Es curioso cómo muchos medios se hacen eco estos días del ciclo que el Mercat de les Flors (en colaboración con el MACBA) le está dedicando a La Ribot, artista madrileña a la que no acostumbramos a ver a menudo en Barcelona. Lo que me llama la atención no es que se hagan eco sino la manera en cómo se hacen eco, en términos elogiosos que resaltan la trayectoria de esta creadora y su importancia en el panorama artístico contemporáneo, como si realmente hubiesen seguido su trayectoria durante todos estos años, como si realmente esas palabras que le dedican estuviesen basadas en la experiencia de quienes la elogian y no fuesen un mero copiar y pegar de los dossieres de prensa, los programas de mano o, en definitiva, de la propaganda que los organizadores del evento, como es natural, quieren transmitir para dar valor a su propuesta. Lo triste es que da la impresión de que cualquier operación propagandística lanzada desde las correspondientes alturas tiene eco en sus voceros sin el menor análisis crítico. Lo interesante es comprobar que cualquier operación propagandística iniciada desde quien puede permitírselo tiene un efecto inmediato. Por tanto, si existe la voluntad de lanzar un determinado mensaje para apoyar una determinada propuesta artística parece ser que se puede conseguir llamar la atención sobre lo que sea, aunque se trate de propuestas no acompañadas de antemano de una cierta popularidad. Lo triste es que eso no suceda más a menudo con los artistas que están trabajando aquí y ahora con la misma actitud con la que trabajaba La Ribot en los noventa. Lo triste es que tengan que pasar veinticinco años para que un artista que intenta trabajar aquí, con la misma voluntad que ella lo hacía en los noventa, merezca un cierto respeto, una cierta atención y un cierto reconocimiento. Lo triste es que esos artistas tengan que irse del país para poder desarrollar su trabajo en condiciones, para no morirse de hambre si desean seguir dedicándose a su trabajo. Lo triste es que hasta que no consigan ese reconocimiento fuera no les hagan caso los mismos que luego hablarán de ellos en términos tan elogiosos, obviando el hecho de que, si los mismos que se sienten autorizados a hablar de quién es un artista importante y quién no (si es que se puede hablar en esos términos, déjenme dudarlo), si se hubiesen percatado de ello a su debido tiempo quizá el artista no hubiese tenido que abandonar el país para, con suerte, volver luego a recibir los honores que durante toda su trayectoria se le negaron. Lo triste es ver cómo hay que morirse (preferiblemente no muy viejo, para que queden algunos compañeros vivos que puedan hablar de ti) para que te dediquen la tradicional exposición en el museo contemporáneo de tu ciudad. Lo bueno es que La Ribot aún vive y sigue trabajando, en unas condiciones que intuyo mínimamente adecuadas, si no confortables. Lo triste es que se haya tenido que ir de su país para conseguir esas condiciones.
El único trabajo de la Ribot que tuve la oportunidad de ver en su momento, en Madrid, hace diez años, me dejó frío, sinceramente. Panoramix, en cambio, me pareció sumamente interesante, muy estimulante, brutal. A juzgar por los minutos de aplausos que recogió no fui el único que disfrutó del espectáculo. Hubiese estado bien poder ver todo el trabajo que recoge Panoramix en su momento, cuando se gestó, en los noventa, o a principios de los dos mil, como muy tarde. Es una lástima haber tenido que esperar tanto. Es una suerte haberlo podido ver, aunque llegue tantos años después. También me parece bastante curioso que se sostenga tan bien después de tantos años, con el factor añadido de que dura tres horas, lo cual normalmente suele asustar a todo el mundo. Muchas de las propuestas que a veces nos intentan colar como lo más moderno parecen antiguallas si las comparo con estas Piezas distinguidas de La Ribot recogidas en Panoramix. Me pregunto si no tendrá que ver con que se nos ha escamoteado el acceso a los trabajos de tantos y tantos creadores durante tantos años. Sí, ya lo sé, eso ha pasado toda la vida. Quizá tenga que ver con, en palabras de la propia Ribot, “el encarcelamiento ilegal que se ejerce directamente desde el poder en cualquier parte del mundo hoy, incluso en el ámbito doméstico”. Bueno, pues ya iría siendo hora de salir de la cárcel. Aunque sea en libertad provisional.