JONAS MEKAS ES PIGMEO

Estudio Perplejo

La semana pasada, dentro de las actividades de Documenta Madrid, la Orquestina de Pigmeos intervino con una acción simple e irrepetible: And Music Played and Played. Una acción que tuvo lugar dentro del ciclo dedicado en este festival a Jonas Mekas. Una propuesta a alabar y que explica bien la dirección que los nuevos comisarios artísticos del festival, Mariana Barassi y Diego Rodríguez, están queriendo dar al Documenta. Hacer que este encuentro anual en torno al cine de lo real, el cine documental o el cine de no ficción, se llene de vida alrededor, desde y entre las pantallas. Buen ejemplo de ello es el cartel de esta edición, realizado por BRBR y la fotógrafa Lua Ribeira. Unas imágenes que hablan de comunidad, de juego, de cercanía, de piel, pero lo hacen poniendo a Usera en el centro, con mucho barrio, con identidad, sin estéticas y con hermosos michelines, ¡joder!, qué gusto que da ver cuerpos normales trufando las pantallas enormes de la Gran Vía, Usera contra Stranger Things, y para mí que va ganando Usera.

Pero centrémonos en la acción de este colectivo que lleva desde hace tantos años apareciendo y sorprendiendo, interviniendo con ánimo de escalpelo. Se proyectaba en la sala grande del Cine Doré, dentro del ciclo dedicado a los cien años del nacimiento del lituano del festival, Sleepless nigth stories, película del 2011. Antes Orquestina de Pigmeos intervino con una acción, pequeña, nada larga, pero cargada de significado emocional, de filosofía mekiana. La sala del Doré tiene su ritual, con ese decorado azul cielo de segundo de marquetería de la ESO, que todos bien queremos, que sabemos que cuando se apaga todo calla y unas luces circulares como constelaciones son lo último que vemos antes que entre la luz del proyector y comience la película.

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En esta ocasión todo varió cuando Luminita Moissi, integrante de la Orquestina a quien conocíamos de aquella maravillosa pieza de 2017 en Matadero, Ningún lugar, comenzó a presentar la acción en un rumano cercano y milagrosamente comprensible. Si Romeo Castellucci en su último trabajo, Bross, utilizaba a Valer Dellakeza, actor rumano de casi noventa años, para tirar un discurso en escena en lengua rumana que alejase la palabra, que distanciara; el discurso de Luminita, por el contrario, acercaba un lenguaje desconocido, invitaba. Es una buena metáfora de lo que la acción de Orquestina supuso, de lo que hace este colectivo que trabaja con lo amateur, con la horizontalidad y con lo no acabado, no cerrado, no hecho obra, objeto, autor, texto. De ese arte que sabe que si en algún momento toma esa decisión estará ya muerto. Esa corriente artística, que nunca ha dejado de estar presente, en la que en España tenemos un referente total como es Isidoro Valcarcel Medina, y que sigue siendo periférica y desconocida, sigue sin encajar en la sociedad del espectáculo, sigue colándose en programaciones como la de este festival (menos mal), y haciendo pequeños milagros que nos recuerdan que las cosas pueden ser de otro modo. Esa es la gran metáfora de Luminita hablando, acercándonos a un lenguaje que nos sigue sonando extranjero, pero que si uno presta atención lo va entendiendo todo.

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Luminita nos presenta a tres músicos, los músicos y la propia Luminita suben a escena, al pequeño proscenio de la sala Doré, cogen instrumentos de cuerda, los miman, los limpian con cuidado. Todo está trabajado de manera muy teatral, pero con cierta guasa. En ese momento aparece en pantalla imágenes del propio Mekas que irán conversando con lo que pasa en la sala hasta el final de la acción, “básicamente las imágenes proceden de su diario en vídeo, y del proyecto 365 Day Project (2007), en el que se comprometió a grabar y publicar todos los días durante un año. Además, hay grabaciones que le hicieron a él para alguna peli o reportaje”, explica Chus Dominguez. Vemos a Mekas acercarse a instrumentos musicales con la voluntad de juego de un niño. Mekas sopla, el instrumento suena, malamente, y Mekas vuelve a soplar y su cara se enciende.

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Y en ese momento, una orquestina amateur de niños, mujeres, hombres y ciudadanos diversos comenzó a surgir desde los atrases del patio de butacas, desde los palcos laterales, portando tambores, organillos, panderetas… Un desfile concierto de ruido ilusionado, con Mekas en pantalla, ya muerto, pero bien vivo. En un momento, Mekas graba un primer plano de sus manos tocando un tambor, seguidamente le da la vuelta a la cámara y aparece esa cara de niño lituano en un patatal oliendo flores, esa capacidad de enganchar con el disfrute que traslada y hace posible el viaje. La secuencia continua, primer plano de las manos tocando un tambor, giro, y la cara de Mekas alucinado, entregado. Y mientras la sala del Doré sigue retumbando, celebrando. Y una emoción indescriptible sobrevuela todo el cine… “Es su relación abierta con la creación, con las artes, con la vida, apostar por creer que todos tenemos algo que hacer y decir en cualquier campo como creadores, a partir de una actitud amateur, de amar lo que haces, da lo mismo tocar un instrumento, cantar, hacer un dibujo de una florecita, bailar, vivir, todo es una expresión de vivir disfrutando. Para Mekas la música es celebración, compartir momentos con otras personas, aunque no sepas su idioma tocando música. Tocar música como forma de conectar con tus raíces, con el lugar donde te has criado. Cuando Mekas toca música la está tocando en Lituania, aunque esté en Nueva York”, dice Nilo Gallego cuando le pregunto por Mekas y la música. Para la acción Orquestina convocó al colectivo Las Raras y a un coro amateur con el que Nilo lleva trabajando esto mismo que dice desde hace tiempo. Tocar, como Valcarcel Medina bailó en el Conde Duque, sin que la técnica y el conocimiento sean limitantes.

La acción acabó con esa orquestina ciudadana alejándose de la sala, llevándose el sonido del propio Mekas, literalmente, en un altavoz portable… Allí se quedaba Mekas enlatado, a la calle, donde continuó la acción sonora, se fue la vida. Sintético y simple.

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Queda en la cabeza retumbando la larga sombra de este lituano feroz y obstinado, aunque hecho de suavidad y cercanía, sobre nuestro presente. Me acordaba viendo la acción de una obra de teatro que se ha estrenado este año en Madrid, Interior: Día, de Miguel Valentín. En la obra hay un primer monólogo delirante, iniciático y bello sobre el encuentro del ¿autor? con un cineasta que para él es maestro, y cómo éste, como admirador, quiere acercársele y agradecerle. Un monólogo estupendo, dicho a la perfección por Luis Sorolla. Al final, el maestro le dice una frase que hará que comience toda la pieza. Si me acuerdo bien le dice: “gracias por tu mirada”. Para mí, ese director no puede ser otro que Jonas Mekas, que durante todo ese monólogo sonríe y está callado ante la caterva de intelectuales que le alaban y hablan de su cine. Mekas no sirve para hacer historiografía, para lo que sirve es para activarte, para animarte a hacer, para que de algún modo la fiesta que puede ser la vida tenga otra posibilidad.

Eso es lo que hace Orquestina. Para acabar, otro rebote. No hay mejores palabras para describir la acción de Orquestina de Pigmeos en el Documenta Madrid que las propias que dijo Mekas después de un periplo europeo por grandes certámenes. En un Madrid de 2017, Mekas ve un ensayo de la pieza que Orquestina está preparando, la mencionada Ningún Lugar. Ya en su casa de Nueva York en su video-diario, dice sobre este trabajo: “Simple, straigth, down to earth, personal, unpretencious, real, with no pretensión to art, but it was to me art, I like it more than any of the art exhibitions events of this year, any where…”. Pues eso, exactamente eso.

Captura del video-diario de Mekas con el y Orquestina juntos.

 

 

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