El festival TNT se clausuró el domingo en Terrassa después de cuatro días muy intensos en los que no dimos abasto para ver la enorme cantidad de propuestas que se presentaron (treinta), entre las cuales hubo un tanto por ciento bastante alto de eso que andamos buscando cuando vamos a un sarao de estos: alimento para el alma, emoción, discusión, que nos reviente la cabeza, que no salgamos como hemos entrado. Cada año el TNT se llena pero seguramente este año se han batido todos los récords: según la propia organización, 97% de ocupación, 21 funciones con entradas agotadas y 90 profesionales acreditados. Habrá quien siga diciendo que esto no interesa a nadie pero es difícil sostener por mucho tiempo más esa discutible opinión. Los números cantan. La realidad es que mucha gente se quedó sin entradas, las colas para las listas de espera en las taquillas para cada función eran notorias y crearon cierto malestar entre las filas de los frustrados espectadores que se quedaron sin poder entrar. La programación del TNT la decide desde hace años su director, Pep Pla. Es una visión personal del panorama actual de las artes en vivo, con especial atención a lo que sucede en Catalunya, pero que tiene en cuenta las más de 500 propuestas recibidas. Es una visión discutible, como todas, pero está claro que consigue su objetivo: interesa a mucha gente. Lo que nos entristece es que el público tenga que darse un enorme atracón en cuatro días porque el resto del año pasa cierta hambre. Afortunadamente hay otros espacios donde encontrar este tipo de propuestas durante el año pero no tantos como sería deseable y, desgraciadamente, en muchos casos no cuentan con el suficiente apoyo para que los artistas puedan disfrutar de condiciones dignas y el público de precios populares. La buena noticia es que eso tiene solución. Hay muchas salas en Barcelona, Catalunya y en el resto del estado. Lo único que falta es la voluntad para que abran sus puertas a cierta creación actual que pretenden ignorar. Esperemos que los programadores acreditados en el festival hagan su trabajo y permitan que estas propuestas que han visto circulen por el territorio. Si es así, el público quizá les perdone por haberse quedado sin ver muchas de las funciones para que pudiesen entrar los profesionales acreditados. Esa es la única queja sobre el TNT que hemos oído una y otra vez durante estos días. Habrá que doblar funciones para la próxima edición, aumentar la duración del festival o qué sé yo. Claro, eso solo se consigue con más presupuesto. Hay razones de peso: los números cantan. Si no, el próximo TNT, si sigue creciendo de esta manera, salvo las propuestas de mayor aforo, solo lo van a poder disfrutar los profesionales. Pero está claro que esto es solo un síntoma. El TNT, además de dirigirse al público aficionado a las artes en vivo y a la gente de Terrassa, se propone también ser un punto de encuentro entre programadores, nacionales e internacionales, y creadores. Para que la cosa sea un éxito el TNT debería preocuparse de mantener ese equilibrio, porque si se inclina más del lado de la feria para profesionales perderá su alma. Pero las cosas serían de otra manera si la cosa estuviese más repartida, si el TNT no fuese algo excepcional, si no hubiesen desaparecido los chorrocientos festivales que han desaparecido en los últimos años, o si, mejor aún, las programaciones estables en Catalunya y el resto del estado español abriesen masivamente sus puertas (como lo hace el TNT) a una realidad que intentan ignorar hasta un punto que ya hace tiempo que se ha vuelto ridículo.
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