La semana pasada tuvo lugar el esperado estreno en la Península Ibérica de la última creación de L’Alakran, Inactuales, en el Auditorio de Azkuna Zentroa de Bilbao, dentro de su temporada de artes en vivo, escenAZ, trufada de propuestas tan sugerentes como Platea de Tripak (29 de noviembre), Grandissima Illusione de Cris Blanco (18 de enero), Yo soy el monstruo que os habla de Paul B. Preciado (15 de febrero) o amanecer alto cielo de Nazario Díaz (11 de abril).
En esta nueva producción de L’Alakran, estrenada en Suiza (sede de L’Alakran desde 1997), en Grütil – Centro de producción y difusión de las artes vivas de Ginebra, coproductor de la pieza junto a Azkuna Zentroa, Oscar Gómez Mata, artista asociado a Azkuna Zentroa entre los años 2019 y 2022, vuelve a colaborar con el nunca suficientemente celebrado actor Juan Loriente, que tantas alegrías nos ha dado en los escenarios, sobre todo en los montajes de Rodrigo García (por cierto, presente entre el público), esta vez en escena de nuevo junto a Oscar Gómez Mata, componiendo ese dúo de (en sus propias palabras) payasos metafísicos que en estos últimos años hemos podido ver en acción en el proyecto anterior de L’Alakran, Makers, en el Teatro de la Abadía de Madrid y en ramificaciones posteriores como los Makers itinerantes, que pudimos disfrutar en el Festival TNT de Terrassa en la edición del año 2022.
En Inactuales, Oscar Gómez Mata y Juan Loriente aparecen en un escenario donde contemplamos una rica, colorida y caótica escenografía de Vanessa Ferreira Vicente en la que podemos ver desde unas ollas que parecen cocinar algo a fuego lento hasta un tendedero repleto de ropa, una escalera o una pantalla que se utilizará para proyectar algunas imágenes, pasando por una especie de collar gigante desplegado (un verbo, desplegarse, que se subrayará en varios momentos de la pieza), que Oscar Gómez Mata presentará como un cordón umbilical que remonta la pared desde el suelo del escenario hasta no se sabe qué alturas metafísicas.
La cosa comienza como una comedia de situación, en la que los intérpretes parecen estar en un momento previo a la actuación y en la que el público, al que se alude como un ente futuro, aún no está presente. Los intérpretes, en ese primer momento, se comportan como una especie de clowns entre bambalinas, unos bufones que nos dejan observar su intimidad previa a la exposición pública, que hablan (y se mueven), en un tono de mofa, de sus cosas, de la producción, de la responsable de comunicación, de las intenciones de la escenógrafa, de su relación, del amor que se tienen. Oscar Gómez Mata adopta el rol del que tiene la responsabilidad de llevar esto a buen puerto. Juan Loriente le da la réplica como el caballero del absurdo, con un elegante e indolente desparpajo que hace que las preocupaciones del común de los mortales resulten, como mínimo, extrañas. Ese extrañamiento que tantas veces nos ha sacudido desde los escenarios, que quizá es lo que buscamos cuando vamos al encuentro de este tipo de experiencias porque es lo que nos limpia la mirada, lo que nos hace volver los ojos hacia nuestro cotidiano día a día con una mirada renovada, algo que jamás podremos agradecer lo suficiente y que quizá sea la razón de la adicción a este tipo de arte.
No se sabe cómo, después de que, como público, hayamos sido apartados de la propuesta, de pronto se nos incluye. Cómo sucede esto es prácticamente un misterio en el que interviene el amor, su amor, que escenifican en una escena preciosa en la que los dos intérpretes se unen y en el que, como mínimo uno de ellos, anula su mirada, se vuelve ciego, mira hacia adentro, pero de pronto los tipos que están encima del escenario nos hablan directamente, incluso se acercan al público e interactúan con la platea, una platea que pasará de la risa a algo que va un poco más allá, o mucho más allá, eso dependerá de cada cual, aunque la risa, a veces congelada en los rostros del público, será lo que nos prepare para ese tránsito.
Esos payasos se convertirán ante nuestros ojos, gradualmente, en una especie de filósofos porque de lo que nos hablan es de algo terriblemente profundo aunque, afortunadamente, desprovisto de toda la carga, de todo el peso que podría convertir la poesía en una pesadez, en un mitin. En vez de eso, asistimos, no se sabe cómo, a una experiencia en la que los payasos metafísicos nos hablan de (y escenifican para nosotros) un montón de cuestiones relacionadas con ciertos aspectos a los que quizás, sólo quizás (no se nos fuerza a nada, hay un cuidado exquisito con eso), no prestamos últimamente la atención que se merece. Sobre todo, los payasos metafísicos (cada vez más metafísicos y menos payasos, sin que como público nos demos cuenta de cómo han conseguido esa transformación ante nuestros ojos), nos hablan de las cosas que se nos escapan, de las que se les escapan a ellos pero también a cualquiera (y por eso les escuchamos con atención), de todo lo que está fuera de nosotros, de lo inexplicable, de cómo es necesario equilibrar la lógica y la racionalidad que lo impregna todo desde hace un par de siglos con la poderosa herramienta de la intuición, al mismo tiempo que quizá debiéramos moderar esas pasiones exacerbadas, a las que parece que damos rienda suelta con más ímpetu que nunca, con una cierta templanza de la que carecemos habitualmente. Y de cómo se enfrentan ellos a esta batalla. Básicamente, abandonando su propio yo. No se me ocurre nada más subversivo en estos momentos.
Y nos cuentan que lo hacen con su técnica off the face, a través de unas imágenes que uno se describe a sí mismo de una manera extremadamente concreta, objetiva, desprovista de juicio de valor, como la imagen de Blanca Portillo acercándose a casa de Juan Loriente, en un pueblo de Cantabria, a las nueve de la noche, para pedirle un espacio para trabajar. Juan Loriente, que nos confiesa su plan para ganar el premio Nobel de la Paz en el año 2033, trata a Blanca Portillo como si fuese su hermana, la acoge, le presta una habitación, le da desayuno, comida y cena todo el tiempo que ella necesite, a pesar del desafortunado camino que, y en eso le damos toda la razón, eligió Blanca Portillo cuando hace unos años lideró la oposición al proyecto que, en la época Carmena, convirtió las Naves del Español de Matadero en un centro público dedicado a las artes vivas, el único entre quince espacios institucionales de la ciudad de Madrid dedicados al teatro tradicional. El único de quince, Blanca. Y a Blanca Portillo, y a un porrón de artistas más firmantes del manifiesto, les parecía mal, no podían soportarlo. Nunca sabremos exactamente por qué. Pero en Inactuales creen que la ciencia moderna ha demostrado ya suficientemente que, cada vez que uno escoge un camino, en realidad el otro camino también lo tomas, en otro hilo de la realidad. Así que Blanca Portillo, o cualquiera de nosotros, también tomó ese otro camino en algún momento y, no pasa nada, debemos aceptarlo con amor, porque en ese otro camino Blanca Portillo está también con nosotros, es nuestra amiga y nos quiere, como nosotros queremos a Blanca Portillo a pesar de su extraño comportamiento en este hilo de la realidad desde el que os hablo, desde el que nos hablan los Inactuales.
Quizá lo que le pasa a esa gente que toma caminos tan extraños se deba a algo como lo que describe Giorgio Agamben, a quien cita Oscar Gómez Mata en escena: el universo se expande más rápido que la velocidad de la luz, por eso vemos oscuridad cuando miramos al cielo de noche, porque la luz que emiten las galaxias que nos rodean no llega a nuestros ojos debido a que en este lado de la galaxia nos alejamos más rápido que la velocidad de la luz que emiten sus estrellas.
Podría estar hablando de esta obra durante horas y horas pero vamos a dejarlo ahí, en el secreto, porque, como cuentan en Inactuales, quien está en el secreto (y lo ejemplifican con un caso inaudito de magia sanadora que en Suiza suscita un casi absoluto consenso porque todo el mundo ha experimentado o conoce a alguien que ha sido curado a través de ella) tiene la obligación de prestarlo a cambio de nada. Pero no de revelarlo. Por eso, disculpadme, no voy a hablaros del maravilloso final de esta obra. Sólo espero que algún día podáis presenciarlo.