“EL MODELO”, de Germán Scelso.
Festival Márgenes
Crónica de una proyección
Ayer estuve en Márgenes, entre otras vi la película “El Modelo”, película rodada en Barcelona por el argentino Germán Scelso. La película es bastante dura, incómoda para el que está en el asiento. El director con cámara en mano nos va enseñando la relación que entabla con Jordi, un desecho humano alcóholico, inválido, desequilibrado, necesitado y que ha construido su relación con los demás a través de ser desagradable, como escudo y arma arrojadiza al mismo tiempo.
El film está bueno, va cruzando reflexiones, metacinematográficas (de uso de cámara), políticas (con una España que va saliendo a través del locutorio donde trabaja el director y donde le visita Jordi para pedirle dinero y verle), psicológicas (al ser testigos de un hombre derrumbado, desechado y destruido); y, sobretodo, éticas.
Y es interesante la desnudez con la que el director va exponiendo estas cuitas éticas. ¿Cuál es el papel del artista frente a la persona arruinada a la que se acerca para mostrar y trabajar con ella? ¿Qué quiere el artista de ese hombre? Este tema es largo, muy largo, lleno de imposturas en las que Scelso parece no querer caer. Así, Scelso nos muestra cómo Jordi va desplegando su técnica de pedir dinero: siempre más, dos euros ahora, y si se los das, después de un carajillo y un puro, otros dos; sino se los das, mañana le tienes que dar dos porque se los diste ayer, y sino se los das se pondrá desagradable, entrará en tu sitio de trabajo, incomodará a los clientes, forzará una situación en la que le tendrás que decir que se vaya, te sentirás mal por echarle; y ahí, Jordi, insultándote con la mirada, te pedirá un euro más. Técnicas de un hombre que solo folgó con putas por deforme, que se bebe todo, lo que sea, de un trago con el gaznate abierto, queriendo hacer con la bebida lo que no puede hacer con la vida, con la pupila penetrantemente ida.
El director intenta lidiar con esto, bordea, intenta instaurar una frialdad que le permita cierta distancia, pero al mismo tiempo juega con una cercanía que le permita seguir trabajando con Jordi, con este ciudadando receptáculo de cosas tan nuestras. Vemos al director dudar, vemos cómo lo tiene que echar del locutorio, vemos al mismo tiempo cómo lo lleva a casa para hacerle una entrevista más íntima y a fondo que se convierte en inteligible del pedo que lleva Jordi. Vemos cómo Jordi lo reta y Scelso recibe, intenta parar el golpe, evitar la violencia y crear un diálogo.
Hasta ahí, pues todo bien ¿no? Vemos dudar y trabajar a un director, vemos a Jordi con una enrevesada mente, simple, torcida, básica, triste. Y hacia dónde tiene que ir todo esto, para qué… Ahí Scelso propone. Este momento para mí es esencial, donde está el quid de la película. Scelso decide representar, crear una imagen.
En el teatro llevo muchos años escuchando a creadores hablándome de lo difícil que es asumir y estar de acuerdo con una imagen creada en escena. Hablándome de la responsabilidad que esto conlleva. Incluso cómo estas imágenes te persiguen durante años… Y Scelso decide acabar la película de esta manera:
Desde el principio de la película nos va mostrando primerísimos planos del hombre ideal de Da Vinci que está grabado en los euros. Un primer plano que utiliza para resaltar la relación monetaria entre él y Jordi y también para reflejar cómo Jordi ha escogido el dinero para poder relacionarse con la gente, con una sociedad que si no, posiblemente, lo redujera a invisible.
Y al final de la película, después de una lectura de un libro de la CNT que habla sobre la diginidad del trabajador y sobre la concepción anarquista de la sociedad (uno de los movimientos ideológicos, por otra parte, con una carga ética más presente y elaborada), Scelso va a por su imagen.
La imagen que construye Scelso es esta: vemos proyectado a tamaño humano en la pared de la casa de Scelso la imagen del hombre ideal de Da Vinci, entra Jordi y se pone delante superponiendo su cuerpo a la imagen, un cuerpo desnudo y contrahecho. La imagen, logicamente duele. Y duele porque Jordi queda rebajado a mercancia, a mercancia de cuarta, feo, deforme.
La apuesta de Scelso es bastante kamikaze. Uno (me refiero a mí como espectador) tiene la impresión de que al final el director ha decidido hacer lo que él tenía en la cabeza. Uno tiene la impresión que lo que ha prevalecido es la obra de arte por encima, incluso aplastando, al hombre. Y Scelso muestra esto sin ambajes, sin justificaciones. Es su decisión. No se trata de hacer una lectura moralista ni un debate de si está bien o mal, pero sí creo que la película propone e incluso pide que uno se sitúe. Y aunque sea buen rollista no creo que en pos de la obra de arte se pueda pasar por encima de las personas, aunque sea dicho y hecho con la sinceridad que lo hace Scelso. Siempre estaré en contra de este tipo de arte, pero diferenciemos.
Por ejemplo, Santiago Sierra. Santiago Sierra y muchas de sus piezas donde utiliza gente de la calle, les paga y ellos hacen esto y lo otro. Ahí hay una pequeña diferencia, Sierra expone condiciones claras a los ciudadanos con los que trabaja, explica qué van a hacer desde el principio, paga por ello y a otra cosa. Los rechazos y críticas morales al trabajo de Sierra siempre me han parecido mojigatas y de sacristía de izquierda.
Pero en esta película, y Scelso es bien consciente, hay una relación humana que se desarrolla entre ambos. Relación que se va embrollando, donde claramente Jordi anda confundido y donde gana el más lúcido, el que no está desequilibrado, gana Scelso y gana para crear una imagen que, por otro lado, creo que va a perseguir a este interesante creador durante muchos años.
Véanla. si pueden, tienen hasta el 31 de diciembre para verla gratuitamente en streaming acá. El significado y peso de una imagen, el destruirse como hombre, como humano, con tu propia obra. No es baladí. Estaría bueno oir mas voces sobre el asunto…