A la memoria de José María Arguedas que no pudo hacer el sincretismo que proyectó y cargó sobre sus espaldas y acabó quitándose la vida.
Oskar Gómez Mata y Juan Loriente llegaron a Madrid después de haberse perdido. Un periplo alucinado por atento, etéreo por buscar raíces, iluminado por ir a ciegas.
Llevan durante un tiempo haciendo la versión peripatética, “Fabricantes itinerantes”, de la obra que han presentado en el Teatro de la Abadía, “Makers”. En ella Loriente y Gómez Mata pululan por los montes suizos, peregrinan. Y al final del día se encuentran con el público. Y uno se pregunta ¿qué necesidad tienen estos dos veteranos de echarse al monte cuál carlistas escénicos en busca de luz y trascendencia? Me imagino que cuando tienes el periplo de estos dos corredores de fondo es cuando comienza el viaje, o recomienza.
En el viaje de estos dos veteranos está contenida la mitad de la creación contemporánea ibérica de los últimos treinta años. Óskar desde los espectáculos de payaso en el barrio de Anaka de Irún en los ochenta hasta ganar en 2018 el Premio Nacional de Teatro de Suiza. Entre medias, la creación de la compañía Legaleón con montajes como “El silencio de las Xigulas” en 1994 y su exilio europeo en suiza con la compañía que hoy dirige, L’Alakran, de la que hemos ido viendo intermitentemente los trabajos y de la que algunos recordamos maravillas como “Optimistic versus pesimistic” en el 2005 y la serie de performances junto con Espe López “Psicodramas” que realizaron entre 2011 y 2015. Y Loriente, desde sus comienzos en el teatro santanderino, pasando como actor de la conocida compañía de Rodrigo García, La Carnicería Teatro (nunca podré quitarme la imagen de Loriente afeitándose frente a su muerte al final de la pieza “Compré una pala en Ikea…”), hasta esta última etapa que, con la intermitencia del francotirador, va apareciendo en proyectos maravillosos como “El tiempo entre nosotros” en Matadero Madrid junto con el creador argentino Fernando Rubio, o como la creación junto con La Ribot y Juan Dominguez de aquella pieza de ausencia libertina llamada “El triunfo de la libertad”.
¿Qué hacer cuando has englutido todo el saber escénico, cultural? Quizá tenían que hacer “Makers”, una pieza que es un retorno al antes de la escena, a una búsqueda de inocencia que se trastoca en encuentro y teatro popular.
COMEDIANTES DE LA LEGUA EN UNA DRAMATURGIA ROTA
En la Abadía pudimos ver la versión en sala de este peregrinaje. Antes lo habían mostrado en abril en el Azcuna Zentroa de Bilbao, donde Oskar es artista residente. El 28 lo harán en el Festival Internacional de Teatro de Vitoria y en noviembre, el 22, en la Muestra de Teatro Contemporáneo de la Universidad de Santander. No deja de sorprender que para este montaje ambos, de alguna manera, hayan vuelto a casa. Es lo que tiene el peregrino, lo que tiene el movimiento que tan sólo es regreso. Luego el montaje irá para la otra casa de Gómez Mata en Ginebra, el Theatre Saint Gervais y también pasará por Francia ya en enero.
La pieza comenzó en el patio del Teatro de la Abadía donde ambos performers desplegaron un show de teatro de calle, como dos payasos trastocados por una emoción atenta ante el encuentro que realmente toda reunión escénica supone. Ya al pasar a la sala se va explicando al respetable para qué ha sido convocado. Ambos actores explican su metodología y su búsqueda. Son investigadores de lo invisible, de aquello que la luz esconde. Así, exponen su teoría de la lasaña, de ir destapando las capas para encontrar lo sensible bajo lo sensible, su búsqueda del misterio, es decir de la realidad, como acto de amor y encuentro con el otro. La obra se sitúa así entre el ritual y la pieza de clown, en ningún momento ambos actores permitirán la representación de la trascendencia en escena, el ponerse estupendo y así generar cualquier distancia.
La pieza es dramatúrgicamente, algo a lo que nos tiene acostumbrados Gómez Mata, un juguete roto. Pero en este caso la rotura es liminal, distópica, ulterior, primigenia. Consigue Gómez Mata que de manera inadvertida el espacio se simbolice, pero que la relación con el público nunca tenga distancia, ni en los momentos más teatrales de la pieza. Es al mismo tiempo, pieza posmoderna y ñaque de la legua. La verdad es que el analizar esta pieza podría ser el perfecto examen final para egresarse en la RESAD. En cierta manera recoge el principio y el final de nuestro teatro. Algo muy presente simbólicamente, en varios sentidos, en esta pieza.
Al principio de la misma se nos presenta un octograma que Loriente relaciona con el indio Juan Chiles, hombre sagrado que anduvo por Los Andes del 1700 entre lo que es hoy Colombia y Ecuador, entre los volcanes de Chiles y el Taita Cumbal. En 1980 los comuneros de la zona lo describen así: “el que abre el acceso a lo maravilloso. El que como un hechizado hace atravesar bajo su experta conducción mundos entrañablemente familiares. Árbol de gran altura a cuyos pies ruge la tierra ofreciendo una gran visión. Andaba por Chiles, Panan, Cumbal, Mayasquer. Caminó los lejanos y ásperos caminos de Quito, Popayán y Bogotá, reclamando los derechos humanos y comunitarios. Cuidaba los páramos desde el Galeras hasta el Ecuador. Salía y entraba. Era cotidiano y extraordinario. Por el Chiles se internaba, siguiendo el espiral de frailejones, hacia el jardín de la salud y la sabiduría. A veces era hombre, a veces animal, porque “cuando entraba a la Laguna Verde salía vuelto toro. También se hacía tigre y andaba por Mundo Nuevo, Cascarillo, el Tambilloel Tambo, El Gritadero, Chuchala, Marpi y Mayasquer. Por esos montes bufaba como buey y cuando llegaba a la casa entraba por la tronera y como un gatazo”. Hoy, aunque ya no es de esta vida, se lo encuentra de repente. Los que van a Mayasquer y Maldonado siempre lo encuentran arriba de la Laguna Verde, como un mayorcito con su puntal y su ruana colorada. Unos dicen qué es el “ruani colorado”, otros que es el “Señor del Río””. Pura filosofía pre cristiana, mística, donde la búsqueda de sentido no está limitada a la lógica ni a la trascendencia cristiana a través de la fé. Al mismo tiempo, sabemos que ese octograma es la representación del colisionador de electrones que se encuentra en la misma ciudad que la compañía de L’Alakran, Ginebra. Ese inmenso tubo, 27 kilometros, donde los electrones colisionan y que se fabricó durante diez años y para el que intervinieron más de diez mil científicos de más de cien países.
Ese es el contraste que convoca la pieza de “Makers”: el comienzo y el final de la vida, el principio y el final del pensamiento. Propone un encuentro que nos haga renacer. Somos mujeres y hombres posindustriales que acarrean el pensamiento lógico de occidente. Somos mujeres y hombres del siglo XXI que van cargando años y tienen olvidada la libertad y la capacidad de atención del ser que éramos antes de morir a los ocho años, como decía Barry. La obra empuja al respetable a ese sincretismo de unir inocencia recobrada de una sabiduría olvidada. No es fortuita la inclusión del libro más hermético de Borges, “El hacedor” y de la inclusión del texto hoy prohibido por la santa viuda Codama de Fernández Mallo donde hace un remake de la obra del argentino e introduce el gran colisionador de Ginebra.
Estos dos investigadores de lo real, estos dos huele braguetas de lo transcendente, proponen ir de una mano de Peter Higgs (aquel nigromántico de la física que vislumbró en los años sesenta el origen de las partículas elementales que ahora ha demostrado el colisionador de electrones de Ginebra) y de la otra de Juan Chiles, como si fuéramos el personaje de Eisejuaz, ese indio mataco cumbre de la literatura latinoamericana escrita por Sara Gallardo también en los sesenta. Mitad Eisejuaz mitad cómico de la legua, mitad payaso mitad místico, mitad actor de teatro mitad compañero. El proyecto de Gómez Mata y Loriente parece que va para largo, no creo que acabe con esta pieza. Cuando uno empieza no sabe dónde acaba. Larga vida.
¡Qué buen artículo! Gracias por ofrecer más perspectivas sobre este trabajo.