Me hubiese gustado escribir algo antes sobre la performance de Quim Pujol (Los cuerpos extraños) que viví el otro día en su casa pero, a veces, es difícil encontrar el tiempo para escribir. Además, es difícil escribir sobre los amigos. Pero como veo que no lo hace nadie voy a escribirlo yo. No puede ser que dedique algún tiempo a hablar de Angélica Liddell, Joe Crepúsculo y Centella y no lo encuentre para hablar de lo que hace Quim, que además me gusta mucho. El mismo Quim, en un paseo por la playa de la Barceloneta que aún recuerdo, comentaba que cuando se quiere hacer desaparecer algo lo más efectivo es no hablar de ello. Es mejor que hablen mal de ti que ni te mencionen, porque entonces para mucha gente no existes. Eso, los que pretenden controlar la información lo tienen muy claro. Y me parece que contra eso deberíamos luchar con las herramientas a nuestro alcance.
La performance es la traslación a escena en el comedor de su casa de un relato que el mismo Quim publicó hace tiempo en su blog. Lo leí en su día y me gustó pero lo tenía prácticamente olvidado y no lo releí antes de la performance.
Los cuatro del público (el máximo aforo para esta performance) nos esperamos en la calle hasta la hora convenida. Edu, el maestro de ceremonias nos recogió en la calle y nos guió hasta la casa. En la primera estación, con la expectación y el descoloque de no saber muy bien qué hacer en los momentos previos, Edu, como buen anfitrión, nos invitó a tomar algo y a un cigarrillo mientras se iba rompiendo el hielo. En el suelo, unas velitas indicaban el camino a seguir. Pasados cinco minutos, Edu nos condujo hacia el interior de la casa siguiendo las velitas hasta llegar al pequeño salón de paredes descubiertas, a media luz, donde nos esperaba un sofá de 4 plazas y Quim, de pie contra la pared, a nuestra izquierda, dándonos la espalda. A su lado una mesita con ciertos aparejos cuyo funcionamiento no desvelaré y una silla enfrente de nuestro sofá. En seguida se hizo el silencio y descubrimos que en esa sala el silencio era prácticamente absoluto, casi que daba reparo moverse algo en el sofá porque se escuchaba hasta el rozar de la ropa. Así que nos quedamos calladitos, nuestras respiraciones se relajaron y Quim, poco a poco, fue llegándose hasta la silla, nos dio la cara, pudimos ver sus gafas de sol y su mínima caracterización y comenzó a explicarnos una historia con una voz nada natural, más bien sobrenatural, muy flojita, ronca e hipnótica. Mi primera reacción fue de media sonrisa. Casi me daban ganas de saludarlo y decirle: Ey, Quim, ¿qué tal? ¿Cómo va eso? ¡Qué cosas se te ocurren, eh!. Pero poco a poco me fui relajando y dejándome seducir por su voz, que nos explicaba una historia inquietante, poco a poco, con pausas y con mínimos movimientos corporales pero muy efectivos. Al cabo de unos minutos dejé de ver a Quim. ¡Qué placer que te cuenten una historia así! ¡Qué viaje! Cuando ya estaba metido de lleno en el viaje, un par de efectos especiales que el propio Quim se encargó de preparar con los aparejos de la mesita me hicieron saltar del sofá. A mí y a los otros 3. Reconocí alguna frase como la que encabeza esta entrada: Que fluya el deseo, que corra la sangre. Y recuerdo que pensé que le preguntaría después de donde había sacado esa frase.
Después de la representación y los aplausos de rigor, salimos de la sala y esperamos a Quim en la entrada, donde nos esperaba una mesa a punto para degustar unos fideos a la cazuela con Edu y Quim, que apareció en seguida ya relajado y en su nuevo papel de anfitrión. Entonces, entre copas de vino, charlamos sobre el espectáculo mientras nos comíamos los fideos y Quim nos explicó algunas anécdotas sobre la relación con el público y el hecho de hacerlo en casa. Él dice que así le sirve para rodarlo, de esa manera puede hacer una docena de actuaciones cuando si lo presentase en cualquier otro lugar no podría pasar de una o dos. Nos explicó que la frase que yo recordaba formaba parte de frases que le gustan y que va apuntando como mantras. Luego la conversación derivó hacia el mercado de Santa Caterina y sus gentes y, hacia la medianoche, la reunión se disolvió.
Me acordé de las veladas de Schubert con los suyos (las schubertiadas), de Experiencias con un desconocido y de cuando, hace ya años, con un grupo de amigos nos encontrábamos en casa de uno diferente cada vez y veíamos una película precedida de una pequeña o gran performance que el anfitrión estaba obligado a realizar para sus huéspedes, a parte de dar algo de comer y de beber. En mi casa de entonces, bastante más grande que la de ahora, proyectamos (con proyector) El hombre y la cámara de Dziga Vertov con música de piano en directo a la luz de las velas. Para mí fue como un estreno. Quizá el futuro vaya por ahí, de vuelta a los orígenes. De momento, Quim Pujol, en su faceta de crítico con peluca acaba de decir sobre el trabajo de Angela Lamprianidou, otra performer casera, que se trata de una de las experiencias escénicas más especiales que he vivido en los últimos años. ¡Viva el performer en zapatillas!
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