Barcelona. Jueves, doce menos cuarto del mediodía. Creo ver a unos guiris haciendo cola para sacar dinero en el cajero que hay un poco más allá del Palau Güell, en Nou de la Rambla. Pero no, están haciendo cola para pillar ticket para entrar en ese siniestro palacio construido con el dinero ganado gracias al tráfico de esclavos africanos. Paso por delante y lanzo una mirada furtiva al hall del palacio, el sitio donde Jack Nicholson se encuentra por primera vez con Maria Schneider en la película The Passenger, dirigida por Antonioni en 1975. Siempre que paso por ahí me gusta recordar ese momento.
Saco dinero del cajero para hacer la compra. Cruzo las Ramblas, atravieso la Plaça Reial, el Carrer de la Lleona, Avinyó, Sant Miquel, Sant Jaume, Via Laietana y Argenteria. Compro café en El Magnífico, la mezcla de la casa. Entro en La Botifarreria de Santa Maria. Compro butifarras de calçots, butifarras de rovellons, croquetas de ceps, fuet de la casa y cap de senglar negro. Me siento en el banco de costumbre y dedico cinco minutos a mirar la bóveda y a escuchar. Salgo de ahí y me dirijo a la Plaça del Rei, bordeo la catedral y entro en el claustro. Tomo el sol durante diez minutos sentado en la piedra medieval, con mis botas pisando una tumba. Camino hasta las Ramblas de nuevo, cruzo por la calle Bonsuccés y entro en La italiana. Compro pasta fresca: raviolis de alcachofa, spaghetti de espinaca, taglietelle de sepia y chocolate de Benasque con 89% de cacao. Bajo en dirección a la Boqueria por Xuclà. Compro pan de payés en el Forn Boix. Al salir me topo con la pizarra de esa tienda que cada día escribe una cita diferente. Hoy toca una de Rubén Blades: El poder no corrompe, el poder desenmascara. Entro a la Boqueria por la Plaça de Sant Galdric, donde están los payeses por la mañana. Compro patatas, ajos tiernos, alcachofas, judías, pimientos, cebolla, brócoli, fresas, peras y manzanas. En los puestos de dentro compro pollo, huevos, aceitunas y congrio. Llego a casa. Coloco todo en la nevera. Son las dos menos cuarto, cojo la bici y, como el jueves de la semana pasada, salgo pitando hacia el Nyamnyam para la segunda sesión de la intervención de Job Ramos dentro del ciclo Todo lo que me gusta es ilegal, inmoral o engorda. Pero esta vez voy con mi chica. Hubo un tiempo hace muchos años en que no sabía cómo llamar a mi chica. Por no decir mi novia decía mi compañera o mi pareja pero no sé qué era peor. Un día llegué a hablar de mi chica de entonces como la chica que duerme en mi cama. Creo que ese fue el punto de inflexión. Ahora, a mi chica la llamo mi chica. Alguna feminista se me ha enfadado por eso. No tiene nada que ver con una cuestión de género. Me he leído enterito el libro de la exposición Genealogías feministas en el arte español: 1960-2010. Estoy sensibilizado con el tema. Ella también me llama mi chico. Hemos llegado a un equilibrio.
Mi chica y yo llegamos diez minutos tarde. Pasamos por encima de las vías del tren sin darnos ni cuenta. Cuando salimos del ascensor nos encontramos con el rellano de la escalera lleno de gente esperando. Esta vez algunos de ellos son conocidos. Nos saludamos y charlamos animadamente. La puerta del Nyamnyam está cerrada. Pero cuando llega alguien con una bici a cuestas, le abren. Y luego llega un chico con barras de pan y también entra. Comento con un amigo que estoy muerto de hambre. Elucubramos sobre por qué han dejado entrar a estas dos personas. Será porque traía el pan. Ya, pero ¿y la de la bici? Igual llevaba comida escondida en la mochila. Se abre la puerta. Hay que descalzarse al entrar. Pero mejor entrar un poco aunque pises la madera del suelo porque si no la gente se agolpa y no hay manera de entrar. Hinco la rodilla en el suelo para desatar los cordones de mis botas de escritor. Definitivamente estoy de nuevo en misión oficial. Esas botas hoy son de escritor aunque el sábado pasado fueron más bien botas de punk en el homenaje a Uri Caballero de los Surfin Sirles. Això no és un homenatge: és un ritual. Que no mori aquest sentiment. Que no mori l’Uri (Roger Pelàez dixit). No es el momento de hablar de ese concierto de más de siete horas y veintiún grupos pero es que no encuentro el momento ni las palabras para describir como se merece, y sin ensuciar, esa noche. Así que guardaré un silencio sagrado y ritual.
Al quitarme mis botas me doy de bruces con esa pisada sobre harina en el suelo y temo que sea la marca de una de mis botas. Pero la marca de la suela no coincide. Esto es cosa de Job. Pronto me doy cuenta de que hay más.
Esta vez estoy hipersensible a estos detalles. La mesa donde vamos a comer está dispuesta exactamente igual que el jueves pasado. Los frascos blancos siguen en la misma estantería. Las persianas dibujan la misma figura que la otra vez. Bueno, espera, no es la misma figura, es una figura simétrica. Quizá haya algún detalle en los frascos que tampoco sea el mismo. Hay un cuadro en el suelo puesto contra la pared. Detrás del cuadro sobresale una revista abierta por un reportaje en el que aparece el Nyamnyam. Hay un ordenador portátil con un mensaje en la pantalla. La semana pasada también pero no recuerdo el mensaje. Seguramente era otro pero no puedo asegurarlo.
Me meto en el papel de detective. No soy capaz de recordar qué ropa vestía Job la semana pasada. Por comparar. Comienzo a investigar unos papeles colgados en la pared aunque seguramente no tengan nada que ver con el trabajo de Job. ¿O sí? Valcárcel Medina, repetir varias veces una acción… Podría ser.
Debería relajarme. Los anfitriones me parecen más relajados que la semana pasada, pero a medias. Iñaki sí, a Ariadna la noto nerviosa. Me parece entender que hoy no vamos a comer antes de la acción. Pero lo entiendo mal. Nos piden que nos sentemos a la mesa. Ariadna me coge por el brazo y me conduce al mismo sitio donde me senté la semana pasada, en una esquina de la mesa. Job se sienta en el mismo sitio donde se sentó la otra vez. A parte de los anfitriones sólo veo a otra persona que repite y se sienta en el mismo lugar que la semana pasada. El plato roto sigue en medio de la mesa, exactamente en el mismo lugar. Las ensaladas de primer plato también me parecen idénticas. Y la olivada. Ariadna no puede sentarse a mi lado, como hizo la otra vez, porque a mi lado se sienta mi chica. Pero Ariadna se sienta a su lado. Iñaki presenta las ensaladas ante el silencio del respetable. Pienso que cuando pase un rato seguramente el silencio se volverá bullicio, como la vez anterior. Es cuestión de que la comida y la bebida hagan su efecto. Iñaki añade algo sobre que cuando era pequeño le gustaban las naranjas. Ese comentario me resulta inquietante. Como un toque poético fuera de lugar, algo impostado. ¿Cosas de Job? Tomo un poco de vino y me relajo. Voy a disfrutar de esta comida. No tengo ni siquiera porqué escribir sobre esto. Yo ya he cumplido mi parte del trato. No quiero ser prisionero del papel que el maquiavélico Job ha diseñado para mí o, peor, del papel que yo imagino que él ha diseñado para mí, porque Job y yo no hemos hablado de esto abiertamente. Voy a disfrutar de la comida. Aunque sea una comida repetición de la comida de la semana pasada. La disfruté mucho la semana pasada, así que me dispongo a volver a disfrutar. Iñaki presenta cada plato que se sirve. De segundo hay risotto con mizune, como la semana pasada. De tercero hay albóndigas. Espera, un momento, la semana pasada había burritos.
Entre el risotto y las albóndigas me levanto a por más vino. Cojo una jarra vacía cerca de donde está Job y voy a la cocina a llenarla. El vino, del Montsant, como la otra vez, se pilla de unos garrafones. La semana pasada tuve que preguntar cómo funcionaba el dosificador. Esta vez ya sé cómo va. El silencio del principio se ha convertido en charla animada y risas. Cuando vuelvo me reclaman que devuelva la jarra que acabo de llenar. Ya estamos en confianza. Devuelvo la jarra, pillo otra y me voy a por más. Luego, como la semana pasada, voy al lavabo. Y soy consciente de que estoy repitiendo la misma acción. Por eso, al mirar por la ventana, recuerdo que la semana pasada tuve la tentación de tomar una foto de las vías del tren con mi móvil. No la tomé. Pero esta vez sí que la tomo. Me siento atrapado en el tiempo. Ya nada es natural. Pero sólo para mí y quizá para esa chica que ha repetido también. Y para Job y los anfitriones del Nyamnyam. Y para otro chico que ha llegado cuando ya todo había comenzado pero que se ha sentado en el mismo sitio que la otra vez. Y quizá otro chico más, no estoy seguro. Para el resto de comensales (somos 18, creo) es su primera vez. El plato roto se está desintegrando. La semana pasada nadie lo tocó en toda la comida.
Vuelve a aparecer en la mesa la maravillosa edición del libro de César Aira. Ahora ya no sé si aparece en escena porque estaba previsto así desde el principio o porque Job ha decidido reproducir lo que pasó en la comida anterior. Por casualidad no me lo creo: sería demasiada casualidad. En cualquier caso lo vuelvo a coger y lo ojeo. Pienso que, si vuelvo al Nyamnyam en las dos sesiones que quedan este mes y cada vez leo unas páginas, al final me lo acabaré. Pero no puedo resistir la tentación de comenzar desde el principio y, como la semana pasada, no consigo pasar de la página 6. Por más que lo intento, cuando estoy a punto de pasar de página, alguien me habla o llega el postre (tarta tatin, como la vez anterior) y no puedo continuar.
Esta vez aún es más tarde, las cuatro y media o así, cuando los primeros comensales comienzan a marcharse. Y entonces Job dice que va a coger el ordenador y que va a enseñarnos cosas. Se hace el silencio. Pero el ordenador no tiene batería. Aquí me falla la memoria. Quizá esta vez haya bebido demasiado vino. No he dicho que no ni una vez cuando me lo han ofrecido. Como si saliésemos de la ficción para entrar en el comentario de la acción, prácticamente he borrado de mi memoria lo que dijo Job. Sólo recuerdo que Job cuenta que hay alguien que tiene (o tenía) la misión de anotar lo que está pasando. Pero que la semana pasada, a esta persona le hicieron creer… no me acuerdo, ¿que había alguien más? Es como si me hubiesen drogado. No recuerdo este punto. Aunque precisamente me interesa bastante. Una chica dice que ella se enteró de esta intervención porque leyó desde su móvil un relato en internet de lo que aquí había sucedido. No recuerda dónde pero dice que una vez comenzó no podía parar de leer. Job le dice que eso lo escribí yo. Momento raro. Como un careo. La chica dice que el texto le recordó mucho al estilo de un escritor pero no quiere decir su nombre. Me dice que luego me dirá qué escritor es, si le prometo no decírselo a Job. ¿Por qué no voy a decírselo a Job? Le digo que si me lo dice yo se lo diré a Job. Todo esto lo hablamos con todos los comensales sentados en la mesa (con los que quedan). Más tarde, en privado, la chica me da el nombre, a mí y a Job: Alejandro Zambra. No lo conozco. Por la noche lo busco y leo algún artículo que encuentro en su web. Me parece interesante. Intento releer el texto que escribí sobre la sesión anterior intentando buscar coincidencias con el estilo de Zambra. Me parece excesivo. Dejo el asunto. Pero volvamos a la sobremesa del Nyamnyam. Job desvela más cosas. Me recuerda a las novelas policíacas o a los episodios de Magnum en el que al final se desvelan todos los detalles. Esta chica que ha hablado, por ejemplo, tenía la misión de que en la mesa siempre hubiese vino. El chico que dejaron pasar en la puerta tenía que traer pan porque se lo pidió él. La chica de la bici también trajo pan pero porque el chico tuvo problemas y parecía que no iba a poder venir, aunque al final vino. Habían quedado que Iñaki y Ariadna no dirían o no harían ciertas cosas. Pero las han hecho o las han dicho. Incluso Job también ha hecho algo que dijo que no iba a hacer. ¿Dar explicaciones, quizás? No sé, ya digo que no me acuerdo muy bien. Me parece que todos estamos muy animados. El sol entra por las ventanas, como la semana pasada, pero hace más calor. Muchos nos hemos sacado los jerséis y estamos en camiseta de manga corta. Ah, sí, ahora recuerdo. Job nos reparte unos libros que son un catálogo de su exposición Un altre paradís sense clavegueram. La expuso en el desaparecido Espai Zer01 de Olot, en 2008. En esa exposición metió un árbol en la sala de exposiciones. Nos muestra una de las fotos del libro, en la que el árbol está ya dentro pero todo está a medio acabar. Y nos pide que lo importante de hoy es que nos quedemos con esa imagen. Y nos cuenta cosas sobre esa exposición y sobre estos catálogos que nos ha repartido, que dormían en el Nyamnyam desde hace tiempo. Es decir, no lo traía preparado. Esto se lo ha sacado de la manga justo antes de que llegásemos. En fin, la gente comienza a marcharse pero muy lentamente. Iñaki me dice que tiene una reunión a las cinco y media. Nos levantamos, fumamos en el rellano de la escalera, con Job. Alguien prepara café. Yo hoy no he recogido ni un plato, la semana pasada sí. Tengo mala conciencia. Hablamos sobre lo que pasó la semana pasada y esta especie de repetición. De cómo se comienzan a superponer capas, de cómo el texto que escribí es otra capa que comienza a modificar también la acción. Job dice que esta vez estaba más tranquilo y eso no le gusta. Que esta vez ha salido peor. Que no ha conseguido poner nerviosos a Iñaki y Ariadna. Se lo discuto. Me habla de Synecdoche, New York, una peli en la que el protagonista construye una réplica de la ciudad de Nueva York en el trastero de su casa para su obra de teatro. Y de cómo, curiosamente, se ha acusado a esta película de ser un plagio de un libro cuyo título, perdonadme, no recuerdo. Son las seis y pico. Le pregunto a Iñaki sobre la reunión que tenía a las cinco y media. Ya acabó, la tuvo en una habitación. Realmente llevamos mucho rato aquí. Job pregunta si hemos visto La mélaconlie des dragons de Philipe Quesne. Le dediqué un pequeño post hace cinco años. Lo releo ahora, sobre todo los comentarios, y me parece que tiene mucha relación con esta intervención de Job en el Nyamnyam. Hablamos de Rodrigo García. Job me pide nombres de gente interesante de la escena, de ahora. Le doy algunos que se me ocurren a bote pronto. Job comienza a contar anécdotas. Nos habla del origen de su apellido, que comparto con él, de su familia. Nos habla de que conoció a un operador de cámara catalán que trabajó con Herzog. Y de un vídeo que Job hizo basado en el inicio de una peli de Herzog en la que trabajó el cámara: Aguirre, la cólera de Dios. Y abre el ordenador y nos enseña su vídeo.
En esto de Job es muy diferente si te quedas un rato o te quedas hasta el final. Los que tenían prisa han disfrutado de una comida excelente. Los que se han quedado más tiempo han descubierto ciertas claves en la sobremesa y se han llevado un libro. Los últimos han tenido la oportunidad de charlar, de darle vueltas a lo sucedido, de escuchar otras historias y hasta de ver un vídeo. Es muy tarde. Más de las siete de la tarde. Ya no queda nadie. Bueno, sí, un ser minúsculo que se está probando mis botas. Las recupero, nos despedimos y mi chica y yo nos vamos a dar un paseo en bici por la playa, que está a cinco minutos. El jueves que viene volveré.
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