Fotografías de Vincenzo Rigogliuso
El sábado pasado, Serrucho presentó una primera aproximación a su nuevo trabajo, Mirror Stream, en el Teatre del CCCB, dentro de la programación del Laboratori escènic, un programa de ayuda a la creación del CCCB que tiene el propósito de acompañar y dar apoyo a tres proyectos escénicos en fase de desarrollo que apuesten por la investigación artística, ofreciéndoles recursos económicos y una residencia de una semana que finalice con una presentación del proceso de trabajo, seguida de un encuentro informal entre público y artistas acompañado de cervezas cortesía de la casa. El pasado mes de octubre la bailarina y coreógrafa Mabel Olea presentó Cut one’s teeth y el sábado 14 de diciembre la coreógrafa Eulàlia Bergadà cerrará las presentaciones de este año con A-Void Setting 0.1.
Serrucho presentó su trabajo ante un auditorio a rebosar, en esta ocasión con Raúl Alaejos y Paadín, sin la presencia de Ana Cortés (que no pudo viajar a Barcelona) pero con el añadido de Javi Álvarez, que se ocupó del espacio sonoro. Después de una breve presentación del comisario del ciclo, Isaac Vila, a continuación también tomó la palabra Paadín para recordarnos que lo que íbamos a presenciar era algo parecido a lo que veríamos si pudiésemos acceder al cuaderno de notas del grupo después de una semana de trabajo intensivo, recordándonos que íbamos a encontrarnos con ideas en bruto que quizá funcionasen junto a otras que no acaban de funcionar todavía. Difícil empresa la de tener que enfrentarse a la expectación de un público tan numeroso después de solo una semana de trabajo cuando de lo que se trata es de desarrollar una investigación experimental (donde lo que funciona o no funciona, si es que existe la voluntad de juzgar el trabajo en esos términos, quizá sería aconsejable dejarlo para más adelante, en coherencia con la voluntad de experimentación), pero así son los tiempos acelerados de nuestra contemporaneidad, en la que no nos conformamos con un poco, lo queremos todo. Así que no está de más recordárselo al público en forma de moderna captatio benevolentiae, sobre todo por si algún despistado no se ha leído con el deseado detalle la información de la web o el programa en papel que se repartía en la entrada. Paadín ejecutó con gracia esa figura retórica de otros tiempos que ahora acostumbramos a oír con frecuencia en este tipo de muestras, dicha de una manera rabiosamente moderna por nuestros contemporáneos.
Una vez puestos en contexto, los tres artistas ocuparon sus lugares en la mesa de control desplegada al fondo del escenario. Y entonces una pantalla gigante descendió hasta ocultarlos, como si fuese un antiguo telón teatral pero al revés. Lo que presenciamos durante mucho más de los cuarenta minutos anunciados fue una sangría de streamings, un estudio desde múltiples ópticas y formatos sobre el chorreo de imágenes que nos envuelven en la era digital. Si en otros trabajos de artistas contemporáneos coetáneos a los Serrucho hemos comenzado a ver incipientemente una crítica directa a ese aluvión de imágenes actual por el lado de la sustracción, como una reacción en la dirección opuesta, en el caso de Serrucho esa preocupación se manifiesta más bien desde la contemplación, la exploración, la apropiación y el uso disruptivo de todo ese material que nos envuelve en directo, sin abominar de él sino usándolo a placer, jugando con él e incluso riéndose amablemente con él y de él, incluyendo a los propios Serrucho en la diana de sus propias bromas. Y de paso jugando con los límites de lo escénico, utilizando como actores, por ejemplo, a streamers que conectan sus webcams para retransmitir al mundo las más variadas actividades humanas: una comida familiar, una sesión de estudio ante el ordenador, una excursión en barca, un trayecto en coche o, mención aparte, las más variadas actividades aderezadas con ASMR (esos sonidos susurrantes con intenciones relajantes).
Esos actores no solo se muestran desde una pantalla gigante sino que saltan de la pantalla a la escena mediante pantallas móviles teledirigidas que se desplazan por el escenario y que permiten que esos actores virtuales se relacionen entre ellos, también gracias a la ayuda del público en algún momento puntual. O nos hablan a través de un revelador chat entre alguien de Serrucho y uno de los streamers en el que, de una manera ligerísima, con dos pantallas colocadas en el escenario una al lado de la otra por uno de los miembros de Serrucho, reflexionan sobre el propio formato escénico recordándole al streamer que no podrá ir a ver la obra de teatro que estamos presenciando porque él es uno de los actores y por tanto debe permanecer junto a su webcam para que la obra tenga lugar. Pero no solo se sirven de esos actores sino también de los múltiples escenarios que se encuentran a nuestra disposición a través de las webcams repartidas por todo el orbe. Algunas de ellas incluso permiten que las manipulemos a voluntad para enfocar hacia uno u otro lado del paisaje, para ver dónde empieza y acaba el lago que se despliega ante nuestros ojos, por ejemplo.
¿Y todo esto para qué? Habrá que esperar un poco más para saberlo pero quizás para acabar enfrentando al público a su propia imagen en streaming, como si nos enfrentasen a un espejo virtual deformado robado de una Alicia en el País de las Maravillas convertida en una pesadilla de la que nos resulta imposible escapar (de momento). O quizá no sea ninguna pesadilla, me dice una voz interior susurrante estilo ASMR, que quizá, pienso, sean los Serrucho hablándome por streaming, uno por cada uno de mis oídos y otro desde la pantalla del ordenador en el que escribo esto que leéis en alguna otra pantalla vuestra.