Últimamente me pasa que, cuando leo un libro, escucho música, veo una película o una serie de televisión, todo me lo llevo a un terreno personal, encuentro analogías con todo lo que sucede a mi alrededor y, ya incluso en el punto de lo psicomágico, veo señales por todas partes. Un ejemplo de esto es lo que me ha pasado con el último libro que he leído: El sexe dels àngels, de Terenci Moix.
Un libro que ganó el Premi de Novel·la Ramon Llull en 1992, aunque Terenci Moix había escrito ya una primera versión en 1969. En el prólogo, Pere Gimferrer, jurado de ese premio, afirma que esta novela no solo es la mejor novela catalana de Terenci Moix sino también una de las principales novelas de toda la literatura catalana moderna posterior a Curial e Güelfa y Tirant lo Blanc y, por tanto, según él, la principal aportación que su generación ha dado a la narrativa catalana. Ahí es nada. Bueno, esa es la opinión del miembro de la Real Academia Española y Premio Nacional de las Letras Españolas, el señor Gimferrer, amigo de Terenci.
La novela relata el imparable ascenso de un escritor, un joven y misterioso trepa, en el ambiente literario catalán durante los años sesenta, una década en la que la dictadura franquista relaja un poco la presión sobre la cultura catalana y, aunque bajo el control de la censura, permite la publicación de libros, revistas y otras manifestaciones culturales en catalán, como la Nova Cançó. Un momento histórico al que, tanto Gimferrer como algunos personajes del libro, se refieren como la represa. La novela es un ajuste de cuentas implacable que dispara en todas las direcciones y no deja títere con cabeza entre la cultureta de aquellos años. La guía de lectura que encabeza la novela es toda una declaración de intenciones. En ella aparecen los nombres de los diversos personajes acompañados de una breve frase que los presenta. Como el propio Terenci Moix admitió en su día y, por otra parte es evidente, muchos de los personajes están inspirados en personas reales y otros muchos mezclan elementos de varios de ellos. Terenci los divide en categorías como Les patums (referentes veteranos entre los que encontramos a la novelista Elisenda Castells, la Castellona, al poeta ampurdanés Joan Marset o al director de Tarde/Exprés, Miquel Rodríguez Santaló), Los Padres de la Patria (vulgarmente llamados mecenas, como el director de Banca Catalònia, Senyor Pinyol, o el propietario de la sopa Pavita Linda, Senyor Curull), Los escritores de domingo por la tarde (como Ladislau Petit, novelista y escolta, como la mayoría de ellos), Los críticos (como Xavier Roldà, director de Edicions Compromís), El teatro y el cine (como el crítico de teatro e hijo de poeta Oriol de Manllé o la actriz de proyección internacional Olímpia Estruch), La generación de los sesenta (como la escritora joven, marxista y feminista Núria Valls, la cantautora del Eixample barcelonés Bernardeta Romeu, la cantautora mallorquina Blanca Alcover o el cantautor redentorista Lluís Nyap) y La Gauche Dorée (como la fotógrafa Melita, la secretaria del club Decamerone, Nabuca Daiano, el editor catalán en lengua castellana Alfonso Sarró o el arquitecto con repercusión internacional Bernardo Sunyer). Sólo la lectura de esa guía, con algunos referentes super evidentes (Tarde/Exprés por Tele/Exprés, Pinyol por Pujol, Banca Catalònia por Banca Catalana, Pavita Linda por Gallina Blanca, Oriol de Manllé por Joan de Sagarra, Joan Marset por Josep Pla, Lluís Nyap por Lluís Lach, Gauche Dorée por Gauche Divine, Melita por Colita) y otros que invitan a elucubraciones (¿Bernardo Sunyer por Ricardo Bofill?, ¿Elisenda Castells por Maria Aurèlia Capmany?), ya me hace salivar. Luego está la historia de intriga, que ni fu ni fa, y el estilo, que no es plato de mi gusto, aunque hay ciertos aspectos formales que no están mal, como que el narrador se alterne entre un irlandés especialista de literatura catalana en Oxford (que escribe y habla un perfecto catalán) y un catalán profesor de castellano, exiliado de Cuba, o que la mayoría del libro sean transcripciones de grabaciones de entrevistas a muchos de los personajes que aparecen en la guía inicial (normalmente en catalán pero, a veces, también en castellano, e incluso alternando los dos idiomas, como en el caso de Melita, algo por otra parte bastante normal entre los habitantes de Barcelona que hablamos en catalán). Pero, para mí, lo interesante no está ahí.
Lo interesante está en todo lo que saca a la luz Terenci Moix. Por una parte, como dice Gimferrer, El sexe dels àngels nos cuenta cómo convertirse en escritor sin tener maestros, y novelista en una lengua sin público lector de novela. Pero también cómo hacer cultura en un país en el que se ha intentado extirpar quirúrgicamente toda cultura propia. Y, además, yo añadiría: volviendo la vista atrás con ira, Terenci Moix nos da algunas de las claves sobre qué coño pasa en Catalunya desde hace muchos pero que muchos años.
Lo de convertirse en escritor sin maestros supongo que es lo que le pasó a Terenci Moix, alguien de origen humilde, que nació en el carrer Joaquim Costa del Raval de Barcelona, y que tuvo una formación autodidacta. Terenci Moix nació en 1942, es decir, se crió en plena dictadura franquista, una larga dictadura que duró cuarenta años y de la que salimos hace más o menos cuarenta años. Que Terenci Moix no haya tenido maestros fue, dentro de lo que cabe, normal, si tenemos en cuenta su extracción social y el tema de vivir bajo una dictadura. Y más si pensamos en términos de formación literaria en lengua catalana, una lengua perseguida por el régimen franquista. Pero que este hecho me sugiera analogías con el entorno en el que me he criado yo, que he nacido y crecido más o menos donde él, pero en democracia, eso es más preocupante. Si cambio la palabra escritor por diversas variantes de la palabra artista, creo que muchos de los que me estáis leyendo aquí coincidiréis conmigo en que hemos crecido sin maestros. Pongamos que vivimos en Catalunya, como vivió Terenci o Lleonard Ple (el prota de esta novela). Pongamos que queremos dedicarnos a algo relacionado con el arte, ya sea escénico, visual, musical o incluso literario. Pongamos que ya no vivimos en una dictadura que impida que los sectores económicamente más desfavorecidos de la población tengan acceso a la educación, ni que dirija ideológicamente la enseñanza desde un punto de vista fascista, ni que aplique la censura. Entonces, ¿por qué hemos tenido y seguimos teniendo una educación en materia cultural tan pacata, tan mediocre, que nos oculta ciertas formas artísticas como antes lo hacía con lenguas prohibidas?
Siguiendo por ahí, cómo convertirse en novelista en una lengua sin público lector de novela me lleva a cómo convertirse en creador de artes en vivo, por ejemplo, sin público de artes en vivo, aunque podría cambiarse artes en vivo por otros muchos tipos de disciplinas artísticas. Era difícil, en los años sesenta, tener un público que leyese novela en catalán, porque, como dice Gimferrer, vivíamos en un país en el que se había intentado extirpar quirúrgicamente toda cultura propia. Bien, cambiemos cultura propia por algo así como cultura no oficial y todo me cuadra. Vivimos en un país en el que se ha intentado extirpar quirúrgicamente toda cultura no oficial, toda cultura no controlada por los antiguos Padres de la Patria, los Pinyol y compañía.
A parte de poner luz y taquígrafos sobre toda clase de mamoneos que impregnan el ambiente cultural asfixiante de la época (corruptelas varias, tráfico de influencias, luchas entre capillitas, vampirismos, luchas de egos…), algo que, desgraciadamente, en los tiempos que corren no parece haberse modificado ni un ápice salvo en el nombre que adoptan ahora los nuevos protagonistas, las capillitas y los diversos escenarios que nos rodean, otra tónica general durante la lectura de El sexe dels àngels es la batalla entre los de la cultureta, militantes de la defensa de las señas de identidad y del uso de la lengua catalana, contra los botiflers en sus diferentes variantes, ya sean los escritores, teatreros y cantautores que se pasan en algún momento al castellano (o alternan el castellano y el catalán en sus creaciones), y la eterna y aburridísima pregunta de si eso es o no cultura catalana, o los editores de prestigiosas editoriales en lengua castellana afincadas en Catalunya o los miembros de la pija Gauche Dorée (la Gauche Divine), a quienes en general se las trae floja el uso de una u otra lengua y parecen más preocupados por pasarlo bien y follar como locos (aunque, como alguna de las protagonistas femeninas se encarga de señalar, a pesar de la apología que sus miembros hacen por el poliamor de la época, debido a su ignorancia, la calidad de sus artes amatorias deje mucho que desear). Por otra parte, entre los defensores de la cultureta encontramos otra lucha entre los izquierdosos, marxistas, feministas y anarquistas en sus infinitas variantes, y los conservadores, entre los cuales encontramos a los Padres de la Patria, banqueros, empresarios y gente de bien, gente que condena al ostracismo a los artistas que se pasan al castellano para poder comer mientras, en cambio, ellos no admiten rendir cuentas por vender sus productos en castellano con publicidad pagada en la televisión de la dictadura, editores que censuran a sus autores por razones ideológicas y escritores de domingo por la tarde, de profesión oficinistas en sucursales bancarias, católicos practicantes y vigilantes del orden social y de la moral establecida. Pero lo más interesante es que, entre los defensores de la cultureta no está bien visto que los trapos sucios salgan a la luz, por el bien de la lucha. Es decir, los Padres de la Patria, que son los que ponen la pasta, que son los que, a pesar de o en connivencia con la dictadura, tienen la sartén por el mango desde hace siglos, que son los que abarrotan el Liceu pero no prestan ningún tipo de atención a lo que pase en escena porque lo único que les interesa es cerrar buenos negocios o que su hija encuentre novio entre el resto de familias patricias, controlan perfectamente cualquier conato subversivo que provenga de los izquierdosos, a parte de con el generoso dinero con el que riegan los proyectos editoriales, escénicos, audiovisuales o del tipo que sea (siempre y cuando nadie se pase de la raya, y reservándose la carta de la censura o el cierre por asfixia económica), mediante el chantaje de que, por encima de todo, hay que mantener la unidad en la lucha por la victoria de la nación catalana frente al enemigo común. ¿Les suena? Y mientras, el lema del banquero Pinyol es bastim la pàtria amb maons de fe (en castellano, construímos la patria con ladrillos de fe). Y así nos va.
Pingback: Notas que patinan #66 | Catalunya y el sexo de los ángeles | fuga