Mientras miraba por la ventanilla del tren me sentí empujada a una euforia total. Sentía como si estuviese escalando una escalera infinita. Cerré los ojos para intentar dominarme pero daba igual. Barcelona-Madrid se convirtió en la Tierra-Eta Carinae. Veía luces de colores. Podía hacer operaciones aritméticas con ellas. Podía sumarlas, restarlas, multiplicarlas y dividirlas. Las podía mover con solo imaginarlo: en todas las direcciones y en todos los sentidos. Era algo que muchas veces había visto en sueños sólo que ahora lo sentía, ocurría. Cualquier objeto era luz pero había luces que no se correspondían con ningún objeto. Cualquier destello me llevaba a una especie de éxtasis. Cualquier detalle era un tesoro. Yo no quería que se acabase nunca, me agarré a esa sensación como si pudiese tocarla con mis propias manos. Al agarrarme con fuerza comencé a escuchar un zumbido muy leve que se desdoblaba en dos: uno muy grave y otro más agudo. Me concentré todo lo que pude en escuchar esos dos sonidos hasta que el resto del ruido del vagón pasó a un segundo plano. Poco a poco las conversaciones de los pasajeros, el ruido del propio tren y todos los demás sonidos fueron desapareciendo hasta que escuché un silencio absoluto sólo roto por esos dos pitidos, que cada vez me producían una sensación más placentera. Y entonces el tren se paró. En realidad seguía avanzando pero para mí se había parado. Abrí los ojos y me encontré con un vagón prácticamente vacío. Los pasajeros que me acompañaban habían desaparecido. Sólo vi a una pareja, un señor y una señora, que estaban sentados unas filas más adelante. Entonces el señor se giró y me miró. Con sorpresa. Y luego se giró ella y me miró como si no pudiese creer que yo estuviese ahí, mirándoles. Y entonces oí una voz de mujer que me decía: No deberías hacer eso, niña. Pero ella no movió los labios. La oí como si estuviese escuchándola por unos auriculares. Pero yo no llevaba auriculares. Y entonces todo lo que estaba viendo desapareció. Sólo veía una luz blanca tan brillante que no podía ni abrir los ojos. Cuando pude volver a abrir los ojos era como si hubiese pasado una eternidad. Lo que vi me excitó mucho, me hubiese dado un ataque al corazón si no fuese porque parecía como si estuviese drogada, nunca había estado tan relajada, no tenía miedo. Pero era para tenerlo. Estaba sentada en la hierba en medio de un prado bastante inclinado. Una higuera me daba sombra. Enfrente veía una montaña. Era un paisaje idílico. Seguía oyendo los zumbidos, no me abandonaron en ningún momento. Pero podía oír el sonido de las hojas de los árboles moviéndose por el viento, algunos pájaros y lo que me pareció el sonido del agua de un arroyo cercano. Ni rastro de ninguna otra persona. Me preguntaba cómo había ido a parar a allí, si estaría soñando o si alguien me habría metido algo en el vino que me había bebido en el tren. Pero todo me parecía demasiado real para ser producto de un sueño o de las drogas. Me sentía muy cansada pero necesitaba levantarme y caminar un poco. Comencé a explorar. Remonté el prado y encontré un camino. A la izquierda el camino estaba lleno de hierbas altas. A la derecha me pareció más transitable. Decidí ir por ahí. Al poco tiempo encontré algunas casas de piedra con techo de pizarra y ventanas de madera. Recorrí lo que parecía una aldea abandonada desparramada en la ladera de una montaña. Muchas casas estaban cayéndose a pedazos, otras parecían sostenerse bastante bien pero no se veía ni un alma. No encontré ningún signo de vida humana. Me alejé del pueblo por un camino que se adentraba en la montaña. Había agua por todas partes, pequeños arroyos, saltos de agua. El camino bordeaba precipicios desde los que vi un río que corría más abajo, más allá del pueblo. El sol comenzó a ocultarse detrás de la montaña en la que me encontraba. Miré mi móvil y vi que se había apagado. No tenía cargador. Pensé en buscar ayuda. Volví atrás en el camino en dirección a las casas. Se iba a hacer de noche, yo iba en camiseta y comenzaba a hacer fresco. Pasé delante de una casa que tenía una puerta de madera muy antigua en la que colgaba una especie de gancho de hierro que se balanceaba con el viento. Me entró un cansancio infinito. Llamé a la puerta. Grité. Empujé un poco y la puerta se abrió. Entré en la casa. El suelo era de madera. Parecía en buen estado. No podía más. Encontré una cama cubierta con una colcha. Me tumbé en la cama y me quedé dormida al momento.
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