Las Islas Canarias parece que van saliendo poco a poco del temporal de lluvias en el que andan inmersas desde hace unos días. El jueves pasado, Carmelo Fernández tendría que haber realizado una presentación del trabajo que ha venido realizando en los quince días que ha durado su residencia en el Leal.Lav de La Laguna pero la alerta naranja provocó la cancelación de la presentación, que se pospuso al domingo por la tarde. El viernes llegué a Tenerife desde Barcelona en un vuelo lleno de turbulencias. Debo agradecer al rigor con que las autoridades de la isla aplican el protocolo derivado de esas alertas el haber podido asistir a la presentación del domingo.
Desde hace trece o catorce años he seguido a cuentagotas la trayectoria de Carmelo Fernández. Canario de la isla vecina de Gran Canaria, veterano bailarín formado en Angers, Carmelo estuvo varios años en la compañía de Wim Vandekeybus en Bruselas, volvió a Gran Canaria a finales de los noventa para formar El ojo de la faraona con la que creó sus propias piezas y coprodujo las de otros, montó el espacio El hueco del ojo y el festival A ras de suelo de Las Palmas, que se extinguió hace tres años dejando un gran hueco en la isla, me consta. La primera vez que lo vi bailar fue en uno de los Espaciales que dirigía Carmelo Salazar, junto a un grupo increíble de bailarines y creadores formado por Sergi Fäustino, Rosa Muñoz, Bea Fernández, Òscar Dasí y Vivane Calvitti, si no recuerdo mal, que me impresionó como nunca antes ningún trabajo coreográfico lo había hecho. Pero la primera vez que yo lo vi en escena Carmelo Fernández ya llevaba mucha historia a cuestas. No pretendo contar ahora toda esa historia, ni siquiera la que yo he presenciado a cuentagotas, simplemente quiero dar testimonio, con unos apuntes muy apresurados, del rencuentro que se produjo el domingo pasado, en un escenario canario, entre Carmelo Fernández y todo esto (o quizá ya no sea todo esto sino inevitablemente otra cosa). Hace algunos años que Carmelo, según sus propias palabras, se desvinculó de todo esto. Ahora, a raíz de una invitación de Javier Cuevas, Carmelo ha aceptado rencontrarse de alguna manera con algo de todo esto, se ha pasado quince días a su aire en la Sala de Cámara del Teatro Leal, en lo alto de un teatro desde donde se divisa la Laguna a vista de pájaro y, además de realizar un taller de tres días, Carmelo se ha rencontrado con la tarea de dar inicio a algo, un embrión, una pieza, una nueva creación, cargado con un montón de preguntas sobre las cuales sobrevuela una que en estos momentos parece cobrar más importancia aún de la que debió tener en el pasado: ¿para qué?
El domingo, Carmelo se presentó en escena solo, descalzo, con una presencia imponente y de una manera muy cruda. Carmelo se plantó delante del público, muy cerca de él, con una decisión y una mirada que creo que nos causó una impresión que a la mayoría de nosotros, a juzgar por los comentarios posteriores, ya no nos abandonaría durante el resto de los cuarenta y cinco minutos aproximadamente que duró la cosa. Ese primer acorde, por decirlo de alguna manera, me parece que marcó el tono del resto. Por mucho que, en algunos momentos, la cosa se aligerase, el público parecía sobrecogido durante la mayor parte del tiempo. Lo que más impresión me causó en esos momentos, al principio, era no reconocer en absoluto el estilo del Carmelo que yo había visto en los escenarios no hace tantos años. Un trabajo corporal muy geométrico, muy directo, sencillo, sin rodeos, los gestos firmes, decididos, sin titubeos y, a veces, poniendo el foco únicamente en la dirección de su mirada, o en los dedos de una mano, unido a esa presencia adusta, que iba evolucionando de una manera en la que creí ver una coherencia oculta, misteriosa, que me mantenía totalmente conectado a su evolución en escena, como intentando descubrir de dónde venía todo eso y a dónde iba a ir a parar, al mismo tiempo que la sola contemplación me sostuvo en un estado que me sorprendí pensando que hacía tiempo que no experimentaba como público. Más adelante, en algunos momentos me pareció reconocer un estilo algo más familiar, algo más parecido a lo que yo recordaba de otros tiempos. Como si, a medida que el tiempo iba pasando, el empuje inicial, ese trazo que había aparecido de la nada y había impregnado de carácter la escena, se fuese desdibujando un poco, algo.
Carmelo, a quien el público acompañó hasta el final, e incluso en la charla posterior a la presentación, nos contó que ha estado trabajando en ciertas herramientas de observación estricta de su interior durante la ejecución para no dejarse llevar por la observación de lo que sucede en el exterior, entre el público, al que consideraba parte del contexto en el que se desarrollaba el trabajo, ni por sus emociones. En ese sentido nos confesó su satisfacción con el resultado de la presentación. Hubo cierta discusión sobre el objetivo de esta práctica a la que Carmelo respondió insistiendo en que la herramienta no era el objetivo. Parte del público se interesó sobre lo que Carmelo esperaba del público, si es que esperaba algo de él. Carmelo, seguramente con esa pregunta ¿para qué? sobrevolando todo esto dijo no estar en disposición de responder. De lo que no se habló en esa charla fue de la música que Carmelo escogió para acompañar su presentación. Una música que me parece que no era ni decorativa ni escogida al azar y que escondía ciertas pistas sobre este trabajo. Estas músicas estaban compuestas por dos personas (tres, en realidad) muy contrastadas. Jef Mercelis, amigo y colaborador que ha acompañado a Carmelo en otras aventuras, era el responsable de las más modernas y electrónicas: dos temas. Los otros tres temas que sonaron fueron de Gurdjieff y De Hartmann.
En palabras de Carmelo Fernández:
La referencia que me ayuda y guía para comenzar la materialización de todo esto pasa por el trabajo interno que las danzas Gurdijieff proponen, lo empírico de un trabajo efímero y el entrenamiento de modificar desde la observación. sus formas consideradas sagradas no son mi objeto de trabajo, es su pozo y disciplina lo que queda en este proceso. su geometría. su patrón. el gesto
A veces intento no leer los programas de mano ni ninguna de las informaciones que se publican antes de ir a ver lo que sea. De vez en cuando, al descubrir a posteriori alguno de los detalles que se esconden detrás, lo que acabo de ver se despliega en dimensiones que me llevan a cuestiones que, aunque estaban allí en potencia, incluso aunque quizá hubiese podido intuir, no eran evidentes. Las preguntas que me deja este trabajo de Carmelo van más allá del mero goce estético, contemplativo, racional y emocional que, en muchos momentos, me produjo. Pienso otra vez más en Arno Stern, en Jean Pierre Garnier Malet y, sobre todo, en esa pregunta, que me gustaría pensar que no necesariamente tiene que ser paralizante, como creo que, esta vez, demuestra esta especie de satisfactorio y, por otra parte, inquietante rencuentro de Carmelo Fernández con una escena y un público que me ha alegrado mucho presenciar, y más en territorio canario. La pregunta es ¿para qué?
El próximo 7 de noviembre hay otra oportunidad de ver cómo continúa este Adriático dentro de Carmelo Fernández en Reacción, en Las Palmas de Gran Canaria.
Pingback: Notas que patinan #69 | Carmelo Fernández Adriático adentro | fuga
Me quedo sin palabras, esta maravilla de trabajo de Carmelo, como a podido expresar el trabajo desde lo más profundo de su ser.
Que más puedo decir, solo siento alegría en el corazón de ver estas escenas y leer estas palabras. Eternamente agradecida!!
gracias Ruben.