El miércoles se inauguró en Barcelona una nueva edición del festival Llums d’antiga, un festival dedicado a la música antigua que organiza L’Auditori fuera de su sede, en un par de maravillosos espacios históricos de la ciudad: la Capella de Santa Àgata, en la plaça del Rei, y el monasterio de Sant Pau del Camp, en el Raval. El festival es heredero del Festival de música antiga que, desde 1977 y hasta hace pocos años, organizaba la Fundació La Caixa. Con ese festival muchos descubrimos la música antigua, las corrientes historicistas, la llamada corriente auténtica, la interpretación con instrumentos originales, los intérpretes pioneros ya fallecidos Frans Brüggen, Nikolas Harnoncourt, Gustav Leonhardt, los aún vivos Ton Koopman, René Jacobs, Emma Kirkby y multitud de otros músicos más que, a partir de los años sesenta y setenta revolucionaron el mundo de la música mal llamada clásica, precisamente interesándose inicialmente por la música anterior al periodo del Clasicismo (Barroco, Renacimiento y música medieval), realizando un proceso de investigación de las fuentes originales, y prácticamente de rehabilitación (de la misma manera que se rehabilitan catedrales para despojarlas del hollín acumulado para devolverles su color original), y aplicando de una manera práctica sus descubrimientos para intentar llevar ante el público las interpretaciones más fieles a partituras adulteradas por capas y capas de historia y Romanticismo que las habían desvirtuado en algunos casos hasta pervertirlas.
Este movimiento, sobre el que se ha discutido largo y tendido, ha acabado imponiéndose de manera que actualmente es difícil ignorarlo, si te dedicas a la mal llamada música clásica, aún cuando decidas oponerte a él. Porque, a pesar de cierto talibanismo dentro de los innumerables músicos que han formado parte de esta corriente en estas últimas décadas, ha acabado convenciendo por la fuerza de sus razones. Ya que por primera vez en la historia de la música hemos vuelto la vista atrás (concretamente desde el Romanticismo, desde hace un par de siglos) para interpretar en concierto música no estrictamente contemporánea (que es lo que se hacía hasta entonces: sólo se interpretaba la música estrictamente contemporánea de cada momento) está bien revisar cuáles eran las condiciones y las intenciones originales de esas partituras, de esos compositores, de esos intérpretes, de sus técnicas y de los instrumentos musicales de entonces (que evolucionaron convirtiéndose en nuestros modernos instrumentos), para luego decidir conscientemente qué hacer con eso, no por la simple inercia de una tradición deformada o por ignorancia. Se podrían sacar muchas conclusiones de este fenómeno en otros ámbitos artísticos. En el teatro, sin ir más lejos. Pero no me meteré ahí. Solo diré que gracias al trabajo de toda esta gente algunos hemos descubierto la fuerza de grandes o pequeñas creaciones del pasado que permanecían camufladas bajo capas de pintura neorrománticas que tiraban para atrás. Y una vez redescubiertas nos hemos enamorado de ellas para siempre.
Echando de menos los antiguos precios de las entradas (recuerdo entradas a 5€ en el antiguo Festival de música antiga, que organizaba la fundación de una caja de ahorros que acabó convirtiéndose en un banco, mientras que ahora, organizado por una institución pública, cuestan 28€ – menuda paradoja) me dispuse a recoger mi entrada en la medieval plaza del Rei, antes de asistir al concierto inaugural del Hathor Consort, grupo liderado por la violagambista Romina Lischka acompañada de la soprano Hana Blažíková, Sophie Gent y Alba Roca a los violines, Daniel Zapico a la tiorba y la guitarra barroca y Maude Graton en el clavicémbalo y el órgano. Todos intérpretes relativamente jóvenes. El concierto, que iba a tener lugar en la bellísima capilla gótica de Santa Àgata, subiendo las escaleras de la plaza del Rei a la derecha, tuvo que ser retrasado media hora por la habitual manifestación independentista que cada miércoles se celebra en esa plaza a las siete de la tarde para reclamar la liberación de los presos. El sonido de la liturgia de esa manifestación (amplificado con micros y altavoces) no hubiese sido muy compatible con el silencio que se suele buscar para disfrutar de la música antigua (sin ningún tipo de amplificación más allá de la reverberación natural de la capilla). Aún y así, durante el concierto, escuchamos sobrevolar un ratito al tradicional y odiado helicóptero de la policía que vigila las manifestaciones en el centro de la ciudad (no la de los independentistas, que cortesmente se dio prisa para acabar antes del comienzo del vecino concierto). El público, eso sí, compartía la misma media de edad dentro que fuera, bastante alta, mayor de 60 años. En el caso del concierto, dado que cuando las entradas eran mucho más baratas recuerdo ver a muchísima gente joven, atribuí la falta de juventud al elevado precio de las entradas. En el caso de los independentistas no me atrevo a lanzar ninguna hipótesis. Tengo que decir también, para ser justos, que si estás en paro el precio de las entradas del festival baja 10€, hasta los 18€. Es una rebaja considerable pero aún parece un precio algo caro para un parado. Me da la impresión de que el acceso a lo que algunos llaman Cultura se está poniendo cada vez más difícil para los jóvenes y para las clases populares. Luego que no se quejen de que no tienen público. Y no me digan que el dinero no es tan importante en estos casos, que si hay un verdadero interés uno puede superar cualquier obstáculo económico. Si no es tan importante el dinero y no quieren bajar los precios de las entradas de los espectáculos organizados por instituciones públicas, por favor, propongo que comiencen por doblar los sueldos de los asalariados y también los honorarios de los autónomos y luego bajen a la mitad los alquileres, ya puestos. Entonces veríamos a ver qué pasa.
Algo que me encanta del mundo de la música antigua son los múltiples e insospechados descubrimientos de música y músicos que han permanecido ocultos durante muchísimos años. El concierto del Hathor Consort, por ejemplo, me reveló nuevos descubrimientos interesantes, como la compositora italiana Isabella Leonarda y el compositor de Cuenca Bartolomé de Selma, ambos del siglo XVII, a los que no tenía el gusto de conocer y a quienes unos días después sigo investigando y disfrutando. Otros compositores del programa, Frescobaldi y Kapserberger, son relativamente conocidos desde hace tiempo pero a las fantásticas Francesca Caccini y Barbara Strozzi las descubrí tan solo hace un año gracias al libro de Anna Beer de reciente aparición (Armonías y suaves cantos. Las mujeres olvidadas de la música clásica, editado por Acantilado). Sospecho que gracias al muy reciente interés por las compositoras olvidadas de la historia, de las que el festival Llums d’Antiga hace gala en esta edición, vamos a tener un maravilloso goteo de descubrimientos musicales en un sector musical ávido de cualquier suspiro de aire fresco, más allá de nuevos rostros y nuevos looks, que también se agradecen porque buena falta hacían (me refiero a los looks más modernos, sin que aún nadie, que yo sepa, se haya atrevido a presentarse en chándal como la gente del trap -aunque cada vez falta menos, me da la impresión). Por cierto que, muchas de esas compositoras olvidadas, en su momento fueron relativamente conocidas, no sé qué es lo que pasó en los últimos siglos para borrarlas a todas del mapa casi por completo. Dice poco de las supuestas bondades de nuestros tiempos modernos respecto épocas presuntamente oscuras, como la medieval, sin ir más lejos. Pero, más allá de si eran mujeres o hombres, es fabuloso que vayan apareciendo obras de gente de las que no sabíamos nada, gente oculta bajo otros nombres famosos, aunque ni siquiera fueran los famosos de entonces (porque de muchos famosos de entonces ahora nadie se acuerda), gente tan interesante, o más, como la que fue famosa en su época. Es lo mismo que pasa ahora, que lo fascinante casi nunca está en lo que te encuentras en portada. Hay que rebuscar constantemente en los escondrijos para dar con ello, con curiosidad, sin prejuicios, con la mirada limpia y sin pensar en el qué dirán. De aquí también se podrían sacar muchas conclusiones.
Por si después de leer esto alguien se queda con las ganas de asistir a alguno de los conciertos, dejo aquí el último vídeo publicado por Jean Rondeau, formidable clavecinista francés que acaba de cumplir treinta años y que también actuará en el festival como parte del grupo Nevermind con un programa compuesto por obras de François Couperin y Elisabeth Jacquet de la Guerre. Las entradas están agotadas.