Existen muchos tipos de acercamientos al fenómeno artístico, al arte, a la creación, llámenle como quieran. Pero creo que mi favorito, el que más me interesa, el que más me flipa, el que más me hace vibrar, el que en definitiva más me gusta (¿te ha gustado?, sí, me ha gustado muchísimo, lo que más) es ese tipo de arte y de artistas que ponen el foco en la vida y consiguen que la miremos con otros ojos, con la mirada limpia, como si despertásemos de un sueño o como si penetrásemos en un sueño, el sueño de la vida (perdónenme si me pongo algo cursi con este tema), donde todo está entrelazado, donde cada detalle es un mundo, un universo paralelo, donde uno puede reconocerse en todos y cada uno de los elementos que lo componen y fundirse con ellos y, de paso, con el cosmos. Esto, que es un poco lo que me imagino que le pasó a Miguel Valentín el otro día viendo Monte Chanel de Les Myrtilles, a juzgar por cómo lo cuenta en esta nota de voz, diría que es de lo que va Archivo, que el colectivo Serrucho presentaba como una instalación escénica en el Ateneu Candela de Terrassa durante todos los días que duró el festival TNT. Hay muchas y variadas maneras de llegar hasta ahí pero lo que me parece muy curioso es que solo con intentarlo honestamente me da la impresión de que el mundo mejora. Si, además, consigues activar ese resorte entre alguien del público creo que has hecho algo moralmente bueno, para esa persona y para el universo entero. Así de bestia lo vivo, aunque sea en pequeñas dosis, y así de contundentemente lo dejo por escrito aquí (como lo digo lo siento, sería otra manera de decirlo). En mi particular ética estética (en un mundo sin ética solo nos queda la estética) no existe nada superior a este tipo de arte. Y si esto no es un juicio de valor, de los que se supone que huyo en este casi centenar de notas que llevo escritas, que baje Dios y lo vea, que para algo se llaman notas que patinan porque en ellas no paro de patinar constantemente, y así debe ser. Ha llegado el momento de aceptar todas las contradicciones como algún día no muy lejano llegará el momento de callar para siempre.
En Archivo te encuentras con un cubo que parece el monolito de Odisea 2001. Ese cubo es un inmenso archivador repleto de cajones numerados. Después de que el equipo Serrucho te reciba, te guarde amablemente tu chaqueta y te coloque a cambio una bata y unos auriculares inalámbricos, comienzas a recibir una serie de instrucciones a través de los auriculares que desembocarán en la consulta de ese archivo donde podría parecer que se almacena todo el universo conocido. En un ambiente que remite a las películas de ciencia ficción pero también a los documentales de divulgación científica, acompañado de otros como tú que te preceden y otros que ocuparán tu lugar cuando tú ya no estés, comienzan a pasarte cosas fascinantes si decides jugar y seguir las instrucciones que te empujan a abrir algunos cajones: puedes contemplar la Tierra desde el espacio o un minúsculo detalle de la decadencia de un centro comercial de provincias, tan importante para quien lo vive en primera persona como los grandes conflictos del cosmos.
Antes de llegar hasta Archivo desafié a la lluvia para meterme en la Casa de la Música, donde presencié Corpus, de Xavier Bobés, junto a un reducido grupo de personas sentadas alrededor de una plataforma circular de madera. En esta ocasión, Xavier Bobés se acompaña de Frances Barlett, que toca al cello música de, entre otros, Orlando Gibbons, uno de mis músicos preferidos del Renacimiento (sí, me gusta), y recita en inglés el brutal Soneto LXVI de Shakespeare que, traducido al castellano por Agustín García Calvo, dice así:
Harto de todo esto, muerte pido y paz:
de ver cómo es el mérito mendigo nato
y ver alzada en palmas la vil nulidad
y la más pura fe sufrir perjurio ingrato
y la dorada honra con deshonra dada
y el virginal pudor brutalmente arrollado
y cabal derechura a tuerto estropeada
y por cojera el brío juvenil quebrado
y el arte amordazado por la autoridad
y el genio obedeciendo a un docto mequetrefe
y llamada simpleza la simple verdad
y un buen cautivo sometido a un triste jefe;
harto de todo esto; de esto huiría; sólo
que, al morir, a mi amor aquí lo dejo solo.
Yo, con Gibbons y Shakespeare, ya tengo más que suficiente. A mí con esto me pasa como con las películas de época: si están bien ambientadas, si el vestuario da el pego, si se han cuidado los detalles que me permitan zambullirme en otra época, es que me da igual el resto, la historia, las interpretaciones, me da igual todo porque yo ya tengo suficiente para flipármelo un rato y agradezco sinceramente la oportunidad que se me ofrece para viajar en el tiempo a cualquier otro lugar y situación. Pero Xavi Bobés se sube descalzo a la plataforma de madera, coloca sobre ella maderas cortadas que funcionan como peanas y, del interior de la plataforma, comienza a sacar objetos con formas humanas que va colocando sobre esas peanas para construir con ellos un poema visual cuyo significado oculto no necesito conocer sino que simplemente me sirve para sacarme de mí, concentrarme y adentrarme en un estado contemplativo que, sinceramente, agradezco en estos momentos más que nunca.