Calla y Come
Cia. La Cocina
Teatro Triángulo. 23/9/2011
Aquí ando, comiendo en la cocina, bien calladito. Acabo de ver “Come y calla” de la compañía bilbaina La Cocina en la Triángulo. Están hasta el domingo. Compañía de nuevo cuño pero de gente larga. Compañía formada por tres actores Enriqueta Vega, Na Gomes y Pako Revueltas y un acompañante, Sergi Fäustino. Y compañía recién formada que nace de una de esas buenas ideas de la Fundición de Bilbao el año pasado. La Fundición da la posibilidad de una residencia de 15 días en su sala a un colectivo cercano a la sala y se busca un “ojo externo” para que acompañe.
Este fue el primer experimento. Ya han sido cuatro, los podeís consultar en la programación del 2010 y el 2011 de la Fundición, está dentro del epígrafe “tinto de verano”.
La compañía en “Come y calla” decide sacar el proceso a escena, un teatro dentro del teatro, por decirlo de alguna manera. Esa es la situación planteada. Tienen que hacer un “algo” en 15 días. Y vemos a estos tres actores enfrentándose al proyecto, sus dudas, su cansancio y también sus ganas de hacer, de seguir trabajando. Vemos cómo nacen las propuestas y cómo se discuten. Siempre con chufla, o más que chufla, con mala leche. La obra está llena de humor autocrítico.
En el escenario se van haciendo unas lentejas. El escenario es eso, un taller que nosotros acentuados espectadores de cuarta pared vemos cuando nos dejan, cuando se corre el telón, literalmente.
Bueno, aparte de circusntancias, metámosnos un poco en la obra. Se abre el telón y aparece una mujer gata, con careta de gata, encima de una mesa. Se cierra el telón. Se abre el telón, aparecen los tres actores, inmóviles, Revueltas da con la cuchara de madera en la olla y empiezan a hablar, a vivir la ficción de la escena.
Ahí está toda la propuesta. Por un lado, la acción poética, estática o no, de cuerpo o objetual, pero en un código teatral de signo e imagen. Por otro, la representación llevada a la simulación extrema de verisimilitud. Se habla del trabajo que se está haciendo, se habla desde la persona que no es personaje, pero se circunscribe a un teatro representado aunque sea llevado a su máxima simplicidad en la actuación y el decir del texto. Y ahí, la compañía, siempre salvaguardando no encorsetar el dispositivo, lo van cruzando con una dramaturgia quieta, no obvia. La obra va relacionando, se va hablando de lo que no queremos ver, de lo que ignoramos aún a sabiendas, se enfrenta la compañía al vértigo que es asomarse a lo escondido en nosotros mismos, primero lo social, luego lo íntimo.
Revueltas es un tipo como que va de frente, que se ha metido en todas las del teatro vasco cuando había que defender o apoyar… Hace poco, después de llevar toda la vida en un teatro independiente (pero no en plan teatro independiente de los 70), de pasar de chupar pasillos o conformar empresas, Revuelta lo hizo, conformó empresa, se puso con distribuidora, apalabró bolos y pidió subvención… No se la dieron. A los personajes que se significan siempre le nacen enanos en los cojones. Y éste le nació en la comision de valoración de la subvención. Y el enano echó para atrás el proyecto. Y nadie dijo nada. Toda aquella profesión con la que Revueltas había estado arrimando el hombro, defendiendo, miró para otro lado. Para salvaguardar el plato de lentejas, dicen mientras estas mismas se van cocinando en escena. Pero ahí, y eso es lo inteligente y arriesgado, por sincero, por íntimo, Revuelta cuenta a sus compañeros, al público, Pako dice que lo pasó fatal, que estaba jodido llorando por las esquinas porque no le habían dado la subvención y que al verse así, viendo cómo él, fuerte y arraigado que creía ser, también era un mierda que quería lo que muchas veces había desdeñado y criticado pues se sintió, sobretodo, frágil. Ahí entra la fragilidad, la identidad como careta, la verdadera que es políedrica y juega al escondite, ahí entra una bola que gravita alrededor de un vaso de leche, que está claro que va a acabar golpeando y rompiendo. Ahí entra la pareja, el chiringuito que no queremos perder aunque el amor se haya ido. Ahí entra lo punkis o agerridos que somos para fuera y quienes somos hacia dentro.
Y en ese tono calmo, la compañía empieza a hacer, transita del dialogo a la acción. Se permite cantar, bailar y encontrar el bonito sitio desde donde hacerlo. Van ahondando, Enriqueta saca el animal escénico que tiene dentro al mismo tiempo que trabaja la fragilidad. Nacho se atreve a hacer un texto, a decir un poema… Encuentra la compañía un espacio flexible y libre donde poder permitirse, donde además, con cabeza y sin querer formalizar ni intectualizar, ir desgranando pequeños destellos de tres seres humanos solos…
No sé, están hasta el domingo en La Triángulo. La obra, si bien no es el obrón a donde uno llega, sí es un puerto desde donde zarpar. Ellos lo saben, me imagino que Fäustino ahí ayudó metiendo manos de simplicidad inteligente. Ellos saben que tienen un pequeño juguete, donde la investigación no va hasta la muelas pero puede hacerlo en el futuro. El público presencia una levedad construida con levedad, pero al mismo tiempo una levedad llena, llena de sinceridad, de hallazgos, de capacidades. Caray, eso, como se suele decir, es oro. Y más en estos tiempos de encorsetada simulación mediocre.
Id a verla, si alguien lee esto, que vaya a verla. Para qué coño sirve escribir sino, ¿para hacer arqueología blogera? ¿historia del olvido? Bueno, larga vida a la Cia. La Cocina.