Hoy Enrique Vila-Matas ha dicho lo que más de uno pensamos.
(Me siento bastante contento últimamente sin ninguna razón aparente y a veces me pregunto si tendrá que ver con la calma que reina en mi casa desde que se quemó mi televisor.)
(…)Aquel día, el presentador de mi informativo ofrecía a sus espectadores y víctimas, con particular énfasis y empeño, el panorama más aterrador y nevado de los últimos tiempos. Pensé que, si bien la consigna general viene siendo la de acojonar sistemáticamente, no todo el mundo acepta el discurso oficial. Crecen los movimientos de resistencia dentro de la sociedad de la sobreinformación, porque una multitud de anónimos, una multitud de nosotros clandestinos, empieza a moverse contra esa atmósfera deliberadamente depresiva y contra esa monotonía de la información manipulada; una discreta multitud empieza a organizarse tratando de cambiar el horizonte y las normas del juego. Estaba pensando en toda esa realidad medio clandestina cuando el presentador del informativo conectó con el parque del Retiro, donde tenían a una joven corresponsal que nos iba a confirmar la magnitud de la tragedia.
Apareció entonces una muchacha sorprendentemente radiante y rubicunda. Aspecto rural, alegre, poco abrigada. De marcado aire naif. Ojos color turquesa, una trenza rubia, brazos macizos y saludables. Espléndida. Sonreía, y contagiaba una alegría infinita su sonrisa. No parecía haberse dado por enterada del fin del mundo que había anunciado desde el estudio el jefe de sus informativos. Y ante el estupor de éste, empezó a contar que hacía mucho tiempo que no se veía a la gente sonreír tan feliz en las calles. Y era genial, porque las imágenes en directo confirmaban que la inocente joven discordante no se equivocaba y decía la verdad, toda la verdad sobre la alegría.
Recordaré durante mucho tiempo lo que vino después. La muchacha inició un espontáneo discurso acerca de la belleza extrema de la nieve y la presencia de la poesía en la intensa luz de aquel día tan extraordinario. Fueron momentos formidables. Hasta que el presentador tomó la palabra para refutar el discurso de su locutora y de algún modo maldijo la belleza, y entonces creí comprenderlo todo, comprender dónde están unos y dónde otros, y también dónde están los poetas.(…)
El artículo completo: La joven discordante