La primera cita del sábado por la tarde fue con Núria Guiu y su Spiritual Boyfriends en el Teatre Amics de les Arts donde el día anterior había actuado Juana Dolores. “Ya hay periodistas que han escrito sobre lo de Juana Dolores”, me dijeron esa misma noche como prueba definitiva de su triunfo, como si los críticos que publican en los medios fuesen los intermediarios con los dioses del éxito. ¿Quién criticará a los que critican?, pensé unos minutos más tarde. ¿A parte de su famosa entrevista, alguien de los que hablan de Juana Dolores se habrá leído su premiado libro de poesía en catalán?, me pregunté cuando llegué a casa. ¿Quién premiará a los que premian?, pensé a continuación. Otra espectadora que también había ido a ver a Juana Dolores el día anterior, después de preguntarme si me había gustado lo de Núria Guiu (una vez más esa pregunta, y de nuevo mi respuesta fue el silencio) me dijo que era el segundo día que veía culos moviéndose en ese escenario, refiriéndose a los bailes con culeo que protagoniza Núria Guiu en su pieza. ¿Habrá algo malo en eso?, pensé. Me recordó a las ya viejas polémicas en los inicios de la carrera de Bad Gyal, cuando le criticaban la hipersexualización de la que hacía gala como algo que reforzaba los estereotipos machistas sobre la cosificación de la mujer. Bad Gyal se defendía con mil argumentos que básicamente se podían resumir en uno: hago con mi cuerpo lo que me da la santa gana. Recuerdo que por aquel entonces, en mitad de aquella polémica, una persona que se dedicaba a la gestión cultural me confesó que con el trap, hasta que no se pronunciasen los teóricos, no iba a adoptar una posición definitiva que pudiese comprometerla. ¿Quién teorizará sobre los teóricos de guardia?, me pregunto ahora mismo. Y aún diría más: ¿quién gestionará a los gestores? ¿Y a los programadores? ¿Quién programará a los programadores? El trap entonces aún era peligroso porque todavía no estaba controlado. No creo que ni Núria Guiu ni Juana Dolores tengan ahora ningún problema con las gestoras y programadoras encargadas de acogerlas, coproducirlas o promocionarlas (a la vista está). Al menos, no por mover su culo como les venga en gana, que es el nuevo estándar a la hora de bailar la música de baile que triunfa en estos momentos. En nuestras casas, porque en otro sitio difícilmente se puede bailar ahora. Lo intentaron en la playa de la Barceloneta en su día durante la franja horaria matutina en la que se nos permitía abandonar el confinamiento pero un vídeo con intenciones puritanas de un periodista de La Vanguardia se encargó de que la policía disolviese aquellos maravillosos encuentros espontáneos para mover el esqueleto al aire libre que no hacían daño a nadie, se lo aseguro, y nos traían un poquito de alegría en un momento bien jodido. Malditos periodistas mercenarios: ya no espero nada bueno de vosotros.
Pero volvamos a Núria Guiu. Sola en escena, vestida a la última moda de gimnasio (que viene a ser ya casi la última moda, así, en general), utiliza el yoga y la música en loop rollo espiritual para introducirnos en una historia que tiene que ver con cómo esas movidas místicas que provienen de la cultura oriental han acabado siendo el decorado de otras movidas más mundanas, como ligar con tu profe de yoga, por ejemplo. Y para ilustrar eso ella misma crea la música en directo, practica yoga en escena y cuenta una historia en primera persona. Por cierto, retomando la discusión sobre si tenemos un problema con lo de hablar en escena, que parece que se ha vuelto algo muy problemático: me parece que no tiene por qué ser tan complicado. Hay gente a la que no parece costarle tanto. Núria Guiu habla en escena en buena parte de su pieza y no suena forzado (¡atención: acabo de hacer un juicio de valor!). En fin, Núria Guiu utiliza más mecanismos para desplegar su irónica historia ante nuestra mirada, como fotografías proyectadas, música enlatada, el baile con culeo del que ya hemos hablado e incluso un dron que sobrevuela la escena manejado por ella misma y que casi parece una referencia (un poco mística) a Encuentros en la tercera fase. La historia es divertida, pero es de un humor administrado en dosis que no invitan a la carcajada sino que más bien es agridulce porque, sin entrar en más consideraciones, quien no se reconozca un poquito en lo que hay ahí al fondo de lo que habla Núria Guiu, por favor, que tire la primera piedra.