foto pasaporte 1939, mismo año en que público “El pozo”
, volviendo a leer “El pozo”, su primera y corta novela. Todo empezó ayer cuando vi un documental bastante ramplón, por decir algo, que se llama “Jamás leí a Onetti”, y bueno acabé en la cama y luego desayunando leyendo la novela. Hubo un pasaje que me recordó mucho a uno de los textos de la última obra de El Conde de Torrefiel, “La chica de viajes…”, aquel texto que tenía que ver con “el pueblo” y que luego acababa en una soflama austriaca. Todo el texto de la obra juega con la identidad de clase y de nación del españolito. Juego macabro y fragmentado.
Habría que hablar también de muchas cosas sobre esa obra. De la manera de actuar cuando se dice texto de Tanya Beyeler y Cristina Celada, por ejemplo. Sin mirar al púbico, con el cuerpo preparado y quieto, con el gesto inexpresivo de una sonrisa media, buscando una inflexión y un ritmo. Casi encontrando una manera, una sonoridad propia.
Habría que hablar de la separación meditada de la acción y el texto, de la utilización del sonido… Bueno, yo estaba leyendo a Onetti y rescato este texto del uruguayo que me hizo pensar en Gisbert… Onetti es quizá uno de los más grandes hijos de puta de la literatura en español, su mano (esa que quería estrechar Arguedas, indio que acabó suicidándose, esa que respetaba hasta Rulfo) fue entrenada durante años para no describir o reflejar sino para ir buscando a medida que surgían las palabras en el papel, para ir improvisando una búsqueda a pesar de la trama. Su cabeza, dura y solitaria, dio razones para hoy desdeñar a una literatura hispanoamericana que sigue buscando rendijas de mercado donde venderse. Muríó hace veinte años en una calle muy próxima a la de donde ahora escribo, la calle San Bernardo en Madrid…
Bueno, aquí les transcribo el trozito de “El pozo”:
Conocí mucha gente, obreros, gente de los frigoríficos, aporreada por la vida, perseguida por la desgracia de manera implacable, elevándose sobre la propia miseria de sus vidas para pensar y actuar en relación a todos los pobres del mundo. Habría algunos movidos por la ambición, el rencor o la envidia. Pongamos que muchos, que la mayoría. Pero en la gente del pueblo, la que es pueblo de manera legítima, los pobres, hijos de pobres, nietos de pobres, tienen siempre algo esencial incontaminado, algo hecho de pureza, infantil, candoroso, recio, leal, con lo que siempre es posible contar en las circunstancias graves de la vida. Es cierto que nunca tuve fe; pero hubiera seguido contento con ellos, beneficiándome de la inocencia que llevaban sin darme cuenta. Después tuve que moverme en otros ambientes y conocer a otros individuos, hombres y mujeres, que acababan de ingresar en las agrupaciones. Era una avalancha.
No sé si la separación de clases es exacta y puede ser nunca definitiva. Pero hay en todo el mundo gente que compone la capa tal vez más numerosa de las sociedades. Se les llama “clase media”, “pequeña burguesía”. Todos los vicios de que pueden despojarse las demás clases son recogidos por ella. No hay nada más despreciable, más inútil. Y cuando a su condición de pequeños burgueses agregan la de “intelectuales”, merecen ser barridos sin juicio previo. Desde cualquier punto de vista, búsquese el fin que se busque, acabar con ellos sería una obra de desinfección. En pocas semanas aprendí a odiarlos: ya no me preocupan, pero a veces veo casualmente sus nombres en los diarios, al pie de largas parrafadas imbéciles y el viejo odio se remueve y crece.
Hay de todo; algunos que se acercaron al movimiento para que el prestigio de la lucha revolucionaria o como quiera llamarse se reflejara un poco en sus maravillosos poemas. Otros, sencillamente, para divertirse con las muchachas estudiantes que sufrían, generosamente, del sarampión antiburgués de la adolescencia. Hay quien tiene un Packard de ocho cilindros, camisas de quince pesos y habla sin escrúpulos de la sociedad futura y la explotación del hombre por el hombre. Los partidos revolucionarios deben creer en la eficacia de ellos y suponer que los están usando. Es en el fondo un juego de toma y daca. Queda la esperanza de que, aquí y en cualquier parte del mundo, cuando las cosas vayan en serio, la primera precaución de los obreros sea desembarazarse, de manera definitiva, de toda esa morralla.
Me aparté en seguida y volví a estar solo. Es por eso que Lázaro me dice fracasado. Puede ser que tenga razón; se me importa un corno, por otra parte. Fuera de todo esto, que no cuenta para nada, ¿qué se puede hacer en este país? Nada, ni dejarse engañar. Si uno fuera una bestia rubia, acaso comprendiera a Hitler. Hay posibilidades para una fe en Alemania; existe un antiguo pasado y un futuro, cualquiera que sea. Si uno fuera un voluntarioso imbécil se dejaría ganar sin esfuerzos por la nueva mística germana. ¿Pero aquí? Detrás de nosotros no hay nada. Un gaucho, dos gauchos, treinta y tres gauchos.
PD: La foto es de un Onetti joven, recordatorio de esa sección del Perro Paco que estaría bueno recuperar, “Cartas a un joven idiota”. Estaría bueno, yo tengo unas cuentas proposiciones, unos cuantos nombres…