¿Para qué sirve escribir en tu blog? Hace unas semanas alguien que vive en Madrid me escribió diciéndome que le encantaba que me hubiese trasladado a Barcelona como corresponsal porque así, con estas notas que patinan, se iba enterando de lo que se cocía por aquí. «Siempre que patine y sea divertido», me decía. En mi respuesta no entré en ese jardín pero, a ver, aclaremos que, en realidad, en toda mi vida, por suerte o por desgracia, yo nunca he vivido fuera de la comarca de Barcelona más de medio año seguido. Lo que sí que le aclaré en mi respuesta es por qué las notas que patinan se llaman así. En uno de los primeros posts de ese estilo que publiqué cuando aún los llamaba simplemente «notas», un colega me dejó un comentario diciéndome que le parecía que había patinado totalmente. Yo me metía con algunas viejas glorias y él no estaba nada de acuerdo conmigo. De hecho me acusaba de meter a todos en el mismo saco y opinaba que eso no servía para otra cosa que para rebajar el discurso. Antes de que yo pudiese leer su comentario nos encontramos por casualidad en un bar (bueno, Cortázar diría que eso no fue de ninguna manera una casualidad). Me dijo que me había dejado un comentario en mi blog pero que ya lo leería en mi casa porque no estaba dispuesto a comentarlo conmigo cara a cara. La razón que me dio fue que él pensaba mientras escribía. Para pensar bien necesitaba escribir. También me comentó que le parecía que ponerle un título a cada una de mis notas (como yo hacía por entonces) era un error. Creo recordar que él pensaba que eso condicionaba la lectura. La discusión en mi blog fue muy entretenida. La del bar también. Todo eso me hizo reflexionar bastante. Decidí que los posts se llamarían Notas que patinan y que los iría numerando, en vez de buscarles un título. Esto último es una regla que nunca acabó de convencerme, así que a veces me la salto. En cambio, llamarles a todas notas que patinan me pareció que me daba permiso para meter la pata lo que hiciese falta.
Hace más de cuatro años que comencé a escribir y publicar esas notas. La verdad es que, si lo miras así, no he escrito tantas. Esta es sólo la 26. Es un porcentaje bastante pobre. La primera que publiqué (creo que fue la primera) se llamaba notas porque unas amigas me pidieron que les pasase mis apuntes sobre la última sesión de unas conferencias sobre John Cage a la que no podían asistir. En las dos sesiones anteriores yo no tomé apuntes. Pero en esta tercera sesión sí, para poder contárselo a mis amigas. Luego pensé que, ya de paso, lo publicaba en mi blog y así compartía mis notas con quien le pudiese interesar, además de con mis amigas.
Más adelante mi objetivo se modificó. Me puse a escribir sobre las cosas que veía, sobre los festivales a los que iba, sobre cualquier cosa que creyese que merecía una visibilidad que, si ahora no tiene, entonces se le negaba completamente. No quería hacer crítica, me esforzaba para que mi gusto personal no interviniese. Muchas veces eso me llevaba a hablar de cosas que se alejaban del objeto al que yo, en principio, quería dar visibilidad. Pero me parecía que daba igual. Que lo importante era partir de algo oculto y ponerlo sobre la mesa. Aunque luego me fuese por los cerros de Úbeda creía que eso también era una manera de comentar algo. Era una reacción a partir de ese algo. La mejor manera de hacer desaparecer algo es no hablar de ello. Partiendo de esta afirmación yo intentaba luchar contra la desaparición de ese mundo oculto del que nadie hablaba en los medios de comunicación convencionales. Curiosamente había gente que se enfadó porque sentían que utilizaba su obra como reclamo pero luego no la comentaba como se esperaban. Bueno, reconozco que alguna vez forcé esa estrategia más de lo acostumbrado. Pero estaba actuando también. Coincidía que algún creador mantenía una actitud tan temerosa y desconfiada de internet, quería controlar tanto la información que se pudiese publicar, estaba tan bien instalado y cómodo en el viejo régimen que, al final, pensé que se merecía no hablar ni de él ni de su obra. Me daba igual si me gustaba o no lo que veía. Me movía una especie de motivación política. Bueno, me moverían muchas cosas. La verdad es que, incluso haciendo un esfuerzo de memoria y reflexión, seguro que me olvido de la mitad de mis motivaciones. Y seguro que traiciono a la otra mitad.
Una de esas motivaciones estoy convencido de que era dar mi visión del mundo. No quería que interviniese mi gusto, no quería juzgar lo que veía, no me interesaba la crítica, no quería que mi juicio influyese en la gente que pudiese leerme, de la misma manera que no me interesaba ser influído por el juicio de nadie sobre tal o cual artista u objeto artístico. Quería mantener una mirada limpia. Pero a pesar de eso, reconozcámoslo, quería dar mi visión del mundo y quería influir. Y escribiendo pensaba. Como me dijo mi colega aquella vez en un bar. Que salga todo, dije alguna vez. Quería que circulase la información, sí, pero también me parecía que había visiones del mundo silenciadas que no eran tomadas en consideración porque no se publicaban. Quien domina el lenguaje y los medios de difusión tiene las armas para imponer su visión del mundo. Yo no quería imponer nada pero quería luchar con esas mismas armas para decir, como decía Sònia Gómez en Egomotion, yo estoy aquí porque en este mundo tiene que haber de todo. Por biodiversidad, vamos. Pero también para tocar los cojones, no nos engañemos. No sé si como mecanismo de defensa o, tal como están y estaban las cosas, de ataque. Pero hay una actitud combativa, por supuesto.
El caso es que ahora otro amigo, madrileño de nuevo, me ha recordado que este tipo de escritura que practico de vez en cuando puede prestar un servicio a la comunidad. Un servicio a la comunidad, me ha dicho. Y desde que me lo ha dicho pienso mucho en eso. Pienso en eso porque ya hace meses que pienso en cómo hay que hacer esto. Y creo que hay que hacerlo como cuando le cuentas algo a un amigo. Tú vas a ver algo y tu amigo te pregunta: ¿qué tal fue? Y tú se lo cuentas. Pues es lo mismo pero publicándolo en tu blog. Lo jodido es cuando le comienzas a dar peso. Lo jodido es, como cuando comencé a escribir (o incluso cuando simplemente manifestaba mi intención de hacerlo) cuando te vienen los pesados (los que le dan peso) y te dicen que es que para publicar algo hay que currárselo y que no sirve cualquier cosa. Ya, claro. ¿Pero qué sirve? A mis amigos parece que les sirve lo que les cuento. Y, a veces, si no se lo cuento yo no parece que nadie más se lo vaya a contar. Ese es el problema, amiguitos (pesados). ¿Se lo contáis vosotros? ¿Quién se lo cuenta, entonces? ¿Quién nos lo cuenta?