Lluís Pasqual ha dimitido como director del Teatre Lliure. Mientras la ciudad de Barcelona recupera su pulso normal después de las vacaciones la dimisión de Pasqual se ha convertido en la noticia que haría correr ríos de tinta si estuviésemos en el siglo XX. En pleno siglo XXI ahora lo que corren son ríos de bits. Y en esos ríos de bits se ha dicho de todo, y a ellos me remito si queréis saber más sobre el asunto, no me voy a repetir, pero hay algo que echo a faltar.
Me siento a contemplar lo que dicen unos y lo que dicen otros y pienso: ¿por qué será que he perdido cualquier tipo de esperanza en que una gran institución cultural catalana sea dirigida algún día por alguien que realmente cambie las cosas, alguien que provoque un cambio hacia una dirección que me parezca (a mí y a muchos que conozco) mínimamente interesante? Ojalá fuese tan fácil como que quien dirija el Lliure próximamente sea alguien menor de cuarenta años o que no sea hombre o que se trate de un colectivo, todas reclamaciones que he leído y llevo leyendo desde que se desató la crisis en la dirección de ese teatro. Desgraciadamente eso no asegura nada de nada. ¿Mujer menor de cuarenta años? Ese podría ser el perfil de Inés Arrimadas.
He leído que hay quien defiende que el nuevo director del Lliure debería ser un gestor, no un artista. Desgraciadamente, para entenderse con toda la maquinaria burocrática, administrativa y política que comporta el cargo (y que poco tiene que ver con el arte) los llamados gestores culturales parece que son los más entrenados para ello.
En El almuerzo desnudo, publicado en 1959, William Burroughs escribe: «La democracia es cancerígena y su cáncer es la burocracia.»
Ayer leía que la Generalitat de Catalunya y el Ajuntament de Barcelona no se ponen de acuerdo en cómo debería renovarse la dirección del Lliure. La Generalitat quiere que la Junta del Lliure se reúna ya para elegir nueva dirección y el Ajuntament quiere un concurso público. Supuestamente los concursos públicos son un avance pero luego resulta que, en la práctica, no nos garantizan nada. Un concurso público, en la práctica, puede ser una elección a dedo camuflada, puede sacarse a ciertos aspirantes de encima introduciendo ciertas cláusulas o requisitos en las bases, puede controlarse eligiendo a un jurado controlado políticamente que evite que cualquier cambio pueda producirse o para que produzca el cambio deseado. He visto ya de todo. He visto cómo todo cambiaba para que nada cambiase. También he visto cómo eligiendo a alguien a dedo, sin concurso, se han producido verdaderos cambios. Muy pocas veces, es cierto, pero tan pocas como cuando alguien llega al cargo gracias a un concurso público.
Pero cambiar la manera como funciona una institución cultural, desburocratizarla, liberarla de los corsés del tipo “no, esto no se puede hacer porque no nos dejarían”, ni se plantea. Incluso para enfrentarse a un concurso para dirigir cualquier institución hay que ser todo un burócrata. Y por eso he perdido toda esperanza de que algún día podamos encontrarnos a gusto verdaderamente en alguna de las instituciones culturales catalanas que se supone que están ahí para servirnos. Pero la realidad es que, en su gran mayoría, a muchos de nosotros nos sirven para muy poco. O para absolutamente nada.
Y todo esto nos aparta de la discusión porque, desgraciadamente, no sentimos que se esté discutiendo sobre nada que realmente nos ataña. Y es cansino porque sería deseable que sí que fuese asunto nuestro y no solo de los que forman parte de lo que ellos llaman la Cultura de este país. Pero ya nos hemos acostumbrado a que si necesitamos algo nos lo tenemos que procurar nosotros, con nuestros propios medios. Mientras tanto, los de la Cultura se creen con el derecho y la autoridad para administrarla. Bueno, tradicionalmente ha sido siempre así pero algunos habíamos llegado a pensar que algún día no demasiado lejano todo eso cambiaría. No mucho, pero un poco. Un poquito. Está claro que no será en el Teatre Lliure. Está claro que no será en ningún sitio donde se pueda molestar a alguien. Pero también va quedando claro que en Barcelona, en Catalunya, ninguna administración está por la labor de proporcionar un nuevo espacio que se gobierne de una nueva manera para atender a nuevas sensibilidades. Ese espacio ni está ni se le espera. Es una lástima.