En esta edición del TNT he descubierto a Atresbandes. Sólo por eso ya ha valido la pena. Atresbandes son Mònica Almirall, Miquel Segovia y Albert Pérez Hidalgo, creadores e intérpretes los tres. Yo no los conocía pero llevan ya un tiempo en esto. En el TNT presentaban su cuarta pieza, coproducida por el festival: Locus Amoenus. En el 2012, la anterior, Solfatara, ganó el premio del jurado y del público del Be Festival de Birminghan y no para de girar por el Reino Unido. En las próximas dos semanas actúan en Birmingham, Leeds, Salford Quays y Cardiff. En el TNT actuaron en la Nova Jazz Cava. El público en el escenario y ellos tres donde normalmente se sitúa el público, sentados en unas sillas que ocupaban la escena, con un pasillo en medio. Al fondo se proyectaba un texto. Ese texto nos ponía en situación e intervenía de vez en cuando para comentar la acción. Hay una ficción. Los tres actúan. La ficción, según leo en su web, está inspirada en el relato El túnel, de Friedrich Dürrenmatt. Ese relato es del año 1952. Ese detalle es lo de menos. Los tres personajes van en un tren que va a descarrilar. Lo sabemos desde el principio. Sabemos que descarrilará en menos de una hora y todos morirán. Ellos no lo saben, por supuesto. Vamos a contemplar el final de sus vidas.
Hace tiempo que he desarrollado una alergia a ese tipo de teatro en el que los actores actúan imbuidos de personajes que se ven envueltos en una ficción. Gente que habla raro, con una cantarella impostada, con unos tics teatrales que me alejan por completo de lo que pasa en escena. Me cuesta analizar y enumerar una por una todas las características de ese teatro, que es el que predomina en las salas catalanas y españolas, pero que uno reconoce al instante y que a mí, como a muchos otros, nos tira para atrás. Por eso, si me preguntan, a lo bruto, sin contextualizar, digo que a mí no me va el teatro. A veces pienso que merecería la pena ver cómo hemos llegado hasta aquí y qué parte de culpa tiene en todo esto el llamado teatro y qué parte es culpa de cómo se lleva a cabo este llamado teatro. Cuando sale el tema hay intérpretes y creadores nada casposos, a los que aprecio, que señalan, entre otras cosas, que el nivel de los autores y los intérpretes de teatro catalanes y españoles es, en general, pésimo. Hay otros que piensan que es falta de información, ignorancia por lo que ha sucedido en el mundo del arte escénico (y en el mundo del arte en general) en el último medio siglo. Otros piensan que lo que servía hace cien años ya no tiene sentido en la actualidad porque está desconectado de nuestra vida, porque está muerto. Todo muy discutible. No sé, ya os digo que da para una interminable discusión. El caso es que, en cuanto comenzó Locus Amoenus, pensé uy, uy, uy, ¿qué hace esto programado en el TNT? Pero a los cinco minutos ya no me acordaba de estos prejuiciosos pensamientos míos. Cinco minutos tardaron en barrer de un plumazo mis barreras mentales. Me olvidé de todo y durante lo que duró la pieza me entregué absolutamente a lo que contemplaba. Me emocioné, me reí, les acompañé. Cuando acabé, fascinado y entregado, pensé: ¿qué he visto? Al principio parecía teatro del otro, del que no hay manera de soportar, pero no puede ser, el algodón no engaña, mi alergia no me falla nunca, y me protege. ¿Seguro? Creo que es la segunda vez que me pasa en poco más de dos meses (aquí la primera). ¿Estarán bajando mis defensas con la edad? No creo, al contrario. De hecho lo que creo que me pasa es que nunca he sido más sensible a la impostación y a la pretenciosidad como en estos momentos. Aunque una pieza se disfrace de moderno y utilice todos los recursos de las nuevas tendencias, a mi sistema immunológico no se la dan con queso. Mi cuerpo se rebela, diga lo que diga el programa de mano y la propaganda institucional. Para tranquilizarme comencé a buscar analogías (no intelectualices, sólo analogías, me recomienda desde hace tiempo un colega): ¿puede que me recuerde en algo a El conde de Torrefiel? ¿Por lo del texto proyectado? Hombre, una analogía bastante pobre, Rubén. En realidad no se parece en nada. Pues no sé, no caigo. Yo creo que estos de Atresbandes son del teatro, pero hace infinidad de años que no veo a nadie del teatro que no me parezca para nada del teatro. No le des más vueltas. Si no fuese por toda esta chorrada de las etiquetas, si lo que importase de verdad no es si la gente hace piezas transdisciplinares, performance, teatro de objetos, teatro post-dramático, trabajos coreográficos, con el cuerpo, pornoterrorismo, movimiento, literatura, música, arte sonoro, visuales o danza acrobática, sino lo realmente importante, eso que no se puede definir y que no hay manera de hablar de ello sin traicionarlo, ensuciarlo y corromperlo con palabras y conceptos académicos o de márketing (me da igual, a veces valen casi lo mismo), otro gallo cantaría. ¿No os parece?
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