En verdad, no me gusta nada escribir. Cada vez que empiezo a teclear me suben a la cabeza mil demonios en la forma de infinitas dudas. ¿De qué hablarás? ¿Qué importancia podrá tener lo que digas para otro? ¿En qué medida te expondrás? ¿Esta vez serás más irónico y mordaz o caerás en el sentimentalismo más complaciente? Pero esa es la trampa de la literatura: nos seduce más con sus preguntas que con sus respuestas. Y nos vemos empujados hacia su abismo –como si poniendo palabras al caos fuéramos a remediar algo. A la porra remediar algo. A la porra salvarte de nada, queridx lectorx.
Muy queridx lectorx, Barcelona es un caos. Por eso mismo nos atrae. El abanico de planes infinitos que nos ofrece ejerce sobre nosotros la exigente tarea de desarrollar algún tipo de criterio –criterio que, en mi caso, está muy lejos de coger su forma definitiva. Por eso he querido empezar por lo que tengo cerca. Porque es una manera de no engañar a nadie y, sobre todo, de no engañarme a mí. Porque una de las primeras cosas que percibe uno al nacer es la voz de los padres y la de sus hermanos. Y en mi caso, no puedo ocultar la suerte que he tenido de contar con un hermano artista en la familia. Ese “marrec” que con siete años te invita a subirte a sus movidas en imperios de Playmobil, cartas de juegos inventados o podcasts (de cuando aún no había podcasts) de risas absurdas antes de ir a dormir.
Jaume es un tipo que te la lía una noche montándote un cabaret –que ni él sabe cómo saldrá (ni él ni Alicia Garrido, cocreadora del Cabaret Internet)– y a la mañana siguiente está tan sereno en una aula de escuela donde l@s infants pueden ir a ver sus trabajos y a desarrollar sus propias movidas creativas (ahora las exponen en La Capella). Para él, el arte es juego, sorpresa, diversión y humor. Se diría que sus referencias más directas son Fluxus y performers como Francis Alys (de hecho, viste muy parecido a él).
La última locura suya que vi fue no hace mucho en el Festival Grec. Jaume abría la lata del show fingiendo un accidente nocturno producido por la ebriedad. A lo largo de la función se exponía a los delirios producidos por la fiesta y el alcohol de la mano de un seguido de canciones autoparodicas que retrataban parte de sus inquietudes. Inquietudes que en el fondo nos afectan a todos. Algunas más profundas: como la tensión entre expectativas dispares en las relaciones, el hacernos mayores o el continuo aprendizaje en relación a las distancias o confianzas que nos podemos dar los unos a los otros… Y otras más banales: como la de mearse estando de fiesta, la de no poder entrar a una disco porque no hablamos inglés o la de meterse la pajilla del cubata sin querer en el ojo cuando nos disponemos a beberlo en estado de ebriedad… Mis padres se rallaron un poco con la movida porque los padres siempre sufren. Pero luego la crítica fue brutal. Mi madre fue dos veces a ver el show. E incluso celebramos escuchar a mi hermano por la radio siendo entrevistado por alguien como Marc Giró.
Mi hermano, Jaume Clotet, en un momento de su último espectáculo-concierto, “Alusinasons”, en el Antic Teatre. Foto de Irene Moray.
Jaume es un performer total. Y mi referente en el mundo del arte. Él me dió a conocer Teatron. Y una pila de nombres de artistaz@s que desconocía. Aun habiendo estudiado la carrera de historia del arte, puedo decir que gran parte de lo que sé de arte contemporáneo se lo debo a él. A todo eso, si alguien quiere ver en este texto primerizo un ejercicio de pelotismo hacia mi hermano, voy a anticipar que yo ya sé que soy su pelota. Esto lo sé desde el día que mis padres le dijeron que si la barriga de mi madre estaba tan hinchada era porque, al venir yo al mundo, traía una pelota para él. Y ahora permitidme que la haga botar un poco.
Muychulo