Hace veinticinco años, en 1996, Olga Mesa estrenó estO NO eS Mi CuerpO en el Teatro Pradillo de Madrid. De aquel estreno queda un vídeo grabado por Rodrigo García, quien también colaboró con algunos textos fragmentados proyectados en escena. Aunque esa pieza se considera un solo, en escena aparecía también un chelista, Julien. Dani Miracle también participó entonces con otro vídeo proyectado en escena en el que observamos a cámara rápida el sueño agitado de Olga Mesa durmiendo en una cama. Ese fue el inicio de la trilogía Res, non verba, realizada en colaboración, precisamente, con Dani Miracle.
La semana pasada, en el Mercat de les Flors, dio inicio un ciclo dedicado a Olga Mesa y Francisco Ruiz de Infante, la compañía Hors champ / Fuera de campo, afincada en Estrasburgo, que continuará hasta finales de enero en el Mercat después de la breve incursión en el MACBA del pasado sábado. La constelación, como el Mercat llama a ese tipo de ciclos que reúnen varios trabajos de un mismo artista o colectivo, comenzó con una revisión de 2019. estO NO eS Mi CuerpO. El trabajo se anunciaba como una transmisión del solo original a una nueva intérprete, Natacha Kouznetsova, pero también como un diálogo con Francisco Ruiz de Infante.
Las gradas de la sala Pina Bausch del Mercat de les Flors se movieron de su lugar habitual para colocarse cerca de las paredes que dan a la entrada de esa sala. La pared opuesta se utilizó para la proyección de imágenes en diálogo con lo que sucedía en escena. Entre esa pared y las gradas del público, Natacha Kouznetsova y Olga Mesa daban vida de nuevo al recuerdo de ese solo. Olga Mesa, como maestra de ceremonias, comenzó dirigiéndose al público para contextualizar su propuesta y pedirle un esfuerzo de imaginación. En condiciones normales, si el protocolo anti coronavirus no lo impidiese, el público hubiese sido invitado a acompañar a Olga Mesa a recorrer el escenario, como en una visita guiada, mientras Olga Mesa, micrófono en mano, le hubiese mostrado algunos objetos relacionados con la pieza original: el vestido diseñado por Bernardino Cevigón, algunas anotaciones escritas sobre una cartulina o unas libretas, por ejemplo. Como eso no era recomendable en estos momentos de emergencia sanitaria, el público fue invitado a imaginárselo mientras dos miembros de la compañía, como representantes simbólicos del público, acompañaban a Olga Mesa en su recorrido.
A continuación, ya solas Olga Mesa y Natacha Kouznetsova en escena, presenciamos un diálogo a tres entre la autora e intérprete original de la pieza, la nueva intérprete y las proyecciones, a lo que habría que añadir el sonido, otro elemento fundamental de la pieza en su versión actual, como ya lo era en la versión original. Es como si los diferentes elementos del solo original hubiesen explotado en mil pedazos para permitirnos contemplar en escena todo a un tiempo: el pasado y el presente, la experiencia en vivo y su registro (en vídeo y sonoro), la pieza y su comentario (por parte de la coreógrafa pero también de la nueva intérprete y de Francisco Ruiz de Infante), las referencias que utilizaba Olga Mesa en el original y otras nuevas añadidas a partir de entonces. Todo se muestra a la vez sin ocultar las costuras al público. Las proyecciones muestran sin tapujos que provienen de uno o varios ordenadores donde se superponen diversas capas con elementos muy diversos: extractos de películas, el vídeo original grabado por Dani Miracle que se proyectaba en escena en el solo original, imágenes de la grabación del estreno, loops con la imagen de Natacha Kouznetsova o el texto que parece escribir Olga Mesa desde un ordenador en escena. E incluso esas imágenes parecen reaccionar al movimiento de las dos intérpretes. Todo da la impresión de estar conectado. Ellas dialogan entre sí moviéndose como si el pasado interfiriese en el presente, como un espectro, o al revés, como si el presente interfiriese en el pasado (me inclino a pensar que ese es uno de los resultados de este juego), pero también conversando entre ellas, dándose indicaciones, dirigiéndose o comentando ciertas pérdidas de memoria durante la interpretación que provocan supuestos errores de reproducción respecto a la coreografía original en un gesto que no hace más que subrayar la imposibilidad de reproducir el pasado.
Quizá ese sea el momento álgido, el punto de ebullición al que se pretende llegar en esta revisión para que el pasado, que ya no existe más que en nuestra imaginación, dé paso a un nuevo presente que no se limite a ser una imposible copia exacta de algo que ya no existe, algo que quizá ya no tenga ningún sentido resucitar, más allá de la inevitable nostalgia, en una disciplina que se caracteriza por su carácter intrínsecamente efímero, para lo bueno y para lo malo. Como la vida misma.