No puedo dormir cuando se hace de noche. Miro a ver si tengo un nuevo mail. A partir de las 2 de la mañana la cosa se dispara. Tengo todo el día para pensar en el próximo episodio. Me pongo nervioso, tengo que reconocerlo. Ya lo he reconocido. Pero primero me obligo a contestar a Llorenç, que se ha acordado de aquel magnífico concierto del Pandolfo en la Pedrera, hace años, y me envía un link a Spotify. Todavía no me había registrado en Spotify, Llorenç, ya sé que me enviaste la invitación hace meses pero hay cosas que voy dejando para otro momento, se me acumulan pero no me olvido. Me registro para escuchar el regalo de Llorenç. Le contesto mientras escucho a Bach. A Dios. Y luego, en silencio, escribo un nuevo mail que me lleva una hora por lo menos. Para escribirlo necesito releer el mail anterior y la respuesta al mail. A veces me leo unos cuantos mails antes de empezar. No hemos cambiado todavía el Asunto, me he dado cuenta. Cada mail lleva todos los mails anteriores, uno detrás de otro. Cada vez es más largo. Manu también me ha escrito a las 8 de la mañana desde Argentina. Dice que se ha pasado 2 horas releyendo nuestra relación e-pistolar. Vive un momento triste y leyendo lo que escribí hace tiempo dice haber encontrado pistas, aliento y algo de comprensión. Me maravillo. ¿Para eso sirve escribir? Nos escribimos desde el 2003. Un trozo de vida en bytes, dice. Me pregunta si he notado que antes se escribían mails más largos. Yo estoy recuperando los mails largos, Manu. No paro. Cuando acabo de escribir el mail, de mirarmelo y remirarmelo, porque los corrijo, lo confieso, lo envío y descubro la convocatoria del Bloomsday. A los cinco minutos llega el mail de respuesta. Nos hemos cruzado. Pero sólo tiene 2 líneas. Una hora después llega el largo. Aún me da tiempo de contestarlo, antes de irme a dormir. Antes de cerrar los ojos, me propongo recordar el sueño de esta noche, a ver si funciona.
Mientras me despierto intento retenerlo pero se me escapa por todas partes, me doy cuenta. Aún así consigo luchar con mi subconsciente y consigo agarrarme a algo antes de levantarme de la cama. Llevo más de 36 horas sin salir de casa. Tengo hambre, es importante desayunar, pero lo siguiente es escribir el sueño, antes de que se me escape. Casi no me acuerdo de nada pero voy tirando del hilo y aparece ante mí una escena bastante clara mientras voy escribiendo en la libretita. Me siento mejor, ducharse, afeitarse y salir de casa, aunque sólo sea porque se me ha acabado el agua mineral, tengo una bombilla fundida y me da el capricho de comprar mantequilla. El ambiente del Dia Autoservicio Descuento es para salir corriendo y volverse a encerrar en casa. Recojo la correspondencia a la antigua usanza, en mi buzón. Más cartas.
Tengo ganas de concentrarme en mi trabajo, en ordenar bytes. El portátil empieza a hacer el tonto, el Eclipse me obliga a trabajar lento. Me doy cuenta de que estoy acelerado, el ordenador me pone en mi lugar. Tengo que comprar otro pero ¿y si, en vez de cambiarlo enseguida, me acomodo a su ritmo? Y si… y si… Me acuerdo del mail de la madrugada, esos «y si».
Es hora de comer pero no tengo demasiada hambre. Un caldo gallego será suficiente. Mientras se calienta me siento al piano y toco lo primero que encuentro, la partitura que tengo delante por la página que me encuentro abierta. No la he elegido yo sino el viento. Está bien, me quita esa responsabilidad. Mendelssohn. El caldo se calienta, Mendelssohn me ha sentado bien, me da paz, pero voy a buscar un disco de Beethoven, un cuarteto, no, mejor un trío, hace tiempo que no escucho Beethoven. Pero cuando lo voy a poner me arrepiento. ¿Y si entro en Spotify y escojo lo primero que se me pase por la cabeza? Tengo el infinito musical a mi alcance, hay que cambiar, si me aferro siempre a la misma música el aire se vuelve enrarecido. Escribo Joe Crepúsculo pero no encuentra nada. ¡Qué tontería, si tengo los dos discos en esa montaña que se acumula encima de los altavoces! Escribo «Vivaldi , Cum dederit» y me sale la versión de Jaroussky. Claro, Jaroussky, Angélica Liddell. Me tomo el caldo con Jaroussky, emocionado. Hoy necesito música que me deje emocionarme a mi bola y que me dé paz. Un anuncio de Jazztel. ¡Un anuncio de Jazztel enmedio del Cum dederit de Vivaldi! ¡La madre que los parió! Y luego otro de la peli de Beyoncé. Clica en el banner. ¡Su puta madre!
Quito la música. Pongo las persianas de esa manera que hace que los rayos del sol no entren del todo pero algo sí. Me siento mucho mejor. Este es el ambiente adecuado para jugar con los bytes. Sigo escribiendo sentencias SQL, XML, Java, iBatis, Rational Rose, ¡madre mía, quién se inventará estos nombres!
Se hace de noche. Pienso en el próximo mail. ¿Quién será el primero en enviarlo? Debería salir de casa. Llaman al teléfono.
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