ISIDORO VALCÁRCEL MEDINA ABRIÓ TEMPORADA DEL CONDE DUQUE CON SU PRIMERA PIEZA DE DANZA: “EN FUNCIÓN DE 1,2,3”
Quizá lo que no sabía Valcárcel Medina es que la danza ya estaba bastante valcarcelmediniciada. Y quizá por ello la pieza que se vio en el teatro de Conde Duque (única función) era doblemente sorprendente y reveladora, como si una aporía del Zenón del movimiento se hubiese lanzado la noche del 8 de septiembre de 2021 a la danza conceptual de los últimos veinte años.
La verdad es que no se puede comenzar mejor una temporada, la del Conde Duque, en la que además, este centro que se erige como el centro de creación contemporánea del Ayuntamiento en la capital, quiere dar un viraje y colocar la danza como uno de sus axiomas centrales. Veremos.
Primera pieza de danza de V.M.. La pieza contiene las esenciales líneas de trabajo de este incondicional intervencionista de la normalidad. En una entrevista de Javier Díaz-Guardiola en el ABC de esta semana lo exponía netamente:
“Mira, he hecho unas invitaciones para los amigos del evento que quizás te responda… [Me la entrega y leo]: «Nos enseñaron que las artes eran 7. Al autor le faltaba por experimentar la que en esa clasificación ocupaba el lugar 6. Y eso es lo que intenta ‘En función de 1, 2, 3’». [Tras ello, Valcárcel prosigue] Fíjate: si hay algo que me molesta es el sometimiento a la especialización”. (qué raro, la danza es la tercera arte, pero bueno, da igual).
“Esta es la enrevesada artimaña que me he fabricado para justificarme a mí mismo como bailarín”.
Una única representación: “Es algo que dejé clarísimo. En primer lugar, porque yo no tengo ya facultades para repetir esto todos los días varias semanas. Por otro lado, porque me parece significativo que sólo ocurra una vez. O se ve o no se ve”.
La pieza formalmente es redonda. Cuatro bailarines colocan de manera dispersa por el espacio unos números en suelo y pared, del 1 al 123. Lo hacen parsimoniosamente, con esa manera desacralizada de lo no hecho. Aunque un bailarín es siempre un bailarín, pisa distinto, tiene el cuerpo hecho, formado, mira distinto al público, domina espacio. Luego aparece V.M., recoge uno a uno los números de mayor a menor, los pone en un atril frente al público y los amontona en un lado de la única mesa que preside el espacio. Toda la pieza esta intervenida por un scratch sonoro analógico que remite y repite urbanidad eléctrica. Ya está. Eso es.
Es antiteatral, sin expectativa dramática, sin aparente representación, el espacio es blanco, hay ausencia total de escenografía… Estamos en un terreno muy conocido de la danza en España a partir de los noventa. Podría ser, perfectamente, una pieza de muchos de los creadores de danza que hemos visto en los últimos veinte años. Sin cambiar una coma de su estructura. Desde la museística de finales de los noventa de La Ribot hasta el conceptualismo conquense o matritense del nuevo siglo. Todo el crisol de la vanguardia que ha hecho avanzar a la danza desde lo coreográfico, escenográfico o gestual a la expansión investigativa y filosófica centrada en el cuerpo, parecían estar ahí presentes.
Pero quizá V.M. no es que fuera la gallina del huevo, que también, sino que además está fuera del corral. Desde el primer momento que V.M. sale a escena ves que hay algo que ha basculado, que ha cambiado de eje. V.M. habla siempre que le interesa más el arte con actitud que la obra bien hecha. Esto es relevante ya que uno pudiera pensar que la fuerza de V.M. en escena es su naturalidad. Es cierto que sorprende su capacidad de andar por escena como si lo estuviera haciendo en su casa. Pero, creo, que esa naturalidad está cargada de reflexión activa, de posicionamiento ético frente al mundo, es decir, de actitud. No actúa natural, sino que decide poner el arte en otro lado, en este más de acá. Y ahí nos encontramos un señor medido, que trata con cuidado y parsimonia lo que hace, sus traslaciones por el espacio, su manera de coger los números, de manipularlos en la mesa. Cuidado y buen hacer. Dejar que la pieza sea.
Y la pieza va siendo. Diagonales, búsqueda en el espacio, repetición, acumulación y ritmo. Destaca el ritmo de la pieza, su analogía vital de lo que tiene comienzo y final, un ritmo en espiral medido que se va haciendo más rápido (quedan menos números, el final se acerca, es más fácil buscar el número siguiente, todo se acelera hacia su final). Reflexión temporal de la vida y su desarrollo, todo tiene aire de cenotafio, de algo que acaba.
Dice V.M. en la entrevista antes citada: “(…) me doy cuenta de que todo lo que hace un bailarín en escena lo hacemos nosotros, solo que ellos lo hacen con una técnica, de una manera determinada, y nosotros de otra. La nuestra es infinitamente más inexperta, pero no se escapa de un canon asociado al movimiento y al desplazamiento (…)”.
Todo está lleno de esa capacidad de V.M de intervención de espacios que le son en principio ajenos. Lo hace con respeto y una carga de humor nunca recalcada. Tiene su cosa que los cuatro bailarines que colocan los números al comienzo sean profesionales del medio: Ana Catarina Román (bailarina de William Forsythe), Mar Aguiló (de la Compañía Nacional de Danza formada con Bejart), Rolando Salame (bailarín y mimo) y Aimar Odriozola (joven bailarín).
“(…) esas cuatro personas conocen bien el territorio de la danza. Una quinta, yo mismo, que no lo conoce, acude a ellas para que le introduzcan en escena. Pero luego, al final de la obra, durante un ‘segundo acto’, uno se da cuenta de que ese ‘saber’ no cuenta nada ya. Ya actúa el que no tiene ni idea, el que no ha dado un paso rítmico en su vida, pero que sí sabe lo que es ir de aquí a allí. Respeto la danza, acudo a los que saben danzar. Les concedo el primer acto de la acción, pero me quedo con la otra mitad…(…)”, dice V.M en la entrevista de ABC.
Se queda con la otra mitad y ahí es capaz de insertar su mirada y su manera de trabajar y de apropiarse de lo que este mundo profesionalizado nos dice que no debemos hacer pues nos falta conocimiento, especialización, trabajo. Ahí, entra esa pregunta que recorre todo el trabajo de V.M de: ¿y por qué eso tiene que ser así?, veámoslo. De la manera más calma del mundo, sin aspaviento pero con el objetivo claro, V.M. ejerce así su profanación tranquila que no es otra cosa que una proclamación de libertad creativa y humana. Eso con 84 años.
Teatro lleno a modo pospandémico madrileño que acabó en aplauso escénico al uso y al que V.M. supo responder con saludo de compañía haciéndose acompañar de los otros bailarines. No sé si preparado o con cierta chufla de los trabajadores del Conde Duque, se le entregó ramo de flores a V.M. en el segundo bis de aplauso, algo que éste, un tanto sorprendido, supo agradecer incluso oliendo las flores con deleite.
Pablo Caruana Húder
Entrevista ABC: Aquí