A veces hay una especial felicidad en ser director de cine. Una expresión no ensayada nace en un instante y la cámara la registra. Eso ocurrió hoy. Sin ensayarlo ni prepararlo, Alexander se queda muy pálido, una expresión de puro dolor se dibuja en su rostro. La cámara registra el instante. El dolor, el inasible, pasó unos segundos por su rostro y nunca volvió, tampoco había estado allí antes, pero la película captó el instante preciso. Entonces me parece que todos esos días y meses de minuciosa planificación han valido la pena. Tal vez yo viva para esos cortos instantes. Como un pescador de perlas.
Ingmar Bergman
La linterna mágica
Siempre me quedé con la cita de la biografía de Bergman “La linterna mágica”, me la quedé y me la apropié, deformándola y llevándola del terreno creador al terreno del que mira.
La metáfora puede parecer un poco cursilona (por favor, no se pierdan la crónica en El Confidencial de De los Santos –aquí -, qué nivel, qué capacidad para ser lo más redicho de la nueva ola de la Castellana´s Shore, no lo supera ni Luis Alberto de Cuenca en sus mejores tiempos), pero no lo es tanto… Se me instala esa metáfora, que en Bergman es fundacional y soteriológica, en saber apreciar en su riqueza momentos que uno comparte en un teatro, dándome igual si la obra en su totalidad es buena u horrible, sensata o disparatada, políticamente consistente o un desastre retrogrado. Pudiera parecer esto muy discutible, y claro que lo es, y argumentable al mismo tiempo. Pero para mí, en mi modo personal de sentarme en la butaca, se me construye así en las meninges. Y la pieza que vi el otro día en los Teatros del Canal y Li (lo siento, le ha salido sufijo) tenía varios de esos momentos. Varias perlas, momentos de gran sutileza y decantamiento; y un milagro.
Sin entrar en trayectorias, evoluciones y comparativas me gustaría poder apuntar varios detalles de la nueva obra de La Tristura, “Renacimiento”, que se estrenó el pasado miércoles 1 de julio en la Sala Verde de los Teatros del Canal y Li.
8 y ½
La obra comienza historiográfica, con basamento de estructura germana, estructurada en cuadros o partes bien delimitadas que parece querían abordar la construcción de la Democracía en España. Con bastante sabiduría y tiento La Tristura fue decidiendo disolver esa misma estructura y que esa misma disolución fuera creando subtexto y polisemia. Significado dramatúrgico sin caer en la ilustración o la evidencia… Y en esa disolución tiene que ver la elección de apostar por la intrahistoria de un teatro a través de sus técnicos. Luego están las metáforas: el teatro es España, el teatro es el mundo, un mundo donde la escenografía y sobre todo la iluminación está ya dada, hay los focos que hay y se trata de ir cambiándolos en color, tonalidad y colocación. Pero quizá lo que me gusta de esa metáfora es justamente que se diluye, que se trabaja desde la disolución. Lo bonito de esta obra es cuando esa metáfora, que como toda figura poética es un mecanismo, se te olvida y surge un tiempo concreto en escena, extraño, anti-dramático, donde las cosas van ocurriendo. Quizá uno de los momentos más emotivos es cuando este tiempo se hace rey de la escena a través del movimiento de los aparatajes escénicos: se retira un suelo, se baja un trust, se colocan gelatinas… Maravillosas luces de expansión, reflejos y detenimiento, movimientos horizontales y verticales de la máquina, movimientos en diagonal del humano, todo va construyendo una danza en el espacio que es uno de los homenajes fellinescos al teatro más grandes que uno haya visto. Es cada vez más teatral la influencia cinéfila de esta compañía.
Influencia que también se ve en cómo se combinan esas escenas de trabajo en el espacio con los diálogos capturados entre técnicos, diálogos sobre el amor, la guerra, la familia, la adaptación del que emigra… Tremendo trabajo el de los técnicos no actores, los actores y la dirección para dar con diálogos bien construidos, que fluyen, donde el actor no destaca, donde el técnico la borda y donde la escena funciona dando diálogos brillantes.
Acaba ese montaje de conversaciones capturadas a lo Altman en una escena quieta y asamblearia que recuerda al Loach de “Tierra y Libertad”. En vez de campesinos son técnicos, un gremio más sindical y urbanita. Esta escena es básica dentro del montaje, importante, por varios aspectos. Recoge el momento historiográfico de las plazas en Madrid pero se sitúa en era de pandemia, la actual (diacronía disfuncional de 10 años que es otra manera de diluir la estructura germánica con la que parece nació el montaje). Aquí La Tristura se tira a la piscina, se atreve a mezclar y le salen cosas bien y cosas no tan acertadas, quizá. La escena a la Loach funciona, los problemas entre el asambleario de pro, el recién llegado, el viejo técnico de Tábano y la Cadarso y las diferentes posiciones éticas en juego están muy bien planteadas. El público las reconoce, están bien expuestas e insertadas perfectamente en el diálogo. Pero el juego de utilizar dos épocas adquiere significados confusos. Me explico. Una troupe de técnicos está en un teatro que comenzó de manera “independiente”, con capacidad de autogestión horizontal pero apoyado institucionalmente. La asamblea transcurre en un momento donde ese primer motor se ha deformado, las instituciones mandan y la decisión se ha vuelto vertical, decide la dirección del teatro influida por quien paga. Y al mismo tiempo se le pide al staff técnico el mismo compromiso que cuando el proyecto era colectivo, incluso para aceptar que las condiciones laborales se vayan precarizando. El problema es signo de nuestros tiempos. Quizá la metáfora amplia si uno la estira pudiera incluso llevarse al movimiento que ha acabado llamándose Podemos. Me parece estirar mucho y además prefiero quedarme en lo teatral. De repente sale en el diálogo la palabra Teatro de la Ciudad. No tengo que explicar mucho para que entendamos que aquella aventura post-plaza no tiene nada que ver con los movimientos de independencia en el teatro madrileño y español. ¿Podemos explicar algo de lo que ha pasado en el teatro independiente en Madrid a través de la aventura del Teatro de la Ciudad? Métanse en su página, por ejemplo, y decidan ustedes: aquí.
Ahí es cuando la metáfora de esa asamblea ahora, en época COVID, se vuelve hasta peligrosa. Por irreal, no existe ese dilema en el presente. ¿A qué teatro o experiencia se están refiriendo? ¿Qué teatro ha tenido un staff técnico estable, una organización colectiva y horizontal, ha albergado un teatro independiente y de creación y ha estado apoyado fuertemente por las instituciones en Madrid y en España y sigue vivo? Vaya, estrujándome el cerebelo y estirando mucho el chicle me viene el nombre de Pradillo, y creo que además de que los problemas eran otros nunca Pradillo estuvo fuertemente apoyado por muchas instituciones. No sé, lo de Pradillo fue un lío gordo, importante y con cosas feas -y muy bonitas-, pero la verdad ya murió. ¿Quizá al Pavón…? Pero no se trata de identificar a que teatro se refieren en la obra, el problema es que en estos momentos ese problema no es real. Lo importante es que el dilema del teatro de creación contemporánea independiente en Madrid, antes del COVID y ahora con el COVID, es otro. Y la Tristura lo tenía muy cerca, pero que muy cerca, y de eso no se habla en escena. El dilema tiene más que ver con un pasado reciente donde el teatro público albergó a cierto teatro contemporáneo y con los cambios políticos eso está dejando de ser. No se trata de que haya un espacio independiente que se ha deformado pero sigue en pie. Se trata de que ese espacio ya no existe, que las compañías a cambio tuvieron un espacio en el teatro público y fueron pagadas para poder producir y que ahora ya no va a ser así. Y tristemente parece que aquí es un sálvese quien pueda. Ahora mandan los sufijos y si te quedaste en la sala negra te jodes, ¿no?
“Even when I’m weak and I’m breaking / I stand weeping at the train station / ‘Cause I can see your faces / I love people’s faces” (“People Faces”, Kate Tempest)
Llega la obra a su despunte. La platea sigue atenta, con mascarilla y con espacio entre butacas. Y ocurre algo que al que escribe le pilló con la defensa muy baja. Es más, al principio me resistía ya que me estaban dando donde dolía y no sabía que dolía así. Y lo que dolía era saber que ya no éramos iguales que antes del confinamiento, que casi zozobramos en una asepsia solitaria y ganada a pulso aunque lo haya provocado un patógeno.
En la obra es meridiano, después de ese paréntesis que lleva siendo toda la obra, donde todo se prepara, donde los técnicos trabajan para algo, llegan las bailarinas: poderosas Muchas Muchachas. Saludan a los técnicos, comienza a sonar “People’s Faces” de Kate Tempest y Muchas Muchachas bailan. Con todo. La palabra de la británica (a quien no conocía y no dejo de escuchar desde el miércoles) resuena con toda la maravilla del verbo, con la musicalidad de la verdad hecha fuego y ritmo, y ellas bailan poderosas, y la escena se vuelve centrípeta, mi compañera de platea a dos metros comienza a llorar sin poder parar, y uno se da cuenta de porqué sigue yendo al teatro, de porqué lleva años cabreado con él, uno se da cuenta de que estaba dormido, de que nos necesitamos, de que Kate Tempest adora los rostros, de que hay que renacer porque lo que ha demostrado el bicho es que ya estábamos muertos como bien prueba la letra de esta canción grabada en 2019. Y entran los técnicos y bailan con las Muchachas, y uno se da cuenta de que renacer tiene que ver con la lucha, que el arte y sobre todo el teatro es colectivo, de que el hombre es social. El teatro es contingente y coyuntural. Ese es su misterio. Y esta última escena, que acaba en círculo, es, por desde dónde está hecha y cuándo está hecha, uno de los milagros que los espectadores agraciados que puedan verla (me imagino esto en París, en Barcelona, en Londres y no puedo ni imaginar el retumbe que produciría en platea) recordarán muchos años como uno de los momentos que resignificó su relación con la escena, con el teatro. Dios mío, simplemente bailan. La maravilla es donde te coloca La Tristura para ver esa última escena. Así, que sí, larga vida a La Tristura. A todos los técnicos de esta obra, dentro y fuera de la escena, a las Muchachas y al Teatro como ese espacio de resistencia y milagro.
pd: Menos mal que la tesis de Blanca Li de “que había que crear un poco de amor, para dar calidez y alegría a esos controles de seguridad. La sensación de regresar al teatro no puede ser traumática” (aquí), no se llevó acabo en este montaje. No nos encontramos la platea llena de maniquíes con camisetas del teatro y plantas. Eso si que hubiera sido traumático.