Se fue Monleón, escribí este pequeño texto:
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Caña publicada en EL LUGAR SIN LIMITES
Óscar Cornago es investigador del CSIC especializado en artes escénicas. Hay una página que quizá sirva para situar: ARTEA.
Primera de las “cañas epílogo”, hechas con todo el ciclo ya pasado:
Hay un pequeño corte (simple cambio de baterias, ninguna otra alteración).
Caña realizada en el Teatro del Barrio. Especialidad en seguir siendo una de las salas de pequeño formato con más capacidad de público y en el que se está dando un teatro político documento bien interesante que pareciera hecho por un Dario Fo pos-democracia europea. Un ejemplo: Qué pasa en Madrid.
crónica publicada en El lugar sin límites
La nueva pieza de Federico León llegó a Madrid recién hecha, con tan solo el estreno del Kunsten a la espalda. Atrás quedaban todos los trabajos desde “Cachetazo de campo” hasta “Las multitudes”. León adapta el Valle-Inclán a las dimensiones y la cercanía de un espacio de medio formato. No hay peine, los dos actores (el mismo Federico y Julián Tello) la juegan a tres metros de la primera fila de una grada reducida a un aforo en torno a los 130 espectadores. En el espacio, una mesa de pimpón dos sillas y aparatos de grabación y reproducción. Ese es el pequeño dispositivo de “Las ideas”.
Y llegó Federico con una pieza de sesenta minutos de duración que es un pequeño juguete escénico. Juguete redondo y solvente que sigue ahondando en los tres temas que atraviesan todas sus creaciones: ficción / realidad, meta-teatro / vida, y familia / generaciones. Este último soslayado, casi imperceptible.
La pieza en un principio se presenta como un laboratorio-garaje chusco en plan comienzos de Apple (ese mitificado momento creativo a lo Steve Jobs) donde se está generando la nueva creación del futuro. Allí dos colgados, que se nos hacen cercanos y comprensibles, dan vueltas, investigan, sobre su propio proceso de creación. Tres cuestiones circunvalan estas disquisiciones: hacer las acciones de verdad (beber whisky o té), qué hacer con lo descartado; y dónde queda el punto de vista del observador /creador en la grabación de lo observado. Tres cuestiones eternas, vease “Las meninas” de Velázquez.
Todo está realizado desde el hoy. Así la primera dialoga con la dicotomía performance / representación, la segunda con las huellas y lo fijado; y la tercera ahonda en la presencia en las piezas creadas, ya fijadas, de lo no dicho, de lo incluso olvidado, y de cómo trabajar con ello. La pieza trata este proceso de creación representándolo con una cierta distancia socarrona, sin llegar a la parodia, pero ahí vemos a estos dos “enganchados” flipando con la capacidad, en teoría libertaria, de la asociación que da vueltas. Vueltas a la obsesión y a la ocurrencia como métodos de trabajo, como instrucciones de uso…
Y como siempre Federico va metiendo pequeñas cargas de profundidad en este, en teoría, amable juguete. Dos ejemplos. Primero: la actuación. Sorprende, sobre todo viniendo de Argentina, la interpretación de ambos actores. Una actuación que camina en un hilo frágil entre el personaje y la persona. Sorprende, en una primera ojeada, esa actuación relajada, donde los textos son dichos sin mecanismo teatral, casi conversacional. Una actuación que al mismo tiempo no tiene intención de ruptura (algo que conocemos bien en España y especialmente en Madrid), ni pierde cierta composición en cada personaje, más visible en el actuado por Federico. Subtexto no dicho: esta opción, este terreno de la actuación, nos sigue hablando del concepto de veracidad en escena.
Segundo: las cajas chinas. La aventura de arriesgarse en el pensamiento no reglado lleva a zonas desconocidas, pero en este “dramolette” ese gesto queda lastrado a una búsqueda idiota hacia el infinito, búsqueda aparentemente inteligente, deslumbrante, que quiere “ver” en el reflejo de un reflejo que a su vez solo puede reflejar un aforismo que supuestamente entraña misterio. Si bien esto es común a cualquier geografía suena tres veces duro viniendo de un país tan dado al artificio pseudo-intelectual como es Argentina, más cuando es dicho sin apuntar valoraciones, es más, se presenta de manera atractiva, como sofisticado pensamiento.
Y así pasa nueve décimos de la obra. Quepa resaltar en clave madrileña el momento donde en escena se discute sobre cómo hacer una escena donde se fuma marihuana: ¿hacerlo?, ¿buscar un dispositivo que simule el olor? Se dice en escena lo interesante que sería ver como el texto, la actuación y lo hecho, es afectado por las drogas si se opta por fumar realmente un porro. Uno se acuerda de la pieza presentada en marzo de este año en Pradillo “Amasijos de la gran puta”, dentro del ciclo Apuntes en sucio, donde una actriz ingería keta para decir un texto. Tan vilipendiado con aspavientos. Creo que donde “Las ideas” pone el alcance del debate de la “veracidad en escena” sitúa las cosas, sino en su sitio, sí en cierto lugar más que asumible. Quizá la pieza de Davila, de la Rosa y Krapoola estuviera haciendo lo mismo por caminos casi opuestos.
Y así la obra llega a su cenit absurdo en una escena donde un gran globo se va hinchando sin límite y en la que el público espera con cierta sensación de miedo y deseo a que explote. Ahí la obra vira, vira en un sueño propio de “Blade Runner”. Se quema, a consecuencia de la explosión, el laboratorio de Apple, se quema ese semidios al que confiamos la resolución de todo que es el ordenador. Esa máquina en donde creímos que podíamos aglutinar la condición humana, donde creímos que podíamos reglar los mecanismos de nuestra memoria, dominarlos. Y la creación vuelve a cero en ausencia del registro. Ahí, en un sueño cibernético, surgen diez minutos de libertad creadora hecha film. El sueño de un sueño, a la Borges, donde se muestra la capacidad del arte de mirar y revelar sin dar ninguna pista.
Y la gran “enseñanza” para el que escribe de esta obra metafórica es que uno encuentra en ese milagro (que no es ni más ni menos que registro hecho film) todas las huellas que han ido quedando en la pieza, pero transfiguradas. De esa alquimia, uno podría decirse, no se ha hablado en la pieza. O quizá sí. Ese pequeño oasis fuera del tiempo que apunta a que la vida está en otra parte no es comprensible sin haber pasado por el garaje. Lo que parecía una pseudo-parodia de la creación, ese garaje común del día a día, retoma valor como camino necesario, como materia de trabajo. Una materia hecha de trazos humanos, de limitaciones, de estupidez necearia, de amistad y de constancia. La vida como representación chusca de un anhelo, de un deseo.
Y sobre volado queda ese film donde todo se resignifica en semántica anti-ilustrativa, en frames breves, rápidos, que abren puertas y detrases. ¿Dónde quedan las ideas? ¿Qué valor tienen éstas en la creación? ¿Por qué son omnipresentes en todo proceso? ¿Qué relación y valor tienen frente a lo creado?
Pablo Caruana
Publicado en El lugar sin límites
Ernesto Caballero, madrileño nacido en el año 58, lleva tres años dirigiendo el Centro Dramático Nacional. Su mandato cumple en diciembre del año que viene, momento en el que tendrá que dejar su despacho de alta planta del Teatro María Guerrero y volver, a como él lo llama, “el duro invierno”. Eso sí, con toda la temporada programada. Dice que tiene ganas de volver a ser compañero y no “contratador”. Hay una clausula en su contrato de posible ampliación de tres años, “ya llegará el momento de planteárselo”, responde. Anda preparando un “Galileo” de Bretch y se le cuelan pequeños detalles en la conversación. Sabe que dirigir el buque insignia dramático del Estado deja poco hueco en el cerebro que no esté ya ocupado por la gestión.
Caballero ha sido el gran impulsor de “El lugar sin límites”, el que ha permitido trabajar con independencia a los comisarios, el que estuvo defendiendo la obra de Rodrigo García en el estreno que abrió este ciclo pero que tuvo que hacerlo cercenada en dos momentos por una amenaza en toda regla y por escrito de la Comunidad de Madrid. Y el que sabe lo bisoño que está todavía el ciclo, sin acabar todavía su primera andadura, y todo lo que hay por mejorar. Madrileño, teatrero por los cuatro costados, es consciente de la lucha en este país y sobretodo en esta ciudad por la visibilidad y el reconocimiento de una escena que ha cambiado el teatro y la danza pero que sigue sin estudiarse en la RESAD, que no sale en las críticas de los periódicos, que no tiene festivales ni sedes y que tampoco está con normalidad dentro de la programación del Centro Dramático Nacional.
Generoso, Caballero nos recibe en su despacho y durante una hora larga charla sobre cómo está viendo el ciclo de “El lugar sin límites”, explica su modelo y con toda rotundidad asegura que el paso dado, el portalón abierto con este ciclo, no tiene marcha atrás.
Pregunta: Hemos pasado el trópico del festival, el Cabo de Hornos y aunque sea quizá pronto ¿cuáles son sus primeras valoraciones?
Ernesto Caballero: Yo la sensación y la impresión que constato es de gran satisfacción. Hemos abierto una gran puerta, un portalón y siempre tienes cierta prevención, cierta precaución. Te preguntas cuál va a ser la respuesta en todos los sentidos. Y en lo que estoy muy reafirmado en que era absolutamente necesario abrirla. Además se ha producido una cosa que estuvimos hablando aquí cuando estuvimos ideando el ciclo y es que la relación con el público no ha sido, como alguien podía haber temido, compartimentada. Hemos tenido todo tipo de público, se han acogido las propuestas con total normalidad, y se ha establecido diálogo. No se ha contemplado como una manifestación minoritaria para un grupo selecto. Y eso personalmente me ha llenado de satisfacción. El público, no exclusivamente, era joven y ha y recibido el ciclo como una expresión que ha podido hacer suya sin dificultad. Ha habido comunión y complicidad con la gente y eso es fundamental.
Además el ambiente ha sido festivo, de reflexión pero de reflexión lúdica. Y también para mí ha sido muy satisfactorio el “después”: esos espacios de comunicación, de diálogo, de intercambio que se han generado han sido fundamentales. Temía que se convirtieran en algo para iniciados y no ha pasado eso en absoluto, se ha dialogado de una forma muy a ras de tierra, en el buen sentido de la palabra. Resumiendo: resultado artístico, cultural y social está siendo óptimo.
Sin ocultar las dificultades que tiene, muchas veces hubo que encontrar la cuadratura del círculo. Un institución como esta, con su estructura, que además ahora mismo está lastrada por una intervención de Hacienda no tiene la cintura que este ciclo requiere.
Yo vengo de la adaptación pura y dura: pasado mañana somos tres, tenemos una idea y nos metemos en cualquier agujero. Ese espíritu que me hubiera gustado trasladar al CDN, aquí es absolutamente imposible. Todo tiene que ser con mucha previsión, con muchos procedimientos, con muchas memorias… Y claro este tipo de iniciativas, que no son una producción al uso que la preparas con seis meses de antelación y va a estar dos meses en cartel, sino que es un ciclo que se define precisamente por la agilidad, por la improvisación en el buen sentido, por la multi-programación en el buen sentido también, donde puede surgir lo imprevisto y precisamente de eso se trata porque el teatro es el espacio para que surja lo imprevisto… Todo eso, a veces, entra en contradicción con una estructura donde lo imprevisto hace que se colapse el sistema. Estamos tratando de solucionarlo y yo voy a trabajar y voy a luchar, como estoy haciendo desde el principio, por abrir esos espacios.
Por otro lado, yo tengo un estómago muy generoso, disfruto de la misma manera y me entrego de la misma manera a las formas más tradicionales que a lo más innovador. Pero creo que incluso esas categorías ya empiezan a estar un poco en entredicho. Mucha gente que conozco asidua a la programación se ha sentido muy apelada por las propuestas que hasta ahora se han podido ver en el ciclo. Y no hacen esas categorías. Los prejuicios y la etiquetación vienen de muchos sitios. Por eso me gusta mucho el título del ciclo, porque es verdad que las categorizaciones constriñen y crean departamentos estanco, guetos. Eso a mí me horroriza. Me parece que todo eso viene de una taxonomía del XIX que al final es muy limitadora y que también en el ámbito de la cultura la arrastramos. Incluso la función divulgativa del periodismo muchas veces también contribuye a esto. Post-dramático, transgresión… A veces se necesitan de palabras que creo no dejan de ser etiquetas que limitan una realidad que es la expresión artística .
Y luego desde el punto de vista personal, como creador, me ha abierto caminos y me ha hecho reflexionar sobre mi propio trabajo… A mí, este el ciclo me está resultando profundamente útil. Me mueve a la reflexión de mi propio momento, de mi propia poética. Ahora, como creador, por ejemplo estoy muy centrado en el lugar que ocupa el espectador: el tiempo teatral, lo performativo, el aquí y ahora… He disfrutado como un enano en el ciclo y el enriquecimiento que me ha procurado como creador ha sido relevante. Resumiendo: muy positivo.
Pregunta: Intervención de Hacienda ¿podrías explicarlo?
E.C: El INAEM se crea como un organismo con cierta autonomía dentro del Ministerio de Cultura. Evidentemente la fiscalización en necesaria y obligada. La cuestión ahora es que se ha doblado esa intervención además de la ya existente y se ha creado la figura de la “intervención previa”, que quiere decir que muchas partidas ya no se pueden justificar a posteriori. Pero partidas pequeñas. Es decir, un secador para el pelo que lo necesitas de un día para otro, pues tienes que escribir una memoria y te tienen que aprobar el gasto. Otro ejemplo: un actor que se pone enfermo y lo tienes que sustituir. Antes tenías más agilidad para contratar y luego justificabas esa contratación. Ahora, si no lo prevés, si la intervención previa no te lo aprueba a priori no puedes. Esto en una actividad como es la escénica complica todo mucho, si ya era complicado antes ahora… En este ciclo lo hemos sufrido.
Pregunta: ¿Una programación como El lugar sin límites que problemas tiene dentro de una estructura como el CDN?
E.C.: Como decía sobre todo son cuestiones de previsión. Esto es un gran transatlántico y está diseñado fundamentalmente para armar producciones que se preparan con mucha antelación, seis meses, y que sabes que van a estar más de un mes en cartel. Otra clara dificultad pasa por un modelo de calendarios laborales de todo el personal, de un sistema laboral que está previsto para ese sistema de producción del que hablo y no para un sistema como este ciclo que necesita una mayor agilidad de montaje y desmontaje. Otro claro problema es el celo excesivo en todo lo que tiene que ver con normativas de prevención de riesgos laborales y seguridad. Este tipo de teatro que no es convencional que está recurriendo a diseños espaciales no convencionales y que muchas veces además está buscando una relación con el espectador diferente, sufre más. En el CDN falta flexibilidad a todo lo que no sea un teatro a la italiana donde tienes que tener un metro diez centímetros de pasillo entre, la altura del escenario tiene que ser…. Falta flexibilidad para entender estas otras expresiones. Habría que cambiar esa rigidez que se impone desde nuestros propios edificios. Ahora mismo que salga un actor y actúe desde un palco es problemático, no tiene línea de vida, etc. Esto es muy delicado, no estoy haciendo una apología del viva la virgen, pero si hay que buscar una flexibilidad. Ahora mismo tenemos enormes problemas si un artista propone trabajar en otro espacio que no sea la caja escénica. Se tienen que poner en juego muchos mecanismos de observancia, etc.
Con Rodrigo García nos pasó en este ciclo, y hemos recibido las lógicas reclamaciones y críticas a todas las dificultades que hemos tenido para poder contratar de un día para otro los fungibles que se utilizaban en escena, por ejemplo. No teníamos la autonomía financiera suficiente para poder recibirlo. La lógica administrativa es a veces incompatible con la lógica escénica. Los viajes de los artistas, otro dolor de cabeza… Pero bueno, ahí estamos, intentando ir flexibilizando y haciendo. Creo que lo que se puede hacer es mucho.
Pregunta: Como teatrero viejo que ya en los ochenta estaba trabajando, que sabe de qué va el paño, ¿cómo crees que se ha relacionado en España el teatro que era más de experimentación con el resto del teatro y con las instituciones en los últimos treinta años? En los ochenta hay, por ejemplo, todo un teatro independiente que viene por detrás con otra manera de hacer, en los noventa… ¿cómo crees que ha ido evolucionando esa relación?
E.C.: Es interesante esa comparativa. Es verdad que cuando yo empiezo a hacer mis primeras cosas en los año ochenta está todo más compartimentado, por lo menos en Madrid, quizá en Barcelona había más vasos comunicantes, pero en Madrid era imposible. En Madrid existía eso que se llamaba teatro comercial, existía un teatro institucional y existía algún teatro alternativo. Era un panorama con muy poca porosidad, sin ningún vaso comunicante. Y cuando comienzo a hacer yo que soy un adalid del teatro clásico hago una comedia mitológica “Eco y Narciso” con un tipo que se llama Carlos Marquerie en el Teatro Pradillo. Ahí estaba cuando comenzó Rodrigo García a montar sus primeras obras y estábamos mano a mano en el montaje de “Matando horas”… Es decir, yo si sentía que había que romper esas barreras y he intentado seguir haciéndolo hasta el día de hoy. Creo que todos nos tenemos que contaminar, de hecho yo tenía una compañía que se llamaba Teatro del Cruce.
Y eso en Madrid no pasaba, pero no solo con el teatro de experimentación, sino que el teatro de autor se consideraba por las instituciones y por todos como teatro de experimentación, todo teatro de autor, desde un Jordi Galcerán a Rodrigo García, para entendernos. Eso ya, afortunadamente, no pasa. La voz de la autoría se ha recuperado. Y creo que aunque todavía hay resistencias e incomprensiones hoy hay una contaminación mucho mayor. Pero este ciclo creo que ha demostrado que esas barreras se están desmoronando.
Hay mucho por hacer. Y sobre todo, y esto nos compete a todos, tenemos la necesidad de reinventar nuevos modelos. Modelos que tienen que ser mixtos, el diálogo se tiene que imponer. Creo que el teatro que llamamos más experimental, y lo digo haciendo una crítica, ha superado o está superando una fase de ensimismamento. Seguramente cuando tienes todo en contra te repliegas y te pones a la defensiva, era una respuesta lógica. Pero también creo que cuando te abres comienzana a pasar cosas como, por ejemplo, este ciclo.
Ahora, que todavía existe una profesión desestructurada y que hay prejuicios e inercias que lastramos desde hace veinte o treinta años también es verdad. Pero todo eso está colisionando, la sociedad está cambiando. Quiero pensar que el sectarismo y el dogmatismo, en todos los niveles, cuando una sociedad es madura se desmoronan. A mí me gusta pensarlo, aunque podría ponerme muy lastimero haciendo una lectura sociológica dura de esta mi profesión. Pero al mismo tiempo “E pur si muove”. El teatro de experimentación está movilizando y lo está haciendo sin ninguna sensación de gueto, de secta. Me parece muy interesante y creo que este ciclo lo subraya, que hay que abrirse a la ruptura de lo que son los géneros, abrirse a la narrativa, a las artes plásticas, etc.
Y en ese sentido en una ciudad como Madrid está pasando algo, que quizá ya pasó hace años en Cataluña donde hay más transito, que está cambiando y que es el mismo público quien lo genera. Ya nadie, que además tiene que gastarse 20 euros en una entrada, dice yo soy del Marquina, yo del María Guerrero, yo de la Pradillo. El público ya no tiene esos problemas y se mueve con libertad por la cartelera.
Pregunta: Hablando de la necesidad de cambiar modelos: ¿tiene intención de cambiar el modelo de CDN teniendo en cuenta lo que le queda de mandato?
E.C.: Bueno el modelo ya ha cambiado en estos tres años que llevo dirigiéndolo. ¿En qué cosas? Primero, en colaboración con compañías. Antes el CDN producía sus espectáculos y competía o no competía con el sector privado del teatro. Pero no es así, una cosa es el empresario privado, que yo ya no sé si sigue existiendo, y otra son los creadores. Y los creadores son los trabajadores temporales. Aquí en el CDN todo el mundo es fijo, cuidado, y el trabajador temporal está ahí fuera, en el duro invierno, y sé de lo que hablo, así que cuidado. Tener en cuenta y generar colaboración con ese tejido, el teatro público es el que hacemos todos. Eso es un cambio de modelo sustancial: entender que el teatro público no es el que se hace aquí, sino el que hacemos todos. Creo que es un cambio radical.
Pregunta: Además, el primer gran hito hacia esa apertura del CDN creo que fue “El señor Ibrahim y las flores del Corán”, obra que dirigías tú e interpretaba Juan Margallo, ¿no?
E.C.: Es cierto, se consiguió que esa obra siendo producción del CDN luego pudiera girar con gestión privada. Y se consiguió no sin dificultad, me acuerdo que para venir otra vez a Madrid hubo que rehacer una escenografía entera que aquí se estaba tirando. Les decíamos que por favor nos dijesen en que contenedor iban a hacerlo. Nada, se tuvo que volver a hacer. Y nada más llegar dije eso no va a pasar nunca más. Estamos colaborando con todos los que podemos, cediendo escenografía, vestuario… Estamos haciendo lo que a mí me gustaría que hubieran hecho cuando yo estaba ahí pasando frío.
Otra renovación en cuanto al modelo. Cuando yo llegué el CDN era solo un sitio de producción y de exhibición y creo que hemos abierto espacios de encuentro. Tenemos “Los lunes con voz” que es un espacio de debate, tenemos el laboratorio Rivas Cherif, que es un laboratorio sin presupuesto pero que espero que cuando lo haya se asiente, hemos creado un proyecto de dramaturgia como “Escritos en la escena”…
Pregunta: Sí, eso es cierto, pero cuando hablabas de cambio de modelo y de contaminación con otras disciplinas como las plásticas, etc. me quedé pensando. Hoy (día en el que se realiza la entrevista) estrena La Ribot y Juan Dominguez en el teatro Valle-Inclán, pensaba que hablabas también de una hermana adelantada que desde los ochenta creo que está ahí y que es la danza… Y ese sí sería un cambio de modelo, ¿no?
E.C.: La danza es la gran asignatura pendiente de la creación escénica contemporánea. El nivel de la danza contemporánea española es excelente, entonces: ¿qué hacer? Evidentemente hay un Ballet Nacional y una Compañía Nacional de danza que no tienen sede, no tienen un lugar donde poder exhibir. Lo primero que habría que hacer es instituir ese lugar al igual que lo tiene el teatro dramático o el teatro clásico. Eso se tendrá que hacer. Y es algo a hacer por el INAEM. El CDN por estatutos es un centro de drama, aquí tenemos que trabajar desde el naturalismo, Galdós, hasta Angélica Liddell y más allá. Si acogemos a la danza estamos haciendo dos cosas: por un lado asumimos una función que no nos corresponde y además estamos justificando algo que no debería ser, la danza tendría que compartir un espacio, por no tener el propio, con Lorca, con Valle Inclán y con un largo etc. Al final, esa decisión no dejaría contento a nadie. Aquí recibimos así como 450 propuestas al año de teatro y abriríamos una espita muy difícil de gestionar, no daríamos a basto.
Pregunta: Por hablar de algo que ya existió, no sé si fue un modelo bueno o no, no lo vi, pero el caso es que en la antigua sede donde hoy está el Teatro Valle-Inclán, en el Sala Olimpia, desde mediados de los ochenta estuvo el Centro Nacional del Nuevas Tendencias donde este problema compartimentado no existía, allí convivían sin problemas una programación donde estaba La Ribot y a la semana siguiente estaba Sergi Belbel, a la siguiente Blanca Calvo y a la siguente Ernesto Caballero…
E.C.: Guillermo Heras, su director, apostó por ese modelo en un momento dado en el que empezaba a surgir eso que se dio en llamar “teatro-danza”, es decir, un género fronterizo donde había una dramaturgia, una narrativa, que aportó muchísimo no lo a la danza sino también al teatro. Evidentemente espectáculos de esa naturaleza, que están en la frontera, no los descartamos. De hecho, han estado presentes por ejemplo en el ciclo Una mirada al mundo.
Lo que hizo Guillermo era cuando estaba emergiendo con una fuerza brutal gente como Ananda Danza, 10&10, La Ribot, gentes maravillosas que luego han seguido. Guillermo dio un aldabonazo y dijo: esto existe. Eso tenía que haber cristalizado, bueno de hecho cristalizó en la Compañía Nacional de Danza. Es decir, si un día el Ministerio dice que El Valle Inclán se va dedicar a la danza pues…
Pregunta: De CNNT surgió la Compañía Nacional, nunca lo había visto así. Pero ¿no cree que hoy en día no se puede entender el drama sin todas las políticas del cuerpo que lleva trabajando la danza desde, pongamos, los ochenta? ¿No cree que si le diesen esa sede a un proyecto nacional de danza contemporánea el CDN seguiría cojo si no sabe acoger a esa hermana lista y mayor que es la danza, y a las plásticas, y a…?
E.C.: Es verdad, estoy totalmente de acuerdo. Y ese diálogo abierto y de colaboración lo recojo, al igual que lo hago con el teatro clásico…
Pregunta: Pero ese puente se da con más facilidad, ese puente está más hecho, ¿no? Este año habéis tenido un “Medida por medida” de Shakespeare, por ejemplo.
E.C.: Ese está más hecho, es verdad. Todo es dentro de las limitaciones y de todo lo que el CDN tiene que absorber. Podríamos hacer borrón y cuenta nueva y anunciar una apuesta por un tipo de creación que supusiese una renovación absoluta de público y propuesta. O, y esto es lo que yo he intentado, que también me debo a unos estatutos, es defender la teoría de los eslabones. La sociedad española creo que es una sociedad desmemoriada, forzosamente desmemoriada, condenada a la esquizofrenia del presente donde no somos conscientes de nuestro patrimonio teatral. Yo he optado por un modelo en el que estén presentes tres vías: que la sociedad haga suyo a sus artistas, a su patrimonio; estimular a los jóvenes y exigir a los maduros. Es ambicioso y tiene también el problema de que no contestas a nadie. Lo arrastro y lo defiendo, acepto la crítica. Ayer mismo aquí, en este despacho estaba sentado en este mismo sofá criticando lo contrario, la preeminencia de las vacas sagradas y que qué necesidad había de esta “multi-actividad”. Y le explicaba que es un modelo, luego me llega otro y me dice: ¿qué pinta Arniches en tu programación?, pues es mi modelo y es un programa que además es por el que he sido elegido, que es el de “repertorio contemporáneo”. Y es verdad, ahora tú me señalas que no estamos haciendo suficientemente caso a ese teatro que rompe los límites de lo dramático… Bueno, está este ciclo que creo abre una gran puerta pero sí que creo que todo debe estar en su justa medida, en proporción.
Pregunta: Pregunta obligada: Después de este primer paso que supone “El lugar sin límites” ¿qué segundo paso tienes en mente?
E.C.: De entrada hay que terminar este ciclo. Pero evidentemente esta creación va a tener continuidad: ¿cómo?, hay fijada una reunión para verlo con el Teatro Pradillo y los comisarios del ciclo para conseguir ser más operativos, para sacar lecciones, para ver cómo hacemos para que las propias compañías no tengan que esperar la intemerata para cobrar, para que la gente no tenga que adelantar sus dineros, porque al final la gestión y la creación van unidas, el trato a las compañías es importante, etc. Y todo eso hay que mejorarlo.
Hablo a “calzón quitao”, no sabes lo que a mí me duele cuando me entero las incomprensiones artísticas por parte de mi personal que está muy ajeno a este tipo de actividad artística y a esa realidad extramuros que es el crudo invierno. Eso hay que mejorarlo. Hay que corregir los errores. Yo quiero escuchar. Y preguntar: ¿se puede seguir con el modelo que hemos hecho este año?
Pero salvando problemas de gestión lo que es claro es que este tipo de creación escénica va a tener su espacio en el CDN. Este ha sido un primer paso que no tiene marcha atrás, no hay marcha atrás, clarísimamente.
Es verdad que esto se ha hecho a final de temporada pero yo ya me estoy planteando el 2016, no sé si será dentro de la temporada 2015-16 o en el 2016, hay que ver, quizá después del verano hay que tener previsto un espacio para esto. Es que además es coherente con mi programa, es muy de cajón, hay que comenzar a principio del siglo XX pero también hay que atender esto.
Pablo Caruana
Crónica publicada en el blog de El Lugar sin límites
La segunda semana del ciclo ha estado claramente marcada por la irrupción de El Conde de Torrefiel. Comenzamos el miércoles en oscuro con la conferencia de Jaime Conde Salazar en el Reina Sofia que rompió el modelo de conferencia y a una sala en penumbra nos habló en susurro a través de unos cascos. Un recorrido por el arte y la escena donde escudriñar los límites del marco, la perspectiva, el formato, la caja escénica y la distancia que, de manera docta, se vertebrara en reducción a través del deseo y el amor.
Pero fue el jueves en esa sala, que uno va haciendo suya a pesar de todo, cuando llegó el estreno total -hay que tenerlos bien agarrados- de El Conde de Torrefiel, su ya comentado en este blog “La posibilidad que desaparece frente al paisaje”.
Aunque hagamos ciertos meandros: la semana venía ya cargada de dimes y diretes y de satisfacción. Satisfacción porque Pradillo supo sortear luchando y argumentando la amenaza de multa y “Accidens” de García pudo hacerse sin sobresaltos ni estúpidos dilemas o enfrentamientos. Y cargada, la semana, por el video que se realizó desde el blog a Juan Carlos Monedero, adalid de la ola latinoamericana en España, tan necesaria para nuestros viejos culos, y de otras guerras sucias que sitúan hasta este personaje como un Guerra postsoviético y con frac posmodernita. Sus declaraciones sobre el trabajo de García en el Valle Inclán, “Arrojad mis cenizas sobre Mickey”, fueron sinceras, arriesgadas y generosas. En un terreno que no dominaba arriesgó reflexiones, algo que siempre es de agradecer. Y esas reflexiones generaron vientos como no podía ser de otra manera. No suelen hablar los creadores y aficionados a las escénicas con los politólogos y menos con aquellos que puede que mezcan las cunas ministeriales futuras. Bueno, Alfonso Guerra solía ir al Festival de Almagro y en cenas largas en patios manchegos parlamentaba con Giorgio Strelher y Marsillach. Otros tiempos. Pero el caso es que en nuestro presente el teatro de vanguardia, experimental, de investigación o como vuesa merced guste no tiene tan claro ni transitado ese camino de transito con la intelectualidad diversa peninsular, un camino que ha de ser de ida y vuelta. No sé yo si Espert y Zapatero departían en Mérida o Belbel y Rigola hacían otro tanto con la nueva Ezquerra de Junqueras hace un lustro. No sé yo como está esa vereda transitada en el teatro de la realpolitik hoy en día. Con quién hablará hoy Pérez de la Fuente, se pregunta uno. Pero el caso es que Monedero charló con cierta comunidad escénica y saltaron chispas porque, oh sorpresa, la distancia es larga. Muy larga. No hay ni ida ni vuelta a primera vista. Monedero hablaba de un arte útil a la sociedad y la gente cercana a este ciclo (creadores, actores, público, pensadores, etc.) abría los ojos mucho, le temblaba la comisura de los labios y espetaba al cielo diciendo: ¿soluciones?, ¿esperanza?… el arte es religión, un espacio de libertad donde el artista no tiene porqué seguir el devenir histórico y mucho menos plegarse a él. Y aquí me incluyo. Pero pasados los días esa veta bien abierta por Monedero ha ido calando, sus reflexiones sobre la esperanza, sobre la finalidad del arte, sobre un arte ensimismado y que ya no confía, han ido calando de otra manera, creo, más interesante: cómo podemos hablar sobre la escena con gente de diversas procedencias, cómo podemos entender juicios que vienen de miradas diferentes, disímiles, que no ven lo que vemos, que ven otras cosas. Y cómo valoriza o desvaloriza esto nuestra propia mirada, la ensancha, la relativiza, la afirma…
Y con ese run-run (entre otros) llegó el estreno de El Conde de Torrefiel. Comenzó todo con Tania Beyeler dando la espalda y diciendo, sería la última vez que lo oral estaría en juego en toda la pieza. Después la obra bascularía entre lo hecho en escena y lo escrito en una pantalla sobre ésta. Tan solo cuatro actores : Nicolás Carbajal, David Mallols, Tirso Orive y Albert Pérez. Arriba, los textos de Pablo Gisbert.
Una obra distanciada, más fría, con menos humor, más mínima que anteriores trabajos de El Conde. Espacio vacío, ejecutantes casi mecánicos, sin expresión, sin emoción, sin chistes a primera vista. Echaba de menos yo los textos dichos en escena que creo que en “La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento” (2013) habían cogido un camino a explorar. Pero estábamos ante otro juego. Iba por otro lado. Y en cuadros móviles, El Conde la empezó a jugar. A permitirse. Aun con una estructura facilona de dividir las escena en ciudades europeas (Madrid primero, luego París, Lisboa, Kiev, Atenas, Varsovia, Bruselas y finalmente y periféricamente Lanzarote) se permitieron decir y hacer. Se permitieron suplantar voces, la de Michel Houllebeq, Beatriz Preciado o el más “underground” músico de Nick Cave Blixa Bargeld, hasta se inventaron poetas ucranianas. Parecían estar reescribiendo así el monólogo interior (las mareas de conciencia de las que hablaba Joyce) de la intelectualidad europea. Pero también se permitieron con terrenos cercanos: la parodia al “Domini public” de Roger Bernat se venía barruntando desde hace mientes y en esta obra coge sitio preciso. El Conde nos va conformando un paisaje, el de una Europa deformada en su sociedad del espectáculo intelectual y su industria de pensamiento. Y ahí intenta ver dónde queda el individuo, donde desaparece, dónde puede reaparecer. Y llama a las trampas: trampas. A todo ese arte participativo en la que el ciudadano cree estar “haciendo” el Conde lo llama enmudecimiento del pensamiento, del poder ser y estar de manera propia en este paisaje que nos rodea. Así se nos cuenta cómo Spencer Tunick junta gente desnuda como en todas sus fotos y las pone donde estuvieron en los campos de concentración los cadáveres (delirante) y piensa qué se le pasa por la cabeza al buen hombre o mujer que está allí “participando”. Y así, la obra llega a Bruselas y aparece Bernat sin ser nombrado pero repetido en movimientos ciudadanos ordenados (en ambos sentidos) por los actores en escena.En concreto, “Domini public” (2009). Se ponen en solfa de esta manera no el trabajo de Bernat que es disimil y a veces más acertado y a veces menos, sino la deriva de las escénicas que está yendo a diversos dispositivos con el objetivo de romper la caja e incluir al espectador, algo que en los últimos años ha preponderado en la escena de investigación patria.
Pero escribo esto a pocas horas del estreno de La Ribot, Juan Dominguez y Juan Loriente en el Valle Inclán. Sabemos que en el Centro Dramático Nacional no pueden programar danza. Esta pieza sí porque es rara y va de leer pero la danza está fuera. Así es la división cartesiana de nuestro gran querido ministerio y ese zombi obsoleto de los ochenta llamado INAEM. Y yo, viendo al Conde me reía por dentro, porque si le quitas el texto en pantalla, si te quedas con la escena, aquello es una pieza de danza. Es curioso que llevamos años viendo (bueno, ya no) a compañías de teatro diciendo que hacían danza porque así podían optar a la posibilidad de recibir una ayuda ministerial con mayor facilidad. Y ahora, veo esta compañía de “teatro” estrenando en nuestro centro dramático una pieza que por cómo estaban tratado los cuerpos, el movimiento en coreografía, el espacio, etc. era una pieza de danza. Y no se han dado cuenta ni después de verla. El INAEM debería mirar al siglo XXI y hacer algo con esa división amorfa que no recoge en absoluto lo que está en el ojo del público ni en la mente de los creadores.
En la obra de El Conde sigue el verbo afilado de Gisbert sobre la escena pero a uno se le va quedando el ojo en esos cuerpos que van haciendo sin gana, sin convicción interiorizada, como unos autómatas pero tranquilos, no abducidos, muy en su sitio. Hacen diagonales, paran, forman esculturas unos con otros y basculan. En un momento de la obra ellos basculan lentamente, sin exponer, simplemente mostrando con movimientos pequeños, lentos, y todo comienza a bascular, bascula la escena, basculan ellos, bascula mi ojo y al final el teatro Valle-Inclán bascula y queda imperceptiblemente dado la vuelta. Y en esa inversión bailan los objetos, un castillo, una planta… La carne y el objeto se confunden, se diluyen uno en el otro. Fue interesante ver cómo han incardinado el trabajo de la coreógrafa Amaranta Velarde en el propio devenir y hacer de El Conde. Decía Gisbert que la colaboración viene de antes, de los trabajos de éste con la compañía de danza La Veronal. Y creo que se nota porque la inserción es clara y precisa.
Hay otros momentos que podríamos comentar de la obra, la traca final, el castillo flotante que convierte la única emoción posible de la platea europea en polímero, el enorme texto de Lanzarote… Quizá sí habría que comentar como clave de interpretación del cuadro propuesto el texto de Gisbert sobre la pereza, un texto que ensalza y es una proclama en defensa del “no hacer” para poder ser. Para desaparecer en el paisaje y poder ser. Viniendo de una compañía joven que comienza a verse en circuitos de mercado teatral europeo que son estanterías es algo que dice bien de a dónde puede ir su futuro. Y como reflexión ya llevada al ámbito personal de este occidente maltrecho yo me la aplico, siempre lo dije: me gustaría ser un mexicano, en una calle polvorienta, sentado contra la pared con las piernas encogidas y tener un sombrero ancho, y ya está.
Luego al salir del teatro se multiplicaron las opiniones y los comentarios sobre la obra. Y siguió ese run-run de desde donde se hablaba o desde donde podíamos mirar lo que había pasado. Unos lo miraban teniendo en cuenta los medios de producción y espetaban que tenía que haber estado esta pieza conjuntamente con las otras que El Conde ha generado en todo este proceso de creación denominado “Guerrilla”. El Conde lo ratificó en el vermú del domingo y dijo que sí, que la pieza que vimos era una guerrilla más y que su intención es mostrarlas juntas, todas, en una ciudad. Llegaron comentarios que parecían no haber bajado el cuello en toda la obra y no haber mirado lo que pasaba en escena, miradas textuales, ojos que son grafemas. Otros andaban preocupados en cierta soberbia de El Conde, y uno que está ya caminado en esto pensaba, que pase tiempo, las cosas necesitan tiempo, no solo en escena sino también en la memoria de cada uno de nosotros. Y pensaba que lo único que podía decirme es: jo, estos tíos, cogen, se vienen a Madrid, estrenan en el epicentro del teatro institucional y salen con una pieza solvente y con una propuesta digna de “rular” por los entresijos cerebrales una buena temporada. No está mal.
Tan solo se me quedó el gesto torcido, cierto regusto amargo el domingo en el vermut organizado por el Lugar sin límites donde cada compañía escoge un acompañante para charlar con el público. Vino Roberto Fratini invitado por El Conde, excelso Fratini, explicación desde el análisis de las ideas perfecto, bonito y certero (otro lugar más desde donde algo puede ser mirado). Pero no entendí la elección, aquello parecía más un acto de protección que otra cosa. Aquí traigo a una persona que sé que después de que hable voy a estar más resguardado para poder charlar. No creo que sea la mejor manera aunque Fratini sumara y además lo hiciese habiendo estado cercano a todo el proceso de creación.
Para terminar, ya que anoche fue el estreno de “El triunfo de La Libertad” y María Salgado y Fran M Cabeza de Vaca (la crónica va avanzando) una reflexión surgida con la charla que tuvimos después del teatro con Jordi Claramonte: qué presencia tan bonita está teniendo en este ciclo el texto, conversando a cada minuto con el cuerpo y el espacio. Con Rodrigo en una maquinaria ajustada a través de los años y la escritura, con El Conde separándolo en una esquina desde donde mirar esos cuerpos extrañados en escena, con La Ribot y lo juanes en el que deciden que el texto predomine y eche de escena toda carne; y con “Hacia un ruido” donde el texto es centro y fuente y el cuerpo se convierte en potente presencia. En cierto sentido, raro, ¿no?
Pablo Caruana
Fotos de: Christian Berthelot
Me gusta el comienzo de esta obra con esa imagen de jóvenes que luego descubrimos que ya son “viejos”, con esa llama tan símbolo de deseo y urgencia llegando hasta la palabra. Y con esas voces marcianas, distorsionadas y amplificadas que parecieran de película b robótica y futurista. Pero ya el primer texto, costumbrista y urbanita, denota que esto va de lo que está pasando ahora. Loriente desgrana un texto sobre la confusión de géneros en los nuevos comercios “(…) y la tienda de ropa interior debe hacerte creer que estás allí para comprar tés de la India. / Hoy entré en un local de estos y no supe si pedir un Dry Martini o un par de calcetines de deporte”. Y uno piensa, caray, no hay duda, está hablando exactamente de mi barrio: Malasaña.
La obra seguirá esta inmersión entre la capacidad de la película futurista de representar un mundo posible, futuro, donde las consecuencias parecen haber sido llevadas a un extremo, pero que al mismo tiempo no es sino un reflejo, una buena mirilla, para saber que nos está pasando ahora. “(…) El universo del niño, sus borrosos recuerdos de la infancia, se relacionarán solo con franquicias. Esto asegura que esos bebés, cuando alcancen la edad adulta, tendrán todos la misma clase de recuerdos y gustos similares. / Lo que elimina la lucha de clases, todo tipo de discrepancia, facilita el entendimiento y evita guerra mundiales”, dice también Loriente un poco después desgranando la posibilidad de esa raza futura orwelliana de la que ya somos parte nosotros. Solo hay que pensar en el “revival” colectivo al que se quiere reducir nuestra memoria.
Esta pieza de García tiene casi nueve años. Viene de repente del pasado, algo que nunca había ocurrido con el teatro de este creador. Quizá tan solo con el monólogo “Borges”, pero por otras circunstancias. García en su nueva etapa como director del CDN de Montpellier ha decidido volver a montarla. Quería que la gente de Montpellier conociese su trabajo y ha rescatado esta pieza que se empareja con una etapa donde su trabajo se vuelve más limpio escénicamente, más silencioso y más triste. Ya no está Jorge Hornos en escena, lo sustituye Gonzalo Cunill. Eso es el cambio que ha sufrido y al mismo tiempo ganado la obra. Lo demás está. Es la segunda obra de García producida por teatros nacionales franceses (la primera fue “Jardinería Humana” (2003)). Se estrenó en el Theatre National de Bretagne. Y fue muy bien acogida.
Pero las obras de arte, el teatro, no se entienden cronológicamente. Creo. “Esparcid mis cenizas sobre Mickey” o “Arrojad mis cenizas sobre Eurodisney”, tal y como se llamaba cuando se estrenó y hubo que cambiar el título por posibles demandas, tiene su propio cuerpo, su propio organismo que respira y suda, y hasta sueña. Es cierto que se pueden ver evoluciones, cambios, etc. Entre ellos destacan el ajuste y engranaje que se va conformando entre el texto proyectado y la escena (que viene ajustándose desde “Aftersun” (2001)), y el uso del sonido que en esta obra llega a su cenit en la escena de los hámsteres donde suena un helicóptero que hace temblar el suelo de todo el teatro y también nuestras carnes. Un sonido que no es banda sonora, que no acompaña, sino que da sentido y ayuda a componer semánticamente la escena. Dos pequeñas cosas sobre este último momento. El primero es la resignificación que cogió en Madrid este momento (más cuando la escena estaba censurada y modificada por la amenaza de la Comunidad de Madrid de sanciones por maltrato animal). Madrid se ha pasado estos últimos tres años vigilado por helicópteros que sobrevolaban el movimiento ciudadano que pedía un cambio en las calles. El poder utilizó esta simbología sonora y mecánica con profusión. Los madrileños tenemos ese sonido y dolor de cuello lleno de rabia metido hasta el tuétano. Y así sonaba, así temblaba en nuestros cuerpos sentaditos en el CDN mientras el texto substitutivo a fuerza decía aquello de: “estoy hasta el culo de vuestra moral (…) otro momentazo vergonzoso para Madrid”.
El segundo aspecto es, como decía, el uso preciso del sonido como elemento escénico que resignifica lo que está pasando en escena. El sonido del helicóptero continúa una vez acabada la escena de los hámsteres, se queda primero con la escena vacía, luego entran Nuria Lloansi y Loriente con una camiseta de Rosseau y Montaigne y comienzan a “follarse” las cabezas, continua el ruido ensordecedor del helicóptero y la tensión sube en escena, aquello parece una violación, un acto violento representado. Se acaba el sonido y oímos a Loriente y Lloansi en el silencio que se ha abierto decirse: “así, sí, ahí mejor, sí colócate mejor de esta manera”, etc. Y la escena se transforma en algo cómico, incluso cercano, íntimo.
Pero nos preguntábamos por el núcleo de la pieza, del porqué de su existir. Probemos.
La obra en un comienzo es una consecución de escenas autónomas, que van incidiendo pero que se sostienen por sí mismas. La primera escena con el fuego donde la palabra es dicha. La dedicada al cuerpo objeto viviente recubierto en miel donde la palabra comienza a ser proyectada, los hámsteres, Montaigne y Rosseau, la entrada de la realidad hecha familia y encerrada en un coche, el acto de rapar a una mujer (que en España y en Europa sigue teniendo una simbología difícil de digerir) mientras se habla de educación. En todas ellas se va hablando de lo que estamos perdiendo como individuos en una sociedad, la capitalista, fagocitadora. García establece con el espectador una conversación a través de los textos proyectados. Los intérpretes van ejecutando acciones, predomina el silencio para que esa conversación se vaya dando en calma e intimidad de dos, la escena se vuelve una caja de resonancia reflexiva. Y los textos van cayendo:
“Y tengo el tacto tan poco habituado a la materia sin utilidad, a la materia virgen antes de ser convertida en objeto de uso (…) Y cuando tuve que tocar un cuerpo caliente que dormía a mi lado, no supe hacerlo”.
“Hoy para cualquier mente considerada normal un bosque es mil veces menos atractivo que Eurodisney (…) Para una mente considerada normal, hoy, las sillas son más apetecibles que los árboles tumbados (…) Y nos emocionamos frente a actores que representan ficciones para no entrar nosotros mismos en mundos inexplorados. Y ya nadie desea vislumbrar sombras (…) Hice chasquidos con mis dedos y nadie se giró. / Y pensé que los oídos ya no podían escuchar este tipo de sonidos: chasquidos de dedos y lengua, suspiros profundos, rascarse uno la cabeza o la palabra basta susurrada”.
“Y me sumé al afán de eternidad copiando los gestos de todo el mundo, empeñado en la carrera de la distracción. / Distraído en cosas de todos los días, sin pensar un solo segundo en la muerte, seré poco a poco eterno. Y usé como pasatiempo las armas comunes: la curiosidad, el miedo y el deseo (…)”.
Van cayendo esos textos mientras en escena van pasando, en silencio, imágenes de una poderosa belleza como Lloansi desgranándose en lágrimas de miel con un cuerpo que se descompone con fuerza. O Cuniill, en silencio, tapado en bimbo y en tensión. El relato futurista se va metiendo en la esfera íntima de un ser dolido, herido, que como los judíos no representa a Dios en escena, que como la Escuela de Frankfurt de Horkheimer se despliega en lo no dicho, en una dialéctica negativa que nombra la esperanza negándola. Sacando a flote, en acto poderoso pero de una enorme tristeza, la capacidad herida pero todavía existente del ser humano de tener voluntad de trascendencia, voluntad de ser felices, de amar, de hermanarse, de reconciliarse con uno y con el otro. Aunque esté truncada, aunque duela decir que no se confía, lo que vemos es esa voluntad herida y que sigue aun así en lucha.
Y ahí la obra se rompe, se resquebraja, pierde forma o se hace forma. Comienza una larga escena donde Cunill, Loriente y Lloansi se bañan en una piscina de barro y deambulan a dos cuatro y seis patas por el escenario. Trabajo de cuerpo y libertad donde la ética y el hacer de los actores va construyendo el corazón de esta pieza. El espacio comienza a pesar y al mismo tiempo a levantarse sobre sí mismo. La determinación, la fe incluso, con la que trabajan los actores volatiza la pieza y el mismo rostro de Dios queda representado, Dios de trascendencia, voluntad y ética que construye el teatro de Rodrigo. De la dialéctica negativa se pasa a la “verdad manifiesta en acción” que el texto de la obra citaba al comienzo de la función.
Y ahí entra la belleza, el aire, descompuesto en luces que surge de los cuerpos de los actores. La pieza acaba con un texto dicho por Lloansi:
“Finalmente me di cuenta de que nada dejaba su huella en nadie porque todos consideraban tener siempre algo mejor y más importante que por lo que preocuparse. Por lo general, me encontré con capullos especialistas en dar largas o evadirse. Y vi cómo la vida de cada uno que me cruzaba se reducía a dar largas a todo lo que llegaba del exterior y ellos consideraban problemático o nada placentero. Nadie estaba dispuesto a compartir realmente nada. Y nadie tenía la ambición por concluir, por agotar un momento. Todos querían alargar el momento hasta su disolución, querían ver cómo lo intenso perdía su olor, perdía su forma, se desvanecía y ya no era alarmante ni amenazador. Me encontré toda la vida con este tipo de gente, tristes magos que hacían desaparecer con trucos previsibles, trucos de malos magos, momentos verdaderos, momentos que prometían belleza. Esos instantes reclamaban audacia y nadie tenía cojones. Porque la belleza aparecía siempre, exclusivamente, en lo incierto. La belleza se insinuaba, esperaba, nos reclamaba. Tantas veces nos han llamado y no hemos escuchado esas voces o no quisimos escuchar esas voces porque no eran voces reconocibles y fuimos cobardes (…) Vi la vida manifestarse y me pareció poco. Y regresé a casa en primavera (…) La naturaleza estaba exultante. Y yo no. (…) Es duro ver cambiar los árboles, ver crecer la hierba, ver terneros a montones pegados a sus vacas y sentirte la misma de siempre, sin la oportunidad de renovarte, de resurgir (…)”.
El espacio transitado, lleno de huellas, con los actores exhaustos, con la recamara vacía, así acaba la obra de Garcia: la escena llena de vació entregado, la platea como un receptáculo lleno de peso escénico.
POSDATA DE UNA SEMANA EN EL MOTOR DE UN AUTOBÚS
La semana ha sido intensa. Todo comenzó con artículos y entrevistas, la primera andanada de desconcierto nos llegó en una crítica de Vallejo en El país al “Carmen” de Távora: “El animal en lo oscuro”. La crítica se publica en mismo jueves, antes de comenzar el ciclo, pero ya salen los nombres de Rodrigo García y Angélica Liddell.
Vallejo en el párrafo de salida nos dice: “La incorporación del animal y de la banda de música, hace pensar en lo mucho que han usado en los últimos años estos recursos Rodrigo García y Angélica Liddell en sus espectáculos, teóricamente en los antípodas de los de Távora”. No sé donde nos quería llevar Vallejo, quizá era un simple calentamiento de motores. Quién sabe. Luego llegarían comparaciones “estivales” entre el Frinje y este ciclo: “La vanguardia escénica es para el verano. A la espera de que comience el Frinje el próximo 3 de julio, el Centro Dramático Nacional y el Teatro Pradillo, se han aliado para programar el ciclo El lugar sin límites”, clamaba El Mundo. Y luego llegaría la pelea mediática absurda de la censura de los animales. Primero una crónica bien hecha en El Confindencial escrita por Prado Campos y publicada en la misma madrugada del estreno de la obra de García en el CDN. Buena nota, hecha a pie de calle. Prado Campos asiste al estreno de “Arrojad mis cenizas sobre Mickey” y crónica el desastre de ver una pieza censurada y mutilada en dos de sus escenas.
Y con la noticia se abrió la veda idiota de “animales sí, animales no”. Se acaba el debate artístico. El País se desayuna la noticia de El Confidencial y reacciona. Aurora Intxausti publica antes del mediodía en el diario on line: “Rodrigo García, obligado a ‘cercenar’ su obra en el Teatro Valle Inclán”. Buena nota, completa, extensa pero donde no se puede evitar el ir subiendo el grosor de la tinta, dice Intxausti: “el protagonista sacrifica a un bogavante colgándolo de un cable, antes de partirlo en dos, cocinarlo a la plancha y comérselo acompañado de una botella de vino blanco”. Sacrifica. Todos los ojos se van volviendo hacia el Teatro Pradillo donde ese día se estrena por fin, después de diez años “Accidens”. Al final del artículo Intxausti pregunta al crítico del diario, Marcos Ordoñez por el artista, y éste dice: “Me gusta Rodrigo García cuando me da brío y fluidez. Antes había una cáscara, un ruido de lavadora a toda máquina que se interponía entre su palabra y mi percepción. Puede que fuera cosa mía. O no. Ahora pienso que cada día escribe mejor, con más claridad y más misterio. Anoto y subrayo a cada paso, espigo y mezclo frases”. Bonito e inspirado final pero quepa señalar que este hombre de teatro es el que en el 2005 dijo aquello de: “Alguien debería atar a Rodrigo García a la pata de una mesa para que escribiera más cosas como éstas”, refiriéndose a las piezas de “Borges” y “Goya”. Siempre la palabra, siempre el texto. A Ordoñez, y lo dice él mismo, no le interesa el teatro de García, su propuesta artística, la desdeña (“El teatro de Rodrigo García nunca había logrado interesarme, nada, o muy poco”, dice al comienzo del artículo del 2005). Respetable opinión, por supuesto. Aquí va la mía, entender así el teatro es como el concepto de las mujeres que tiene mi compañero de trabajo que siempre me dice de una buena amiga: “No es muy guapa pero tiene unas tetas”.
Y así siguió la tarde, EFE que se monta al carro, repica La Vanguardia (con interesantes declaraciones de Getsemaní de San Marcos, directora del Teatro Pradillo), repica Infolibre, repica Málaga Hoy, repica el Diario.es… Y ni una palabra sobre el trabajo de Rodrigo, sobre su poesía escénica, sobre el trabajo inmenso de los tres actores en “Arrojad mis cenizas sobre Mickey”, nada, ni una coma. Tan solo Miguel Ayanz publica ese mismo viernes en papel una interesante crítica que todavía no está en la red. Pero el día acaba somero, redondo. Segunda y más ajustada función de “Arrojad mis cenizas sobre Mickey” a las ocho y media, y un Juan Loriente enorme que se ducha, se quita todo el barro del mundo y sale corriendo a Pradillo a meterse en ese personaje, gran hijo de puta impasible, inamovible, que realiza en “Accidens”. Pradillo lleno, a reventar, la obra perfecta, en su sitio. Acaba y ya nadie habla ni de maltratos, ni de censuras, gana la poesía, gana el teatro de Rodrigo García, de Juan Navarro, de Nuria Lloansi, de Gonzalo Cunill, de Carlos Carlos Marquerie…
La semana continuó, llegó el sábado, comenzó a funcionar el boca a boca, las funciones del CDN y las de Pradillo llenas otra vez. Siguió ganando la poesía. Continuó el domingo con un precioso vermút repleto de gente escuchando en el Reina Sofía a Rodrigo explicar, razonar, acompañado por un grande como Rubén Gutierrez. Contó Rodrigo que este verano comienza ensayos de su nueva obra, que no tiene idea de qué será, que posiblemente se llame “4”. Y una señora, enorme, del público, que dijo que había ido a ver la función porque su hija se dedica a estas cosas, dio una de las definiciones más precisas y bonitas del teatro de Rodrigo que he oído nunca. Y este ciclo / festival subió un peldaño, se elevó unos pocos centímetros, preparándose para más.
Pablo Caruana: ellugarsinlimites
Estábamos pergeñando este blog y pensando qué era este ciclo / festival hecho entre un espacio independiente, Teatro Pradillo, el gran buque insignia del teatro español, el CDN; y el Museo Nacional Reina Sofía, buque insignia de las artes plásticas. Y lo pensábamos desde el nombre con que lo habían bautizado: ¿por qué El lugar sin límites?, nos preguntábamos. Nos leímos el texto del comisariado y vimos que tenía un subtítulo (dramaturgias en movimiento). Se habla de la escena como un espacio ilimitado donde hay que volver a resignificar y pautar conceptos como el de “dramaturgia”, se habla de mirar la escena del presente que está cuestionando formatos y lenguajes y ver qué está proponiendo, cuál es el deseo, cuáles las miradas tanto de los artistas como del público. El campo de reflexión, aunque amplio, está delimitado y nos imaginamos que durante este mes largo el blog en muchas ocasiones gravitará justamente en esa misma órbita.
Pero hoy, que todavía nada ha empezado, preferimos quedarnos gravitando en torno al nombre. Y se nos vino a la cabeza la novela que el chileno José Donoso escribió en 1966. Novela sobre un prostíbulo perdido en los alrededores de Talca y regentado por la Manuela y su hija la Japonesita. Duro libro de Donoso donde lo sórdido se mezcla en olores fuertes con la miseria que es supervivencia y con la dignidad hecha de esperanza mentirosa. Páginas duras sobre un pueblo olvidado que se adentra justamente en eso, en las consecuencias del olvido. Y claro, uno transpola: prostitución y olvido. Transpolar no es comparar o querer hacer metáforas sino traslación volátil y asociativa… Os copiamos aquí el comienzo de ese novelón, que es un despertar al igual que este ciclo también despega sus ojos legañosos:
La Manuela despegó con dificultad sus ojos lagañosos, se estiró apenas y volcándose hacia el lado opuesto de donde dormía la Japonesita, alargó la mano para tomar el reloj. Cinco para las diez. Misa de once. Las lagañas latigudas volvieron a sellar sus párpados en cuanto puso el reloj sobre el cajón junto a la cama. Por lo menos media hora antes que su hija le pidiera el desayuno. Frotó la lengua contra su encía despoblada: como aserrín caliente y la respiración de huevo podrido. Por tomar tanto chacolí para apurar a los hombres y cerrar temprano (…)
Y siguiendo el hilo del nombre nos dimos con un festival que se hace llamar idéntico en Ecuador. Y nos quedamos pensando quienes serían, cómo les iría allá por Ecuador, en un festival de cine independiente y gay. Y pensamos los problemas que podía tener este “ciclo” en Madrid, problemas de organización, de posibilidad; y los poníamos en frente de lo que nos imaginábamos podía haber sido la vida del homólogo latinoamericano, imaginando una comparación lacerante aunque fuese odiosa. Les escribimos para saber de ellos. Rápidamente respondieron:
“El Festival Internacional de Cine LGBTI El Lugar Sin Límites, es organizado por Quitogay, asociación civil pro derechos LGBTI, sin fines de lucro, que mediante actividades artísticas culturales, pretende derribar tabúes y preconceptos en torno a las personas LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersex). El Festival tiene sus orígenes en el año 2002, se desarrolla en las últimas semanas del mes de noviembre, en conmemoración del 27 de noviembre de 1997, fecha en la cual el Tribunal Constitucional del Ecuador, declaró inconstitucional el inciso primero del artículo 516 del Código Penal de ese entonces, en el que se consideraba a la homosexualidad como delito. Surge por la necesidad de la comunidad LGBT ecuatoriana de hacer que se reconozcan sus derechos y el de tener una actividad cultural artística que represente dignamente a sus miembros, que brinde alternativas de información y de entretenimiento, que promueva la cultura y que contribuya a cambiar la imagen distorsionada que la sociedad tiene de los y las personas LGBTIs.
El nombre del Festival viene de la película del méxicano Arturo Ripstein: EL LUGAR SIN LIMITES, un clásico del cine LGBTI, película inaugural de esa edición, con el cual nos sentimos identificados”.
Otra vez la prostitución y el olvido transpolado y provocando una frase de tanto peso como “nos sentimos identificados”. Prostitución es venderse, es sentirse humillado, comprado y usado. Olvido es invisibilidad, inexistencia. Y la dignidad, algo que antes que verla se huele. Al preguntarles de manera más cercana se comenzó a establecer un diálogo:
¿Cuáles son las dos/tres películas que más han marcado al festival?
Pregunta difícil “Rocky horror picture show” es la película que más ha marcado el festival, ya que la hemos presentado en varias ediciones y siempre tiene convocatoria de sus seguidores, la sala de cine se convierte en una súper producción interactiva, mejor que las 3D.
¿Que dos años recordáis más y por qué?
2002: el año de inicio del festival, empezó como una tímida muestra de cine homosexual, con apenas 6 películas, una sede y publicidad mediante el boca oreja.
2009: año en que por primera vez una actividad LGBTI ecuatoriana recibe apoyo económico del Estado, lo que nos ayudó a crecer como festival a nivel internacional.
-Si tuvierais que decir qué es “sin límites” ¿dónde se os va la cabeza?
Un lugar sin tabúes, donde el único límite es el derecho de los y las demás.
Además, para más inri, tienen un gato en el logo, Madrid siempre colándose por donde sea:
El domingo votamos, o se vota, o votan. Escribo desde Madrid. Tengo ya unos años. Me acuerdo cuando el 15 de junio de 1991 llegó a la alcaldía Álvarez de Manzano, el barcelona había consquistado su primera liga de campeones y nos preparábamos para el expolio deportivo-cultural en Madrid, Sevilla y Barcelona, todo olía a Gal y a sobaco de González. Vivíamos ya al galope, montados en la yegua de la amnesia y la pérdida del valor de las palabras. Yo tenía 19 años y ya votaba. Y me acuerdo también del 23 de junio de 1995, cuando el jovencito Gallardón desbancaba a Leguina en la Comunidad de Madrid. Y hasta hoy. Por aquellos entonces se paseaba por las calles de Madrid Matanzo, Manzano iba a capilla y el neocon de Gallardón era de ternura, era todo más incipiente, menos enquistado. Hoy, para qué les voy a contar. El caso es que dentro de dos días votamos, o se vota, o votan.
Yo ando asustao de lo que oigo, de la sargento de la policía Cifuentes y de Esperanza, pero también de la concepción de ese enconomista llamado Carmona, que cree estar dando en la diana progresista cuando dice que Madrid no tiene mar, que ya no puede crecer con la construcción, que no tiene industria y que por donde hay que crecer es por la cultura. No entiende, no lo ve, se cree que es buena persona, de izquierdas, cuando lo único que está haciendo es meter en la misma alacena mercantil algo que nunca habría que concebir desde ahí si queremos que el ser humano mejore. También quiere hacer un dni para imigrantes, un dni con derechos recortados, y dice que eso sí es progresista y de izquierdas…
Sé que esto va por barrios, que hay gente que anda por Barcelona, por Pamplona, que también se la juegan allá… Las realidades son parejas y disímiles. Pero todo esto venía a ciertas ganas de empujar y no saber donde está el punto de apoyo que te lo permita. Mis mítines son de barra de bar, algo limitaditos (aunque el otro día un amigo me dijo que cambiaba el voto). He pensado también en sacar una pancarta a la ventana de mi casa… porque me da miedo el miedo y el ser pusilánime que tanto reconozco en esta ciudad. Ahora, vienen los últimos mítines y las últimas reflexiones… Bueno, me salva que el domingo a las 8 de la tarde, cuando se cierren las mesas electorales me voy a ir con mi Mariana al espacio de Ramón, en la calle Amparo 94, se presenta el fanzine SEM, no se sabe más, siempre es un poco así… No dicen nada, pero nos invitan a estar, verlo y tomarnos unas cervezas viendo qué pasa, como va yendo la noche y hacía donde vamos cayendo….
Y de aquí este post que no es otra cosa que una invitación. Una imagen de despedida:
Juan Loriente es, sobre todo, bueno. Buen tipo santanderino que estaba estudiando en la universidad y se topó con el aula de teatro, dirigida por Isaac Cuende y Francisco Valcarce, verdadero germen de actores y técnicos durante décadas. Pero quizá hay dos puntos cruciales en la carrera de Loriente. El primero es su encuentro con el recientemente desaparecido Torgeir Wethal, fundador del Odin Teatret con Barba, actor fundamental del Tercer Teatro que Loriente conoce y con quien trabaja a comienzos de los 90. Con Wethal se funda en Loriente un profundo compromiso con la escena espiritual que, paradójicamente, excluye todo tinte religioso. Y el otro es su llegada a Madrid, cuando aterriza en el Teatro Pradillo con El hundimiento del Titanic, de Carlos Marquerie, en 1992 (es curioso que también fuera el primer montaje capitalino de Gonzalo Cunill). A partir de ahí, Loriente estará en varias de las obras madrileñas de los 90 que cambiaron la escena de este país: El rey de los animales es idiota, del propio Marquerie, en 1997, y Aftersun, segunda vez que trabaja con Rodrigo García, en el año 2000 (antes fue Borges y, a partir de ahí, no pararía), son dos buenos ejemplos. Pero, biografías aparte, cuando uno mira las obras que Loriente ha ido haciendo, impresiona ver la cantidad de «hijos de puta» que le ha tocado interpretar. Si Juan destaca por su bondad, Loriente, en escena, destaca por ese compromiso bello que el espectador intuye, desde el que es capaz de decir con toda la dicción del mundo los textos más misóginos y «fachas», capaz de hacer las acciones más nazis, ejecutadas con seriedad premeditada. Y uno, después de verle en escena, se dice que es que tan solo se pueden hacer desde ahí, desde ese rigor marciano que Loriente ha traído a la Tierra. Y en la retina de muchos queda esa pequeña obra de Rodrigo García llamada Borges (1999), donde Loriente, pintado de ser azul y con una manzana en la mano, iba esparciendo agua con un rociador al mismo tiempo que el texto.
En Daisy, Gonzalo Cunill es el álter ego «ficcionado» de García. Poderoso trabajo en el que destaca una de sus grandes características: cómo decir el texto. Cunill atraviesa los textos comprendiendo primero cada palabra, cada vericueto semántico o sonoro, para luego bajarlo a la piel, a las venas. Su cadencia es rota y musical, cerebral y milimétrica. Este argentino llegó a España vía Australia y recayó en un nido de creación, el Teatro Pradillo (La Ribot, Elena Córdoba, Carlos Marquerie, Mónica Valenciano, Antonio Fernández Lera, el propio Rodrigo García que comenzaba, etc.), donde estaba confluyendo un teatro visual y poético con la danza contemporánea. Su primer montaje fue El hundimiento del Titanic en 1992. Su director Marquerie siempre dice que Cunill fue fundamental para poder entender cómo trabajar los textos. Es curioso que en España durante mucho tiempo se dijera que había una manera de decir los textos muy madrileña en el teatro de experimentación. Y es curioso porque gran culpa de ello es del propio Cunill. En los 90 trabaja en obras fundamentales como Los tres cerditos, de 1993, o Notas de cocina, de 1995, ambas de Rodrigo García; o en El rey de los animales es idiota, en 1997, de Marquerie. Ahí Cunill se traslada a Bélgica y trabaja con Jan Lauwers, factótum del teatro belga y europeo durante años. Luego, la vida le llevaría a Barcelona y, poco a poco, su calidad le va haciendo entrar en el teatro condal. Destacan sus trabajos con Carlota Subirós, con la que monta El oficiante y el duelo, de Wallace Shawn, y, sobre todo, King, de John Berger, montaje que pudimos ver en Cuarta Pared en 2009. Hace dos años llegó a este mismo festival haciendo un muy interesante Bernhard dirigido por Juan Navarro, Tala. Cunill, roto, cansado e hipnótico. Una recomendación: si pueden, vean este vídeo, parte de la obra Memoria de un jardín, de Antonio Fernández Lera, estrenada en 2009 en la Cuarta Pared y que recoge un primer trabajo con el gran Esteve Graset, Dónde está la noche, de 1995: aquí.
Pablo Caruana
Pablo Caruana. RodrigoGarcía regresa a Madrid para estrenar en el XXXII Festival de Otoño a Primavera una de sus últimas creaciones, Daisy, llena de madurez y rigor, donde le acompañan en estado de gracia dos de sus actores fetiche, Juan Loriente y Gonzalo Cunill.
Rodrigo García (Buenos Aires, 1964) lleva casi tres años sin pisar Madrid. Y siempre es buena noticia que vuelva. García es madrileño aunque no lo sepa, aunque muchos no quieran saberlo. Es esta ciudad quien lo vio emerger y cambió con él; y todavía hay gente que te cuenta cómo fue aquella obra de Los tres cerditos en 1993 en el Teatro Pradillo o Protegedme de lo que deseo, con Chete Lera, Patricia Lamas y Miguel Ángel Altet. Incluso hay un bar en la calle Martín de los Heros en el que sigue estando colgado un cartel de esta obra de 1998. Intenten comprárselo al dueño. Y es que en Madrid se quiere a García porque su teatro durante dos décadas caló hondo, ensanchó la escena. Y no solo por sus textos, como cierta visión reducida de la crítica quiere verlo (incluso llegando a decir la burrada de que hay que atarlo a una mesa); si no porque García convierte el espacio teatral en verdadero espacio cívico, ético y estético, donde cabe todo: arte, cuerpo, actores, política, personas, crítica, poesía, devastación, belleza… El último montaje que vimos de él en Madrid fue Gólgota picnic en el Teatro María Guerrero en 2011. Pero, curiosamente, desde que sus trabajos han pasado a girar por todo el mundo, ha sido más difícil ir viéndolo por la capital. Trabajos como Jardinería humana (2003), Accidens(2005), Arrojad mis cenizas sobre Mickey (2006) o Cruda, vuelta y vuelta, al punto, chamuscada (2007), inexplicablemente, no han pasado por esta ciudad. Así que, lamentablemente, es un verdadero jolgorio y acontecimiento que una de sus últimas piezas, Daisy, llegue por fin a Madrid. Doblemente jolgorio ya que la obra destila madurez, rigor y cuenta con dos de sus bestias escénicas en momento de gracia: Juan Loriente y Gonzalo Cunill. García, además, dirige desde enero de 2014 el Centro Dramático Nacional de Montpellier- Languedoc-Rosellón. Primera vez que un extranjero lo hace en Francia. Centro que lleva un año remodelando. De Daisy y de su nueva aventura como director de un teatro nacional hablamos.
PREGUNTA.- Primero estaría bien hablar de los actores: Juan Loriente y Gonzalo Cunill. Podría recordar ese momento en el que se decide que para esta pieza son ellos dos quienes tienen que estar.
RESPUESTA.- Siempre es lo primero: con quién vas a trabajar. Y, como siempre, no tiene una explicación: es la primera intuición de una cadena de intuiciones: el espacio escénico, el texto, etc. La única cosa que no cambia jamás en mis obras, la única cosa que sé desde el principio, es que Carlos Marquerie me va a acompañar con las luces y con su sensibilidad, inteligencia y amistad. Lo demás es sorpresa tras sorpresa. Claro que ni Gonzalo ni mucho menos Juan Loriente son una sorpresa en un reparto mío, son compañeros de camino de toda la vida. Lo interesante es que juntos nunca nos sentimos seguros. Que los actores me conozcan bien, no quiere decir que yo vaya a un ensayo más tranquilo, al contrario, es mayor la presión. Ellos saben si vamos bien o mal, si tengo un mal día, una mala semana, si los textos que escribí no son buenos. Trabajar con amigos aumenta la presión.
P.- Uno de los aspectos relevantes de obras suyas anteriores era la profanación escénica y textual de los hábitos y usos sociales del occidental medio. Profanarlos para mostrar su reverso, su auténtica naturaleza muerta, incluso desde la denuncia airada que animaba y ansiaba la búsqueda de un hombre nuevo, de otra vida posible. En esta obra, sigue estando. Pero podríamos decir que está de distinta manera, ¿podría hablar de ese cambio o basculación de mirada?
R.- Hace rato que dejé de criticar o de interpelar al público, no tiene sentido eso y, además, no hace mella en nadie. Ahora solo veo la realidad como algo que, si es así, es porque ese era su cauce natural. A veces me dicen «usted señala el rumbo desviado de esta sociedad, etc.» y yo respondo que no veo desviación alguna, que vivimos en un mundo que nos merecemos, que hemos hecho. Hoy día soy más proclive a describir con alegría, por ejemplo, cómo una familia utiliza el sábado entero en un centro comercial que a criticar esa elección. Lo que pasa es que entonces debo inventar procedimientos poéticos más complejos. La crítica, la violencia en las palabras, tan recurrentes en mis obras de juventud, la encuentro ahora mismo un camino fácil. Me gusta ese esfuerzo por mirar las cosas que en el fondo considero espantosas como realidades casi de ciencia-ficción (aunque son nuestro cotidiano).
P.- En Daisy vemos la preocupación ante la pérdida de las palabras, de poder albergar emociones, ante su deriva hacia una mera dicción o su mera prostitución semántica diaria. Y, aun así, la voluntad de nombrar presente durante toda la obra, de revivirlas. Las palabras motivan dos de los textos más tristes y bonitos de la pieza. Son como el epicentro donde convergen el dolor, el tiempo y la soledad. ¿Cómo explicaría esa lucha?
R.- Mi ocupación es el estilo, no tengo otra ocupación mejor porque, agotando horas y horas reescribiendo, me doy cuenta, al final de la jornada, de que tuve un día feliz. El estilo es el destilado de una ética personal que no se corresponde con una moral. Si pensamos en esto, en la relación directa entre ética personal y estilo, entonces comprendemos por qué el cine de acción es lo que es y el cine de Pasolini es lo que es. Al mismo tiempo, intento hacer publicidad dentro de la obra; por ejemplo, hago publicidad de Emily Dickinson, le digo al público: «de acuerdo, vosotros mandáis textos telegráficos por WhatsApp y simbolitos que ríen cuando queréis expresar un sentimiento, pero ¿cómo un smile puede expresar cosas tan distintas como «te amo», «me gusta eso», «te quiero», «me hizo gracia», «es simpático», «te entiendo»?». Hay un abismo entre cada una de estas palabras que acabo de escribir -incluso entre «te quiero» y «te amo»- y ahora se reduce todo a un smile. Entonces aprovecho mi obra para decir: «está la poesía de Emily Dickinson también. Podéis aprender a expresaros con propiedad, es cierto que lleva un esfuerzo, pero el resultado es como un sol». Y así, siento que estoy haciendo buen uso de un espacio público, del teatro.
P.- La escena en esta obra está llena de objetos y de animales que se redimensionan en tamaños, funciones y significados al ser manipulados por los actores. Cucarachas que son logias, sillones que son asfixias… ¿Podría hablarnos de cuáles fueron las líneas trazadas de tratamiento escénico, de dramaturgia?
R.- El asunto es siempre la materia, qué hacer con la materia. Trabajamos con palabras y al final quedaron muchas en esta obra, no supe quitar más. A su vez, trabajamos con gelatinas comestibles, con tejidos, y de eso no quedó nada. Trabajamos con animales, sí, otra vez los animales… Animales evocadores como los caracoles o las tortugas y animales denigrados por el ser humano como esos perritos que se sientan cuando escuchan la orden del dueño y llevan jerseys en invierno o tienen hora por la tarde en la peluquería. También trabajamos con cucarachas porque tienen muy mala reputación y, vistas como en Daisy, ampliado su tamaño por el vídeo en directo, resultan monstruos primitivos o futuristas. Luego, el ensamblaje de toda esta materia es fruto del azar y de nuestras propias limitaciones, dejamos trabajar la intuición y luego vemos qué comparte el público y qué no. Todo lo que el público rechace, convierte el proceso en una dialéctica interesante. En el fondo, mis obras son platónicas.
P.- Cuando salí hace más de un año de ver la obra en Temporada Alta, la sensación era de haber asistido a una pieza de «madurez»; me repetía mentalmente y con solemnidad un poco boba: «Esta obra es una obra de «madurez». Al final, acabé preguntándome: «¿pero, ¿qué quiere decir una «obra de madurez»?». Pensaba en el peso que conlleva cada acción y cada palabra… ¿Qué es para usted la madurez?
R.- Madurez es jugar como los niños pero por fin a fondo, ir conscientemente al límite. Los niños ni se imaginan el peligro ni el dolor (luego de experimentar el tortazo o la quemadura o el tajo en la piel sí, pero antes no se lo imaginan). En este caso, desobedecí todo llamamiento a lo teatral efectista, incluso a lo teatral efectivo, porque sentí que el juego consistía en escribir distinto y que era mejor concentrar la energía en eso que indagar en lo escénico propiamente dicho, cosa, esto último, que hago desde hace casi 30 años. Ahora mismo, la madurez consiste en crear a mi alrededor un equipo que me haga sentir aprendiz. Y crear un mecanismo donde yo pueda estar aprendiendo de mi equipo. Con esto quiero decir que mi experiencia vale como los cimientos, intento que no se vean. La experiencia es útil siempre y cuando sirva para generar un tejido nuevo, células nuevas, y así no repetir vicios que no son vicios, sino limitaciones creativas reiteradas. Entonces, en Montpellier mezclo gente que me ha acompañado toda la vida con otros que casi no conozco; y mezclo generaciones; y escucho con mucha atención lo que los artistas más jóvenes proponen. Ni alumnos ni maestros, en vez de eso, un nuevo sistema de intercambio de sueños y miedos. Después, es verdad que soy riguroso…
P.- En la pieza están muy presentes Asturias, la vida diaria, la soledad, dormir, soñar, caminar, pensar, irse a comer calamares, drogarse. ¿Cree que esta obra es más impúdica, que se muestra más la vida íntima, personal, que en otras obras? Si es así, ¿a qué se debe?
R.- Daisy es mi obra más fantasiosa, ficticia, demencial, pero solo en el terreno de la literatura. Por fin todo lo que cuento es mentira y no tiene nada que ver con mi vida ni refleja mis ideas. Jamás vi a nadie hacer esquí acuático en un lago, jamás me metí caballo, jamás escuché a Beethoven, jamás sentí el desprecio a la humanidad entera que el texto destila; estoy completamente separado de la nostalgia de esta obra, de su sobrecogedora gama de grises (pensamientos gris dorado, pensamientos gris nacarado, etc.). Todo es falso en esta pieza. Como en el INAEM, que se supone que hace algo por las artes escénicas y ya van 26 años demoliendo el teatro creativo en España, 26 años de inutilidad y de vergüenza que yo padecí. Todo es falso en Daisy, como los gobiernos que se suceden en España. Menos mal que esto se acaba en nada, con las próximas elecciones generales.
P.- Desde enero de 2014, Rodrigo García está dirigiendo el Teatro Nacional de Montpellier, un teatro público (tradicionalmente en Francia dedicados al repertorio) al que usted y su equipo han dado completamente la vuelta. Cambió el nombre del teatro de «La rosa de los trece vientos» a «Humano demasiado humano», nombre que hace referencia a una de las obras más conocidas de Nietzsche. Y cambió de concepto. ¿Cómo ha sido ese cambio vital y el proyecto de este nuevo centro de creación?
R.- Cuando llegué a Montpellier dejé mi casa y mi país y dejé lo más importante: de escribir. No lo sentí como algo duro, porque la creación de un teatro la asumí como una tarea artística, lúdica y poética, aparte de social, claro está. De todas formas, conseguí hacer dos pequeños trabajos, una performancecon textos de Humain trop humain de Nietzsche y una performance llamada Flame, con el cantaor de flamenco David Pino, que conozco desde Versus. El trabajo en el teatro ocupa las 24 horas, hasta cuando duermes sueñas con el teatro. Era un centro dramático nacional clásico y ahora es un espacio abierto al arte.
P.- Si tuviera que decir algo que cuajó en Montpellier:
R.- Fracasé en una cosa: quería que la gente que amaba el viejo CDN de Montpellier al menos me diese la oportunidad de luchar para que no se me fueran. Y me encontré con una mirada muy corta de su parte, con corazones de piedra. Todo lo que no es reconocible, llámese repertorio o artistas del cine en el reparto, todo lo que implica un descubrimiento, un esfuerzo, ellos lo desacreditan y no se dan a sí mismos ni una sola oportunidad: ir a ver qué es lo que hacemos en el nuevo CDN. Emplean un mecanismo de conducta viejo, analógico, industrial, a vapor… para meter todo lo desconocido en una bolsa con las etiquetas banalidad, frivolidad, posmodernidad. Aunque contesté muchas cartas y tomé café con varias de esas personas, viejos abonados al viejo CDN, no pude convencerles. El miedo ahogó su curiosidad, también en el momento de elegir una obra de teatro. Lo siento, sobre todo, cuando se trata de profesores de instituto; me da pena por sus alumnos, que son parte de nuestro público.
P.- Y algo que fracasó:
R.-Me encanta que te he contestado al revés. Ahora entonces toca hablar de lo positivo, para responder a tu pregunta sobre los aspectos negativos… Hemos conseguido que el público que jamás pisó un CDN venga como si nada. Estamos consiguiendo propagar un virus por la ciudad y la región: el pensamiento actual y el arte son para todos; y dejar claro que no somos Centro de nada, que no somosDramáticos, ya que nos caracteriza el entusiasmo, ni somos Nacionales, porque hacemos poesía pensando en el barrio. Somos artistas con miedos y preguntas y rabia y optimismo y, sobre todo, capacidad poética. Bajamos a la acera el CDN que estaba en un monte de oro. Por el camino se nos resquebraja y hay que trabajar duro para que no se rompa. Nos apoyamos no solo en las obras que programamos, sino también en ciclos de conferencias, talleres, laboratorios, en un departamento digital que hemos creado para el teatro…
P.- Y algo por hacer:
R.- Nos tienen que entender mejor los profesores, todos. Los de la escuela primaria, los del instituto y los de las universidades. Si ellos no forman seres humanos capacitados para el misterio y la duda, entonces yo tengo que cerrar el teatro. Nosotros les exigimos mucho: ser casi felices conociendo. Mira, uno va a la universidad a curiosear y, ¿qué pasa?, que apenas si se investiga.
P.- Pregunta inevitable pero respetuosa: en la obra se dice: «(…) Llegué a creer que la gente que trabaja en la cultura no tiene tiempo libre para probar los quesos, siempre anda de teatro en teatro, de cine en cine (…)», ¿le está pasando algo de esto como director del Teatro Nacional de Montpellier? ¿Ha tenido que renunciar a muchas cosas?
R.- Mi trabajo, al menos como yo lo enfoco, es apasionante y, como el día tiene sus 24 horas, no tienen cabida todas las pasiones que querría seguir manteniendo vivas. Tengo poco tiempo para leer y escuchar música. Poco para amar. Poco para escuchar a los amigos. Y me empieza a faltar lo más importante, el tesoro de todo creador: su tiempo para perder, que es el crisol. Pero como soy ateo y lector del Eclesiastés, ya sé que todo tiene su tiempo bajo el sol. Ahora toca esto. Ya pasaré a otra cosa.
P.- Y pregunta de salida: Desde hace aproximadamente un año parece haber una aceleración política en nuestro país: sucesión del jefe de estado, juicios, movilizaciones, un mayor activismo ciudadano, la posibilidad de pasar de un bipartidismo tácito a otro mapa político… ¿Cómo está valorando desde la distancia todo esto?
R.- No me siento en la distancia en este asunto. Mi casa sigue en una aldea de Asturias y me gusta ir a comprar pescado a lo de Carmen y ver el fútbol en el Denver. Y mis amigos sin trabajo están en España. Pero esto va a empezar a cambiar dentro de poco, con las próximas elecciones generales, ojalá que anticipadas.