Este fin de semana se ha celebrado en Terrassa una nueva edición del festival TNT (siglas de Terrassa Noves Tendències), un festival que se ha ido convirtiendo en los últimos años en una de las referencias del circuito de lo que algunos llaman artes vivas, un término que aparece por primera vez en el subtítulo de esta edición, aunque el TNT lo eluda en su texto de presentación y prefiera presentar su programación empleando expresiones igualmente controvertidas como “nuevos lenguajes artísticos” o “nuevos formatos” sin ocultar que principalmente acoge “desbordamientos de la escena”, es decir, lo que en otros momentos se ha llamado artes escénicas, sin más, o artes escénicas de creación, o contemporáneas, simplemente, para diferenciarlo del teatro clásico, digamos (metiéndonos de nuevo en otro jardín), o para incluir otras disciplinas como la danza, sin ir más lejos. Podríamos adentrarnos en el análisis de otros términos que el propio festival utiliza para describir su programación (tarea siempre extremadamente complicada, por cierto: si no me creen, intenten ustedes escribir un texto de esas características en sus casas), tales como “innovadora, transdisciplinaria y contemporánea”, términos que podríamos considerar sospechosos habituales como lo son también “actividades participativas” o “participación local” o “prácticas artísticas críticas y comprometidas” o “artistas implicados con los conflictos de nuestro tiempo”, pero no entraremos en analizar el ya habitual lenguaje que encontramos en las programaciones organizadas con recursos públicos porque solo pretendíamos contextualizar la cosa para quien no sepa de qué estamos hablando pero en ningún caso pretendíamos aburrir al personal en el primer párrafo, que quizá es lo único que hayamos conseguido de momento (intentaremos esforzarnos más en el siguiente, a ver si tenemos más suerte).
Esta nueva edición del TNT venía marcada por dos factores. El primero era el cambio de su dirección, por primera vez en la historia del festival. Después de diez años, Pep Pla abandonaba la dirección, que ha pasado a manos de Marion Betriu, quien hasta el año pasado ocupaba el puesto de subdirectora en los Teatros del Canal de Madrid. En ese sentido, y a pesar de ciertos cambios que se comienzan a percibir en esta nueva edición, la línea del festival continúa siendo la misma a grandes rasgos. Es decir, el circuito de las artes vivas (o como quieran ustedes llamarlo) no ha perdido un festival (que era lo que se temía), no ha pasado lo típico que suele pasar en estos casos, que de pronto la nueva dirección se ponga a programar teatro clásico, o lo que se conoce como teatro de texto, que es lo que ya abunda en la cartelera, y se olvide del trabajo de toda la década anterior, dedicada con mayor o menor fortuna a defender y mostrar esas artes vivas que se ven obligadas a etiquetarse con nombres siempre tan extraños para diferenciarse del resto de artes escénicas hegemónicas (sobre todo, escénicas, aunque no solo escénicas) que ocupan la mayoría de escenarios públicos y privados impidiendo que crezca ningún otro tipo de hierba a su alrededor.
El segundo de los factores que han marcado esta edición es el que ya pueden ustedes imaginar, el que está por todas partes, el que lo impregna todo en este 2020: la plaga, la pandemia, el coronavirus (hasta para esto hay tropecientas etiquetas, parece inevitable). En este sentido, es un éxito que el festival haya conseguido celebrarse sin mayores problemas aunque el ambiente inevitablemente se haya visto afectado, como se han visto afectadas el resto de nuestras vidas, ni más ni menos.
Los festivales como el TNT se caracterizan por que es imposible ir a ver toda la programación y por que quien lo consiga muere. Así que cualquier mirada sobre el festival tengan por seguro que estará totalmente sesgada. Entre otras razones, cuantas más cosas quieras ver más cansado estará tu cuerpo y tu mente para apreciar y degustar las diferentes propuestas que se te ofrezcan. Esto es así. Entonces, ¿para qué un festival? Es una pregunta que nos hacemos a menudo pero que no pretendemos contestar en tan poco espacio (por mucho espacio que le dediquemos seguro que será demasiado poco para resolver una pregunta tan complicada). Entre otras cosas, un festival es un lugar donde la patronal se encuentra con los trabajadores. Pero este punto, al público se la trae al pairo y ni siquiera tiene por qué enterarse (no nos metamos en un nuevo jardín).
Todo este último párrafo era solo para hacernos perdonar todo lo que no fuimos a ver pero que potencialmente era igual de interesante que lo que fuimos a ver. De hecho, algunas cosas verdaderamente interesantes que no fuimos a ver sabemos que lo eran porque ya las habíamos visto en otros lugares y épocas. Incluso, en el pasado, llegamos a dejar constancia por escrito sobre algunas de ellas. Es el caso de Light Years Away de Edurne Rubio (aquí también un vídeo), Lo pequeño de Cris Blanco, Guillem Mont de Palol y Jorge Dutor o Brilliant Corners de Orquestina de Pigmeos (aunque en este último caso no la hayamos visto en su versión definitiva, pero aquí va también un breve texto de Jacobo Rivero a partir de la última versión). Ahí dejamos los enlaces para que, quienes no les hayan echado un ojo en su día, puedan hacerlo cómodamente mientras seguimos digiriendo todo lo que vimos durante este fin de semana con el objetivo de ofrecerles, en breve, la próxima crónica sobre esta última edición del festival TNT.