Master 4×09

Mientras miraba por la ventanilla del tren me sentí empujada a una euforia total. Sentía como si estuviese escalando una escalera infinita. Cerré los ojos para intentar dominarme pero daba igual. Barcelona-Madrid se convirtió en la Tierra-Eta Carinae. Veía luces de colores. Podía hacer operaciones aritméticas con ellas. Podía sumarlas, restarlas, multiplicarlas y dividirlas. Las podía mover con solo imaginarlo: en todas las direcciones y en todos los sentidos. Era algo que muchas veces había visto en sueños sólo que ahora lo sentía, ocurría. Cualquier objeto era luz pero había luces que no se correspondían con ningún objeto. Cualquier destello me llevaba a una especie de éxtasis. Cualquier detalle era un tesoro. Yo no quería que se acabase nunca, me agarré a esa sensación como si pudiese tocarla con mis propias manos. Al agarrarme con fuerza comencé a escuchar un zumbido muy leve que se desdoblaba en dos: uno muy grave y otro más agudo. Me concentré todo lo que pude en escuchar esos dos sonidos hasta que el resto del ruido del vagón pasó a un segundo plano. Poco a poco las conversaciones de los pasajeros, el ruido del propio tren y todos los demás sonidos fueron desapareciendo hasta que escuché un silencio absoluto sólo roto por esos dos pitidos, que cada vez me producían una sensación más placentera. Y entonces el tren se paró. En realidad seguía avanzando pero para mí se había parado. Abrí los ojos y me encontré con un vagón prácticamente vacío. Los pasajeros que me acompañaban habían desaparecido. Sólo vi a una pareja, un señor y una señora, que estaban sentados unas filas más adelante. Entonces el señor se giró y me miró. Con sorpresa. Y luego se giró ella y me miró como si no pudiese creer que yo estuviese ahí, mirándoles. Y entonces oí una voz de mujer que me decía: No deberías hacer eso, niña. Pero ella no movió los labios. La oí como si estuviese escuchándola por unos auriculares. Pero yo no llevaba auriculares. Y entonces todo lo que estaba viendo desapareció. Sólo veía una luz blanca tan brillante que no podía ni abrir los ojos. Cuando pude volver a abrir los ojos era como si hubiese pasado una eternidad. Lo que vi me excitó mucho, me hubiese dado un ataque al corazón si no fuese porque parecía como si estuviese drogada, nunca había estado tan relajada, no tenía miedo. Pero era para tenerlo. Estaba sentada en la hierba en medio de un prado bastante inclinado. Una higuera me daba sombra. Enfrente veía una montaña. Era un paisaje idílico. Seguía oyendo los zumbidos, no me abandonaron en ningún momento. Pero podía oír el sonido de las hojas de los árboles moviéndose por el viento, algunos pájaros y lo que me pareció el sonido del agua de un arroyo cercano. Ni rastro de ninguna otra persona. Me preguntaba cómo había ido a parar a allí, si estaría soñando o si alguien me habría metido algo en el vino que me había bebido en el tren. Pero todo me parecía demasiado real para ser producto de un sueño o de las drogas. Me sentía muy cansada pero necesitaba levantarme y caminar un poco. Comencé a explorar. Remonté el prado y encontré un camino. A la izquierda el camino estaba lleno de hierbas altas. A la derecha me pareció más transitable. Decidí ir por ahí. Al poco tiempo encontré algunas casas de piedra con techo de pizarra y ventanas de madera. Recorrí lo que parecía una aldea abandonada desparramada en la ladera de una montaña. Muchas casas estaban cayéndose a pedazos, otras parecían sostenerse bastante bien pero no se veía ni un alma. No encontré ningún signo de vida humana. Me alejé del pueblo por un camino que se adentraba en la montaña. Había agua por todas partes, pequeños arroyos, saltos de agua. El camino bordeaba precipicios desde los que vi un río que corría más abajo, más allá del pueblo. El sol comenzó a ocultarse detrás de la montaña en la que me encontraba. Miré mi móvil y vi que se había apagado. No tenía cargador. Pensé en buscar ayuda. Volví atrás en el camino en dirección a las casas. Se iba a hacer de noche, yo iba en camiseta y comenzaba a hacer fresco. Pasé delante de una casa que tenía una puerta de madera muy antigua en la que colgaba una especie de gancho de hierro que se balanceaba con el viento. Me entró un cansancio infinito. Llamé a la puerta. Grité. Empujé un poco y la puerta se abrió. Entré en la casa. El suelo era de madera. Parecía en buen estado. No podía más. Encontré una cama cubierta con una colcha. Me tumbé en la cama y me quedé dormida al momento.

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Master 4×08

Esta tarde, a las siete, Master tiene un encuentro con su célula de la NHA. Hace cuatro años los disidentes barceloneses de la organización madre comenzaron a organizarse para buscar la complicidad de otros grupúsculos disidentes de la Península ibérica y resto de Europa con el objetivo de expresar su malestar a la dirección internacional por el rumbo que estaba tomando la organización y proponer nuevos modos de funcionamiento. Excepto Grecia, el resto de afiliados europeos se mantuvo fiel a la línea ortodoxa de la dirección. La dirección intentó aislar a los disidentes y les exigió que abandonaran cualquier movimiento crítico porque, según ellos, estaban minando la moral de las ya de por sí agotadas bases. Cuando los disidentes barceloneses tomaron consciencia de que habían encendido la mecha y comenzaron a recibir muestras de apoyo y de solidaridad de sus hermanos madrileños, gallegos, vascos, andaluces, valencianos, leoneses, canarios, griegos e incluso portugueses, se dieron cuenta de que no estaban solos y de que habían dado en el clavo y decidieron mantenerse firmes en sus reivindicaciones y plantear una renovación radical dentro de la organización. Se sucedieron los complots y las conspiraciones pero resistir la embestida unió profundamente al sector crítico. La cosa se puso fea cuando los disidentes publicaron pruebas documentales que demostraban cierta corrupción de la cúpula de la organización. Las amenazas no se hicieron esperar. Los disidentes fueron obligados a elegir: acatar la disciplina o abandonar la organización. A partir de ahí el cisma fue inevitable. Lo que no calcularon bien los viejos dirigentes fue la magnitud de la tragedia. Los disidentes abandonaron la vieja disciplina pero la inmensa mayoría del sector crítico se reunió en una nueva alianza ibérica, a la que se sumaron también algunos grupúsculos griegos. Los miembros de la nueva alianza no eran muchos pero digamos que por algunos de ellos corría la fuerza con gran intensidad. En el nuevo modelo de organización ya no había cúpulas ni jerarquías, solo células formadas por personas que se reconocían como iguales. Lucía era una de ellas. Master conocía a Lucía desde un par de años antes de que se produjese el cisma. Lucía era muy joven, en los encuentros no abría apenas la boca, tenía un flequillo que prácticamente le tapaba los ojos, grises, pero los hermanos con más experiencia no podían evitar arquear un poco las cejas cuando se la nombraba. Un día Lucía les envió un mp3. En él hablaba de una experiencia que acababa de tener en un viaje entre Barcelona y Madrid. Comenzaba así: Mientras miraba por la ventanilla del tren me sentí empujada a una euforia total. Sentía como si estuviese escalando una escalera infinita. Cerré los ojos para intentar dominarme pero daba igual. Barcelona-Madrid se convirtió en la Tierra-Eta Carinae. Ese mp3 corrió como la pólvora entre todas las células de la recién creada NHA. Y ya nada volvió a ser igual.

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Master 4×07

Lo que quería Liang Liang no eran clases de música. Lo que quería Liang Liang era montar un grupo. Liang Liang tiene una voz preciosa. Liang Liang se pone a cantar en la ducha y Master, de pronto, descubre lo bien que canta. Él aún está en la cama. Piensa: me gusta. Y lo dice. No sólo lo piensa, lo dice flojito. Y luego se pone a pensar en la opinión de John Cage sobre el gusto y el juicio y está un rato así hasta que llega Liang Liang, desnuda y fresca, y se mete en la cama con él y follan como locos una hora y media por lo menos y se le pasa la tontería. Tú no quieres clases de música, tú lo que quieres es montar un grupo. Sí, contigo. ¿Y por qué conmigo? Porque, además de que me caes bien, eres negro y un músico negro mola mucho, eres muy guapo, no había follado tanto y tan bien con nadie en mi vida, es que hace tiempo que te sigo y me gustan tus temas y cómo los tocas, y creo que los grupos con los que tocas, que no están mal, no te hacen justicia, creo que lo que tú necesitas es una chica muy guapa, como yo, y china, como yo, que cante de puta madre, como yo, y que baile como tus hermanos negros, que escriba unas letras inteligentes sin ser serias, al contrario, con mucha ironía y un humor muy fino y elegante, un poco locas y divertidas, con referencias de esas que solo los que han leído mucho, han visto mucho y han escuchado mucho más captarán pero que al mismo tiempo cualquiera que tenga oídos puede entender y disfrutar, aunque los más sensibles se volverán locos, sobre todo si de la música te ocupas tú, que eres un puto crack y yo lo sé porque desde hace un año te he seguido por todas partes. Si me hubieses seguido por todas partes me hubiese fijado en ti. No te fijabas en mí porque me iba corriendo nada más acabar el concierto. ¿Y eso? Para que no te enamoraras de mí. ¿Y ahora qué es lo que ha cambiado? Nada. ¿Nada? Nada, de momento aún no ha pasado que te vaya a ver a un concierto y luego me quede un rato más. Ya, pero es que desde que te conozco, que hace sólo diez días, no he tocado en ningún concierto. Ya, pues será por eso, el destino nos ha unido y ahora tenemos que montar un grupo juntos porque yo tengo una regla inviolable que es que no me puedo quedar ni un minuto después de tus conciertos con tus grupos. ¿Pero si montamos un grupo no te vas a quedar conmigo a tomarte unas cervezas? Sí, ¿vamos a montar un grupo juntos? Yo no he dicho eso. Ah, qué lástima, porque sería la única manera de tomarme cervezas contigo después de un concierto tuyo, y me muero de ganas, estoy comenzando a llevar muy mal esta represión autoimpuesta. Pero si es autoimpuesta podrás dejar de reprimirte cuando tú quieras, ¿no? No, me hice una promesa que no puedo violar. ¿Por qué no? Porque soy una mujer de palabra, la palabra es muy importante, Master, ¿no crees? Sí, sí que es importante, es muy importante. ¿Pues qué hacemos? No sé, dame un beso y luego vemos qué podemos hacer. No, eso no vale. ¿Por qué no? Porque ahora que has sacado este tema de montar un grupo y yo te he confesado lo inconfesable, ahora esto se interpone entre nosotros, en nuestra relación, a no ser que lo resolvamos de alguna manera satisfactoria para las dos partes, porque si sólo es satisfactoria para uno de los dos esto va a seguir siendo un problema que irá creciendo y creciendo y al final terminará con esta bonita relación, y no puedo permitírmelo porque me lo estoy pasando muy bien, ¿tú te lo pasas bien? Me lo paso muy bien, Liang Liang, hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien. ¿Pues entonces qué? Vale, pequeña china, vamos a montar un grupo. ¿Te apetece? Sí, me apetece mucho porque te he oído cantar en la ducha y me gusta mucho cómo cantas. Lo he hecho aposta, que lo sepas, ahora lo siguiente es pensar cómo nos vamos a llamar, eso es lo más importante en un grupo. ¿Tú crees? Estoy convencida. ¿Has leído el Tristram Shandy? No, ¿por qué? No, por lo de los nombres. No sé de qué me hablas. Luego te lo cuento, tú ven aquí.

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Master 4×06

Son las dos. Master lleva un par de horas tocando el piano sin parar. Está inmerso en el estudio de las Variaciones Goldberg como si no hubiese un mañana. La última media hora la ha dedicado a tocar la número 29, muy lentamente para poder controlar la ejecución y que, poco a poco, vaya dejando el surco correspondiente en su mente. Eso le deja en un estado parecido a la meditación. Y le da mucha hambre. Demasiado tarde para ponerse a cocinar. Decide bajar al Taxidermista de la Plaça Reial. Hubo un tiempo en que el Taxidermista era casi como su oficina. Comía temprano, antes de que se llenase de gente. Se sentaba en alguna mesita al lado de los enormes ventanales que dan a la plaza. El menú era bueno, los camareros simpáticos, el espacio amplio y luminoso (esto último algo difícil de encontrar en el Gótico). Conservaba unas columnas estrechas de hierro de lo que antiguamente fue un taller de taxidermia. La reforma la había hecho una arquitecta barcelonesa pija facción gauche divine. Master conocía este dato pero, a pesar de las opiniones de Master sobre la arquitecta, reconocía que había hecho un buen trabajo con el local. Había una camarera argentina, Vero, con la que hizo muy buenas migas. Se estaba a gusto. Cuando dejaban de servir menús le dejaban quedarse todo lo que le diese la gana. A veces se quedaba leyendo, otras veces quedaba allí con gente y pasaban la tarde tomándose algo. Master recuerda que, al final de la tarde, el encargado ponía una cuerdecita en la puerta para impedir el paso de los guiris. Hasta las nueve no servían cenas. Si un guiri quería cenar a las siete y media se tenía que buscar otro sitio. Tuvo una época en la que el sótano lo utilizaban para conciertos. Allí escuchó a los Surfing Sirles por primera vez. Luego los dueños cometieron alta traición: lo convirtieron en un lugar infame, un lugar para guiris, donde servían marisco y ya no había menú de mediodía. Master y el resto de parroquianos fueron expulsados del lugar. Pero cuando los guiris desaparecieron de Barcelona el Taxidermista cerró. La gente quizá calle pero no olvida. Lo reabrieron Los compañeros de fatigas de Pepe Carvalho, un colectivo que abre cada día el restaurante por puro placer. En el menú solo sirven platos que aparezcan en libros de Carvalho: berenjenas a la crema con gambas, rape al ajo quemado, cazuela de sepias, arroz con bacalao y sobrasada, crêpes de pie de cerdo con allioli, farcellets de cap-i-pota con trufa y gambas, la lista es larga. Su lema es Hay que beber para recordar y comer para olvidar. No hay carta, se come lo que haya: un menú de dos platos y postre, diferente de día y de noche. Precio popular: 600 pesetas. Incluye agua (ahora es gratis en cualquier establecimiento) y vino, en función del menú. Los cocineros deciden el menú. Cada uno cocina una o dos veces a la semana o al mes, según se organicen y las ganas que tengan. Pero como son muchos, y cada vez más, siempre está abierto. Se sostiene perfectamente porque los alquileres son muy bajos y no hay ánimo de lucro, como en muchas de las iniciativas que han aparecido en estos últimos tres años. Y porque no hay camareros. Cada comensal se sirve él mismo de las cazuelas y ollas que van saliendo de la cocina y luego recoge su plato y lo deja en el lavavajillas. En un atril de la entrada ponen los libros de los que extraen las recetas del día, abiertos por el capítulo donde se encuentra el plato al que hace mención. Los parroquianos se pueden permitir el precio del menú sin problemas. Entre la renta básica y que el precio del alquiler está limitado por ley, Master podría comer y cenar todos los días en el Taxidermista, si no fuese porque comer y cenar al estilo Carvalho cada día puede que conlleve algunas consecuencias gástricas y psicológicas. Pero a Master le gusta combinarlo con otros sabores. El Barcelona de Poeta Cabanyes, aunque le pilla algo más lejos, pero al que vuelve por fidelidad, porque ellos no nos traicionaron jamás. Lo mismo opina del Cervantes y su paella del jueves o sus albóndigas de sepia. O del árabe enfrente de la iglesia de Sant Pau, lugar de refugio en los tiempos más aciagos, con el baratísimo y abundante cuscús del viernes. El Casette, que son de León y pinchan música más que interesante mientras te zampas una cecina, unos huevos con morcilla o un Suena Brillante, un bocata de calamares con allioli que lleva el nombre de uno de los primeros hits de Joe Crepúsculo. O la inigualable comida japonesa del Shunka que, desde que solo sirven menús a precios populares como los de antes de que Ferran Adrià escribiese sobre ellos en El País, aquel infausto verano que los encumbró (la misma época en la que el cocinero galáctico se puso a hacer anuncios para La Caixa), vuelve a ser ahora uno de los lugares que Master visita cada semana si se encuentra en la ciudad. Hace tanto tiempo que se pasa por el Shunka que Junko ya se ríe cada vez que le ve aparecer sonriente por la puerta porque ya sabe lo que va a responder cuando le pregunte, por protocolo, si tiene reserva. Pero Junko siempre le acaba encontrando un sitio. Su preferido es en la barra, para poder observar, y comentar, la performance que organizan cada noche los cocineros.

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Master 4×05

Tumbado en el sofá Master mira el polvo que se acumula encima del piano y piensa en términos como señora de la limpieza, trabajadora del hogar o asistenta. Eufemismos de lo que toda la vida se ha llamado criada. Master nunca ha tenido asistenta pero ha conocido a muchas. La mayoría eran familiares suyos. Algunos amigos de Master tenían asistenta cuando pagar a una asistenta salía muy barato, sobre todo si era inmigrante. Master recuerda lo que leyó hace años sobre los inicios del periódico francés Libération. Al principio todos los que trabajaban en ese periódico cobraban lo mismo: desde el director a los que limpiaban. Ahora tener asistenta se ha puesto difícil. La mayoría de la gente que se dedicaba a eso tiene sus necesidades básicas cubiertas entre el renacido derecho a la vivienda y la renta básica. ¿Por qué iban a limpiar por dinero? Por tener más dinero, claro. Ya, pero no al mísero precio de antes. Como la mayoría ya no necesita conseguir más dinero para llegar a final de mes el precio que exigen para ponerse a limpiar es de los más caros. Es el mundo al revés de como lo conoció Master. Las profesiones que antes eran consideradas las más ingratas ahora son las que mejor se pagan. La mayoría de los que aún siguen dedicándose a eso ya no necesitan trabajar cuarenta horas. Con unas pocas horas a la semana redondean la renta básica y tienen más que suficiente. Eso hace aún más difícil conseguir que alguien acceda a limpiarte la casa porque la mayoría de los que trabajan en eso ni siquiera le dedican a ese trabajo ni un tercio del tiempo que le dedicaban antes. Al principio sí porque la gente aún no se acababa de creer esta nueva situación. Pero tres años después la gente está tomando lo que es suyo. Hay que pagar un dineral si quieres que te limpien la casa. Así que la mayoría se limpia su propia mierda. Tampoco pasa nada. Tienen tiempo para hacerlo. Y, quieras que no, eso iguala a la gente. Limpiar la mierda de los otros, por mucho que se le quisiera despojar de connotaciones tan antiguas como el andar a pie, es lo que siempre han hecho los esclavos. Lo que desde la revolución industrial ha venido en llamarse trabajadores, en general, no ha sido más que una evolución de lo que antes se llamó esclavos, sirvientes o criados. Con la recién estrenada renta básica, ¿qué es trabajo y qué no? ¿Trabajo es lo que haces por dinero? Master sospecha que Lafargue y otros autores, cuando se referían a no trabajar, estaban hablando del antiguo concepto del trabajo. ¿Pero ahora? Ni siquiera la ética del trabajo hacker le sirve de gran ayuda. Cuando haces algo porque quieres pero comporta tareas que no son gratas, ¿es eso trabajo? ¿Hacerse la comida, comprar en el mercado, limpiarte la casa? Master conoce a mucha gente que ama algunas de esas tareas. Para él no es lo mismo hacer la comida que ir al mercado pero incluso a esto último, a veces, le encuentra la gracia. A limpiar la casa casi nunca. Quizá cuando tiene resaca, si la resaca no es muy fuerte. Pero recuerda a una amante que le confesó un día que le encantaba limpiar. Le costó creerla pero ¿por qué no? También conoce a gente que odia cocinar. Antes, los que hablaban de abandonar el trabajo, de una sociedad en la que el trabajo ya no fuese el concepto central alrededor del cual gira todo lo demás, de dejar de trabajar, esas personas tenían criadas que les limpiaban la casa. Y Master se detiene en el detalle de que está pensando más bien en criadas que en criados. Los anarquistas hablaban de trabajar tres horas a la semana pero eso sirve para los que se dedican a hacer pan y cosas por el estilo, como limpiar las calles, por ejemplo. Todos ellos trabajos cotizadísimos subvencionados por el estado desde que la gente ya no tiene necesidad de trabajar por dinero. Pero ¿y todo lo demás? ¿Limpiar tu casa es trabajar? ¿Ir al mercado es trabajar? ¿Cocinar es trabajar? ¿Tocar el piano es trabajar? Este tema ha tomado una nueva dimensión. Master reconoce que si ya estaba perdido antes ahora ya ni te cuento. Pero la verdad es que está más tranquilo. En realidad ahora ya no le preocupa tanto.

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Notas que patinan #50: Hostiando a M de Agnés Mateus

Hostiando a M, de Agnés Mateus

Después de tantos años metida en esto, Agnés Mateus (si fuésemos de otra manera diríamos algo así como la gran dama de la escena catalana Agnés Mateus) estrenó el jueves su primera creación y casi lo primero que hizo (lo primero fue destrozar toda una vajilla estrellando un buen puñado de platos, uno a uno, contra el suelo y las paredes del escenario y machacarlos con sus tacones si alguno de ellos era capaz de sobrevivir a esas violencias) fue reírse de ese palabro: ¿quién soy yo para hacer una creación: Dios? Hombre, Dios no, pero Agnés Mateus lleva tanto tiempo en movidas escénicas varias que lo extraño es que no hubiese firmado una creación propia antes. La lista es larga: Nancy Spungen (2011), Agrio beso (2007) y el grupo musical V de amor (2009) con Juan Navarro, En algún momento de la vida deberías proponerte seriamente dejar de hacer el ridículo (2007) y Aproximación a la idea de la desconfianza (2006) con Rodrigo García, La,la,la,la (2004), Bona gent (2002) y Bones Intencions (2002) con Roger Bernat. Y me dejo muchas y también su trabajo con el Festival MAPA o con Simona Levi (los Oxcars o el antiguo Festival Inmotion en el CCCB). Y sobre todo me dejo lo que ella define como una fecha vital en su trayectoria: el año 1996 (por ahí pone 2006, pero es una errata), el año de la creación del colectivo General Elèctrica, que se disolvió a principios de los 2000 (no tengo claro cuándo: ¿en el 2001 como parece por este artículo de Isabel Obiols? ¿en el 2004 como dice Agnés en el programa de mano?) dejando un reguero de espectáculos (según el artículo de Isabel Obiols una veintena de espectáculos, en los que se implicaron más de 200 personas: entre ellos Roger Bernat, Tomàs Aragay y Sofia Asencio -los actuales Societat Doctor Alonso-, Sonia Gómez, Juan Navarro o Nico Baixas) y parece que una influencia importante en muchos de los que participaron de esa aventura y en algunos de nosotros que fuimos a ver algunas de las cosas que hicieron. Todo este rollo me lo podría haber ahorrado porque los aficionados conocen perfectamente a Agnés Mateus, pero este rollo no va dirigido a ellos sino a los recién llegados, ya sea por juventud o por procedencia geográfica o porque se han incorporado a nuestras emisiones (como espectadores de este tipo de creaciones) recientemente. Sólo pretendo llenar un poco el vacío informativo sobre la trayectoria de Agnés Mateus y, de paso, sobre proyectos como la General Elèctrica, que es una lástima que caigan en el olvido porque sin ellos no se entienden muchas de las cosas que han pasado en nuestro pasado reciente y muchas de las cosas que siguen pasando ahora mismo. Pero volvamos al tema. Es la primera creación de Agnés Mateus pero Agnés lleva mucha mili a cuestas y tiene un buen puñado de seguidores (entre los que me cuento). Podríamos atrevernos a decir que Agnés Mateus es lo que el tópico llama una bestia escénica y seguramente no nos equivocaríamos. ¿Pero y la Agnés Mateus creadora? ¿Cómo será? Pues con esa curiosidad asistimos al estreno de Hostiando a M en el Antic Teatre dentro del ciclo que el Antic ha montado dentro del Festival Grec de este año (no voy a hablar de ese, salvo contadas excepciones, insulso y antipático festival institucional porque para qué), en el que el Antic ha programado, además de Agnés, las propuestas de Juan Navarro y los colectivos ARTAS y GRUA.

Hostiando a M, de Agnés Mateus

Ya os he contado algo del principio. Ahora os contaré el final. El estreno acabó con el público que abarrotaba la sala en pie ovacionando a Agnés, algo que tampoco es que se vea todos los días. Muchos habían llegado con invitaciones, muchos eran amigos, mucha gente de la profesión, pero con estos datos no pretendo quitarle ningún mérito, al contrario, de sobra es conocido el extremado sentido crítico del que hace gala este tipo de público, para qué nos vamos a engañar. Así que podríamos decir que la cosa fue un éxito, del que nos alegramos por muchas razones. Una de ellas es que mola mucho ir a ver una de estas creaciones, contagiarse de tanta energía, vibrar y salir con tan buen rollo colectivo. Otra es que mola ver operas primas que te dejan buen sabor de boca. Otra es que nos recordó viejos sabores que echábamos de menos y que me parece que sirven ahora más que nunca. Está muy bien que sea alguien como Agnés quien los saque de nuevo a la palestra. Está bien porque ella sabe mucho de esto y, al mismo tiempo, es como si fuese su primera vez, su primera creación. Es curiosa esa mezcla. Podría haber sido un desastre, ¿no? Pues todo lo contrario. Me atrevo a decir, sin entrar en odiosos juicios de valor ni realizar minuciosos análisis sobre aspectos formales de la cosa (que sólo de pensarlo ya me aburren y estoy seguro de que os aburriría a la mayoría de vosotros también si me diese el delirio de escribirlos aquí), que el estreno de Hostiando a M fue algo que no se ve todos los días. Hubo de todo, acciones, monólogos, objetos, política, humor, ironía, sarcasmo salvaje, vídeos, canciones a capella (Agnés canta que te cagas), Agnés cantando con un grupo de música en directo que rompió el récord de decibelios del Antic, explosiones, tiros y hasta metamierda. De todo hubo y todo abundantemente salpicado en varios momentos por los aplausos y hasta gritos del público. Agnés hizo lo que le salió del coño y, más que hablarnos de la revuelta en la que vivimos, que lo hizo, demostró un elegante buen gusto en hacer primero su revolución personal enfrentándose al reto de esta creación para luego compartirla con nosotros en escena con toda la libertad que se otorgó, como debe ser. Y cuando el gesto es honesto y te muestras como eres y llevas tantos años en esto comiéndote el escenario y permites que tu bestia escénica salga a chorro, eso no lo para nadie y es enormemente contagioso. Y todo lo demás me da igual.

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Master 4×04

Master se levanta de la cama en calzoncillos. Sale a la terraza descalzo. Mira el cielo azul sin una nube. El sol le da en la cara. Cierra los ojos. Aspira una bocanada de aire cálido. Mira hacia abajo. La Rambla está tranquila. A veces, cuando se levanta y repite el ritual de asomarse a la calle, no puede evitar que le asalten algunos flashbacks incrustados en su mente como pesadillas recurrentes. Alguna gente de todas las edades paseando arriba y abajo. Ni un coche. Ni un guiri. Ni una banderola de propaganda institucional. Ni rastro de publicidad. Ni tiendas de souvenirs con camisetas de fútbol ni sombreros mexicanos que ni siquiera eran mexicanos. Los kioskos siguen ahí. Algunas terrazas también. A esa hora sirven desayunos y aperitivos. La vista descansa. Cierra los ojos. Huele el mar. Escucha las campanas de la iglesia del Pi. Entra en casa. Pasa por el cuarto de baño. Mea. Se lava las manos y se echa agua fría en la cara. Se mira al espejo. Abre el grifo de agua caliente de la cocina y llena un vaso de agua. Abre la nevera para coger un limón. Lo corta por la mitad y lo exprime encima del vaso con la mano. Remueve con una cuchara y se lo bebe a sorbos mientras piensa en qué disco le apetece escuchar. Busca en su discoteca un viejo cedé con un trío con piano de Fanny Mendelssohn. No lo encuentra. Donde deberían estar todos los de Fanny Mendelssohn encuentra uno con música para piano solo, otro de lieder y luego ya los de Félix Mendelssohn. Se pone un poco nervioso. Rebusca en una torre de cedés espontánea que se ha creado por acumulación al lado del equipo de música pero ahí no está. Piensa en que igual se lo ha dejado a alguien. No se acuerda. Piensa en el disco. Quizá lo guardó por la ese, por el trío de Clara Schumann con el que empieza el disco. Ahí está. Hay días que ese disco es más Clara Schumann que Fanny Mendelssohn. Hoy será más Fanny Mendelssohn. Pone el cedé y avanza hasta la quinta pista, donde empieza lo de Fanny. Mientras suena Fanny vuelve a su habitación, se pone el kimono blanco y se ata el cinturón. Se coloca unos pasos antes de la salida a la terraza y comienza a estirar con la vista puesta en la copa de los árboles de las Ramblas. En el tercer movimiento del trío improvisa una kata. Luego se prepara un desayuno cuatro estrellas con té chino, un par de higos, una tostada de pan de payés con tomate restregado, un chorrito de aceite y bull de hígado. El trío de Fanny ya ha acabado. A veces Master es capaz de escucharlo dos o tres veces seguidas pero esta vez decide que quizá hoy también sea el día de Clara Schumann y vuelve a poner el cedé pero desde el principio. Mientras desayuna Master sigue dándole vueltas a lo del trabajo sin acabar de ponerse de acuerdo consigo mismo. Cuando del desayuno ya solo queda el té, recoge la mesa y se traslada al sofá con su taza. Se sienta con los pies encima del sofá y se toma el té mirando por la ventana sin parar de pensar en qué significa trabajar hoy en día. Se acaba el té. Se encierra en el cuarto de baño, se sienta en el wáter y pilla el libro que está sobre la lavadora: un libro sobre la vida de Mozart que compró en una librería de viejo en Brooklyn, hace unos años. Al cabo de dos páginas se encuentra con un texto escrito por el propio Mozart en 1782, cuando tenía 26 años, sobre la organización de un día cualquiera de su vida.

A las seis, siempre estoy peinado. A las siete, completamente vestido. Luego escribo hasta las nueve. Desde las nueve hasta la una, doy clase. Después como, cuando no estoy invitado, y en ese caso el almuerzo es a las dos o a las tres. No puedo trabajar antes de las cinco o las seis, y a menudo me lo impide un concierto; si no, escribo hasta las nueve de la noche. Debido a los conciertos y a la eventualidad de ser solicitado aquí o allí, nunca tengo la seguridad de poder componer por la tarde, de modo que he tomado la costumbre (sobre todo cuando vuelvo temprano) de escribir algo antes de acostarme. Con frecuencia lo hago hasta la una, para levantarme de nuevo a las seis.

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Master 4×03

Master se despierta pensando en que hubo un tiempo en que no tener trabajo era un problema. Sin salir de la cama pilla el cómic que estaba leyendo ayer por la noche. Pedro Pico y Pico Vena, Azagra, 1986. Pico Vena, el skin, reúne a un rocker, un mod y un heavy para dejar a un lado las peleas fratricidas y, entre todos, junto a los punks, luchar por la unidad y la autenticidad. Todos están en la misma lucha, a todos les va la priva, todos están igual de puteados y los únicos que disfrutan viendo cómo se pegan entre ellos son los tecnos. El mod propone pillar su Lambretta con cuatro retrovisores por banda para ir a un bar a remojar el encuentro. El rocker se sube a la moto y propone que la primera ronda la pague el mod. Los otros le dicen que qué bonito, ellos en moto y los otros a pata. El rocker se mofa del mod diciendo que eso no es ninguna moto. El mod se cabrea y dice que vale, que todos a pie. Pico Vena propone ir a algún bar que esté cerca, tomarse algo y se acabó. El heavy dice que rapidito, que tiene que ir a un concierto. Pero en el primer bar el heavy se niega a entrar porque ahí aún debe un puñado de copas. En el segundo Pico Vena pasa porque está lleno de metaleros y se niega a pisar un antro con tanto peludo. En la sala KGB el rocker dice que está lleno de moñas, plásticos y papafritas. Azagra dibuja el KGB con un segureta en la entrada, con una señal de aduana y dos carteles donde pone: Perros no y Con zapatos sí. Pico Vena está hasta los huevos. Les pregunta si no podrían ir como todo quisqui a un bar normal. El mod se escandaliza, por favor, qué vulgar. Pasan por Zeleste, Metropol, 1981, Línea Uno, con un mono de la hostia. La viñeta final muestra un McDonald’s destrozado mientras Pedro Pico, el punk, le pregunta a Pico Vena qué tal esa reunión inter-peñas. Pico Vena le cuenta que recorrieron catorce garitos por lo menos y al final acabaron en un McDonald’s. No me digas más, es ese de ahí detrás. Acabasteis a hostias todos contra todos y la unidad a tomar por el saco, ¿no? Aquilicuá. Cuánto sabes. Uno que está curtido. Master avanza unas páginas. En la portada de El fanzine rojo, número 4, órgano de la movida chunga, el titular es Elecciones anticipadas: El partido de la gente del bar barre en las grandes ciudades. El PGB. Decretado el estado de embriaguez nacional, el nuevo gobierno hablará al país desde la nueva sede ministerial. ¿Y qué primeras medidas de gobierno va a realizar el nuevo gabinete? Un dos tres responda otra vez. Pedro Pico, primer ministro. Lo primero que vamos a hacer será colgar a todos los curas. Y que vuelva el Papa. ¡Que vuelva! Pico Vena, segundo de a bordo. Expulsión de todos los plásticos del país: McDonald’s, Pokins, Burguers, tecnos, papasfritas y abstemios en general. Ovideo, menistro do vidrio. Destruiremos 100.000 puestos de trabajo más; y nos repartiremos los que queden, a razón de 2 horas y media por semana. Trabajar menos para trabajar todos. Yo seré el primero en trabajar menos. La historia sigue pero Master se queda pensando porque justo se ha despertado pensando en el trabajo. Despertarse así le ha recordado alguna pesadilla del pasado en la que se tenía que presentar a un examen y no se lo sabía, hasta que se daba cuenta de que la época de estudiante hacía años que había quedado atrás y que solo era un sueño. Master nunca lo ha tenido demasiado claro pero, exactamente, ¿qué significa ahora la palabra trabajar?

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Próximamente, entrevista de Ernesto Castro junto a Perro Paco para El Estado Mental

Perro Paco y Ernesto Castro
Esta tarde he participado en misión especial como embajador de Teatron en una entrevista del programa de radio Colorín Colorado de Ernesto Castro en la que también entrevistaban a dos miembros encapuchados del comando Perro Paco. Pronto podréis escucharla en El Estado Mental.

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Master 4×02

A Liang Liang le hace mucha gracia descubrir que Master tiene cuarenta años. Liang Liang es una jovenzuela descarada, nacida en Girona y acostumbrada a compartir pupitre desde niña con chavales negros que hablan en catalán. O pakis o chinos, como ella. Un negro charnego no es ya una gran sorpresa para los de su generación. Pero que Master tuviese esa edad no se lo imaginaba para nada. Para Master tampoco es una sorpresa encontrarse con gente que le echa menos años de los que tiene. Lo que no está acostumbrado es a liarse con jovencitas de la edad de Liang Liang. Aunque Liang Liang insista en no confesar su verdadera edad Master está seguro de que no pasa de los veinticinco. Eso quiere decir que cuando lo del 15M Liang Liang tenía veintidós años, no más. Master la envidia por eso. En la cama, abrazada a Master, Liang Liang le cuenta que lo de las acampadas le pilló en París, visitando a una amiga. Al principio su amiga y ella iban todos los días a la Bastilla a juntarse con el grupo de gente que apoyaba a los españoles. Pero solo aguantaron unos días, luego no pudieron resistirlo más y bajaron en tren hasta Barcelona. Los primeros días fueron una fiesta. Menos mal que decidieron volverse a Barcelona. Si no, cuando luego la cosa se puso chunga no hubiesen podido entrar en España. Liang Liang le cuenta a Master el miedo que pasó el día que los mossos intentaron desalojar la plaza. A ella casi se la llevan. Si no llega a ser por un iaioflauta se la llevan fijo. Ella era de las optimistas pero nunca imaginó que la cosa pudiera acabar así. Toda aquella gente acorralando a los mossos, rodeando el Parlament, el Congreso ardiendo… Al principio Liang Liang no se podía creer los tuits que decían que el presidente de la Generalitat había huido del país en helicóptero, lo de que el ejército se había negado a disparar contra los manifestantes en Madrid, la dimisión del Gobierno, el exilio de la familia real, lo del cierre de las fronteras y todo eso. Luego vino lo del proceso constituyente, la salida del euro, la milagrosa decisión del gobierno yanqui de no intervenir, demasiado preocupado por salvar los muebles en Europa con la megacrisis provocada por la salida de España del euro, la ultraderecha desbocada, el fantasma de la resurrección de la guerra fría, la alianza chino-rusa, todo lo que Master conoce tan bien como ella, la típica conversación incrédula y emocionada que, desde entonces, millones de personas han mantenido ya cientos de veces cada una. Desde que la República ibérica se ha convertido en lo que al principio llamaban la Suecia del sur (ahora ya no, porque Suecia está hecha una pena), esto no hay quien se lo crea. De hecho mucha gente aún sigue sin dar crédito. No es el caso de Master. Él sabe perfectamente que todo esto no es producto de ninguna casualidad, por supuesto. Pero Master deja hablar a Liang Liang, su voz es la mejor música para él, mientras acaricia su pelo, encantado. Tiene todo el tiempo del mundo.

 

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