillo así, cerrado, en este pueblo medieval maravilloso donde parece que se haya parado el tiempo?

Santa Pau

Al día siguiente, en la tercera intervención de Job en el Nyamnyam todo seguía el ritual al que ya me voy acostumbrando. Hay algo tranquilizador en esa costumbre. Pero también hay algo inquietante y molesto. No mola mirar siempre la vida desde el mismo punto de vista. Por eso intenté cambiar cosas. Sin forzar nada pero, precisamente, sin someterme a la obligación de repetir cualquier acción pasada simplemente por el hecho de ser consciente de que esa acción tuvo lugar. Por ejemplo, no quise llevar las botas de escritor. La primavera estaba a punto de llegar. Hace ya demasiada calor para esas botas de invierno. Pero yo había dejado registro de que llevaba botas y eso se había convertido en un hecho destacado en la crónica de lo que sucedió el primer día, de manera que acabó afectando al segundo día de las intervenciones de Job. Esta vez no llevé botas. Pero dio igual. Al descalzarme para seguir las costumbres del Nyamnyam, Iñaki me hizo notar que llevaba los mismos calcetines que la semana pasada. La pisada sobre la harina seguía en el suelo, en la entrada. Y las flores caídas también. Y el cuadro al revés con la revista que sobresalía. A un tipo que traía el pan le dejaron pasar antes que a nosotros. Le vi con el pan esperando en la calle cuando entré en el edificio. Imaginé que sería el del pan y sonreí para mis adentros. Un instante después me avergoncé por hacer eso. En la mesa seguía el plato roto. Los primeros platos de ensaladas parecían idénticos. Las persianas de las ventanas componían una figura que no era ni la del primer día ni la del segundo. Había diapositivas junto a la ventana, pero eran otras.

Diapositivas en las ventanas del Nyamnyam

Me dijeron que, por favor, me sentara donde las otras veces. Otros comensales que repetían se sentaron también en los mismos sitios. El mensaje que aparecía en la pantalla del ordenador portátil que alguien había colocado en una esquina parecía contestar la pregunta del jueves anterior. Una chica pidió, por favor, si alguien tenía un cargador para su móvil, como la semana pasada. No registré este hecho la semana pasada. Es al repetirse cuando tomas consciencia de la acción. La repetición la hace más evidente y la señala. También Iñaki repitió algo al final de la presentación del primer plato. Dijo algo así como que en verano, cuando era niño, le gustaba comer naranjas. Algo idéntico o parecido a lo que dijo la semana pasada en ese mismo momento. Algo que registré en mis notas. Algo de lo que sospeché. Esas sospechas se confirman ahora. Pero me asalta la duda. Job lee mis notas. ¿Estará señalando algunas de las cosas que yo registro? Es evidente que estoy influyendo en la acción. Pienso en ello, y en cómo influye el observador en la realidad según la física cuántica, mientras como el segundo plato (lo mismo que la vez anterior, risotto con mizune) y esa sensación me disgusta. Quiero dejar de mirarlo todo con afán de registro. Me declaro en huelga. El tercer plato me sorprende. Es carne de cerdo. No tiene nada que ver con los dos días anteriores. Estoy esperando a que salga a escena el libro de César Aira editado por la editorial de los cartoneros. Pero paso de él, indiferente, para romper mi propia rutina. Pero llega a mis manos un libro sobre los creadores de esa editorial, con fotos de todos ellos. Hay tres que son los hermanos Ramos, el mismo apellido de Job, que yo comparto. Pero Job me contó la semana pasada (y esta vez vuelve a salir el tema) que ese apellido, en realidad, no es el que le correspondería llevar. Nada es lo que parece. En la mesa hay alguien muy excitado que ve ficción por todas partes. También hay alguien que piensa que no está pasando nada y se extraña de eso. Hoy también fumamos e invito yo, como las otras veces. Cuando he salido de casa me he dado cuenta de que no tenía tabaco. He pensado que sería buena idea no llevar, así otra persona tendría que poner los cigarrillos. Otro cambio más. Pero no he podido resistirme a la fuerza que me empujaba a comprar tabaco por el camino. Hablo con Iñaki sobre el risotto. Le digo que esta vez me ha encantado. La primera también, la segunda no me supo tan sabroso. Me confiesa que la segunda vez no llevaba mizune, aunque anunció el plato como si lo llevase. Hay capas y capas superpuestas. Es imposible pensar en términos de verdad o mentira. Realidad y ficción tampoco nos valen demasiado. Además, los actores se sinceran conmigo cada dos por tres, confesándome alguna impostura, resistiéndose a confesarla o fingiendo que se mueren de ganas de desvelarla. Ya no sé qué creer. Podrían estar tratando de intoxicarme para adulterar mis notas infiltrándose en ellas. Hoy me tengo que ir muy pronto pero Job se va antes que yo. Eso sí que no me lo esperaba. Iñaki y Ariadna, los amos del Nyamnyam, dicen que Job ha dicho que hoy ha salido mejor que nunca. Se va satisfecho.

Cuts don't work

Pero me dejo lo fundamental. Nada más llegar no he podido evitar comentar con Job e Iñaki que me leí sus libros y que el día anterior fui a La Fageda d’en Jordà empujado por mi afán de llevar esta investigación hasta el final. Sonríen pero no parecen darle demasiada importancia. ¿Como si ya estuviese previsto? ¿Qué son estos tipos? ¿Androides? Alguien le ha dicho hoy a uno de los comensales que, con su peinado, parecía un androide. El que parecía un adroide llevaba una especie de parche a la altura de la garganta. Cuando una chica le ha pedido explicaciones sobre el parche ha dado una excusa muy vaga. Es el mismo tío que se ha quedado en camiseta de tirantes en un punto de la mesa simétrico a donde se sentaba el tipo que se quedó en camiseta imperio el jueves anterior. Pero volvamos a mi conversación con Job. Cuando le hablo a Job de Santa Pau me dice que ese pueblo que parece tan bien conservado es una mentira. Que eso es lo que llaman proceso de carcasonización (supongo que vendrá de Carcassone, otro sitio que siempre quise conocer, ahora ya me da repelús). Que está todo perfectamente limpiado de detalles impuros. Que los vecinos del pueblo se quejaron en su momento, cuando la carcasonización, y decían cosas como ¿Qué pasa? ¿Que nuestro pueblo no es lo suficientemente bonito?. Y que lo de las mongetes de Santa Pau es totalmente mentira, que hasta los del pueblo lo dicen. Ah, y que el castillo abandonado, ese que yo propongo ocupar, es de la baronesa de Santa Pau. ¿Y que quién es la baronesa actual? Agatha Ruiz de la Prada. Así que ese castillo también es de Pedro Jota. Juro no creer de buenas a primeras lo que me dice Job. Es demasiado extravagante. Juro contrastar ese dato en cuanto llegue a casa. Y lo contrasto. Nada es lo que parece.

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Notas que patinan #40: Un grupo de gente alrededor de la misma mesa

Barcelona. Jueves, doce menos cuarto del mediodía. Creo ver a unos guiris haciendo cola para sacar dinero en el cajero que hay un poco más allá del Palau Güell, en Nou de la Rambla. Pero no, están haciendo cola para pillar ticket para entrar en ese siniestro palacio construido con el dinero ganado gracias al tráfico de esclavos africanos. Paso por delante y lanzo una mirada furtiva al hall del palacio, el sitio donde Jack Nicholson se encuentra por primera vez con Maria Schneider en la película The Passenger, dirigida por Antonioni en 1975. Siempre que paso por ahí me gusta recordar ese momento.

Saco dinero del cajero para hacer la compra. Cruzo las Ramblas, atravieso la Plaça Reial, el Carrer de la Lleona, Avinyó, Sant Miquel, Sant Jaume, Via Laietana y Argenteria. Compro café en El Magnífico, la mezcla de la casa. Entro en La Botifarreria de Santa Maria. Compro butifarras de calçots, butifarras de rovellons, croquetas de ceps, fuet de la casa y cap de senglar negro. Me siento en el banco de costumbre y dedico cinco minutos a mirar la bóveda y a escuchar. Salgo de ahí y me dirijo a la Plaça del Rei, bordeo la catedral y entro en el claustro. Tomo el sol durante diez minutos sentado en la piedra medieval, con mis botas pisando una tumba. Camino hasta las Ramblas de nuevo, cruzo por la calle Bonsuccés y entro en La italiana. Compro pasta fresca: raviolis de alcachofa, spaghetti de espinaca, taglietelle de sepia y chocolate de Benasque con 89% de cacao. Bajo en dirección a la Boqueria por Xuclà. Compro pan de payés en el Forn Boix. Al salir me topo con la pizarra de esa tienda que cada día escribe una cita diferente. Hoy toca una de Rubén Blades: El poder no corrompe, el poder desenmascara. Entro a la Boqueria por la Plaça de Sant Galdric, donde están los payeses por la mañana. Compro patatas, ajos tiernos, alcachofas, judías, pimientos, cebolla, brócoli, fresas, peras y manzanas. En los puestos de dentro compro pollo, huevos, aceitunas y congrio. Llego a casa. Coloco todo en la nevera. Son las dos menos cuarto, cojo la bici y, como el jueves de la semana pasada, salgo pitando hacia el Nyamnyam para la segunda sesión de la intervención de Job Ramos dentro del ciclo Todo lo que me gusta es ilegal, inmoral o engorda. Pero esta vez voy con mi chica. Hubo un tiempo hace muchos años en que no sabía cómo llamar a mi chica. Por no decir mi novia decía mi compañera o mi pareja pero no sé qué era peor. Un día llegué a hablar de mi chica de entonces como la chica que duerme en mi cama. Creo que ese fue el punto de inflexión. Ahora, a mi chica la llamo mi chica. Alguna feminista se me ha enfadado por eso. No tiene nada que ver con una cuestión de género. Me he leído enterito el libro de la exposición Genealogías feministas en el arte español: 1960-2010. Estoy sensibilizado con el tema. Ella también me llama mi chico. Hemos llegado a un equilibrio.

Las vías del tren que pasan al lado del Nyamnyam

Mi chica y yo llegamos diez minutos tarde. Pasamos por encima de las vías del tren sin darnos ni cuenta. Cuando salimos del ascensor nos encontramos con el rellano de la escalera lleno de gente esperando. Esta vez algunos de ellos son conocidos. Nos saludamos y charlamos animadamente. La puerta del Nyamnyam está cerrada. Pero cuando llega alguien con una bici a cuestas, le abren. Y luego llega un chico con barras de pan y también entra. Comento con un amigo que estoy muerto de hambre. Elucubramos sobre por qué han dejado entrar a estas dos personas. Será porque traía el pan. Ya, pero ¿y la de la bici? Igual llevaba comida escondida en la mochila. Se abre la puerta. Hay que descalzarse al entrar. Pero mejor entrar un poco aunque pises la madera del suelo porque si no la gente se agolpa y no hay manera de entrar. Hinco la rodilla en el suelo para desatar los cordones de mis botas de escritor. Definitivamente estoy de nuevo en misión oficial. Esas botas hoy son de escritor aunque el sábado pasado fueron más bien botas de punk en el homenaje a Uri Caballero de los Surfin Sirles. Això no és un homenatge: és un ritual. Que no mori aquest sentiment. Que no mori l’Uri (Roger Pelàez dixit). No es el momento de hablar de ese concierto de más de siete horas y veintiún grupos pero es que no encuentro el momento ni las palabras para describir como se merece, y sin ensuciar, esa noche. Así que guardaré un silencio sagrado y ritual.

Pisada en el suelo del Nyamnyam

Al quitarme mis botas me doy de bruces con esa pisada sobre harina en el suelo y temo que sea la marca de una de mis botas. Pero la marca de la suela no coincide. Esto es cosa de Job. Pronto me doy cuenta de que hay más.

Movidas en el suelo del NyamnyamDiapositivas en el Nyamnyam

Esta vez estoy hipersensible a estos detalles. La mesa donde vamos a comer está dispuesta exactamente igual que el jueves pasado. Los frascos blancos siguen en la misma estantería. Las persianas dibujan la misma figura que la otra vez. Bueno, espera, no es la misma figura, es una figura simétrica. Quizá haya algún detalle en los frascos que tampoco sea el mismo. Hay un cuadro en el suelo puesto contra la pared. Detrás del cuadro sobresale una revista abierta por un reportaje en el que aparece el Nyamnyam. Hay un ordenador portátil con un mensaje en la pantalla. La semana pasada también pero no recuerdo el mensaje. Seguramente era otro pero no puedo asegurarlo.

Ordenador portátil con el mensaje Do cuts work en la pantalla

Me meto en el papel de detective. No soy capaz de recordar qué ropa vestía Job la semana pasada. Por comparar. Comienzo a investigar unos papeles colgados en la pared aunque seguramente no tengan nada que ver con el trabajo de Job. ¿O sí? Valcárcel Medina, repetir varias veces una acción… Podría ser.

Informe Valcárcel Medina colgado en el Nyamnyam

Debería relajarme. Los anfitriones me parecen más relajados que la semana pasada, pero a medias. Iñaki sí, a Ariadna la noto nerviosa. Me parece entender que hoy no vamos a comer antes de la acción. Pero lo entiendo mal. Nos piden que nos sentemos a la mesa. Ariadna me coge por el brazo y me conduce al mismo sitio donde me senté la semana pasada, en una esquina de la mesa. Job se sienta en el mismo sitio donde se sentó la otra vez. A parte de los anfitriones sólo veo a otra persona que repite y se sienta en el mismo lugar que la semana pasada. El plato roto sigue en medio de la mesa, exactamente en el mismo lugar. Las ensaladas de primer plato también me parecen idénticas. Y la olivada. Ariadna no puede sentarse a mi lado, como hizo la otra vez, porque a mi lado se sienta mi chica. Pero Ariadna se sienta a su lado. Iñaki presenta las ensaladas ante el silencio del respetable. Pienso que cuando pase un rato seguramente el silencio se volverá bullicio, como la vez anterior. Es cuestión de que la comida y la bebida hagan su efecto. Iñaki añade algo sobre que cuando era pequeño le gustaban las naranjas. Ese comentario me resulta inquietante. Como un toque poético fuera de lugar, algo impostado. ¿Cosas de Job? Tomo un poco de vino y me relajo. Voy a disfrutar de esta comida. No tengo ni siquiera porqué escribir sobre esto. Yo ya he cumplido mi parte del trato. No quiero ser prisionero del papel que el maquiavélico Job ha diseñado para mí o, peor, del papel que yo imagino que él ha diseñado para mí, porque Job y yo no hemos hablado de esto abiertamente. Voy a disfrutar de la comida. Aunque sea una comida repetición de la comida de la semana pasada. La disfruté mucho la semana pasada, así que me dispongo a volver a disfrutar. Iñaki presenta cada plato que se sirve. De segundo hay risotto con mizune, como la semana pasada. De tercero hay albóndigas. Espera, un momento, la semana pasada había burritos.

Risotto con mizuneAlbóndigas

Entre el risotto y las albóndigas me levanto a por más vino. Cojo una jarra vacía cerca de donde está Job y voy a la cocina a llenarla. El vino, del Montsant, como la otra vez, se pilla de unos garrafones. La semana pasada tuve que preguntar cómo funcionaba el dosificador. Esta vez ya sé cómo va. El silencio del principio se ha convertido en charla animada y risas. Cuando vuelvo me reclaman que devuelva la jarra que acabo de llenar. Ya estamos en confianza. Devuelvo la jarra, pillo otra y me voy a por más. Luego, como la semana pasada, voy al lavabo. Y soy consciente de que estoy repitiendo la misma acción. Por eso, al mirar por la ventana, recuerdo que la semana pasada tuve la tentación de tomar una foto de las vías del tren con mi móvil. No la tomé. Pero esta vez sí que la tomo. Me siento atrapado en el tiempo. Ya nada es natural. Pero sólo para mí y quizá para esa chica que ha repetido también. Y para Job y los anfitriones del Nyamnyam. Y para otro chico que ha llegado cuando ya todo había comenzado pero que se ha sentado en el mismo sitio que la otra vez. Y quizá otro chico más, no estoy seguro. Para el resto de comensales (somos 18, creo) es su primera vez. El plato roto se está desintegrando. La semana pasada nadie lo tocó en toda la comida.

Plato rotoPlato roto

Vuelve a aparecer en la mesa la maravillosa edición del libro de César Aira. Ahora ya no sé si aparece en escena porque estaba previsto así desde el principio o porque Job ha decidido reproducir lo que pasó en la comida anterior. Por casualidad no me lo creo: sería demasiada casualidad. En cualquier caso lo vuelvo a coger y lo ojeo. Pienso que, si vuelvo al Nyamnyam en las dos sesiones que quedan este mes y cada vez leo unas páginas, al final me lo acabaré. Pero no puedo resistir la tentación de comenzar desde el principio y, como la semana pasada, no consigo pasar de la página 6. Por más que lo intento, cuando estoy a punto de pasar de página, alguien me habla o llega el postre (tarta tatin, como la vez anterior) y no puedo continuar.

El todo que surca la nadaPágina 6 del libro El todo que surca la nada de César Aira

Esta vez aún es más tarde, las cuatro y media o así, cuando los primeros comensales comienzan a marcharse. Y entonces Job dice que va a coger el ordenador y que va a enseñarnos cosas. Se hace el silencio. Pero el ordenador no tiene batería. Aquí me falla la memoria. Quizá esta vez haya bebido demasiado vino. No he dicho que no ni una vez cuando me lo han ofrecido. Como si saliésemos de la ficción para entrar en el comentario de la acción, prácticamente he borrado de mi memoria lo que dijo Job. Sólo recuerdo que Job cuenta que hay alguien que tiene (o tenía) la misión de anotar lo que está pasando. Pero que la semana pasada, a esta persona le hicieron creer… no me acuerdo, ¿que había alguien más? Es como si me hubiesen drogado. No recuerdo este punto. Aunque precisamente me interesa bastante. Una chica dice que ella se enteró de esta intervención porque leyó desde su móvil un relato en internet de lo que aquí había sucedido. No recuerda dónde pero dice que una vez comenzó no podía parar de leer. Job le dice que eso lo escribí yo. Momento raro. Como un careo. La chica dice que el texto le recordó mucho al estilo de un escritor pero no quiere decir su nombre. Me dice que luego me dirá qué escritor es, si le prometo no decírselo a Job. ¿Por qué no voy a decírselo a Job? Le digo que si me lo dice yo se lo diré a Job. Todo esto lo hablamos con todos los comensales sentados en la mesa (con los que quedan). Más tarde, en privado, la chica me da el nombre, a mí y a Job: Alejandro Zambra. No lo conozco. Por la noche lo busco y leo algún artículo que encuentro en su web. Me parece interesante. Intento releer el texto que escribí sobre la sesión anterior intentando buscar coincidencias con el estilo de Zambra. Me parece excesivo. Dejo el asunto. Pero volvamos a la sobremesa del Nyamnyam. Job desvela más cosas. Me recuerda a las novelas policíacas o a los episodios de Magnum en el que al final se desvelan todos los detalles. Esta chica que ha hablado, por ejemplo, tenía la misión de que en la mesa siempre hubiese vino. El chico que dejaron pasar en la puerta tenía que traer pan porque se lo pidió él. La chica de la bici también trajo pan pero porque el chico tuvo problemas y parecía que no iba a poder venir, aunque al final vino. Habían quedado que Iñaki y Ariadna no dirían o no harían ciertas cosas. Pero las han hecho o las han dicho. Incluso Job también ha hecho algo que dijo que no iba a hacer. ¿Dar explicaciones, quizás? No sé, ya digo que no me acuerdo muy bien. Me parece que todos estamos muy animados. El sol entra por las ventanas, como la semana pasada, pero hace más calor. Muchos nos hemos sacado los jerséis y estamos en camiseta de manga corta. Ah, sí, ahora recuerdo. Job nos reparte unos libros que son un catálogo de su exposición Un altre paradís sense clavegueram. La expuso en el desaparecido Espai Zer01 de Olot, en 2008. En esa exposición metió un árbol en la sala de exposiciones. Nos muestra una de las fotos del libro, en la que el árbol está ya dentro pero todo está a medio acabar. Y nos pide que lo importante de hoy es que nos quedemos con esa imagen. Y nos cuenta cosas sobre esa exposición y sobre estos catálogos que nos ha repartido, que dormían en el Nyamnyam desde hace tiempo. Es decir, no lo traía preparado. Esto se lo ha sacado de la manga justo antes de que llegásemos. En fin, la gente comienza a marcharse pero muy lentamente. Iñaki me dice que tiene una reunión a las cinco y media. Nos levantamos, fumamos en el rellano de la escalera, con Job. Alguien prepara café. Yo hoy no he recogido ni un plato, la semana pasada sí. Tengo mala conciencia. Hablamos sobre lo que pasó la semana pasada y esta especie de repetición. De cómo se comienzan a superponer capas, de cómo el texto que escribí es otra capa que comienza a modificar también la acción. Job dice que esta vez estaba más tranquilo y eso no le gusta. Que esta vez ha salido peor. Que no ha conseguido poner nerviosos a Iñaki y Ariadna. Se lo discuto. Me habla de Synecdoche, New York, una peli en la que el protagonista construye una réplica de la ciudad de Nueva York en el trastero de su casa para su obra de teatro. Y de cómo, curiosamente, se ha acusado a esta película de ser un plagio de un libro cuyo título, perdonadme, no recuerdo. Son las seis y pico. Le pregunto a Iñaki sobre la reunión que tenía a las cinco y media. Ya acabó, la tuvo en una habitación. Realmente llevamos mucho rato aquí. Job pregunta si hemos visto La mélaconlie des dragons de Philipe Quesne. Le dediqué un pequeño post hace cinco años. Lo releo ahora, sobre todo los comentarios, y me parece que tiene mucha relación con esta intervención de Job en el Nyamnyam. Hablamos de Rodrigo García. Job me pide nombres de gente interesante de la escena, de ahora. Le doy algunos que se me ocurren a bote pronto. Job comienza a contar anécdotas. Nos habla del origen de su apellido, que comparto con él, de su familia. Nos habla de que conoció a un operador de cámara catalán que trabajó con Herzog. Y de un vídeo que Job hizo basado en el inicio de una peli de Herzog en la que trabajó el cámara: Aguirre, la cólera de Dios. Y abre el ordenador y nos enseña su vídeo.

En esto de Job es muy diferente si te quedas un rato o te quedas hasta el final. Los que tenían prisa han disfrutado de una comida excelente. Los que se han quedado más tiempo han descubierto ciertas claves en la sobremesa y se han llevado un libro. Los últimos han tenido la oportunidad de charlar, de darle vueltas a lo sucedido, de escuchar otras historias y hasta de ver un vídeo. Es muy tarde. Más de las siete de la tarde. Ya no queda nadie. Bueno, sí, un ser minúsculo que se está probando mis botas. Las recupero, nos despedimos y mi chica y yo nos vamos a dar un paseo en bici por la playa, que está a cinco minutos. El jueves que viene volveré.

Un ser minúsculo probándose mis botas

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Notas que patinan #39: Un grupo de gente alrededor de una mesa

Jueves, una y media de la tarde. Estoy acabando de regar el jardín. Miro el reloj. Se me hace tarde. Me pongo mis botas de skinhead (no) punk (de espíritu, a veces) ¡escritor? (eso dice la wikipedia española). Me pongo mis botas de imitación de escritor (las originales son demasiado caras -aunque si aguantan veinte años quizá no lo sean tanto-). Imitación de escritor me parece muy apropiado. Pillo la bici y bajo a la calle. Mientras cruzo las Ramblas pienso en que mi bici lleva más de quince años llevándome a sitios interesantes. Son muchos años. Mientras atravieso Sant Jaume me invade un sentimiento de profundo agradecimiento hacia mi bici. Principios de marzo, la primavera ya casi se huele. Cruzo la Via Laietana, una calle que sólo me resulta agradable cuando bajo por ella en medio de una manifestación. Una calle con cinco carriles para los coches no es una calle, es una autopista.

Stop pujades

Atravieso Bòria, Plaça de la Llana, Carders y Corders. Me desvío de la ruta que te recomendaría alguien como Google Maps para bajar por Allada Vermell y pillar Princesa en dirección a la entrada del Parc de la Ciutadella. Siempre que tengo la oportunidad me gusta cruzar la Ciutadella. Aunque tenga que dar un rodeo. Me pasa lo mismo con los jardines de Rubió i Lluch, donde la Biblioteca de Catalunya. Antes de entrar en la Ciutadella pienso en qué se podría convertir el Mercat de les Flors en una Barcelona ucrónica. Barajo la posibilidad de prenderle fuego al edificio como en otros tiempos se quemaban iglesias. Me saco el móvil del bolsillo y me envío un mail a mí mismo para acordarme de esta idea. Recuerdo que llevo más años haciendo eso que montando en mi vieja bici. No recuerdo si empecé antes o después de ver Memento. Atravieso el parque en bici. Recuerdo la época en la que lo atravesaba cuatro veces al día para ir de casa a la oficina. La época en la que trabaja para el mal, en Matrix. Bajo por una rampa que antes no existía. Voy a subir por una rampa no oficial, lo que se conoce por un caminito del deseo, pero justo antes de subir me rajo por miedo a pegarme una hostia. Pienso que hace unos años no me hubiese rajado. Pero luego me acuerdo de una gran hostia que me di a pocos metros de ahí. Una hostia que partió el cuadro de la bici en dos. Mi bici agradece que dé un rodeo. Salgo del parque, pongo rumbo a Poblenou y antes de que me dé cuenta estoy delante de la puerta del edificio donde se encuentra el Nyamnyam. Ato la bici a un árbol (algo ilegal en Barcelona, como casi todo lo que se puede hacer en la vía pública) y entro en este edificio semi-industrial al lado de las vías del tren. Ahora que lo pienso voy a ver algo de un ciclo que lleva por título Todo lo que me gusta es ilegal, inmoral o engorda. Además, una vez sales de lo que podríamos llamar las murallas de Barcelona la vigilancia policial se relaja. No hay nada que temer por cómo he aparcado la bici. Pienso en cómo de adiestrados estamos. Las dos menos cinco. Subo en el ascensor con dos chicas que van al mismo sitio que yo. Llevo toda la mañana sin hablar con nadie. Cuando me preguntan a qué piso voy, me corto un poco porque sé que ellas y yo vamos a comer juntos, seguramente en la misma mesa. Lo deduzco del título de la sesión: Un grup de gent al voltant d’una taula. En el sexto piso hay más gente esperando. La puerta del Nyamnyam está cerrada. Pregunto si están esperando para entrar al Nyamnyam. Otra chica me dice que sí. Era evidente, Rubén. No nos hacen esperar apenas. Al entrar hay que descalzarse. Es por el suelo de madera. Yo ya lo sabía porque no es la primera vez que estoy aquí. Me despojo de mis botas imitación de escritor. Eso lleva su tiempo. Levanto la mirada y saludo a Ariadna Rodríguez e Iñaki Álvarez, los amos y habitantes del Nyamnyam. Miro un poco más allá y veo a Job Ramos, el artista invitado, a quien conocí en la primera sesión de este ciclo, en enero. Él entonces era público, la artista entonces era Anne Lise le Gac. Saludo a Job. Me dice que él no es Job, que Job es ese que está ahí. Lo siento. Bueno, me presento entonces. Ahora que me han dicho quién es Job me acuerdo perfectamente de Job. Me da la impresión de que Ariadna e Iñaki, los anfitriones, están nerviosos. Busco a Iñaki para hablar con alguien conocido. Iñaki se ocupa de los fogones, de la comida. Me dice que han sufrido pero que está todo a punto. La mesa está puesta en medio del espacio. Una gran mesa, con mantel de cuadros. Hay agua y vino tinto en jarritas.

Mesa del Nyanmnyam

Ariadna nos dice que esta vez se comerá primero. No es lo acostumbrado. Pero no nos decidimos a sentarnos. Me doy un paseo por el espacio. Chafardeo lo que ha cocinado Iñaki: veo un risotto. Me fijo en un diagrama enorme dibujado con lápiz en la pared. Me doy cuenta de que pertenece a la intervención del mes pasado, la de Aimar Pérez Galí: Fermentatione Communitas: Todo lo que me gusta es relacional, multifocal o engorda. Me entretengo explorando todo el diagrama. Paso varias veces por encima de cada detalle porque estoy algo incómodo, no sé dónde colocarme ni qué hacer. Entonces una chica me saluda. Me suena mucho su cara pero no consigo identificarla. Ese tipo de situación. Dudo por un momento si fingir que sé quién es pero rápidamente me decanto por confesar que no me acuerdo, disculpándome mucho. Me recuerda que nos conocimos en la fiesta de presentación de Teatron.Tinta. Que en esa fiesta yo cantaba. Rebobino todo lo rápido que me permite mi cerebro para asegurarme de que no tengo nada de lo que avergonzarme por aquella actuación. No consigo convencerme de que esto sea así. Ella me dice que se leyó mi libro. Pienso en las botas de escritor. Pienso en que he ido al Nyamnyam para escribir sobre lo que voy a ver. Me avergüenzo de nuevo por ir llamando tanto la atención y molestando a la gente. El libro le gustó. Menos mal. Me pregunta si no voy a escribir la continuación. Yo no he venido aquí para hablar de mi libro pero le doy todo tipo de detalles y explicaciones. A su acompañante también le gustó el libro. Ah, viene con acompañante. Nos llaman para comer. La gente ya se ha sentado. Su acompañante tiene sólo una silla vacía a su lado. La de ella, claro. Había encontrado una amiga con la que hablar. Eso lo hacía todo más fácil. Pero ahora me tengo que buscar la vida. Somos una docena de personas, más o menos. Me siento en el único hueco que encuentro, en la esquina de esa gran mesa cuadrada. Iñaki presenta los primeros platos: unas ensaladas y una olivada. La olivada ya la probé otro día y sé que va a estar buenísima. Todo está buenísimo en el Nyamnyam. Esto es así. A mi izquierda hay un asiento vacío pero a continuación hay otra chica francesa que parece entrenada en este tipo de situaciones. Es decir, me da conversación. Me pregunta si vivo por aquí cerca. Le cuento de dónde vengo y ella me cuenta de dónde viene ella y a qué se dedica mientras nos abalanzamos sobre las bandejas y nos vamos sirviendo comida, agua y vino. Ariadna se sienta a mi lado con su hija de poco más de un año. Cuando se acaba el primer plato todos estamos mucho más relajados, la mayoría hemos bebido vino del Montsant y charlamos animadamente, como si ya nos conociésemos de toda la vida. Se retiran los platos y se sirve un risotto con mizune, que es una hierba parecida a la rúcula. Cuando llego a casa, descubro que es de origen asiático, china o japonesa. Me intereso por la planta e Iñaki me da una hoja. Me la como cruda, tiene un sabor fresco, refrescante. El sol entra en el espacio por las ventanas que dan a la vía del tren. Las ventanas están abiertas, no hace nada de frío. Se está muy a gusto. Me acerco a la cocina para rellenar la jarra de vino. El siguiente plato son dos burritos hechos con una tortilla que traen de México. A esas alturas me doy cuenta de que pasan ya de las tres de la tarde. La acción estaba prevista que acabase a las tres. Me levanto para ayudar a recoger los platos de los comensales antes de que se sirva el postre: tarta tatin. Miro a Job. El tipo está a su rollo, tranquilamente, no parece inmutarse lo más mínimo por el hecho de que sea tan tarde y que aquí no haya pasado nada. ¿Pero no ha pasado nada? Lo comento con mi ya amiga francesa. Me hace observar que hay un plato con ensalada roto en mitad de la mesa desde que nos hemos sentado a comer. Aunque ya hemos llegado al postre nadie lo ha tocado todavía.

Plato roto

Eso me hace sospechar que quizá haya otros detalles que me estoy perdiendo. Lo hablo con Ariadna. Ella me dice que han corrido la voz de que hay alguien que está tomando nota de todo lo que está pasando. También me dice algo así como que habían pensado en hacerme creer que yo soy esa persona. ¿Pero qué quiere decir eso exactamente? Yo he venido con esa secreta misión. Por eso me he puesto las botas de imitación de escritor. ¿Pero hay alguien más? Me da la oportunidad de contármelo pero le digo que preferiría no saberlo. Son las cuatro y Job tan tranquilo. Noto que Ariadna tiene ganas de confesarme cosas pero evito esa situación. Ella también se reprime. Le digo que me he dado cuenta del plato roto. Me dice que hay más detalles ocultos. No sabe si hablar. No quiero que ella me los descubra. No sé quién me dice que le preguntaron a Job si le daba igual que esos detalles ocultos no los descubriese nadie. Creo recordar que la respuesta de Job fue que eso sería perfecto. Son las cuatro y veinte. Parece que nadie tiene prisa. Pero no, las chicas que subieron conmigo en el ascensor deciden irse. Y entonces alguien le señala a Job este hecho y le pregunta que si no cree llegado el momento de mover ficha. O algo así. En realidad yo también estoy muy relajado y aunque se supone que estoy anotándolo todo mentalmente no es verdad. Pero un momento. Yo no venía con ese objetivo. Me estoy comenzando a meter en un personaje que yo no he elegido. Pero ya es tarde. Comienzo a mirar cualquier detalle del espacio con lupa. Ariadna me enseña un libro chulísimo de una editorial de Buenos Aires encuadernado con cartones recogidos de la calle. El libro es de César Aira cuando nadie conocía a César Aira y César Aira era un tipo como nosotros. Eso me dice Iñaki. Ojeo el libro. Leo un pasaje en el que el narrador cuenta cómo observa a la gente como un escritor. Me río.

Frascos blancos

No le quito el ojo a Job. Job se levanta, intercepta a las chicas y parece que comienza a darles algunas explicaciones. Pero yo no me levanto. Las chicas, que parecía que se iban, se vuelven a sentar en la mesa, junto a la chica que me habló de mi libro, su compañero y Job, que se saca un portátil de la manga y lo abre mientras habla con toda esta gente. Es demasiado para mí. Me levanto y, disimuladamente, con la copa de vino en la mano me coloco detrás de ese público a una distancia prudencial. Y afino el oído. Desgraciadamente he llegado demasiado tarde. Me he perdido el principio, no sé de qué hablan y no escucho muy bien. Mientras Job les muestra un vídeo en el que se ven unas pistas de atletismo rodeadas de árboles que, en realidad, son sólo unas fotografías que sostiene una mano delante de la cámara para luego mostrar el verdadero paisaje (o algo así porque no me estoy enterando de nada), oigo que Job les dice que él va a hacer la voz en off del vídeo, que en realidad, según él, es muy interesante. Pero la chica a quien invita a que se acerque a escuchar el audio del vídeo declina su invitación. Ya no lo resisto más y me acerco y miro descaradamente, aunque permanezco detrás del público a quien se dirige Job. Y entonces oigo que Job dice que él ha decidido no hacer absolutamente nada. Que su idea inicial era que el público fuese el mismo durante los cuatro jueves que dura su intervención pero que los organizadores le dijeron que eso era prácticamente imposible. La idea era que el primer jueves la gente comiese a su rollo y alguien anotase todo lo que pasaba. No me acuerdo qué es lo que tenía que pasar el segundo y el tercer día pero todo tenía que ir desembocando en una jornada final en la que todos los movimientos de los comensales estuviesen absolutamente coreografiados para reproducir esa primera comida con la ayuda de uno o varios apuntadores. Y que abandonada esa idea por sugerencia de los anfitriones, que sí, que ha hecho micro-instalaciones invisibles (como llenar una estantería de botes de color blanco o colocar de una determinada manera las cortinas) pero que sólo lo ha hecho para tranquilizar a los organizadores. Para mantenerlos entretenidos y ocupados durante la preparación de la intervención. Que eso ya es hacer mucho, que le ha dado mucho trabajo. Que cómo vas a intervenir la comida de Iñaki, que es un tipo que cocina asi de bien (y con una materia prima excelente, añadiría yo). Y que no cree que nadie del público que ha venido tenga queja porque ¿dónde comes así, en Barna, y con este ambiente, por 12 euros?. Y el tipo nos suelta que espera que pueda ir a peor, que espera que el proximo día pueda ser todo un poco menos intenso. Salimos al rellano descalzos. Noto el suelo algo frío. Me fumo un cigarro con Job, Iñaki y algunos comensales más. Entro de nuevo. Me pongo las botas de imitación de escritor. Me despido de los pocos que quedan. Bajo en el ascensor industrial. Pillo la bici y me voy.

Cortinas del Nyamnyam

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Notas que patinan #38: Cris Blanco en el CA2M

Como os decía en mi anterior post (lo prometido es deuda), el día de San Valentín fui al Centro de Arte 2 de Mayo (CA2M) de Móstoles para ver la presentación de Cris Blanco en el ciclo ACENTO. ACENTO consistió en tres días de presentaciones públicas a cargo de los artistas que el año pasado obtuvieron las residencias que ofrecían conjuntamente La Casa Encendida y el CA2M para apoyar la creación dentro del campo de la danza y el trabajo con el cuerpo. Esta era la imagen promocional (extraída del proyecto Elpid’arc, de Elpida Orfanidou y Juan Perno).

Acento

El objetivo era que los artistas hablaran o mostraran algo del trabajo desarrollado en esas residencias. En algunos casos ese trabajo ha desembocado ya en una pieza y en otros aún se está desarrollando. O sea que, a lo bruto, asistiendo a un par de días de presentaciones (en total fueron tres) me descubrí haciéndome preguntas como esta: ¿podríamos decir que toda la movida de revalorización de los procesos creativos, todo eso que llevamos una década más o menos llamando el proceso, ha llegado ya por fin a las instituciones? Y no sólo eso. En mi brutez, leyendo el texto de la página web de La Casa Encendida (que dice así: En estos días ambas instituciones quieren poner el acento en la reflexión que parte de la propia producción artística a través del cuerpo, entendiendo este como cuerpo social, como una construcción política productora de saberes desde lo sensible) pensé: ¿será posible que esta manera de expresar estos conceptos ya sea oficial? Pues parece que así es, señoras y señores. ¿Y qué pasa? Pues no pasa nada, que lo que antes íbamos a ver en los sitios más undergrounds, para escándalo de algunos, ahora lo vemos en edificios con buena calefacción y cómodas butacas, seguramente para escándalo de otros. De hecho, da que pensar porque el dinero con el que algunas estructuras independientes de la Península Ibérica apoyaban a los creadores hace unos años me temo que es bastante similar, si no superior, al que disponen actualmente los gestores de estos programas en instituciones como La Casa Encendida o el CA2M para dar este tipo de residencias a los creadores actuales. He oído que a las nuevas convocatorias de residencia para el año 2014 se presentaron más de 300 proyectos, de los cuales han sido elegidos únicamente ocho: los de Tania Arias, Esther Arribas, Tamara Ascanio, Ben Evans, Nilo Gallego, Oriol Nogues, Emilio Tomé y PLAYdramaturgia con Jorge Anguita. Dadas las circunstancias, los responsables de esos ocho proyectos se habrán puesto muy contentos. Aunque, aproximémonos un poco más. La dotación económica es de 2.000 € con impuestos incluidos. Eso quiere decir que si estás en el régimen de autónomos te quedan 1.653 € después de quitarle el IVA y 1.305 € después de restarle la retención del IRPF, a lo que habría que descontar la cuota de autónomos de la seguridad social (si sólo pagas un mes son 261 €). Te quedan 1.044 € limpios (a no ser que pagues más meses de seguridad social, que sería lo suyo en condiciones normales si vas a trabajar más de un mes). Y sin contar gastos de material o viajes y alojamiento, en el caso de que no vivas en Madrid. Y si sois más de uno en el proyecto pues habrá que dividir ese dinero. Dada la escasez actual, por supuesto, es para ponerse muy contentos. Al menos tienes un espacio para trabajar. Pero después de hacer las cuentas también puede ser que te dé por ponerte a llorar. Incluso es probable que rías y llores al mismo tiempo. También es triste descubrirse pensando que estas residencias deberían ser para gente que empieza. Muchos de los nombres de los elegidos ya tienen una edad y una trayectoria que, en otras circunstancias, en mi opinión, no deberían necesitar presentarse a este tipo de convocatorias. Pero, una vez más, estamos donde estamos.

Otra hipótesis sobre el agitador Vórtex.

Pero yo iba a hablaros de la presentación de Cris Blanco: Otra Hipótesis del Agitador Vórtex. Cris está trabajando en su próxima pieza escénica, que se llamará El Agitador Vórtex. En octubre, en los Apuntes en sucio de Pradillo, pudimos ver un primer acercamiento escénico, La Hipótesis del Agitador Vórtex, montado en dos semanas. En el CA2M, Cris optó por una charla con mesa, ordenador y pantalla gigante, al estilo de su Ciencia ficción (que, por cierto, llenó unos días antes La Pedrera de Barcelona dentro del ciclo Noves escenes noves mirades). El set en el CA2M tenía más o menos este aspecto.

Cris Blanco antes de la presentación de Otra Hipótesis del Agitador Vórtex

Para quien no sepa aún de qué va el proyecto de Cris, para empezar el agitador Vórtex es un aparato utilizado en los laboratorios para mezclar líquidos. Partiendo de ese cacharro y del Animalario Universal del profesor Revillod, de Miguel Murugarren y Javier Sáez, Cris decidió hacer un juego para saber con qué tipo de formato y contenido le gustaría trabajar. Ese juego, como nos contó ella misma, derivó en fantasear con crear diferentes criaturas escénicas mezclando géneros y formatos teatrales y cinematográficos, intentando así mezclas imposibles como una zarzuela / de suspense / con artes marciales, una performance conceptual / de acción / en verso, un espectáculo de revista / futurista / con trucos de magia o un vodevil / época guerra civil / con danza contemporánea. Para que nos entendamos, partiendo del citado animalario (esto de aquí abajo sería un ejemplo del tipo de bestia que podría construirse con él)…

…llegaríamos a esto (la imagen es un collage realizado por Cris Blanco).

Como podéis comprobar en esta imagen, ese libro, el animalario, sigue ahí, como libro de cabecera, sobre la mesa de Cris (a la derecha, debajo del foco).

Aspecto que tenía la mesa de Cris Blanco antes de la presentación de Otra Hipótesis del Agitador Vórtex

Pero la idea de Cris parece que ahora se va concretando en algo parecido a realizar una película en directo y en escena. Una película que sea una remezcla de géneros. Para empezar la charla, Cris mostró el vídeo estilo peli de zombies que preparó para el inicio de los apuntes de Pradillo, en el que, en un plano subjetivo, veíamos el brazo de un zombi que se acercaba a Pradillo desde la calle y acababa entrando en la misma sala donde se encontraba el público. A continuación mostró trozos del registro en vídeo de aquella presentación escénica, como la espectacular entrada de Cris haciendo acrobacias vestida de superheroína o el duelo de esgrima con un espadachín que saltó al escenario desde el público para atacarle (la versatilidad de Cris Blanco nunca dejará de sorprendernos). Pero una vez puestos al día sobre el episodio anterior, el de Pradillo, Cris se centró en esas nuevas ideas en las que trabaja ahora, más enfocadas a la realización de cine en directo. Y, metida ya en materia, nos contó su fascinación por las películas suecadas, el subgénero que se ha generado a partir de la película Rebobine por favor de Gondry. En esa película los personajes se ven obligados a sustituir las cintas de las películas del videoclub donde trabajan por versiones caseras de esas mismas películas rodadas por ellos mismos con sus propios medios.

En esa línea, Cris nos enseño proyectos en los que se está inspirando, como esta versión de Spiderman. En el vídeo podéis ver la versión original junto a la copia casera.

También nombró esta escena de Matrix, que a mí me parece aún más espectacular.

Y entonces nos contó cómo está aprendiendo los rudimentos de la realización cinematográfica a través de tutoriales colgados en Youtube y nos mostró un par de trucos que ha ido aprendido. Por ejemplo, subiéndose a un mueble a una distancia de un metro del suelo y con la ayuda de una maqueta casera construída por ella misma y las imágenes que recogía una cámara de vídeo, que el público veía en una pantalla gigante, consiguió que sintiésemos el vértigo de acercarse a la cornisa de un edificio como si se fuese a lanzar al vacío sobre la calle de una ciudad cualquiera. También vimos cómo Batman la sostenía en el aire desde esa misma cornisa amenazándola con arrojarla al vacío. Realmente lo vimos.

Imagen de una maqueta en Otra Hipótesis del Agitador Vórtex de Cris Blanco

Conseguido el objetivo de transmitir al público esa ilusión, la problemática que Cris compartió con el público fue la del tedioso tiempo de espera necesario para preparar los elementos de la siguiente escena. Para solucionar este pequeño problema, Cris ha ideado unas gafas especiales, al estilo de las gafas 3D, para que el público vea su espectáculo. Se trataría de unas gafas negras y opacas que el público debería ponerse en esos intervalos de montaje y quitarse cuando se produzca la acción. Cris ha pensado ya el diseño de las gafas. Sería algo así.

Gafas que ha previsto Cris Blanco para el futuro espectáculo El Agitador Vórtex

Para acabar, Cris nos mostró unos emocionantes títulos de crédito caseros realizados en directo cuyo procedimiento no desvelaré por mantener algo del misterio del camino que pueda tomar en el futuro este maravilloso proyecto en el que, Cris Blanco, una vez más, partiendo de objetos cotidianos, cultura pop, trucos a la vista y detalles aparentemente insignificantes, abre las mentes de los que la seguimos para mostrarnos algo así como la magia de lo que nos rodea e invitarnos a que nosotros mismos abramos las puertas de nuestra percepción acompañándola para cruzar al otro lado. Y sin utilizar drogas, que tiene su mérito. Yo lo veo así. Permitidme que me ponga metafísico. Está previsto que El agitador Vórtex se estrene en septiembre. Lo seguiremos de cerca.

Pero no quisiera acabar esta larga nota sin hablaros de la sesión del miércoles 19 de febrero de Pero…¿esto es arte?, dentro de las actividades de la Universidad Popular del CA2M. Una sesión conducida por la maravillosa Vito Gil-Delgado, educadora del CA2M, en la que también intervino Cris Blanco y a la que tuve el inmenso placer de asistir hasta un punto de emoción que confieso no haber sentido en un contexto similar en mucho tiempo.

Vito cuenta muy bien de qué va la historia en este vídeo que os he puesto aquí arriba, en el que también aparece Cris Blanco creando las condiciones necesarias para que Vito pueda dar su charla cómodamente. Ese era el objetivo que se marcó Cris Blanco en su intervención. Pero en esta ocasión fue el público el encargado de llevarlo a cabo. Todo empezaba con Vito sentada en esa mesa frente al público de la sala, que esperaba el inicio de la charla. Cris, sentada entre el público, activaba el artefacto diciéndole al oído a quien tenía sentado a su izquierda que pasase un mensaje hasta llegar a la persona del público que estaba en el extremo derecho de la primera fila. El mensaje era que mirase debajo de su asiento. El público fue pasando ese mensaje. Debajo del asiento de la persona a quien iba dirigido el mensaje había una cartulina con otro mensaje destinado al resto del público. El mensaje era que cada uno mirase debajo de su asiento donde cada persona del público encontró más instrucciones.

Instrucciones de Cris Blanco para el público

Al estilo de una rube goldberg machine cada acción desencadenó otras acciones que, al final, desembocaron en la creación de las condiciones adecuadas para que Vito pudiese comenzar su charla. Por ejemplo: conectar el proyector o acercarle el micro a Vito. Hasta que Vito no lo tuvo todo no dio comienzo la charla. Por supuesto, hasta llegar hasta ahí pasó de todo y se produjeron errores no previstos de todo tipo: instrucciones que no se obedecieron, que se malinterpretaron, que se repitieron más de la cuenta… Un caos maravilloso que, como de milagro, acabó por resolverse felizmente.

La charla que se produjo a continuación de la acción de Cris, con una abundante y fluida participación del público asistente, con un enorme y tremendamente fructífero respeto por las opiniones e incluso los prejuicios de cada uno, con una sensación de sincera fraternidad difícil de encontrar me dejó como a una vieja emocionada a quien le devuelven la ilusión perdida en el futuro de la Humanidad. La charla hizo verdadero honor a la cita de Valcárcel Medina que encabeza la descripción del curso: Hay que dar la conferencia que uno no se sabe, y hay que procurar no sabérsela al terminar. Cuanto menos sepamos, más alta podremos llevar la cabeza al sentarnos ante la audiencia. Aunque desde el primer momento Vito invitó al público a que la interrumpiese (cosa que el público aprovechó de una manera armoniosa), la charla fue avanzando sin pausa mostrando ejemplos de arte moderno que cuestionaban el tradicional papel del arte y que dieron pie a las más interesantes y controvertidas discusiones con un público al que se había convocado sin necesidad de que dispusiese de ningún conocimiento previo y al que afortunadamente no se pretendía adoctrinar. Se habló de que el arte pude ser intentar lo imposible, de no subestimar lo que es capaz de hacer un artista de los 70 (aunque sólo sea para llamar la atención), de la destrucción del capitalismo a través de la siesta, de la diferencia entre arte y activismo, entre deceneas de otros temas. Al acabar me descubrí pensando con más fuerza que nunca que todo esto servía para algo. Llamadme iluso, me va a dar igual.

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Notas que patinan #37: Los Torreznos en el CA2M

Me acerqué al CA2M de Móstoles para la presentación de Cris Blanco en el ciclo ACENTO. Pero eso os lo cuento en el siguiente post. De rebote, al llegar al CA2M me encontré con la exposición de Los Torreznos (Rafael Lamata y Jaime Vallaure): Cuatrocientos setenta y tres millones trescientos cincuenta y tres mil ochocientos noventa segundos.

Los Torreznos

Lo primero que vi, mejor dicho, que oí, fueron sus voces en el hall reclamando atención, al estilo de la megafonía de un aeropuerto. Bueno, de un aeropuerto de los de antes. Quiero decir, no como la terminal 1 del aeropuerto de Barcelona que, como me contaba el otro día Javi Álvarez (que también estuvo la semana anterior en el CA2M en las sesiones de Cine Revelado organizadas por Playtime), es una megafonía que emite un mensaje que se desactiva a sí mismo porque sólo dice algo así como que por esa megafonía no se emitirá ningún mensaje (¡menuda obra conceptual!). Volviendo al hall del CA2M, allí se oían cosas como: ¡Atención! (así, a secas). O: Por favor, no intenten ir deprisa; Por favor, un poco de flexibilidad siempre es bienvenida, gracias; Por favor, caminen más deprisa, gracias. Entre una cosa y otra pasé tiempo en ese hall, diría que siempre escuchando alguna frase nueva. Más tarde pillé el ascensor y allí me topé de nuevo con las voces de Los Torreznos. Esta vez iban diciendo la hora exacta, uno las horas y otro los minutos, sin parar. Un poco después pasé por el lavabo. Allí también me esperaban los Torreznos, esta vez con Los Recuerdos: Me acuerdo de la paella; Me acuerdo de los sujetadores; Me acuerdo de las bragas. Y así todo el rato. De todas formas, yo, ocupado con otras cuestiones, pero sin tiempo para recorrer la zona expositiva, aún seguía preguntándome en qué consistiría la exposición de Los Torreznos. Más tarde me sorprendió que desde recepción me avisaran de que tenía una llamada. Un poco como antes, cuando no teníamos móviles y la gente te llamaba al bar donde esperaban encontrarte. Bastante extrañado de que alguien supiese que yo estaba en el CA2M y utilizase ese raro recurso para contactar conmigo, cogí el teléfono y una voz extrañamente familiar me preguntó, si no recuerdo mal, que cómo estaba y que qué me estaba pareciendo la exposición. ¿Perdón? Mientras reaccionaba, y antes de responder (o sea, al estilo gallego), pregunté que con quién estaba hablando. Era Jaime Vallaure, uno de los Torreznos. Le dije la verdad: que yo no había ido a ver la exposición, que no sabía si había visto la exposición porque hacía rato que me preguntaba si ahí arriba, en alguna sala, había más cosas relacionadas con la exposición o si, de hecho, la exposición era lo que os acabo de contar. Aprovechando que tenía a uno de los Torreznos al teléfono pensé que no podía perder la oportunidad de hacerle una mini-entrevista. Así que comencé a preguntar. Jaime me contó que la exposición era básicamente lo que yo ya había visto (o más bien, oído). A parte de eso, había un libro que podía consultar en el hall (y que se puede comprar o descargar gratuitamente en la web del CA2M), un par de intervenciones en el periódico del CA2M y algunas acciones puntuales. Según me contó, cuando desde el CA2M les llamaron para realizar esta exposición les dijeron que no les podían ofrecer espacio pero sí tiempo. De ahí el formato de la exposición, que ciertamente no ocupa ningún espacio sino que lo invade acústicamente. Me informó de que la misma conversación telefónica que estábamos manteniendo formaba parte de la exposición.

Los Torreznos. El teléfono, 2014

Por lo visto, según me contó él, cada día, varias veces al día, Los Torreznos llaman para intentar hablar con algún visitante. En recepción me dieron más detalles: ante la invitación a hablar por teléfono con los artistas hay gente que se presta sin más, hay gente que rehúye la invitación, hay gente que realmente había venido a ver la exposición y hay gente que simplemente pasaba por allí, buscando los servicios, por ejemplo, que están abiertos libremente al público (quien seguramente debe llevarse una buena sorpresa al toparse con la instalación sonora de Los Recuerdos). Jaime me contó que, a partir de lo que los visitantes les cuentan, Los Torreznos se plantean ir modificando alguna de las instalaciones durante el tiempo que dure la exposición, que se clausura el 18 de mayo. Yo le felicité por el currazo, él me pidió mi dirección de correo electrónico y nos despedimos. Más tarde me envió un par de imágenes con las intervenciones que Los Torreznos han realizado en el periódico del CA2M. Una la dejo aquí abajo (pinchad en ella para ver toda la tira completa) y la otra la encontraréis al final del post.

Los Torreznos. El Futuro, 2014.

A continuación me agencié el libro de la exposición que encontré en la mesita del hall y, cómodamente instalado en el sofá que tienen ahí, lo ojeé un rato. El libro, en castellano e inglés, contiene textos de Los Torreznos, Isidoro Valcárcel Medina, Black Tulip, Tomàs Aragay, Juan Domínguez, Òscar Abril Ascaso, Bartolomé Ferrando y unas cuantas firmas más. Un poco al azar, ojeando el libro, me llamó la atención una conversación entre Los Torreznos y Òscar Abril Ascaso (quien, por cierto, cotilleo, deja el Estruch de Sabadell para irse a la Laboral Centro de Arte de Gijón). La conversación gira alrededor de la performance española de los años ochenta y noventa. Allí descubrí que los componentes de Los Torreznos se conocieron en un taller de Valcárcel Medina y que fundaron los Torreznos hace 15 años (o, lo que es lo mismo, hace cuatrocientos setenta y tres millones trescientos cincuenta y tres mil ochocientos noventa segundos, que es el nombre de la exposición). Pero lo que realmente me atrapó de esa conversación fue el descubrimiento de otra presunta generación silenciada, como diría Un Perro Paco. Y van unas cuantas. Cito a Jaime Vallaure (página 46).

J.V.: (…) Entre el 90 y el 96 había bastante contacto con performers que ya tenían un trabajo fantástico, como Jaume Alcalde o Borja Zabala, pero que han sido barridos totalmente de la memoria colectiva; de la nuestra en el ámbito del arte y de la de todo el mundo en general. A mí eso me da un poco de rabia, ya que rompe la transmisión generacional. Y provoca que te vuelvas a encontrar ahora ante situaciones que ya habían sido tratadas anteriormente, y muchas veces de forma más interesante. Supongo que hace veinticinco años había más libertad y menos expectativa que en estos momentos. Y es cierto lo que dices: creo que hay un rotundo fracaso instalado en esa ausencia de memoria, como si hubiera desaparecido una civilización entera.

¿Quién es esta mano negra que se encarga de barrer ciertos nombres de la memoria colectiva y de encumbrar otros? Dejadme que os diga que a mí esta me parece una buena razón para tomarse la molestia de dejar constancia de lo que hacemos y de lo que pasa a nuestro alrededor. Y, para rematar este apasionante tema que, haciendo honor al título de estas notas, patina ya muy lejos de la exposición de Los Torreznos, dejadme que acabe con otra cita de Jaime en la página siguiente de este interesante libro.

J.V.: Al hilo de lo que dice Rafa, me viene a la cabeza lo que contaba Primo Levi sobre que los supervivientes de los campos de exterminio no fueron los más valientes, ni los más preparados, ni los más fuertes. No. Posiblemente, los que quedaron eran los menos aptos para sobrevivir. En ocasiones, en el ámbito del arte, salvando las distancias, tienes esa sensación. Es decir, el más talentoso, el más inteligente, el más preparado es el que ya no está, no aguanta el pulso. Quedan otros, o quedamos otros que no tenemos todas esas cualidades. Pero hay circunstancias, algunas incluso ajenas o no buscadas directamente, que te permiten seguir adelante sin fijarte en quién se queda por el camino.

Los Torreznos. Estábamos muy bien / Estaremos muy bien, 2014.

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Notas que patinan #36: La abducción de Luis Guzmán

Volvamos atrás en el tiempo. Más o menos diez días atras. Estoy escribiendo un incendiario post en mi habitación del hostal Santa Isabel de Madrid, en la calle del mismo nombre. He quedado en el Palentino, en Malasaña. Aviso de que llego tarde porque necesito expulsar ese post para ir con la mirada limpia a ver La abducción de Luis Guzmán al Teatro Lara. Le doy al botón de publicar, me pongo el jersey más gordo que tengo, gorro y guantes de lana, me envuelvo en un abrigo con capucha que me llega hasta los pies y salgo corriendo hacia Malasaña. Por si no ha quedado claro hace un frío tremendo para un aborigen mediterráneo asustado por el paisaje nevado que contemplaba el día anterior, quince minutos antes de llegar a Madrid, en el AVE. Atravieso como un rayo Atocha, Sol, Gran Vía, paso al lado del Home Burger de la calle Luna (precioso, buenas hamburguesas, abierto a casi cualquier hora), giro a la izquierda en la calle Pez y ahí está el Palentino, una institución madrileña.

Bar Palentino

Pido una caña y, por recomendación del amigo que me espera en ese bar, también un pepito de lomo, que dice que es lo que hay que pedir aquí. Necesito comer algo para que no me ataque el hambre luego, durante la representación: la cosa comienza a las diez de la noche, es lo que los del Lara llaman la programación off. Llegan más amigos. Se hace tarde. Corremos al teatro Lara a pedir las invitaciones que la compañía le ha dejado a mi amigo en taquilla. Una vez que me decido a pedir invitaciones al teatro en calidad de reportero y ni me contestan. Las entradas son caras: 12€ anticipada, 16€ en taquilla. A mi economía eso le parece caro. ¿Quién puede ir a menudo al teatro con esos precios? A pesar de eso las entradas están agotadas. La obra se vio hace unos meses en el festival Fringe, en Matadero, ha corrido la voz y la gente parece que quiere verla. No había ido en mi vida al teatro Lara. Hay un cartel enorme, fuera, de un espectáculo que se llama Burundanga. Un cartel de colores de esos que dan mucha grima. Me informan que Burundanga lo está petando.

Burundanga

Entramos por fin. La abducción se presenta en el hall del teatro. Las entradas no están numeradas. En la cola una señora nos llama la atención porque hemos entrado con tal ímpetu que parece que nos estemos colando. De hecho me avergüenza darme cuenta que la señora tiene toda la razón. Dicen que hay que pillar un buen sitio porque en el hall hay unas columnas que pueden impedir la visión. Entramos como en el inicio de las rebajas pero no era para tanto, las columnas no van a impedir ver bien el espectáculo. Aún y así, me aseguro colocándome en una silla en primera fila, aunque lateral. Casi puedo tocar el sofá donde se sienta Emilio Tomé, el actor que encarna a Luis Guzmán, vestido con camiseta del número 32 de los Lakers (o sea, Magic Johnson) y gorra. Come pipas y ve la tele, un programa de Carl Sagan. Así comienza la cosa. Por lo visto, el enviado de Perro Paco también estaba ese día. Él ha contado muy bien lo que vio. Incluso le reprochan que haya dado demasiados detalles sobre lo que vio. Yo sólo hablaré de lo que se me pasó por la cabeza. Reconozco que al principio me puse algo nervioso. Ya sabía más o menos lo que iba a ver, pero aún y así, no pude evitar pensar algo así como uf, teatro de texto, del rancio. Ahora se pondrán a hablar con esa cantarella que sólo oyes en el teatro y pretenderán que nos traguemos que estamos ante una situación real. No puedo con eso. Por más esfuerzo que hago, no puedo. Puedo olvidarme de eso, y disfrutar a veces, cuando escucho a una cantante interpretando un lied alemán del siglo XIX, al estilo del siglo XIX. Pero me cuesta horrores cuando esa misma cantante interpreta una canción compuesta en el siglo XXI, al estilo del lied alemán del siglo XIX, que pretende hablarme como en el siglo XXI pero con el lenguaje del siglo XIX, y el compositor y el intérprete optan por ese estilo por una pura cuestión de inercia, porque es lo único que una rancia y conservadora tradición les ha enseñado a hacer, no porque se hayan propuesto realizar algún tipo de extraño experimento. Lo mismo me pasa con ese tipo del mal llamado teatro de texto (digo mal llamado porque teatro de texto también podríamos decir que es lo que hace El conde de Torrefiel). Y creo que no soy el único. Es una de las razones por las que la mayoría de la gente que conozco me dice que no le gusta el teatro. El caso es que, teniendo en cuenta ese contexto, La abducción de Luis Guzmán está admirablemente bien construida e interpretada. Digamos que el nerviosismo inicial se me pasó enseguida y me permitió gozar de la obra. El texto, las situaciones que plantea, los actores, todo me pareció que estaba muy por encima de lo que acostumbro a ver cuando voy a ver teatro de la vieja guardia. ¿Qué significa muy por encima? Nada, por supuesto. Es una percepción personal. Una forma de hablar. Sí, si me los piden, no tengo argumentos, no creo en los juicios absolutos en cuestiones artísticas, lo siento. Pero a mí me parece que el trabajo del autor y director, Pablo Remón, y los actores, sobre todo Emilio Tomé, que se luce, pero también Francisco Reyes y Ana Alonso, es más fino, más trabajado, más interesante y más coherente que lo que me encuentro si alguna vez se me ocurre ir a ver este tipo de teatro.

Lo que pasa es que no puedo evitar pensar que si eso mismo lo viésemos en el cine o en la televisión diríamos que nos falta algo, nos recordaría a la típica peli española sobre una movida oscura y un secreto de familia de crucifijo, por más que utilicen referentes que despiertan cierta complicidad con un espectador treintañero o cuarentón, como los Lakers de los ochenta, Carl Sagan o Iker Jiménez. Y quizá saliésemos echando pestes del cine. Porque el estándar es otro. Porque el teatro de la vieja guardia se ha quedado muy pero que muy atrás, en todos los sentidos. Y en el cine y la televisión nos ponemos más críticos, no nos vale cualquier cosa, aunque haya mucho trabajo detrás, como lo suele haber detrás de la mayoría de producciones, por muy terribles que nos parezcan. En fin, todo eso pensé durante y después de la función, sin que nada de todo eso consiguiese estropearme la experiencia gozosa de asistir en primera fila a La abducción de Luis Guzmán. Sin que, más allá de cualquier consideración sobre la construcción, el estilo o la interpretación, nada me impidiese darle vueltas a las conexiones entre las motivaciones y el estilo de vida del perturbado Luis Guzmán y el de los creadores, artistas, periodistas o blogueros entre los que, en mayor o menor medida, más o menos me incluyo. Eso es lo que más me hizo pensar durante la representación y es lo que yo me llevo de esta pieza. ¿Qué pasa cuando no te escucha nadie? ¿Qué pasa cuando te interesa más el objeto de tu obsesión que la propia humanidad? ¿Qué pasa cuando decides dedicar gran parte de tu vida a llamar la atención de los demás bajo la coartada de comunicarte con ellos? ¿A dónde conduce una desproporcionada necesidad de reconocimiento? ¿Qué pasa cuando te conviertes en un psicópata debido a la necesidad imperiosa de alimentar tu ego? ¿Qué pasa cuando vemos poesía en todo eso?

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Notas que patinan #35: Frustración y rabia

Hace tanto tiempo que no escribo que ahora mismo no sé ni por dónde empezar. Se me agolpan en el subconsciente los temas y las ideas pero, como no me apunto casi nada de lo que se me ocurre en el momento en que se me ocurre, ahora que por fin me decido a escribir tengo que hacer un esfuerzo enorme por acordarme de algo de todo eso que iba a contar, algo que me parezca mínimamente interesante compartir con el mundo. Y la verdad es que no me resulta fácil encontrarlo. Pero, por lo menos, tengo dos imágenes y dos vídeos. Empezaré por ahí.

Cierren despacio por favor

Hace unas horas he tomado esta fotografía en un antiguo ascensor de Madrid. Una de las razones por las que no escribo aquí desde hace semanas es lo que podríamos llamar el cierre del año 2013. Para mí el cierre del último año ha sido un cierre repleto de fatiga, enfermedad, burocracia y miseria (moral y económica). No voy a hablaros ni de fatiga ni de enfermedad (cosas que pasan y que, afortunadamente, en mi caso tienen solución). Pero sí tengo ganas de decir en voz alta un par de cosas sobre la burocracia y la miseria (moral y económica), a riesgo de patinar una vez más (que os recuerdo que es algo así como el objeto de esta serie de notas que patinan).

Violencia es cobrar 600 €

Esta es otra fotografía que he tomado dos minutos antes que la anterior en la pared de una calle. El tema que voy a sacar ahora es más asqueroso que la videoplaylista de Jaime Conde-Salazar en Teatron (no pongo el enlace a posta, quien tenga estómago y quiera verla estoy seguro que la encontrará). Quiero hablaros de lo que se conoce como subvenciones o ayudas del estado en sus múltiples manifestaciones. Sí, ya sé que es un tema repugnante. Os he avisado. Pero hablamos de temas mucho más repugnantes en privado y en público. Últimamente me pregunto qué pasa con este tema, que parece que es tabú y no se puede hablar de él en público. Antes de seguir, si no lo habéis hecho ya, quiero que consultéis este enlace, por favor: Las empresas más subvencionadas de España. Unos tipos extremadamente laboriosos se han dedicado a consultar diariamente en el B.O.E. (Boletín oficial del Estado) las subvenciones que el Estado español ha ido concediendo a empresas e instituciones. Las han sumado y han publicado esa lista. La combinación de los importes astronómicos asociados a los nombres de muchas de las empresas que aparecen en esa lista me provocan frustración y rabia, justo lo que mis médicos me dicen que debería sacar afuera y no quedarme dentro para no hacerme daño. Hago esto por prescripción médica. Me gustaría dejar de lado la polémica sobre si la cultura debe ser subvencionada por el estado o no, que si patatim y que si patatam. Me conozco de memoria todos los argumentos y llegados a este punto me importan un rábano. Todos tienen sus razones y es una discusión interminable en la que nuestras mejores espadas dialécticas han demostrado ya un total dominio del noble arte de la esgrima. Estérilmente, en mi opinión. Mientras discutimos sobre esas menudencias el Estado nos roba y el botín se lo regala a unas empresas en manos de gente muy sospechosa. Decía Eduardo Haro Tecglen que no servía de nada una democracia si la mayoría de la gente se pasaba la mayoría del tiempo trabajando en unas empresas donde la democracia reina por su ausencia. No tengo nada más que añadir. Ahora me gustaría saber qué complejo de culpa o qué mala conciencia o qué miedo o qué sé yo hace que las organizaciones y los trabajadores a quienes la Oficina de Suport a la Iniciativa Cultural (OSIC) de la Generalitat de Catalunya otorgó las ayudas del año 2013 no digan ni mu en público, no reclamen, no denuncien el hecho de que la Generalitat no ha pagado esas ayudas cuando, en cambio, obliga a los receptores de esas ayudas a justificar en qué se han gastado un dinero que no han recibido. Hay algo peor que la desaparición de las ayudas públicas y es que se abran unas convocatorias, se otorguen esas ayudas, la administración te obligue a justificarlas en el plazo previsto y, en cambio, se salte a la torera lo más importante: pagarte esas ayudas que te ha concedido. Eso se llama trampa mortal y es una arma perfecta. Primero tiene efecto disuasorio: como la gente ya vio que las ayudas del 2012 no se pagaban en el plazo acordado no se arriesgan a pedirlas por temor a encontrarse en una situación de endeudamiento sin salida a merced de la administración. Y segundo: si te atreviste a jugar con fuego, la administración estira aún más el plazo para pagar a ver si la falta de liquidez consigue que revientes de una vez. Recordemos que el OSIC es una oficina que creó el Govern convergent para aumentar la eficacia de la que ya existía, el Conca (Consell de les arts de Catalunya). En fin, no sigamos por ahí. La Generalitat, mientras tanto, llega a un acuerdo con una llamada banca ética, Triodos, para que les dé créditos a las entidades que están pendientes de que la propia Generalitat les pague. En vez de pagarles, a las entidades a quienes adeuda más de un determinado importe (20.000 € si no me equivoco) les propone pedir un crédito a una llamada banca ética. ¿De eso va la banca ética? Menuda estafa. Y a los que adeuda menos de ese importe, que les parta un rayo y búscate la vida. Y lo peor es que la gente tragamos y callamos. Y muchos de nosotros no es que vivamos en la abundancia sino que más bien vivimos en la violencia (como señala esa foto). Y desde Catalunya aún hay quien lo justifica porque la culpa es del Gobierno español cuando estamos hartos de ver cómo el dinero se ha malgastado y se malgasta en casos de corrupción de una y otra administración, como el escándalo de la sanidad pública catalana, o en construir monumentos absolutamente prescindibles para la gente de este país para luego privatizar su gestión (como se oye ya que va suceder en ese mismo edificio, en el Born CC) y que acaben en manos del listado de empresas de las que os hablaba antes. Hace tiempo que nada de todo esto me sorprende, no soy un inocente. Lo que sí me sorprende es el silencio de las organizaciones y trabajadores damnificados por este impago de la Generalitat. Yo no quería permanecer por más tiempo callado sin denunciar esta situación. Trabajo para una organización a quien la Generalitat debe dinero. Es una miseria pero es que el presupuesto de la organización para la que trabajo es una miseria. Tanto, que aunque más de la mitad de su presupuesto no provenga de ayudas públicas, solo que una parte de los ingresos previstos no llegue le provoca un agujero enorme. Sobre todo si nos obligan a que nosotros adelantemos ese dinero y los impuestos asociados a ese dinero. Yo me siento estafado. Somos unos pringaos. Yo no tengo ningún sentimiento de culpa. Yo he cumplido mi parte del trato. La administración no. Si yo no cumplo mi parte del trato la administración me persigue y me lo hace pagar. La administración debería pagar por incumplir sus propias reglas. Y ahora sí paso a otro tema, aunque no me voy muy lejos.

El sábado pasado vi este documental de Morrosko Vila-San-Juan: Barcelona era una fiesta (Underground 1970-1980). Lo recomiendo por muchas razones. Algunas no son tan obvias como pudiera parecer. Es curioso cómo esta gente habla de lo que pasó en Barcelona durante estos años. Es curiosa esa competición con la Movida madrileña. Es curioso cómo algunos de estos hippies enrollaos han acabado currando para el PP. Es curioso las chaquetillas que se ponen ahora. Es curioso con qué desdén algunos de ellos hablan de los punks de extrarradio, como La banda trapera del río. Pero lo más curioso es ver a continuación el siguiente documental: Venid a las cloacas: la historia de La Banda Trapera del Río, dirigido por Daniel Arasanz con guión de Jaime Gonzalo. Y comprobar cómo los traperos tienen otra visión completamente distinta de aquellos tiempos y de los pijos de Zeleste. Es triste comprobar cómo muchos de los traperos murieron prematuramente. Pienso en la teoría conspiranoia esa de que la droga dura no desembarcó en los 80 por pura casualidad. Y me imagino muchas cosas. Y algunas de ellas tienen que ver con el presente. Ya lo he dicho antes. Frustración y rabia. A ver qué hacemos con eso.

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El mundo que yo no viva

El domingo 10 de noviembre acompañé con el casiotone a los Pérez-Hita (Félix y Ricardo) en el Heliogàbal en una cosa que se llamó Sólo de lo negado, un homenaje a Agustín García Calvo organizado por Félix Pérez-Hita, con el hilo conductor de la negación, del no, en el que participaron Isabel Escudero, Guillermo Trujillano, Joana Maria Abrines, El Niño Hardcore y Quesia Bernabé entre otros. Con los Pérez-Hita interpretamos El mundo que yo no viva, un poema de Agustín García Calvo con música de Chicho Sánchez Ferlosio, de quien Félix Pérez-Hita es muy fan (hasta el punto que a algunos nos da la impresión de que cada vez se le parece más). Hace tiempo que quería publicar aquí el vídeo. Agradecí mucho a Félix que me invitase a esta sesión de poesía negativa. Confieso que me daba una pereza horrible. Pensé que nunca hubiese ido por mi propio pie a algo así. Craso error. Me gusta que me saquen de mis mundos para introducirme en los de otros. Me lo pasé en grande y conocí a un montón de gente interesante. Memento: hay que visitar constantemente otros mundos. Si no siempre olemos los mismos pedos.

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