Este deleznable videoclip de Kylie Minogue (lo siento, Kylie, tú antes molabas), que fue la comidilla en las conversaciones posteriores a la cena por la falsedad que supuran sus intérpretes y todos los detalles de su puesta en escena, sirvió para cerrar la intervención de Roberto Fratini en el Nyamnyam invitado por El conde de Torrefiel. La sesión había comenzado una hora antes con este otro tráiler.
Entre estos dos vídeos, el profesor Fratini realizó un despliegue de medios con su mejor y afilada arma, la oratoria, no exento de un bien recibido toque coreográfico o, ahora que lo pienso, dramatúrgico (dramaturgia es una palabra que apareció en algún momento en las conversaciones que tuve con algunos de los comensales después de la cena-conferencia, aún en el Nyamnyam, ahora os lo cuento). Ayer, mientras escuchaba el interesante discurso de Roberto Fratini me sentía como si estuviese ante un virtuoso violinista tocando de memoria una larga partitura barroca. Fratini habla como una metralleta, allegro ma non troppo, con una envidiable capacidad para hilar un discurso que parece que esté leyendo, aunque es evidente que no lo hace. Lo mejor es que tampoco me creo que se lo haya aprendido de memoria. No, estoy convencido de que lo improvisa sobre la marcha aunque también es evidente que se lo ha traído trabajado desde casa. Pero lo que más me llama la atención no es lo que dice sino cómo lo dice. La forma es tan precisa, tan detallada, tan limpia, con una puntuación tan nítida que puedes oír las comas y los puntos. Es como si fuese escribiendo sobre la marcha y el discurso ya saliese perfectamente editado. De hecho a mí me pasa como cuando escucho algunas canciones: la música es tan poderosa que, aunque escuche varias veces la misma canción, me es imposible retener la letra. No sé de qué habla la canción. Sólo escucho el sonido, el ritmo, las palabras no significan nada. Me da igual en qué idioma me hablen, entienda o no ese idioma, sólo escucho música. No sé si hay alguien más en la sala a quien le haya pasado esto alguna vez. Sé que hay gente a quien le pasa lo contrario: escuchan canciones y realmente están escuchando poesía, sólo se quedan con la letra. Fratini me hizo pensar en la disputa entre el estilo y el contenido. A pesar de que me parecía que seguía su hilo de pensamiento, en realidad tengo la impresión de que olvidaba su significado en el mismo momento en que llegaba a mis oídos. En cambio recuerdo con precisión algunos efectos. Por ejemplo, Fratini utilizó hasta la saciedad la simpática palabra zurullo. Creo que esa palabra me llamó la atención, a parte de por su sonido, propio del barroco español (zurullo, zarabanda, zaranda…), porque ya nadie la utiliza. Puede que en los ochenta o noventa aún estuviese en uso, a mí me suena, pero os aseguro que hacía años que no la escuchaba. Debo decir que Fratini avisó al inicio de que su castellano era peculiar. Fratini es italiano, habla un castellano perfecto que para sí querrían muchos castellanoparlantes si bien es cierto que algo en su prosodia delata su origen italiano. Es evidente que Fratini es un mago del lenguaje. En un momento de la conferencia nos contó los trastornos que, en Francia, una vez, enamorado, le causó el no ser capaz de expresar sus sentimientos por no conocer el idioma. Pero luego, hacia el final de la conferencia, leyó un poema de Beaudelaire en un francés más que correcto, me pareció. Esto levantó mis sospechas: ¿nos engaño Fratini? ¿Aprendió a hablar un excelente francés por amor? ¿Era un truco coreográfico o la constatación de su habilidad con todo lo que tenga que ver con el lenguaje?
También la coreografía, o la dramaturgia, consiguió llamar mi atención mientras cenábamos. Por cierto, constato que no soy el único para quien el misterio del verdadero significado de la palabra dramaturgia sigue sin resolverse. Dramaturgia, como coreografía, es una palabra técnica, de especialistas, que sirve para muchas cosas, es un palabro muy versátil. Es curioso como cada uno la utiliza, coreografía también, para lo que mejor le va. Pablo Gisbert, por ejemplo, el 50% del conde, aparece a menudo en los papeles como responsable de la dramaturgia de muchos espectáculos de la compañía de danza La Veronal. Y luego está Jaime Conde Salazar, protagonista de la sesión de hace dos semanas, que ha escrito sobre el dramaturgista, un personaje que ya no se ocupa de la dramaturgia sino del dramaturgismo. También están los PLAYdramaturgia, que se definen como un colectivo de dramaturgos y, hasta hace poco, no sé si todavía, les preocupaba bastante que sus actos no traicionasen su propia definición, cuando a gran parte de su público me consta que le daba exactamente igual que fuesen fieles o no a una palabra, dramaturgia, por la que, también me consta, hay gente dispuesta a morir. Yo tengo que reconocer que a mí dramaturgia me parece una palabra barroca y hermosa (como zurullo) que me atraviesa como la letra de las canciones pop. Aunque no sé si me atraviesa sin consecuencias, eso no está tan claro. Quizá no las retenga en una primera escucha pero ¿dónde irán a parar todas esas palabras? Cualquier día te levantas y tienes esa letra pop metida en la cabeza y convertida en un concepto que ocupa tus pensamientos. Todo esto seguramente trae consecuencias, vale. Algunos nos preguntamos si es posible que lo que cenó Fratini también traiga consecuencias. Nosotros cenamos un menú exquisito que interrumpía el discurso de Fratini en el momento preciso según una coreografía perfectamente dibujada: de primero dahl (plato de lentejas indias), de segundo filete tártaro y de postre crema de chocolate con fresas, todo regado con el habitual vino tinto del Montsant que nunca falta en el Nyamnyam. Fratini, en cambio, acabó su sesión cenando un cóctel de pastillas de todos los colores regado con sorbitos de agua y amenizado con música barroca. A quien quiera que le preguntase después de la cena, Fratini le contó que eso es lo que desayuna cada día. Jaime Conde comenzó su charla en el Nyamnyam con un primer plato que presentó como la papilla que él desayuna cada día. Fratini la acabó con un cóctel de pastis con la que él también desayuna. Según Tanya Beyeler no fueron las únicas coincidencias entre las diferentes intervenciones del mes de mayo. Pero no intelectualices, escribí en un mensaje desde mi móvil dirigido a uno de los presentes entre el público cuando Tanya Beyeler hizo un intento de cerrar la sesión relacionándola con las sesiones anteriores que ella misma se ha encargado de presentar estas semanas: Minchinela, Conde Salazar y Pérez-Hita. Sólo analogías, me contestó el destinatario de mi mensaje al cabo de un rato. Era la reproducción de un diálogo al que llegamos juntos hace un año, exactamente, después de unos bailoteos en Can Vies, ese centro social que llevaba 17 años funcionando hasta que el Ayuntamiento de Barcelona decidió destruirlo el día siguiente de las elecciones europeas que más han dado que hablar por estas latitudes. Justo después dimitía el jefe de los Mossos d’esquadra, responsable de mil y una salvajadas cometidas por ese cuerpo de policía que, si ahora mismo, Catalunya se independizase sería nuestra policía nacional. Desde ese día el barrio de Sants arde, se habla de su militarización, hay gente herida y detenidos, se han organizado protestas en todos los barrios, se compara esto con Gamonal y no se habla de otra cosa. Después de la cena con Fratini el Ayuntamiento ha anunciado que paraliza la demolición. Supongo que no tendrá nada que ver con nuestro intercambio de mensajes pero si esas palabras se han convertido en ondas electromagnéticas, han viajado por el espacio y han permitido una comunicación, que nuestros antepasados hubiesen definido como telepática, para conmemorar una maravillosa celebración llena de energía cósmica ocurrida en Can Vies hace un año, ¿quién sabe cuáles pueden ser las consecuencias de ser atravesado por simples palabras? No intelectualices, solo analogías.
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Hola Rubén. Mil gracias por las palabras. Las tomaré sin rechistar como un piropo, aunque este lugar en el que pones mi pensamiento, el de un estribillo tan bien orquestado que resulta difícil quedarse con el contenido – la sospecha implícita es que ese contenido no exista, o que sea amañado por los efectos especiales del canto -, no es precisamente cómodo de habitar. Ahora bien, para habitarlo más a gusto (es decir, para reconocerme en él sin sonrojarme) añadiré un par de reflexiones más al temario resbaladizo-pegadizo-glutinoso de la conferencia de anoche: desde que la retórica como tecnología del discurso fue formalizada en términos casi definitivos por los expertos romanos, los expertos del sector clasifican los modos del discurso en dos grandes categorías, hablando de estilo ÁTICO y ASIÁTICO. El estilo ático se basa en una construcción geométrica, simétrica, pausada y segmental de las frases, dirigida a vehicular el contenido de la forma más clara y a producir efectos de verdad rayanos en lo incontrovertible. Por supuesto, los retores republicanos no escatimaron alabanzas en definir el dicho estilo oratorio, tan apto para la comunicación política, la legiferación, la historiografía oficial, los escritos encomiásticos y las escrituras últimas (me refiero a las lápidas tumbales). Subrayaron también que la prerrogativa principal del estilo ático en cuestión era la total aritmicidad, el respeto al valor semántico abstracto de la lengua antes que a las seducciones de la «phoné» (la voz que anida en toda lengua), y POR SUPUESTO la general masculinidad del discurso constituido según ese estilo (por masculinidad léase la solidez estructural del discurso mismo, su asertividad, su normatividad). No puede extrañar que esta oda al estilo ático, emprendida por cuatro aburridísimos moralistas de la vieja guardia romana, muy entrenados para el machismo sistémico y para el odio de toda sinuosidad formal, fuera recogida y desarrollada, en los primeros siglos del cristianismo, por otros cuatros apologetas de la nueva religión, que en el aticismo vieron una perfecta alegoría estilística de la severidad moral que defendían. De hecho, el estribillo éste de que hay que ser claros, pausados y semánticamente higiénicos, abstenerse de todo barroquismo para que la «comunicación» no sufra interferencias sensoriales, no ha pasado nunca de moda: me tiré todos los años de la escolaridad escuchando pandas de empollones anorgásmico repitiéndome la misma letanía, a la que me hubiese por supuesto adherido si hubiera pensado que efectivamente el macho argumentar que procedía de los mismos empollones no se hiciera al precio de una mutilación importante de la verdad y de una mutilación importante del lenguaje mismo (de hecho, la verdad del lenguaje no puede prescindir de su potencial de seducción). Pues justamente, del otro lado de la geografía mental de los estilos (el ático se llamaba así en homenaje a la supuesta «cuadradura» arquitectónica y mental de la Atenas de Péricles), se hallaba el estilo asiático o asianismo (inspirado obviamente en los excesos sensuales, en la perversión congénita, en las confusiones sígnicas de todos los bárbaros aquellos, venidos -como Venus – de Asia menor a jodernos la cordura): frases largas con efectos ampliamente rítmicos y musicales, exuberancias del significante, aglutinación de un significado movedizo en lo movedizo de la dicción, todo un «cuerpo del lenguaje» danzando su potencial de «sentido» (interprétese «sentido» en todos los sentidos) no sin una cierta lascivia. Un estilo condenadamente femenino, el asiático, si se escuchan los machotes acostumbrados a tronar en los fueros de la política romana; es más, un estilo hipercorpóreo al igual que resulta desbordadamente corpóreo, en el lenguaje de la dominación masculina, el cuerpo femenino en general: marcado, que digamos, por una apetitosa excrescencia de las carnes cuyo efecto sería el de disimular insidiosamente la estructura; engañoso, sinuoso, cambiante, lleno de pliegues y por ende com-plicado hasta decir basta. Ante la solidez partenónica del aticismo, el asianismo desplegaba sus efectos como la fuga vagamente «optical» de los motivos de una alfombra persa, en una especie de arborescencia maligna, de efflorescencia gratuita, toda redundancias rítmicas y redondeces formales. Ni te digo cómo se lo tomaron los apologetas del cristianismo: asociaron directamente los ademanes formales del asianismo a las muecas corpóreas y contorsiones seductivas de los ludiones, esos pantomimos amanerados que en los teatros romanos instilaban los pensamientos más impuros en el público masculino que acudía a verlos interpretar papeles femeninos. Vamos, una mariconada de estilo, destinada a suscitar arcadas de escándalo en toda persona de buen gusto y de moral sólida: pues el estilo asiático tenía algo de una materia glutinosa. Si lo piensas, producía una efecto semántico muy parecido al de la danza: una sustancial oscuridad, no ya porque el significado fuera ausente, sino porque se encontraba al pie de la letra «enrollado» en las sinuosidades o metamorfosis constantes de su forma; porque no fingìa asentarse o cristalizarse en formulitas asertivas cuando por naturaleza tenía que fluctuar. Este es el punto:
1) Toda alabanza de la claridad lingüística en contra del sagrado derecho de la lengua a danzar su tema es bisnieta de una ideología fundamentalmente machista; machista es también por planteamiento , si lo piensas bien, la mismísima «querelle» de la forma y del contenido (el más manido de los falsos problemas en materia de arte).
2) Quién te escribe es homosexual y no tiene ningún interés en fingirse más macho al optar por una modalidad de discurso menos danzarina (es más, encuentra que esa modalidad de discurso tiende a agilipollar el significado un poco en la misma medida en la que el esfuerzo por aparentar una cierta hipermasculinidad agilipolla a muchos miembros de mi misma opción sexual).
3)Quién te escribe ha construido toda su trayectoria de teórico y de dramaturgo (un día si te apetece quedamos entre yo, tú y Pablo para satisfacer toda tu curiosidad) sobre la danza, y sigue persuadido de que el único pensamiento oportuno para hablar honestamente de la danza es un pensamiento danzante que devana un discurso también danzante. Si el discurso conlleva el riesgo de que te se te escape su arquitectura de sentido, es porque el sentido (y no solo el de la danza) es por definición aquello que se escapa. Si el discurso conlleva el riesgo de enredarte en su materia pegadiza, es porque el sentido que vehicula prefiere, más que repartirlo o entregarlo por comunicación, diseminarlo o segregarlo por contaminación .
4) Mi pegadizo estilo le pegaba mucho a una conferencia sobre la honestidad estética y la carnalidad de las materias repugnantes. Si el discurso te ha parecido bonito, quédate con la sensación de que la mierda también puede ser barrocamente elocuente, y que esa elocuencia tal vez no merezca eclipsarse sin más por el retrete.
Ejem, aprendí francés por amor. Por amor a un francés antes y, cuando fue evidente que el esfuerzo idiomático no valía la candela, por amor al francés.
Hablo seis idiomas y no estudié ninguno. Cuando una lengua me gusta, intento aprenderla leyendo mucha poesía (el resultado es que tiendo a incorporar sendos arcaismos).
Garabateé cuatro apuntes ayer por la tarde y durante toda la conferencia estuve muy nervioso. Pero soy bueno, creo, pensando en voz alta.
Para hacer música o danza hace falta mucha precisión. La precisión es el verdadero secreto del amor. Y es una virtud muy femenina. Quiero quedarme de ese lado. El resto no es precisión, sino decisión, y siempre trae consigo una cierta violencia semántica contra la realidad.
Me gusta tener un cuerpo y que mi cuerpo esté en todo lo que hago, digo y pienso. Es mi danza y me basta.
La cena estaba de rechupete. Gracias una vez más a Ariadna e Iñaki. A Tanya y Pablo. Y a todos vosotros, por supuesto.
Hasta otra. Amistosamente,
Roberto
Kylie bailando para Aznar, Rajoy, Rato…: https://www.youtube.com/watch?v=eHo2-qf30V4. Mierda de la buena. Vivan las «Notas que patinan», joder.
«Lo siento, Kylie, tú antes molabas!
Sí, el vídeo éste de Kylie bailando para estos zurullos de personas es realmente memorable. El realizador inserta sus caras de pasmados con pasmosa precisión… Que sigan las Notas!
Y gracias Roberto Fratini, por este post/respuesta, y por la charla del otro día, y por esa manera única de comer pastillas de colores, muy bien todo!
Roberto, lejos de mí la intención de poner en duda la existencia de un interesante contenido en tu discurso. Mi mente va a su aire y, a menudo, la descubro resistiéndose a dejarse conducir por el camino por el que la invitan a pasear, independientemente de la belleza o bondad de ese camino. Ella es la que escribe estas notas y por eso sospecho que muchas veces se detiene en detalles que no son los que aparecen en primer plano. Intento aceptarla tal como es, no puedo hacer otra cosa sin riesgo para mi salud. Gracias por pasarte por aquí y completar de paso la sesión del jueves, que la verdad es que me hizo disfrutar mucho.
Fernando, menuda joya nos envías. Estaréis de acuerdo conmigo en que el comportamiento de Kylie ante esa audiencia es absolutamente increíble y demuestra una fuerza sobrenatural. Mientras está en el escenario no cede ni un milímetro al desaliento que a cualquiera le hubiese producido no sólo la actitud del público de notables sino la de todo el público del plató. Lo mejor es que, investigando, he logrado entender qué hacía toda esa gente allí. La explicación en este enlace: Los esfuerzos de Aznar por desvincularse del franquismo http://www.lasexta.com/programas/sexta-columna/dia-que-kylie-minoge-mostro-lado-mas-moderno_2014021400326.html Quizá se esforzara mucho pero con este vídeo me parece que aún quedó todo más claro todavía.