Ainhoa Hernández Escudero presentó nx3 puntas afiladas el pasado martes en La Capella de Barcelona en el espacio de la exposición ángel peligrosamente búho (duelos, espectros y materialidad) comisariada por Núria Gómez Gabriel. Lo hizo en tres pases de media hora cada uno. La performance utiliza un personaje, nx3, creado para la pieza The Torch, The Key and The Snake, estrenada en febrero en Frascati, en Amsterdam, donde la artista madrileña reside actualmente. Conocemos a Ainhoa Hernández Escudero sobre todo por su trabajo anterior con Las Twins, junto a Laura Ramírez Ashbaugh. Había curiosidad por descubrir un poco esta nueva etapa de su trabajo, después de estos años en Holanda.
Ver esta publicación en Instagram
La performance dejó en el ambiente un aire ciertamente oscuro, quizá el ambiente predominante últimamente. Al principio, al fondo de la sala, la performer se mostró envuelta en una vestimenta negra que le tapaba toda la cara mientras emitía gritos, gemidos y risas histriónicas que resonaban por los altavoces de la sala como ecos. A continuación cruzó todo el espacio para colocarse bajo unas luces. Ahí se despojó de la capa y de lo que le cubría totalmente la cabeza y apareció vestida como de Bad Gyal última época, con melena naranja, gorra y tanga por encima de unas mallas ajustadas. Después de unos instantes en la que dejó que la contemplásemos, comenzó a contonearse y a repetir como un eco distorsionado la letra, en inglés, que cantaba la cantante de un tema trap que sonaba por los altavoces, como si la estuviese escupiendo, mientras hacía muecas entre obscenas y pretendidamente desagradables, abriendo mucho la boca y enseñando al público la lengua a veces y el culo otras. Atravesó el espacio de nuevo y se fue a recostar contra una pared, donde se puso a vapear. En cada desplazamiento el público la seguía o se movía para dejarla pasar. En otro punto de la sala, de cara al público, bailó con un estilo robótico. Finalmente, casi volviendo al lugar de donde había partido, encendió un fueguecito en un cuenco y desapareció de escena. La bruja, el bufón y la diva pop, en sus propias palabras. En su página web leemos que la pieza madre, The Torch, The Key and The Snake, abraza las contradicciones entre contracultura y mainstream reimaginando a través del personaje nx3 prácticas espirituales colectivas desde una perspectiva feminista queer.
Ese mismo día, unas horas más tarde, en La Caldera, Lluc Mayol y Gabriela Halac presentaban La biblioteca negra, acción editorial performativa, que acababa de presentarse en La Mutant de València el fin de semana pasado. La cosa comenzó con ellos sentados cada uno en el extremo de una mesa larguísima. Con la ayuda de un micro, cada uno iba resumiendo (leyendo) su intercambio epistolar durante la génesis de este proyecto mientras en una pantalla se proyectaba todo ese intercambio al completo como si estuviésemos haciendo scroll lentamente. Antes habíamos visto colgadas en las paredes unas fotografías de libros desenterrados, con sus respectivas fichas, como si las hubiesen escrito unos arqueólogos. Se trataba de la biblioteca roja, unos libros enterrados en el jardín de una familia en Argentina a causa de la dictadura. En el suelo de La Caldera había más libros: los libros que diversas personas les han ido donando para este proyecto. A continuación proyectaron unas imágenes acompañadas de unos audios de entrevistas a gente que hablaba de ciertos temas relacionados con la industria editorial. Lo más llamativo eran los datos que dieron sobre las ventas de la mayoría de lo que publican los grandes medios editoriales, como Penguin: sólo el 5% de los libros publicados supera los 50 ejemplares vendidos. Pero sus publicaciones copan todas las librerías. Para el resto de editoriales es difícil competir contra los gigantes editoriales. Es muy difícil que alguien compre el libro que sea porque queda sepultado por tal marea de libros que normalmente es muy difícil darse cuenta de que existe. Además, como los libros están en depósito, si los libros no se venden en dos meses la librería debe devolverlos si no quiere pagar lo que cuestan. Esos libros devueltos se reciclarán en nuevos libros que seguirán el mismo demencial ciclo de vida. También oímos testimonios sobre los barcos fantasmas chinos que imprimen libros, principalmente infantiles, en aguas internacionales para abaratar costes. No se sabe si se trata de un mito pero uno de los testimonios aseguraba que en la feria del libro de Frankfurt le ofrecían sus servicios.
Ver esta publicación en Instagram
Después de esta exposición, y de presentarnos una pila de libros que eran una actualización del Libro rojo del estudiante, un libro publicado durante la dictadura franquista y secuestrado por esa misma dictadura (y que Lluc Mayol está rehaciendo con estudiantes de instituto con la intención de ponerlo al día), pidieron al público que se acercase a la mesa para ayudar a imprimir unos libros para su biblioteca negra. Cada uno de nosotros tenía ante sí una plancha construida con la paleta que utilizan los albañiles en la que se había grabado una de las páginas de un libro de treinta y dos páginas. Lo que se nos pedía era mojar la paleta en tinta negra para ir imprimiendo sobre un libro ya impreso que nos íbamos pasando en orden hasta completar todas sus páginas. Eso hicimos con unas cuantas publicaciones y así acabó la performance.
Al día siguiente, en el Arts Santa Mònica, Juf (Beatriz Ortega Botas y Leto Ybarra) presentaban A noise at the level of a jet engine, una charla dentro del ciclo Dimecres de so i cos que programa el Festival Sâlmon. Llegué tarde, cuando ya había comenzado. El público llenaba la sala Bar muy atento, en completo silencio. Este detalle no es baladí: una sala llena de gente un miércoles a las siete de la tarde, al final de unas Ramblas prácticamente secuestradas por la industria turística, congregada para escuchar audios sobre el siguiente tema: la relación que se hace entre el amor, el miedo, la teatralidad y los mecanismos de amplificación y de silencio.
Las ponentes iban pinchando grabaciones de poetas contemporáneas, artistas y estudiosos como Amalle Dublon, Justin Allen o Judy Grahn y músicos como Morton Feldman (de quien pusieron el extracto de una ópera), precedidos por una breve presentación leída (¿puede ser que cada vez se lea más en todo tipo de escenarios y podcasts?). Casi cada vez que se nombraba a un autor o a una autora se la presentaba añadiendo a su nombre su orientación sexual o su etnia: la autora negra lesbiana X, por ejemplo. Por supuesto que entiendo por qué sucede esto (un momento, haters) pero me imaginé con horror que alguien te presentase así algún día. Me acordé de un artista a quien le oí una vez que le parecía muy reduccionista presentar a alguien señalando únicamente su origen nacional: pintora estadounidense, por ejemplo. Las etiquetas actuales siguen profundizando en lo identitario, antes era la nacionalidad y ahora es el género, la orientación sexual o la etnia. De todas formas, pensé, de alguna manera hay que presentar a la gente, aunque esas presentaciones, en ocasiones, digan más sobre la época en la que son dichas que sobre las gentes a las que se refieren.
Me conmovió una poesía que cerró la charla en la que el poeta hablaba de cómo su amante le masturbaba utilizando esta imagen: “sus dedos me acariciaban como si tocasen pianísimo sobre el mástil de un bajo” (la traducción es aproximada y de memoria). Desafortunadamente no recuerdo el autor porque, como llegué tarde, una persona muy amable (gracias) me prestó el folleto donde se recogían las traducciones de los textos (la mayoría eran textos en inglés) y me pareció que lo correcto era devolvérselo antes de abandonar la sala. Si alguien de los presentes recuerda el nombre del autor (¿su nombre de pila era Neal?), o conserva el folleto y lo puede consultar, le estaría muy agradecido si dejase su nombre en los comentarios.
Twickenham, de Address Book, de Neil Bartlett.
Muchas gracias, Ramona.