Fotografías de Alessia Bombacci.
Platea, de Tripak, es una de las piezas escénicas que más me han sorprendido en los últimos meses. Unos días después de verla en el Antic Teatre de Barcelona aún la estoy digiriendo. Me alegro mucho de haber vencido a la pereza que me daba acercarme hasta el teatro un domingo lluvioso (los perezosos se mueren de aburrimiento, según Hidrogenesse), agotado por la avalancha de propuestas escénicas que ofrece este otoño Barcelona. Pero era la última oportunidad de ver a este colectivo vasco en su primera visita a la ciudad, que hay que agradecer al Festival Sâlmon.
Espero que su visita se repita pronto porque Platea me ha despertado una enorme curiosidad por ver otros trabajos de Tripak, pasados y futuros. A juzgar por la reacción del público diría que no soy el único. Tampoco estaría mal que volviesen a Barcelona con esa misma pieza porque me temo que ha quedado sepultada entre la vorágine de programación escénica de estos días. Yo no paro de hablarle de ella a cualquiera que quiera escucharme pero es una lástima que nadie de los que me escuchan tenga la oportunidad de verla próximamente. Así funciona este circuito, es lo que hay. Habrá que ir a verla a Euskadi (la presentan en Garaion Sorgingunea en Ozaeta el 29 de octubre y en Azkuna Zentroa el 29 de noviembre). Desde luego, si me leéis desde Euskadi, yo no me la perdería.
Pero por eso escribo esto, para compartirlo con el mundo, aunque noto que, quizá precisamente por cómo me ha sorprendido, me cuesta hablar de esta pieza. No sé qué decir para estar a la altura. Seguramente intentar describir mis impresiones sobre Platea sea una empresa destinada al fracaso pero sería una lástima no dejar ni siquiera un apunte por la parálisis que produce hablar de algo que te ha impactado, por el miedo a no ser capaz de expresar ni una cuarta parte de lo que has sentido mientras contemplabas la cosa en la oscuridad del patio de butacas.
Para quien no las conozca (como me pasaba a mí hasta hace una semana), me he informado un poco. Tripak es un colectivo vasco formado en 2013 por las artistas plásticas Mayi Martiarena, Maite Mugerza, Marina Suárez y Natalia Suárez y la violinista Andrea Berbois, que en Platea se acompañan además de la acordeonista Garazi Navas. Platea es su última pieza. La estrenaron el año pasado en el Festival BAD de Bilbao. Ese mismo año abrieron un espacio propio en Bilbao, Kampai, orientado específicamente hacia las artes escénicas. Tripak ha visitado sitios como Azala, Bulegoa z/b, Tabakalera o el Teatro Pradillo de Madrid.
¿Qué pasa en Platea para que me haya sacudido tanto? No lo sé, una suma de movidas. Por una parte, Platea no va sobre ninguno de los temas de moda. No sabéis cuánto lo agradezco (y creo que no soy el único). Estamos saturados. Ya nos hemos dado cuenta hace rato de que a quien hay que convencer en el circuito del arte contemporáneo no es al público sino a los comisarios, a los programadores. Y, por lo que sea, quien programa parece que tiene que justificarse con alguien que no sabría decir quién es pero que parece que piensa que el arte sólo sirve como instrumento para (me estoy metiendo en un lío y no era mi intención meterme ahí, así que voy a salir corriendo, adiós).
El maestro de ceremonias en Platea es Dios. Hola, soy Dios, ¿qué tal?, es lo primero que nos dice Marina Suárez, en escena, ante un micrófono que distorsiona su voz y vestida de una manera bien curiosa, con una chaqueta con hombreras que hace que parezca que está como muy cargada de espaldas. Lo primero que nos da Dios, dirigiéndose al público, son unas instrucciones muy claras. Entre otras cosas nos dice que la obra tiene mensaje, un mensaje muy claro, y que estemos atentos porque al final se harán preguntas (como en clase). Estuve pensando sobre eso. Si es verdad que la obra tiene un mensaje quizá el mensaje sea que la tragedia en la que vivimos es culpa de que Dios siempre nos ha dado unos mensajes clarísimos pero a la humanidad entera se la ha sudado completamente durante toda su historia. Acabamos haciendo lo que a cada uno le da la gana y así nos va. Y Dios está harto, no puede más con la peña. No me extraña.
Pero, si la obra tiene mensaje o no, diría que es subjetivo porque todo lo que se dice en Platea se dice muy en serio pero probablemente completamente en broma. Y esa es una de sus mayores virtudes. Las Tripak se toman muy en serio la broma. Se toman muy en serio todo: la música polifónica cantada a capella por todas las intérpretes, la música que interpretan al violín y al acordeón, los irónicos brindis que interrumpen la acción cada dos por tres sobre los temas más surrealistas, el vestuario, la escenografía, las acciones, las muecas, los monólogos, los diálogos, los objetos, lo físico, las poses y hasta la luz, que el mismísimo Dios manipula en escena en una ocasión. Todo es una experiencia estética entre sublime y humorística pero, en todo caso, muy cuidada, nada impostada, extremadamente equilibrada, excelentemente ejecutada.
En Platea, un Dios totalmente estresado, entre severo y comprensivo (como un maestro a quien las alumnas toman el pelo), actúa de maestro de ceremonias en una especie de purgatorio donde parece como si estuviese pasando lista a cada una de las personas allí convocadas para corregir algunas actitudes muy humanas (la desobediencia, la dificultad para expresarse, la manipulación, el deseo imperioso de ser amados…) mientras se van construyendo en escena una especie de cuadros vivientes en los que el propio Dios se involucra como lo haría un maestro de escuela o un monitor de casa de colonias hasta, cuando ya no puede más con esas pobres e incorregibles gentes, devolverlas de nuevo a de donde venían: a la muerte.
Lo curioso, lo sorprendente y lo maravilloso es que, a pesar de la carga de profundidad contenida en cada uno de esos cuadros admirablemente interpretados, cada una de esas muertes nos dé mucha risa. Si algún día me llevan a conocer a Dios después de morir, que sea un poco como el de Platea de Tripak, por favor.