Un momento del estreno de “Gota a gota” en el Teatro Alegría (je, je) de Tarrasa.
Y al quitarse los guantes, caía,
de sus manos, suave ceniza.
Federico García Lorca
SUICIDIO – TRASMUNDO (Canciones 1921-1924)
Entras al espacio. Un sonido de una gota lo inunda, tu ojo no se acompasa, no reconoce, una profundidad que el oscuro esconde. Poco a poco irás viendo. El centro del espacio está dominado por un cuadrilátero en luz, un cuadrilátero que es la tierra, que es el tiempo. Algo da vueltas, algo cae. Entramos en espacio ignoto, de simbolismo acérrimo, de imagen poética.
El Canto de la Cabra estrenó este mes de septiembre en el Festival del TNT de Tarrasa “Gota a Gota”, su última creación que indaga y perfecciona el marco escénico hallado en su pieza de 2011 “Tierra pisada”. Un espacio donde ha sido abolida la palabra dicha, en la que el actor es un oficiante que está pero nada interpreta, donde un texto se proyecta y del que emana un espacio que es movimiento de objeto, generador de luz, sombra y sonido en el que el espectador podrá ir buceando en silencio.
La sala, poco a poco, va siendo habitada por Juan Cabra, Raquel Sánchez, Carmen Menager y David Climent. Y el espacio comienza no solo a latir, sino que entra en vida, pequeñas luces van ascendiendo a la orden de cada oficiante, primero poco a poco, in crescendo, como si de un despertar se tratase. El espacio se convierte en cerebro, en un sistema de redes neuronales que van iluminándose, en ente pensante. El cerebro como cosmogonía.
UN GUANTE DE MERCURIO OTRO DE SEDA
Y en el centro, unos guantes (“la vida entera cabe en un guante” dice en un momento el texto proyectado en escena). Qué raro es ese objeto. El guante. Qué cargado está de polisemia abierta… Unos guantes llenos de sangre que son atravesados por alfileres quietos. Imagen poderosa. De la que surge el líquido y el giro. De la que surge la voz de este espectáculo.
El espacio creado por la Cabra, donde el movimiento es ascendente, descendente, vertical y en giro; donde el sonido parece ir multiplicándose, acumulándose de recuerdo; en el que la sombra va agudizando el ingenio; es de una fuerza, simetría y capacidad sobrecogedoras. Es un espacio donde parece que uno pudiera estar viendo su propio lóbulo frontal funcionando, espacio para la reflexión y la apertura que deja volar, transitarlo sin cinturón alguno.
Parece que uno pudiera llegar, en ese espacio ingrávido creado por la Cabra, allí donde se crean las palabras. Allí, al lóbulo frontal donde Lorca se vio asaltado por aquello de “Aquel guante de luna que olvide”, por aquel “¡dame tu guante de luna, tu otro guante perdido en la hierba, amor mío!”; y por esa maravilla que dice “Tengo un guante de mercurio y otro de seda. Espera. ¡ Las hierbas !”.
Qué son esos guantes allí girando en el centro de nuestro cerebro que tanto atraen, que son tan nuestros sin saber cómo ni qué. El guante y su envés que están comunicados, guante que no es prenda sino piel de la que uno puede desprenderse. En este caso vemos un guante lleno de sangre, que es vino, que es fruto, que huele a fruto y en el que uno intuye la ausencia de algo sobre todas las cosas: la carne. Guantes heridos por pequeños alfileres, Hellraiser poético que me retrotrae el Corcobado de los principios, aquel de Mar otra vez.
Nada fácil crear un espacio tan sugerente y abierto. Y quizá el acierto esté en la medida y la precisión presentes en los miles de hilos que vamos viendo arder agarrados a las varas de luces; en el impresionante por preciso sonido que va recogiendo el sangrar de la pieza; en la milimétrica y sugerente luz de Gaizka Rementeria; en definitiva, en el tratamiento artesanal, de verdadero ebanista mezclado con relojero con el que se trata todo el espacio. ¿Y el texto? Cada vez más corto, con menos dramatismo (“mi tragedia ya no importa” dice en un momento), sintético y que, por lo tanto, facilita la apertura. Cierto que el texto huele a Cabra, referencias vitales reconocibles como el que escaparon de una corte, de una urbe, asentados en un punto distante desde donde ven todo lejano, situados en el comienzo de la vejez desde la que van viendo desaparecer a sus coetáneos. Pero también dicen: “Lo bueno de ser cabra es que se acabaron los discursos”, se acabaron los elegidos, las listas, el agradar, se autoproclaman “expulsados del reino”… Posiblemente el texto incluso acepte eso mismo, ser reducido a dos o tres versos. Pero en todo caso, permite este canto sordo que es la pieza, este canto que es espacio de otro reino, espacio mojado y vaciado, espacio dominado por un guante herido que se desangra. Gran oficio ritualista esta pieza situada en otro tiempo, donde el oficiante desaparece, donde todo es acuático al mismo tiempo que ceniza.
Hay obras que son, si no conclusión, sí cenit de algunos caminos iniciados, cenit fructífero que huele a buen término. Creo que esta pieza lo es. Y así debiera tratarlo ESPAÑA, como el culmen de un camino iniciado por estos dos creadores que han ido escorándose, adentrándose en una investigación escénica vanguardista… Vaya palabra. Vanguardia. Así creo, y lo digo porque sospecho que primará la estupidez del circuito europeo de los laureados, que debiera tomarse y apoyarse. Qué pocas veces sabemos reconocernos. Con orgullo, aunque la pieza hable del desterrado que ha sido expulsado por un mercado y un mundo cultural miope y cainita, debieran tratar a esta compañía las autoridades culturales de este país y abrirle caminos. No sé porqué me parece más que obvio que esta pieza debiera verse en ciudades como Varsovia, Tokio y Montevideo. Allí estarán, en Pradillo. C’est à vous a decider.
20/11/2018: Suprimo una imagen del Festival de Otoño utilizada en este post. La organización del Festival nos comunica que no era oficial (llevaba una tipografía incorporada no autorizada) y han surgido problemas de derechos. Merci