Barcelona está fatal, decía una canción publicada por el sello Austrohúngaro hace más de diez años. Aunque, seamos justos, la letra también decía que todo está fatal, la música está fatal, la moda está fatal, la gente está fatal y España también está fatal. La letra de esa canción tiene plena vigencia muchos años después. Pero es verdad que en el territorio de las artes en vivo, un término que en la época en la que se compuso esa canción apenas nadie utilizaba, en aquellos años la gente estaba más pendiente de lo que pasaba en Barcelona que en otras partes del Reino de España. Barcelona, en esa época, tenía una imagen de modernidad, una ficción como todas pero probablemente basada en hechos reales. Los madrileños, por poner el clásico ejemplo de ciudad rival, miraban lo que pasaba en Barcelona con indisimulada envidia y, de vez en cuando, viajaban a Barcelona para ver cosas que en Madrid, salvo excepciones, casi nunca podían ver. Pues bien, parece que se ha dado la vuelta a la tortilla y ahora son los barceloneses los que viajan a Madrid para ver lo que en Barcelona ni está ni se espera. Miren, si no, la que se ha liado con lo de Jan Fabre en los Teatros del Canal, por poner un ejemplo. Media Barcelona se pilló el tren ese fin de semana para irse a Madrid. O lean los comentarios en las redes sobre la envidia que dan las programaciones de varios de los escenarios que dependen de las administraciones públicas de Madrid, da igual si dependen del Ayuntamiento de Ahora Madrid, como las Naves de Matadero, o de la Comunidad de Madrid, en manos del PP, como los Teatros del Canal, en comparación sobre lo poco estimulante de las de Barcelona, ancladas en una parálisis conservadora. Hace no tanto tiempo muchos artistas se instalaban en Barcelona, ahora muchos se trasladan a Madrid porque es allí donde dicen que están pasando cosas. Seguramente los responsables de la política cultural del Ayuntamiento de Barcelona y de la Generalitat de Catalunya tienen mucho que ver en el asunto. El tan esperado cambio político municipal ha resultado ser un fiasco total en cuanto a políticas culturales. Y no es por falta de dinero. Al Ayuntamiento le sobraban unos 800.000€, mucho dinero, y, pese a que los artistas, después de mucho insistir, consiguieron reunirse con los responsables municipales para reclamar, entre otras cosas, que se utilizase ese dinero para alguna cosa interesante en tan necesitado sector, los responsables de cultura decidieron quemar esa abrumadora suma de dinero en una quincena de la danza que nadie ha pedido, que tiene cabreada a muchísima gente del sector y que es tan estimulante como un zapato remendado y no va ayudar en nada a cambiar estas malas sensaciones de las que hablo, sino todo lo contrario. A pesar de que el acuerdo municipal de gobierno con los socialistas se rompió, los ideólogos de ese nuevo e innecesario megaevento, los antiguos responsables socialistas de Cultura, se salieron con la suya, con la connivencia de Barcelona en comú, y nos lo vamos a tener que comer con patatas en las próximas semanas. Mientras tanto, de la Generalitat hace tiempo que no esperamos nada positivo, muchísimo antes de que el Procés se convirtiese en la coartada perfecta para la parálisis permanente y la intervención de la autonomía catalana por parte del Gobierno español pusiese la guinda al pastel. Podemos quejarnos de que la culpa es del Gobierno español pero ni Catalunya ni Barcelona hacen nada mejor cuando tienen oportunidad. Al contrario, hasta la Comunidad de Madrid, gobernada por el PP, lo está haciendo mejor en varios aspectos, por razones que aún son un enigma para mí. La situación es desastrosa, como de costumbre, pero ahora peor porque parece que en Barcelona se ha instalado un ambiente extremadamente conservador y rancio, muy parecido a la imagen que, en otros tiempos, teníamos los barceloneses de Madrid. Barcelona se parece ya tanto a aquel Madrid al que parecía contraponer una alternativa más amable que, ahora, el Madrid actual, con sus sombras (que las hay, y muchas, porque en todas partes cuecen habas), les parece a algunos la nueva Barcelona.
Por eso, en estos días, es de agradecer que en Barcelona siga existiendo el Festival Sâlmon< y que celebre una nueva edición más con la mirada puesta en la creación actual. Aunque muchos desearíamos que no fuese un festival que dura unos días sino una programación continua, que dispusiese de más recursos para poder ver en Barcelona lo que ahora tenemos que ir a buscar a otras ciudades y que no fuese la única programación de estas características, que hubiese muchas otras, con otras miradas, en muchos otros espacios, como pasa en otras ciudades de nuestro alrededor. Porque, a juzgar por la cantidad de público que acude estos días al Sâlmon<, parece que somos muchos los que tenemos verdadera hambre de que pase algo así de una vez por todas.