Interesante proyecto de YProductions: Empresas del procomún
«El siguiente proyecto de investigación tiene como objeto determinar la naturaleza, definir los objetivos y medir el impacto que van a tener toda una serie de iniciativas culturales que pese a tener estructuras empresariales sus objetivos no vienen únicamente definidos por la voluntad de lucrarse económicamente. El modelo productivo que seguirán muchas de estas iniciativas las distancian notablemente de una generación anterior de empresas creativo-culturales enfocadas en la creación de riqueza económica a través de la explotación de derechos de autor. Queremos prestar atención a nuevas estructuras que han nacido en la sociedad digital, inspiradas por movimientos como el copyleft y que consideran que la producción de conocimiento es tan o más importante que la producción de objetos o la prestación de servicios culturales y cuyo modelo de producción no se guía por regímenes de propiedad basados en la exclusividad ni en la cooptación de los saberes generados colectivamente. Por esta razón consideramos muy interesante analizar esta nueva realidad en aras de comprender el impacto económico, social y cultural que van a tener estas nuevas plataformas culturales cuyo modelo y filosofía las sitúa en el paradigma de lo denominaremos empresas del procomún.»
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¿Es posible compatibilizar los propósitos originales del proyecto con las dinámicas de empresa, aunque sean empresas del procomún? ¿O bien a medida que nos adentramos en dinámicas empresariales se desvanece progresivamente la solidez de los propósitos originales? Aunque no exista «la pureza del procomún», me parece que preferiría poner un McDonald’s a replantear mis pequeños proyectos culturales en términos empresariales.
Yo creo que depende del tipo de proyecto y de la opción vital y ética de cada uno, claro. Por ejemplo, un proyecto como TEATRON o se profesionaliza en alguna medida o morirá por falta de recursos. Y supongo que lo mismo se puede decir de proyectos como La Porta, La Poderosa, HelloWorld!, Producciones Doradas, el Festival Mapa, el sello Astrohúngaro y tantos otros de los que disfrutamos en nuestra vida cotidiana y que, si no existieran, los echaríamos a faltar. Digo yo que esos proyectos han adoptado alguna forma jurídica que les da cobertura y actualmente son ya empresas. ¿Qué preferimos? ¿Que desaparezcan para evitar sacarse un NIF, llevar la contabilidad, pagar a sus colaboradores y dejar de ser «puros»? Pues es una elección, pero yo prefiero que existan más proyectos de este tipo y, en cambio, que los MacDonald’s desaparezcan me la trae floja. Quizá lo que debería cambiar es precisamente la ética de lo que conocemos como empresas. Y por eso el concepto de empresa del procomún me parece muy interesante por el cambio de modelo de empresa que constata que se está produciendo a nuestro alrededor en algunos casos. Es como la ética del hacker con respecto a la ética protestante del trabajo. Yo preferiría no tener que trabajar pero, si no hay manera de evitarlo, prefiero la ética hacker: http://es.wikipedia.org/wiki/%C3%89tica_hacker
Yo no estoy en contra de la profesionalización y el link que envías a «ética hacker» me parece maravilloso.
Si bien sacarse un cif y constituirse en sociedad no me supone ningún problema, lo que me inquieta es cómo se diferenciarán las «empresas del procomún» de las «empresas dispuestas a todo por sacar tajada». Sobre todo porque en una época como la nuestra donde las estrategias de comunicación distorsionan la realidad con facilidad, me parece fácil que las «empresas dispuestas a todo con tal de sacar beneficio» se disfracen de «empresas del procomún». Te podré un ejemplo: la fundación Romea que gestiona el teatro del mismo nombre es un tentáculo más de Focus. Aunque en teoría una fundación no busca beneficios, el teatro Romea programa piezas comerciales revestidas de una fina pátina de intelectualismo, lo cual me hace sospechar que esta «fundación» es en realidad una empresa y no precisamente una «empresa del procomún».
En un ámbito como la cultura, donde los conceptos son complejos y la excelencia de las piezas depende a menudo de sutilezas y matices ¿cómo salvaguardar esta sutileza de la apisonadora del mercado?
Por otro lado, muchos teatros públicos ya están pasando por encima de estos matices con el fin de garantizar la presencia de espectadores que los avalen ante el poder público.
¿Quizás la pregunta de fondo no sea la forma jurídica sino la ética personal? ¿Quizás el desafío último sea una estrategia de comunicación que garantice un nutrido público sin desvirtuar las bases de las propuestas artísticas? En ese sentido, ¿hasta qué punto es posible convertir en «comerciales» todo un espectro de propuestas que resultan totalmente áridas y que, precisamente, necesitan de esta aridez para expresar lo que deben expresar? ¿No nos llevará esto a hacer prevalecer las obras contemporáneas con un toque «graciosillo» y dejar a las otras en la cuneta?
Desde luego, no tengo las respuestas, pero sí bastantes dudas. En fin, Rubén, si quieres un día de estos discutimos del tema en directo… Besote.
Buenas, creo q tocáis uno de los debates más interesantes que encierra esta -a priori- paradójica alianza entre el procomún y la empresa. Pero de entrada creo que el tema es poder pensar en una ontología diferente de la «empresa» a aquella que nos la presenta como un modelo jurídico y una forma de operar que acaba por instrumentalizar nuestros deseos, convirtiéndolos en mercancía, etc. Podemos pensar en una noción de empresa más abierta y sobre la que podamos plantear cambios severos. Creo que es posible pensar en una empresarialidad distinta, cuya forma de operar tenga efectos en «lo jurídico» y no al revés. Si pensamos en modelos que han operado de forma experimental sobre el modelo «empresa» -economía social, economía solidaria, etc.- tal vez podamos encontrar unos modos de hacer que den para escapar de esa dicotomía empresa si o empresa no (como el que se plantea ser libre o no serlo). Eso que por ejemplo la gente de la Casa Invisible de Málaga llama «empresa anómala» y que en el fondo busca significar una prácticas determinadas en un horizonte empresarial dándole un mayor calado político.
Tampoco olvidemos que cuando hablamos de procomún, hablamos de una serie de bienes que todos y todas podemos gestionar y usar, pero que también necesita cierto estatuto legal para poder ser reconocido como tal (una misión parecida a la del copyleft).
En cualquier caso, y como bien dice Quim, esto no nos puede servir ni de disfraz ni de pretexto para endulzar una realidad que a menudo es poco flexible y bastante homogénea cuando pensamos en los posibles vínculos entre empresarialidad y producción de bienes comunes.
Creo que tal vez es necesario pensar en las «empresas del procomún» no tanto como calificativo o categoría de algunas empresas, sino como un marco de análisis crítico que nos permita distanciarnos de ese discurso que promete pura rentabilidad guiada por los derechos de autor en lo que se ha venido a llamar «las industrias creativas» y que a su vez nos de pistas para componer colectivamente nuevas posibilidades. Que no es poco..