Antiguo emplazamiento de El canto de la Cabra.
En el Festival de Tarrasa 2019, el TNT, la compañía de la Cabra estrenó su nuevo espectáculo: “Gota a Gota”. En escena, David Climent, Carmen Menager, Raquel Sánchez y Juan Úbeda. Fuera de escena, Elisa Gálvez, cabeza junto a Úbeda de esta compañía nacida en el fulgor de una esquina madrileña en la ya olvidada calle San Gregorio. Ahora, allí, en esa esquina hay un “restó” llamado Frida, cada vez que paso no puedo evitar mirar con odio ese establecimiento que suplanta y personifica la amnesia disfrazada de contemporaneidad.
El Canto de la Cabra es largo. Nació como espacio y como compañía allá por el 1991. Cerró la sala en un desabrido enero del 2009, ya hace diez años. Como espacio, El Canto fue un oasis, 63 asientos que albergaron varias generaciones, sitio de trato sacro con el teatro, con espíritu bufón al mismo tiempo, albergue capitalino de todo aquello no madrileño que nos hubiéramos sino perdido (Cataluña, Galicia, País Vasco, Baleares, Andalucía…), y albergue también de quien en Madrid proyectaba ante un panorama público inexistente y una red de teatros alternativos que en su gran mayoría eran “como de los ochenta”… Qué viejo suena todo, qué próximo al mismo tiempo.
Como compañía nacen en el 93, beckettianos con deriva clown como no podría ser de otro modo, van creando en maridaje con el autor Federico del Barrio diferentes obras: la primera sería “El día que voló Renata” (en la que actuaba el republicano Alberto Nuñez -o eso dice el Centro de Documentación Teatral-), luego llegarían “Viaje al tártaro” (1994), “Caín” (1998) o “¿Qué nada? (1999), está última fue la primera que yo vi. Ahí, Federico del Barrio abandona y, entiéndaseme la simpleza, la compañía vivió la orfandad de no contar con un autor, tenían que reinventarse, llegaba el sigo XXI, aquel proyecto de las alternativas se venía abajo, los años caían, se agarraron como el quinteto de la trucha de Bernhard a sus raíces, pero no eran cinco, eran dos, Juan y Elisa… Y ahí, artísticamente, viraron, mutaron y dieron a luz “Los días que todo va bien” (2003), una obra influenciada por el alrededor escénico y la confrontación a una realidad dura y risible al mismo tiempo: son tiempos de Aznar, de censura y espionaje en la CAM, de torres gemelas y trenes madrileños, me acuerdo que el Canto quemaba una bandera de España en escena con la mayor inocencia naif del consciente… Pero lo importante es que en esa pieza está el viraje, la mutación, el germen de lo que este septiembre vimos en el TNT. Lógicamente “Los días que todo va bien” estaba recubierta de reacción, de coyuntura, de influencias claras sobre las que se quería trabajar para ir indagando la propia voz. Escribí una crónica, llena de la emoción del momento que lo explica: aquí.
Luego, en el 2007 llegaría “Trece años sin aceitunas” otro giro que supuso: “un paso con respecto a “Los días que todo va bien”, una obra esta última que aunque estaba presente el objeto, el tiempo pausado y la elaboración plástica del pensamiento en escena, estaba estructurada por textos en primera persona que pasaban de lo político a lo cotidiano o lo poético sin transiciones. El Canto de la Cabra, en cambio, fijaba en “Trece años…” su base neurológica en la transformación del espacio escénico en un terreno de pensamiento plástico, un lugar donde la materia, la luz y el objeto (cuerpo muchas veces) eran principio y final (…) Un teatro reflexivo, donde el silencio y la contemplación, el tiempo de la mirada, se extiende y relantiza para intentar agudizarla”, decía en otra crónica.
Otra pequeña vuelta de tuerca, desaparece la palabra dicha, el intérprete que “actúa”, aparece el tiempo y el espacio intervenido por el objeto… Tan nítido… Tan reinante. Algo que aflorará ya por completo en “Tierra pisada, por donde se anda, camino” (2011), ya con la sala del Canto ida, ya ellos idos de Madrid a ese pueblo pequeño abulense, Becedas, que es escape de este mundo capitalino, refugio de golpes y centro neurálgico de la compañía desde entonces. Es esta decisión, la de apartarse, la que domina los textos que se proyectan “fuimos tan buenos payasos”, dicen. Pero lo importante, quizá, de esta obra es que aparece con nitidez el dispositivo escénico en el que se basan sus trabajos posteriores: el espacio que se habita, el objeto, el hilo, la precisión, el sonido…. : “En ese espacio, lleno al mismo tiempo de tristeza y tiempo, de pasado y presente, de distancia y consciencia de lo último, se quedan Juan y Elisa Cabra, habitándolo y comenzando algo incierto. Comenzando. Esta obra es como un comienzo. Un comienzo lleno de pasado. Un comienzo tristemente esperanzado, quizá más lúcido, más sabio, pero cansado”, decía en el final de la crónica de esta obra.
Caía “Tierra pisada…” allá por el 2011 con la crisis comiéndose las suelas de los zapatos de los españoles, en un torbellino donde todo desaparecía, festivales, espacios, compañías… Qué lejos quedaba el 2003 de “Los días que va todo bien”, qué lejos el espacio al aire libre que tenía la Cabra en verano donde vimos maravillas de Legaleón, del Rebollo de “La noche justo antes de los bosques”, de la propia República; qué lejos el gran Pepe Henriquez con su grupo de trabajo de espectadores, de Faüstino estrenando maravillas en Madrid, de aquella obra de Carlos Fernández en rojo y blanco con sonido de Mogway y con la hoy inencontrable Penela… de Elisa cerrando la puerta “a en punto” y no abriendo aunque fuera el Papa, de Juan riendo… Me acuerdo del último “Al aire libre” en el Canto de la Cabra, después de la función de “Extranjeros” de Cambaleo (todavía hoy con su sala abiertos y en pie), me acuerdo después de la función, reírme, con la consciencia de que ya se acabó, y beber un vino (siempre bueno en esta sala) hasta al final y después caerme y golpearme la base del cráneo sonoramente. Algunos actos involuntarios son colofón y metáfora. Siempre me pareció que acabé bien con aquel espacio, que así debía de ser.
No hay melancolía en este post. Sino voluntad de transmitir tiempo, tiempo cansado, erosión, fuerza de resistencia, tiempo que es “evolución” sin el sentido de progreso, pero sí del de sabiduría.
Han pasado 8 años desde el estreno de “Tierra pisada…” en Pradillo dentro de Escena Contemporánea, ¿se acuerdan? Entre medias el Canto estrenó una obra “El quinto invierno”, pieza donde reafirmaba y asentaba esta apuesta del dispositivo que floreció en “Tierra pisada…”.
Ahora, llegaba “Gota a Gota”, pre-estrenada en Ensalle, pergeñada entre Becedas y L’animal a l’esquena, y que a finales del mes de noviembre (22 y 23) podrá verse dentro del Festival de Otoño de Madrid en el Teatro Pradillo. Llegaba las pieza a Tarrasa con una nueva incorporación en escena Raquel Sánchez, otra intérprete larga, alguien, algún día, con dos dedos de frente, debiera entrevistarla pausadamente. Y llegaba con otros dos largos del teatro que fueron cayendo en Becedas, refugio del corredor de fondo: David Climent y Carmen Medager. Y con Elisa, por primera vez, fuera de escena, más desubicada si cabe.
(seguirá)