Master 4×19

¿Te acuerdas de las manifestaciones del 15M? Sí, claro. Me refiero a las manis que hubo en toda España justo antes de que se comenzase a quedar gente a dormir en Sol. Sí, sí, me acuerdo perfectamente, yo no pude ir porque estaba en París, pero claro que me acuerdo. Ese día se manifestó muchísima gente, mucha más de la que casi nadie se esperaba, ni los organizadores ni el gobierno ni nadie, al menos en principio. ¿Y Lucía qué tiene que ver en todo esto? Bueno, depende de cómo se mire: Lucía era una de las que organizó todo este sarao. ¿Ah, sí? Sí, ella vive en Barcelona y participó en la organización desde aquí, llevaba un año más o menos muy activa intentando liarla, pero esta vez decidió ir a Madrid. ¿Por qué? Llámalo sexto sentido. Ya. Cuando acabó la mani de Madrid, sobre las diez de la noche, Lucía se fue para Lavapiés para contactar con los abogados de guardia que daban soporte a los manifestantes, por si había problemas. ¿Detuvieron a gente, no? Sí, hubo varias cargas policiales en varios puntos de Madrid y la policía detuvo a unas dieciocho personas. ¿Una era Lucía? No, a Lucía no la han detenido nunca, lo intentaron una vez pero no lo consiguieron. Vaya con Lucía. La cosa es que Lucía se encontró con un grupo de gente en Lavapiés y los abogados dijeron que no se podía hacer mucho por los detenidos hasta el día siguiente. ¿Y eso? Así funciona la burocracia. ¿Y entonces qué hicieron? Pues Lucía se había quedado con un sabor un poco amargo porque llevaba mucho tiempo preparando esa movilización, ella no estaba nada sorprendida del éxito de la convocatoria, todo había ido muy bien, a parte de los detenidos, pero le sabía a poco. Ya, lo típico que se acaba la mani, mucha gente, mucho grito pero ya está, cada uno a su casa y aquí no ha pasado nada. Eso es. ¿Y qué hizo ella? Pues se ve que un colega le envió un SMS diciendo que aún había polis en Callao y que la cosa estaba tensa y Lucía decidió irse para allí y, cuando llegó, la poli cargó de muy malas maneras. ¿Es que hay una manera de cargar que no sea con malas maneras? No, pero digamos que la poli se ensañó, a Lucía no le había tocado todavía vérselas con ningún poli ese día y, mientras los polis cargaban y la gente huía, Lucía se encaró con ellos a cara descubierta levantando las manos y gritándoles Estas son nuestras armas. ¿Y se la llevaron? No, Lucía tiene mucha fuerza, ya te digo que es alguien muy especial, la gente dejó de correr y se unió a Lucía y los polis decidieron pirarse de ahí. Joder, vaya momento. Pues sí, fue como una demostración de fuerza colectiva. ¿Fuerza colectiva o la fuerza de Lucía? Digamos que Lucía es alguien por quien corre la fuerza con mucha intensidad pero ella no es nadie sin la energía de la gente, ella puede encender la mecha pero es la gente que tiene a su lado la que le hace como de altavoz, la que amplifica la energía que Lucía pueda desprender, y esto es así con cualquiera que se encuentre en la situación en la que se encontraba Lucía pero también es válido para muchas otras circunstancias de la vida, no sé si me explico. Sí, es de cajón, estoy de acuerdo. Pues resulta que en Sol ya había gente que estaba hablando de quedarse a dormir ahí esa noche, gente que se había quedado con el mismo mal sabor de boca que Lucía después de las cargas policiales y que no querían aceptar que la cosa acabase así, como si nada. Ya, qué curioso, ¿no?, quiero decir que ¿por qué justo les dio por quedarse ese día?, ¿a quién se le ocurriría? Seguramente a algún colega de Lucía. Ya, todo va a ser cosa de Lucía, ¿no? Yo no digo nada. Venga, va, ¿qué hizo Lucía después de la carga de los antidisturbios? Comunicarse con unos de sus colegas que estaba en Sol para decirle que ella y más gente estaban haciendo una sentada, su colega fue caminando a Callao y les contó a todos lo que estaba pasando en Sol y Lucía y el resto del grupo pensaron que sería buena idea irse todos con los de Sol. Que era donde estaba la acción. Bueno, era el escenario para el próximo episodio de la acción, pero eso puede que se decidiese en ese momento, ¿no te ha pasado nunca que recuerdas un momento de tu vida en el que una decisión lo cambió todo y que si hubieses decidido otra cosa tu vida sería completamente diferente? Sí, me ha pasado varias veces, eso en ciencia ficción se llama ucronía.

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Master 4×18

Últimamente, por las mañanas, Master sólo se dedica a Liang Liang. Con la excusa de lo del grupo Liang Liang lleva días sin salir de casa de Master hasta la hora en la que ya casi les entran las ganas de comer. Por fin ha llegado el calor de verdad, el calor que corresponde a un mes de julio en Barcelona. Eso no cambia. Liang Liang, cuando por fin se decide a salir de la cama, a veces se viste, es decir, se pone unas braguitas y se pasea por la casa de Master, descalza y semidesnuda, como un felino. Master se siente como un animal en celo. Cuando consigue reunir algunas fuerzas para apartarse de ese oscuro objeto de deseo llamado Liang Liang, prepara un desayuno cuatro estrellas que les permite recuperar fuerzas para, en muchas ocasiones, conducirles de nuevo a la cama. Pero se supone que están ensayando juntos para el grupo. Bendito grupo. Así da gusto ensayar. Liang Liang se levanta de la cama desnuda, pone un disco en el tocadiscos, se vuelve a la cama corriendo y se tira encima de Master, que está encantado de recibirla de nuevo. ¿De quién es este disco? Es el primero de Fluzo. ¿Quién es Fluzo? Un grupo de un par de gallegos locos que hacen hip-hop raro. No sabía que te gustase el hip-hop. No escucho mucho hip-hop pero Fluzo es diferente, son unos macarras exquisitos. No creas que me he olvidado de lo del grupo, para que salga bien tenemos que ir conociéndonos poco a poco, por eso es necesario pasar tanto tiempo juntos en la cama y también escuchar música juntos. Ya veo que lo tienes todo superestudiado. Alguien tiene que mantener la cabeza fría para no apartarnos de nuestro objetivo. Ya veo. Un mensaje suena en el móvil de Master. Liang Liang puede recibir cuarenta en una mañana pero el de Master no suena casi nunca, la mayoría de las veces está apagado o en silencio. Por eso cuando suena es casi un acontecimiento. Master alcanza el móvil con la mano y lee el mensaje. Es Lucía. No puede ir a la reunión de la NHA de esta tarde porque se marcha de viaje pero le gustaría quedar con Master para comentarle algunas cosas sobre la reunión. ¿Quién te escribe? Lucía, una amiga. ¿Una amiga muy amiga? Es una muy buena amiga, alguien muy especial. ¿Pero cuánto de especial, como para preocuparme? Lucía es alguien muy especial en el sentido más amplio del término que te puedas imaginar, pero no es alguien que deba preocuparte para nada. ¿Es alguien importante para ti? No sólo es alguien muy importante para mí, también lo es para mucha gente, incluso para muchos que ni siquiera la conocen, como tú. ¿Yo? Sí, tú. ¿Y de qué la conoces tú? Podríamos decir que colaboramos juntos desde hace años. ¿Qué quiere decir que colaboráis juntos, haciendo música? No exactamente. Mira Master, a veces te pones de un misterioso que no sé si es que te quieres hacer el interesante conmigo o es que trabajas para la CIA. Ni una cosa ni la otra, pero más lo segundo. Bah, no seas idiota y cuéntame por qué Lucía es tan especial y tan importante para ti, para mí y para el resto de los mortales. No sólo para los mortales, también para los inmortales. No te pases. ¿De verdad quieres saberlo? Sí, claro que quiero saberlo. Pues te lo voy a contar, ¿tienes un par de horas? Tengo todo el tiempo del mundo, Master. Pero antes dame un beso, pequeña china loca. Toma un beso, idiota.

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Master 4×17

Pensaba que te habrías ido de casa. ¿Para qué?, no creo que sirva de nada, vaya a donde vaya, si quieren me van a encontrar igual. Ya pero, por lo menos, que si te pillan no te pillen sola, ¿no?, ¿estás con alguien? No, estoy sola. Puedes venir a mi casa, tengo una habitación libre. Te lo agradezco pero no sé, me gusta vivir sola. Bueno, piénsatelo, Lucía. Me lo pensaré. ¿Necesitas algo, dinero o algo? De momento estoy bien, mi amigo madrileño me dejó algo de pasta pero luego ya no hizo falta porque probamos la Visa en otro cajero y funcionó, parece que ya no está bloqueada, por si las moscas saqué bastante dinero antes de volver a Barcelona pero he vuelto a probar aquí y sigue funcionando, parece que de momento me han dejado en paz. Bueno, yo no me confiaría. No sé, siento como si me hubiese ganado su respeto, estoy alerta pero no tengo miedo. Bueno, es que estás que te sales, Lucía, es como si pudieses ver el código o algo así, no creo que ni tú misma sepas hasta dónde puedes llegar ahora mismo. Ya, estoy flipando bastante, Master, ¿tú también escuchas esos zumbidos? Los escuché mientras estuve en la aldea, no desde el principio, tardé unos días en darme cuenta, ahora sólo los escucho cuando hay mucho silencio, muy flojitos. ¿Cuántos días estuviste en la aldea? Unos diez días. ¿Y cómo llegaste hasta allí? En coche. No. Sí, sí. ¿Pero estás seguro de que es el mismo sitio en el que he estado yo? Yo creo que sí. ¿Dónde está? No sé por qué pero creo que es mejor que no te lo diga, está bastante lejos. ¿Y por qué fuiste allí? Necesitaba irme unos días, necesitaba estar solo y pensar sobre algunas cosillas, y le pedí la casa a un amigo de toda la vida, su familia es de allí pero ahora ya no vive nadie en esa aldea, o eso me pareció. Yo vi a una señora. Ya, pero tú viste muchas cosas que no tienen una explicación sencilla. Quizá sea todo más sencillo de lo que parece. No te digo que no. ¿Y tú, viste cosas raras? Sí, unas cuantas y no las quería admitir, pero lo tuyo me supera de largo. ¿Tú crees que a alguien más de los nuestros le habrá pasado algo así? Yo creo que sí, y a más de uno que no es de los nuestros. ¿Quieres decir de los chungos? No, me refiero a gente que no esté en la NHA, los chungos seguramente tienen otros sitios donde entrenarse. No me ha contestado nadie todavía, tú eres el primero. Sería mucha casualidad que sólo nos hubiese pasado a ti y a mí, de toda la peña que hay en la NHA, hay gente que hace tiempo que viene avisando de que algo iba a pasar, sin contar todos los secretos que se guardaban los viejos gerifaltes, que nosotros no tenemos ni idea. ¿Crees que tenían que ver con esto? Creo que esto forma parte de algo mayor, pero sí, me parece que puede ser algo así como una señal. Estoy un poco asustada, pero no tanto por Ellos, al llegar a Barcelona he empezado a ser consciente de lo que me está pasando y me asusta perder el control. Es el típico miedo a volvernos locos, en cuanto nos salimos de los límites de lo que parece razonable nos saltan todas las alarmas que nos han colocado en el cerebro esos cabrones durante siglos. ¿Tú crees que se me ha ido la olla? Es más fácil creer eso que lo otro, no creo que se te haya ido la olla y que estés viendo visiones y que todo sea una alucinación, no creo que yo me haya comido la misma seta alucinógena que tú y que reconozca los mismos síntomas, los antidisturbios en Lavapiés eran reales, ¿no?, ¿tu amigo estaba ahí y los vio? Sí, pero podría haberme inventado todo lo demás. Joder, pues vaya imaginación, Lucía, ¿y yo también y al mismo tiempo? Ya, sería mucha casualidad. ¿Tú crees que podemos volar? Sí. Estamos como una puta regadera, Master. No te digo que no.

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Master 4×16

Master sacó del congelador la botella de aguardiente gallego que yo mismo le había suministrado un par de semanas antes. Era costumbre desde que Master probó el aguardiente que traen mis padres del pueblo, cuando aún no éramos ni mayores de edad y los dos vivíamos en Santa Coloma. Yo creo que por eso se mantiene tan joven como un vampiro. Se sirvió un chupito y se lo bebió de un trago. Bajó las escaleras a pata y salió a las Ramblas. A pesar de los años que Master llevaba viviendo por el barrio, o precisamente por eso, porque había vivido otras épocas muy diferentes, Master no acababa de acostumbrarse a lo de los guiris. Atravesó la marabunta ignorándoles por completo, como si fuesen zombis. ¿No se suponía que por aquí, por el sur de Europa, vivíamos en países medio retrasados que tenían mucho que aprender de supuestos países más civilizados? ¿Concretamente de qué países hablamos? ¿De los países en los que viven estos zombis? Penetró en la plaça Reial sin devolver ninguna mirada ni contestar a ninguno de la media docena de pakis que le ofrecieron cerveza-beer cruzándose en su camino hasta un poco antes del límite del contacto físico. Pese a las opiniones de algunos de sus amigos, que los veían algo así como víctimas de la sociedad, Master consideraba a los lateros más bien unos colaboracionistas. No se imaginaba a ninguno de esos amigos con presunta conciencia social ejerciendo de lateros en Pakistán. Ni en Londres. La mirada de Master atravesaba a los guiris y a los lateros como si fuesen invisibles, como si no existieran. Mirada Garbajosa. De hecho, para Master, todos eran zombis que vivían en una realidad paralela. Para llegar a la Plaça de Sant Just i Pastor, podía escoger entre seguir el río de zombis por Ferran o pillar cualquier calle paralela del Gótico, estrecha, lóbrega y sin comercios. Y sin un puto guiri. Se metió por el carrer de la Lleona, ilustre prostituta del siglo XV, aunque las fuentes no se ponen de acuerdo. Olía un poco a meado pero la soledad de esa calle era gloria. Atravesó Avinyó y siguiendo en línea recta, casi sin desviarse, apareció en el carrer d’Hèrcules, mítico fundador de la ciudad. Master había leído que esa es la calle más antigua de Barcelona. La calle bordea la iglesia de Sant Just i Pastor, cuyos orígenes conocidos se remontan al siglo IV. Siempre que pasaba por ahí Master sentía una necesidad imperiosa de recordar toda esa diarrea de datos. A mitad de la calle, desierta mientras en la calle de al lado, en Jaume I, se apelotonaban los zombis, aunque con una densidad algo menor que de donde venía, Master se paró para tocar con la palma de la mano la pared de piedra de la iglesia. Y cerró los ojos. Como si pudiese sentir el rastro de las energías acumuladas durante toda la larga historia de esa piedra. Energías encontradas. Alegría y horror. Vida y muerte. Violencia y amor. Asesinatos, enamoramientos, nacimientos, gritos y música. Demasiada información entre la que escoger. Siguió caminando. En la plaza, sentada en las escaleras de la iglesia, vio a Lucía. Ella también le vio y se puso de pie. Bajó las escaleras mientras él se acercaba. Se dieron un largo abrazo. Se besaron. ¿Cómo estás? Bien, estoy bien. ¿Dónde quieres ir? Al mar. Vamos, me tienes que contar muchas cosas. Tú también.

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Master 4×15

La historia de Lucía no dejó indiferente a nadie. Pero al que menos a Master. Cuando Master acabó de escuchar el mp3 de Lucía, la noche de un viernes de mitad de mayo de 2010, no tuvo ninguna duda de en qué lugar había estado Lucía durante esos tres días que describía en su relato: en la misma aldea de la que acababa de volver él. Habían llegado por caminos distintos y habían vuelto de maneras muy diferentes pero Master estaba seguro de que habían pasado por el mismo sitio. Master también había oído ese zumbido del que hablaba Lucía, aunque en su caso no había sido consciente del zumbido hasta algunos días después de su llegada a la aldea. El zumbido, los flashes, la aldea desierta, Master reconocía todo eso. También algunas de las experiencias de Lucía, aunque indudablemente Lucía había llegado bastante más lejos que él. Los perros viejos de la NHA no se habían equivocado con esta chica, eso estaba claro. Las experiencias de Master se mezclaban más con sus sueños y con el uso de ciertos estupefacientes, aunque en algunos casos Master había tenido que rendirse a las evidencias. Había visto lo que había visto, había pasado lo que creía que había pasado. No era un sueño. No eran las drogas. No se estaba volviendo loco. Aunque le costaba tanto aceptarlo que no había dicho ni una palabra a nadie de todo eso. Había pasado más tiempo en la aldea que Lucía, casi diez días. Todo había ido mucho más lento. Durante su estancia le dio por grabar un videodiario, seguramente como exorcismo, pero ni siquiera se atrevió a reflejar en él lo esencial, seguramente por pudor. Y porque no acababa de aceptarlo. O sí, pensándolo mejor quizá sí que reflejó lo esencial porque, en realidad, ¿qué era más importante? ¿Descubrir que podemos volar o que tenemos la capacidad de reinventarnos infinitamente y, de paso, transformar nuestra relación con todo lo que nos rodea? Master recordó aquella vez que sus padres le llevaron a la Iglesia Mayor de Santa Coloma cuando era un enano y durante la misa vio al cura envuelto en una luz elevándose un par de metros. Todos los trucos estaban allí, ya. Esa noche, después de escuchar el mp3 de Lucía media docena de veces, Master dedicó un par de horas a meditar, sentado en el suelo de madera de su piso de Las Ramblas, mientras afuera los guiris celebraban cuarenta despedidas de soltero y las prostitutas africanas no daban abasto agarrando del brazo a los ejemplares de guiri macho para arrastrarles con ellas como si la Rambla fuese un río y ellas pescasen peces a dos manos y contracorriente. ¿Y ahora qué? Si a él le había pasado, si a Lucía le había pasado, lo más probable es que no fuesen los únicos. Debería haber escrito un mail de respuesta a Lucía con copia a todos los destinatarios a quienes Lucía había enviado su mp3 pero, para esas cosas, Master era un poco old style. Lucía vivía a cinco minutos de su casa, en el carrer Lledó. Con un poco de suerte estaría en su casa o por el barrio. Aunque también podría ser que estuviese oculta. Después de todo lo que le acababa de pasar quizá lo mejor sería esconderse y buscar algo de protección. Le envió un mensaje al móvil. Yo también he estado en esa aldea. ¿Podemos quedar ahora? ¿Estás por el barrio? Lucía le contestó enseguida. En Sant Just i Pastor en cinco minutos. ¡Qué ganas tengo de verte!

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Master 4×14

Nada más salir del despacho del pingüino me encontré con los dos policías. Uno de ellos se interpuso en mi camino y me pidió que les acompañase a la calle. Sin inmutarme caminé hacia la puerta con un agente abriéndome paso por delante y otro siguiéndome por detrás. Al salir vi las dos lecheras de antidisturbios. Por lo menos había una docena de antidisturbios rodeando la sucursal de La Caixa. Más allá del cordón policial puede ver a algunos vecinos curiosos y mosqueados. En Lavapiés las cosas funcionan un poco así, en cuanto aparece la policía la gente se moviliza, se van llamando entre ellos y enseguida se monta un buen grupo de gente para ver qué está pasando y si es necesario actuar. Podía sentir todos esos movimientos, podía sentir a la gente inquieta. En cuanto vieron que se trataba de una chica joven y de aspecto inofensivo noté cómo todas esas energías estaban conmigo. El policía que me había hablado me pidió la documentación. Busqué mi DNI y se lo enseñé, pero no se lo di. Me dijo que iba a tener que acompañarles a comisaría. Yo sabía perfectamente lo que significaba eso. Me concentré en el zumbido. Lo escuchaba con más fuerza que nunca, desdoblado en dos zumbidos, como las otras veces, uno más grave y otro un poco más agudo, alternándose entre ellos. Le di un repaso a la situación. Los antidisturbios me estaban rodeando. Los curiosos cada vez eran más y le gritaban a la policía que me dejasen en paz y que se fuesen del barrio. Los dos policías cada vez estaban más nerviosos. Los antidisturbios parecía que fuesen drogados como cuando los sueltan en las manifestaciones. Respiré hondo. Cerré los ojos. Me concentré todo lo que pude en el zumbido hasta que sentí un primer destello de luz en la nuca. Como si fuese una señal. Entonces abrí los ojos, miré al policía que me había hablado, le miré a los ojos, ojos marrones, y le dije muy despacio y muy bajito: no voy a ir con vosotros. El policía se puso aún más nervioso y me preguntó de muy malas maneras que qué coño estaba diciendo. Y yo le contesté, sin levantar la voz y mirándole a los ojos: cálmate, Alberto, esto no va contigo, llama ahora mismo a tu superior, dile de mi parte que no voy a ir con vosotros y que si quiere convencerme de lo contrario tendrá que venir él mismo en persona a esta plaza y decírmelo a la cara delante de toda esta gente, pero dile que se lo piense bien, porque yo no pienso esconderme. Cómo sabía yo que el policía se llamaba Alberto no lo sé pero se llamaba Alberto. El tipo me miró como si no recordase muy bien de qué nos conocíamos pero se apartó unos metros y llamó a alguien, supongo que a su superior. Estuvo un rato hablando, supongo que le harían esperar y que la cosa iría subiendo en la escala de mandos. Yo me quedé en silencio, apoyada en la pared, concentrándome en mis zumbidos y mis luces. Aunque no exactamente como en el tren pero podía ver algunas luces entre la gente de la plaza, alrededor de los policías, entre la gente y yo y entre los policías y yo y entre la gente y los policías. También vi luces de colores que salían del teléfono del agente. Me entretenía disfrutando de ese espectáculo de luz y de color, jugando con las lucecitas, las podía mover a placer. Excepto la del teléfono del agente. Esa a veces se me resistía. Pero me relajé completamente, el miedo desapareció, comencé a reírme para mis adentros. De hecho comenzó a notarse. El otro policía, el que aún no había abierto la boca, me dijo que de qué me reía. Me limité a sonreírle aún más y conecté la luz que salía de su cabeza con alguna de las luces de la gente de la plaza. Cada vez había más gente. Reconocí a un amigo compañero nuestro. Le guiñé un ojo para que no se preocupase. Captó el mensaje y me dijo que sí con la cabeza. Por fin llegó el poli y me dijo que podía irme. Sin más. Dio órdenes a los antidisturbios para que se metiesen en las furgonas y se piraron todos a toda pastilla. Respiré tranquila y me abracé con mi amigo. La gente comenzó a cantar consignas contra la policía. Algunos se acercaron para preguntarme qué había pasado y si yo estaba bien. Les dije que estaba bien, que estuviesen tranquilos, les di las gracias a todos y le pedí a mi amigo que me sacase de allí y me llevase a su casa. Menos mal que vivía allí al lado porque casi me tuvo que llevar en brazos. Yo no podía más. Pero mereció la pena. He llegado hasta aquí para contaros esto. Ahora os invito a pensar juntos qué podemos hacer con toda esta historia. Estoy dispuesta a llegar hasta donde haga falta pero esto no puede quedar así. He aprendido muchas cosas. Quiero saber si alguno de vosotros habéis pasado por algo así. No me puedo creer que sea la única. Quiero compartir todo lo que he aprendido con vosotros. Quiero practicarlo con vosotros. Quiero que nos entrenemos juntos. Y quiero más. Mucho más. Os pediría discreción, por favor, pero también que compartáis este mensaje con todo aquel que creáis conveniente, con cualquiera que creáis que esté preparado para recibirlo, sea o no de la organización, eso creo que a estas alturas ya da igual. Estoy a vuestra disposición para lo que sea. Tengo la impresión de que esto no ha hecho más que comenzar. Todo va muy rápido. Pero yo sola no puedo. Sola se está muy sola. Vamos a hacerlo juntos. Espero vuestra respuesta. Hasta pronto.

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Master 4×13

Por supuesto que me había quedado claro. No tenía ya ninguna duda de con quién estaba tratando. Se me había pasado el hambre. Estaba al borde de un ataque de nervios. Recuerdo que pensé en eso: Lucía, estás al borde de un ataque de nervios. Y me acordé de la peli de Almodóvar, la de Mujeres al borde de un ataque de nervios. No sé, sería porque estaba en Madrid. El caso es que lo primero que hice fue cerrar los ojos porque no soportaba más esa mirada de ojos grises. Luego pensé en eso, en los ojos grises y todas esas historias de los ojos grises y la mutación y los esenios y bla bla bla. Ya conocéis todas esas historias. Y, como muchos de vosotros sabéis, yo también tengo los ojos grises. Y me dije: mira Lucía, tú acabas de pasar por una experiencia increíble en la que te han pasado cosas increíbles. Desde pequeña te han pasado cosas increíbles que te desorientaban mucho porque si se las contabas a tus padres o a tus amigos te hacían sentir como si estuvieses loca. Pero yo nunca he pensado que estuviese loca. Hasta que entré en la organización siempre había pensado que estas cosas sólo me pasaban a mí. Pero ya hace bastante tiempo que sé que todo esto que veo no es ningún sueño, que todas estas cosas que escucho y que siento no son fruto de una imaginación enferma. Todo esto ya lo sabéis, no quiero enrollarme. Vosotros ya sabéis lo que hay y la guerra en la que estamos metidos. Pero lo que quiero decir es que tuve que recordármelo a mí misma para no volverme loca, esta vez de verdad. Y entonces me concentré, siempre con los ojos cerrados, y me dije que había tocado hueso. Que todo esto era demasiado para una sola persona, que no estaba preparada, ni para todo lo que había vivido desde que me dio ese yuyu en el tren ni para encontrarme con Ellos, así en mayúscula, de frente y en persona. Que necesitaba ayuda pero que todo esto me había pillado sola, muy sola. Y que tenía que apechugar. Que ya buscaría ayuda y que, como me pidió la señora, porque lo que hizo fue pedírmelo, al menos yo lo recibí así, lo que tenía que hacer era contaros a vosotros todo lo que había pasado en estos tres últimos días que, en realidad habían pasado en unas horas, como ahora todo esto que me estaba pasando por la cabeza en realidad estaba pasando en un segundo. Pero que en ese momento no podía hacer otra cosa que enfrentarme a Ellos, porque si entraba en esa salita estaba convencida de que realmente lo olvidaría todo y sería como si no hubiese pasado nada, y eso no podía ser. Cualquier cosa pero eso no. Y que si me estaban amenazando así, con tal despliegue de medios, por algo sería. Cuando el miedo cambia de bando quiere decir que somos una amenaza para Ellos. Y si me enviaban a un pingüino telepático y a dos lecheras de antidisturbios debía de ser porque Ellos lo debían ver como necesario, que un simple pingüino mutante de ojos grises no era suficiente. Que, por si aún lo dudaba (y yo aún lo dudaba), lo de volar y todas esas movidas eran más reales que ese puto pingüino que tenía delante y que las mismísimas torres de Mordor para las que el pingüino trabajaba. Y que si Ellos veían necesario enviarme a La Caixa y a la policía nacional a ocuparse de una jovenzuela como yo eso sólo podía significar una cosa: quizá yo no me sentía preparada pero yo ya estaba preparada. Así que para qué aplazarlo más. Y entonces, lo que os decía, me acordé de Rossy de Palma en Mujeres al borde de un ataque de nervios y me dio un poco de risa. Y entonces sentí otra vez el flash en la nuca, busqué el zumbido en mis oídos, abrí los ojos y me reí en su cara. Me reí en la puta cara del pingüino de La Caixa. Escuché el zumbido más intenso que nunca, me volvieron todas las fuerzas y todo el ánimo, le miré a los ojos con una sonrisa de oreja a oreja y le dije: que te zurzan, capullo. Se lo dije así, muy lento: que te zurzan, capullo, a ti y a todos tus colegas. Me levanté, antes de darle la espalda le vi la cara de susto que tenía y salí de su despacho sin volver la vista atrás.

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Master 4×12

Lo siguiente que recuerdo es caminar por Argumosa con mi bolsa. No recuerdo haber salido del tren ni haber llegado a la estación de Atocha. Cuando aparecí en Argumosa caminando fue como si despertase de un sueño. Pero yo iba caminando con mi bolsa colgando. No se puede soñar y caminar a la vez. O sí, no lo sé. Pero yo no tenía la sensación de haber soñado, más bien me sentía como si hubiese atravesado algo, un túnel con mucha luz o algo así. Pero muy rápido. Lo que recuerdo es que, concentrándome mucho, podía escuchar los zumbidos. Muy flojitos, pero los escuchaba. Y a eso me agarré. Cuando llegué a la plaza de Lavapiés me fui directa al gallego que hay enfrente del metro y me pedí una caña, para calmarme y pensar un poco. Ahí sí que comencé a sentir mucha hambre. Menos mal que estaba en Madrid: con la caña me pusieron una tapa de ensaladilla rusa que me supo a gloria. Me hubiese pedido algo más pero me acordé de que tenía que sacar dinero. Solo llevaba un par de euros. Pagué la caña y me fui al cajero de La Caixa que hay en la plaza. Pero cuando metí la tarjeta la pantalla me dijo que la tarjeta estaba bloqueada y que tenía que pasar por una oficina. Entré en la oficina cagándome en todo. Hice una cola que me pareció interminable. Hablé con una oficinista china (recuerdo haber pensado que en Barcelona nunca había visto una oficinista de La Caixa china), le conté lo que me había dicho el cajero, descolgó el teléfono, habló con alguien y me dijo que pasase a hablar con el subdirector a su oficina. Entré en la oficina y me encontré con el típico tipo vestido de pingüino que me invitó a que pasase y me sentase, sin levantarse del asiento, desde detrás de su mesa. Me senté delante de él. Estábamos separados por la típica mesa estilo mobiliario de La Caixa. Le dije hola y nos miramos a los ojos. Y yo pensé: vaya, qué casualidad, ojos grises. Y él me dijo: tú también los tienes grises. Yo me puse muy nerviosa porque yo no había dicho nada más que Hola. Y entonces el tipo cambió a modalidad auriculares. Quiero decir que hizo como la señora del AVE o la vieja del pueblo. Yo le escuché perfectamente pero él no abrió la boca. Sólo me miraba con sus ojos grises y me dijo algo así como que se me había acabado el crédito, en todos los sentidos. Que hacía tiempo que me vigilaban y que, a pesar de las advertencias, había ido demasiado lejos. Que como comprendería esto no podía seguir así y que ellos no podían permitirlo por más tiempo. Y yo, muerta de miedo, pensaba: ¿ellos? ¿quiénes ellos? El tipo continuó sin inmutarse, mirándome a los ojos, y me dijo que, sintiéndolo mucho, tenía sólo dos opciones. La primera era abrir una puerta que me señaló. Todo esto sin abrir la boca y yo oyéndole en modo auriculares. El tipo me dijo que nadie me podía obligar pero que si entraba por mi propio pie en la sala a la que daba esa puerta, ellos, y yo pensaba, cada vez que decía ellos: ¿quiénes ellos?, y luego pensaba que él estaría oyendo mis pensamientos e intentaba dominarme por todos los medios (sin conseguirlo porque cada vez estaba más histérica), mientras él seguía con sus mensajes telepáticos diciéndome que, si abría la puerta y entraba en la salita, ellos me aseguraban que olvidaría todas estas alucinaciones que estaba teniendo y mi tarjeta de crédito volvería a funcionar perfectamente y a darme todo el dinero que necesitase. Yo pensé: ¿y la otra opción? Y él me contestó que la otra opción él no me la recomendaba. Pero que podía declinar el ofrecimiento que generosamente me hacían y enfrentarme a sus consecuencias. Y me dijo que estaba convencido de que esas consecuencias no me iban a hacer ninguna gracia. Para empezar, la primera de ellas era que un par de agentes de la policía nacional acababan de entrar en la oficina. Y, por si acaso, en la plaza me esperaban un par de lecheras repletitas de antidisturbios. Según ese simpático pingüino de La Caixa de ojos grises, la policía se encargaría de acompañarme a la comisaría, someterme a un interrogatorio y aplicarme algo así como la ley antiterrorista. Me dijo que era muy posible que no volviese a ver la luz del día. Al menos no en esta vida. Pero también me dijo que todo esto lo podíamos solucionar como personas civilizadas. Me recomendó que abriese la puerta que me había indicado, que sería sólo un momento, que me daba su palabra, que ni él ni ellos querían verme pasarlo mal innecesariamente, que simplemente me había equivocado y que tenía la oportunidad de rectificar, que no pasaba nada, que lo entendían y que en mi mano estaba resolver esta situación de una manera amigable dando una prueba de mi buena voluntad. Que esto no era más que un sueño y que, si yo les daba mi autorización, ellos se encargarían de despertarme sin ningún dolor. Y me dijo que si me había quedado claro y que si tenía alguna pregunta.

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Master 4×11

Pasé tres días en esa aldea maravillosa absolutamente alucinada con cada nuevo descubrimiento. No os voy a aburrir con los detalles. Si aún seguís escuchándome espero que no me toméis por una loca. En esos tres días aprendí más cosas que en toda mi vida anterior. Me sentía como cuando era una niña. Todo era nuevo y divertido. Aprendí a mover piedras y troncos, me comuniqué con zorros, pájaros y ardillas, me saludaban como saludarías a una vecina, podía sentir cada árbol, cada planta, sabía dónde encontrar agua, era capaz de provocar vientos huracanados y calmar esos mismos vientos a placer, si miraba una nube pasar por un cielo azul completamente despejado, y me concentraba mucho, se convertía en una tormenta eléctrica con rayos y truenos. No tenía hambre pero probé algunas frutas, higos y cerezas, que tenían una pinta estupenda y un sabor delicioso, pero sólo por placer. Lo único que necesitaba era calmar la sed de vez en cuando. En la aldea había fuentes y riachuelos por todas partes, eso no era problema. Nunca había probado una agua tan deliciosa. No dormí en tres días. Por la noche el silencio era sobrecogedor pero no me daba miedo. Oía esos zumbidos en mi oído interno y sabía que todo iba bien.

Entonces, cuando llegó el tercer día, más o menos a mitad de la mañana, estaba yo subida en lo alto de una higuera enorme, miré para abajo y vi a una señora muy mayor que iba vestida de negro, con un delantal y un pañuelo en la cabeza. La señora estaba cavando en un huerto muy pequeño que no recordaba haber visto en los otros dos días. La señora parecía una anciana china de película, delgadísima y como centenaria. Pero no tenía rasgos asiáticos, simplemente era la viva imagen de la típica anciana china de película de Zhang Yimou. Se agachaba a arrancar las malas hierbas como si tuviese veinte años pero se veía que la mujer era en realidad muy mayor. Yo estaba ahí en lo alto de la higuera, flipando, y no sabía qué hacer. En tres días no había visto a nadie. Me había olvidado de todo y sólo jugaba y jugaba y aprendía con cada juego cosas que a mí ya ni me sorprendían pero que, de pronto, como si recordase quién era y de dónde venía, me parecieron una locura inconfesable. Y entonces la mujer levantó la vista y me vio. Y yo me puse muy nerviosa, me comenzaron a sudar las manos, me dio una especie de taquicardia, me daba la impresión de que me iba a marear y me asusté porque pensé que me caería de la higuera y me mataría del golpe. ¡Aunque yo había volado! Pero de pronto, ante la mirada de la señora, me volví toda inseguridad y miedos. No era miedo, era puro terror. El zumbido seguía ahí y a él me agarré con todas mis fuerzas. Me volvieron los flashes como en la nuca. Y entonces la señora me habló, como la otra vez en el vagón del tren, sin abrir la boca. La escuché otra vez como por unos auriculares, que yo no llevaba. Y me dijo: Nena, agora volve e conta o que viches, pero escolle ben a quen, non vaia ser o demo. Mal será.

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Master 4×10

Me desperté por la mañana, tumbada en la cama, con el sol dándome en la cara y el zumbido en mis oídos. Me sentía un poco mareada, como si me hubiese tomado algo. Notaba algo raro en la cabeza, por encima de la nuca. A veces me daban como flashes. Aún no tenía fuerzas para levantarme. Me di cuenta de que había una jarra encima de la mesita de noche. Era de esas antiguas, de pueblo, no era de vidrio, no podía ver lo que había dentro pero la imaginé llena de agua y solo de pensarlo me entró muchísima sed. Pero estaba tan atontada que no podía ni pensar en incorporarme para cogerla y ver lo que había dentro. Me quedé mirándola como una idiota sin poder apartar la mirada ni mover un solo músculo de mi cuerpo. Era como si mi cuerpo no pudiese responder a las órdenes que emitía mi cerebro. Y entonces la jarra se movió, como si temblase. Al principio pensé que me lo había imaginado. Luego, como seguía moviéndose, pensé que estaba viviendo un terremoto. Cuando la jarra comenzó a flotar recordé de pronto dónde estaba, pensé en el zumbido y todo lo que había pasado hasta llegar hasta aquí y empezó a parecerme todo muy natural. La jarra se desplazaba en el aire, poco a poco, hasta que se colocó delante de mi cara. Como si alguien invisible la cogiese por el asa la jarra se acercó a mi boca, se inclinó y me cayeron unas gotas de agua en los labios. Cerré los ojos pensando que me iba a volver loca del todo. No sabía si era mejor dormirme y olvidar todo esto. Con un poco de suerte igual me despertaba en un rato y todo habría pasado. Habría sido todo un sueño y ya está. Abriría los ojos en un tren y estaría llegando a Atocha. Pero entonces tuve otro de esos flashes, más largo que los otros, otra vez la luz blanca esa tan fuerte y me entró como un ánimo renovado, otra vez esa euforia loca. Y entonces me dije que a la mierda. Que sí, que le den a todo. Que se vaya todo a tomar por culo si es necesario pero que vale, que iba a ir hasta el final. Que me daba igual ya todo. Que sea lo que Dios quiera. Abrí los ojos y sólo vi madera. Era el techo. Estaba flotando. Del susto me pegué un cabezazo contra el techo y, del rebote, mi cabeza se fue para abajo y me quedé colgando como un murciélago, flotando como si me hubiese tirado a una piscina, o más bien al mar, de espaldas. Por la ventana que tenía delante de mi podía ver todo el valle, el sol, las montañas, el bosque, las casas de esa aldea fantasma. Me volví loca. Abrí la ventana, salí de la casa flotando, como si nadase, cogí impulso y volé hasta que me pegué una hostia contra las ramas de un árbol. El rebote me hizo caer contra el tejado de pizarra de la casa. Pero como estaba ya muy loca volví a tomar impulso y a flotar por el aire dando tumbos hasta que conseguí controlar un poco la situación. Era como bucear en un líquido con mucho menos rozamiento que el agua. Por eso al tomar impulso a veces la cosa se me iba de las manos y me llevaba alguna torta. Pero no tenía miedo. Los golpes que me daba ni me dolían. Me reía a carcajadas y todo estaba bien. Ya no tenía sed, ni hambre ni cansancio ni nada. Sólo oía el dichoso zumbido. Y me daba igual todo.

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