A Fa Claes, poeta y lector
Con las manos vacías
entrelazamos tiempos
Encendemos hogueras
para ver el fuego
Cuando llega la lluvia
miramos despacio
su luz en los cristales
y en las piedras
¿Qué buscamos?
¿Qué somos?
Antonio Fernández Lera [ 17 de noviembre de 2016 ].
Me llegan estas palabras vía mail de ese brujo que es Antonio Fdz Lera. Me siento agraciado (sentimiento tonto) y agradecido de que esté en su lista secreta de aquellos a quienes cada cierto tiempo nos llega un poema de Antonio al mail. Los leo con toda la atención, me pille en el curro, en casa, en la calle, da igual, los leo pensando cada frase e irremediablemente pensando en él. Son sencillos en la escritura, poemas que exiliaron hace mucho y para siempre la floritura y no tienen otro remedio que afrontar lo que resta. Y me siento un poco ladrón al compartirlo acá, sin autorización alguna.
En este último mes, con el puto festival El lugar sin límites ya terminado, en el que curré como cronista y coordinador del blog, con el sinsabor que siempre queda donde has puesto trabajo y ganas, he ido dando tumbos, como siempre, por otro lado, nada especial. Pero no tengo nada en el corazón, y cuando uno no tiene nada en el corazón es quizá cuando más vivo está, la falta apremia y uno engulle. Estas notas que patinan van de ese engullir vacío. Bastardeo al maestro Ramos, a quien quiero tanto, como si fuera el aparato médico de reanimación.
Llevo más de tres meses mirando a distancia las fotos que está colgando Ubera en su blog de Teatron. 63 fotos de paisajes que son territorio de nadie y de todos. Y las miro con distancia porque se me pegan enseguida a la piel y no quiero, tengo una relación con las fotos de Jesús demasiado pegajosa. Y además, qué coño está haciendo. Hace diez años todos se pusieron a hacer este tipo de fotos donde gana la estructura y el objeto. Vendían bien, es más, acompañaban todo de un cierto “knowledge” sobre arquitectura y arte. Y nos reíamos de aquella pequeña moda minoritaria y monetaria, con sonrisa partida, porque a alguno les iba de puta madre, conseguían estar en todos los circuitos que te permiten editar bien, vender bien, vivir de estupendo y además hablar bajito entre colegas porque ya eres una personalidad y razonas bien pero tranquilo. Y ahora va Jesús y se pone a ello, diez años después, cuando ya no va.
Y llevo tres meses mirándolas, las miro, y las vuelvo a mirar. Jesús publica una y yo la miro y vuelvo a ese agosto donde todo empezó con esta foto:
Y me las veo todas otra vez. No puedo dejar de ver las fotos de Ubera en secuencia. Yo creo que siempre trabajó así, en secuencia y en collage. Siempre con las imágenes en relación. Y me digo que no tiene nada que ver con aquella moda exenta de vida, se fotografiaban espacios sin vida, edificios y estructuras que el hombre había transformado y que en cierta manera hablaban del vacío y la inutilidad al no haber nunca personas, al aislar edificios, por ejemplo, en paisajes asolados o inhóspitos. Nada que ver con estas fotos en las que aunque no hay mujeres ni hombres están en todo momento sus rastros, como si se hubieran ido hace cinco minutos en algunas ocasiones, como si todo estuviera preparado para recibirlos a las 8 en punto en otras, espacios donde su gente ha dejado rastros de una obsesión, el orden por ejemplo, o de una dignidad dentro de un naufragio, en otras.
Y me preocupan porque es, entre otras cosas, la historia de una devastación. La foto como un rayo x del alma que pulsa el disparador. Y me tranquilizo, porque también es la historia de muchos, y de este país, y de Madrid, y del proceso de la infancia a la madurez (que aunque uno luche es siempre muerta), y de la historia del desahuciado, del apartado de la partida de cartas, del que quedó fuera. Y me recreo porque en ellas está en subtexto todo. Sobre todo la ilusión. Ilusión perdida, ilusión peleada con el orden como si fueran Abel y Caín, ilusión encerrada, frustrada y en algunos pequeños resquicios ilusión inmanente, presente, aunque bajo siete sábanas de urbanismo y melancolía, como en las pintadas de esta foto:
¿qué buscamos?, dice Lera, así llevo un mes, preguntándome eso, y eso me pregunto ante las fotos de Ubera. Qué busca Jesús al hacer estas fotos, qué busco yo al mirarlas como si fuera el reflejo del fuego en los cristales. Ni por asomo llego a qué somos, simplemente, después de haber sido niño, de ese torbellino de inconsciencia y presente, de pasar por la juventud en la que todo se rechaza y todo se absorbe, después de haber tenido que madurar por cojones, qué busco.
Me decía Cornago el otro día, acertadamente, con otras palabras pero diciéndolo, que ya me vale con el saber escribir un poco y ponerme emocional. Que así uno se gana al que lee pero que de esa lectura solo queda que tras un pequeño tiempo todo quede como cierta subyugación por gustar por parte del que escribe; y que ese tipo de escritura está abocada al olvido, que a poco llega, que a poco sirve. Y llevo todo este mes pensando en ello. Con el corazón vacío, que es como uno puede estar vivo porque lucha por llenarlo -me digo para insistir-.
Pensé en las escrituras posibles, en realmente poner tu escritura en función y al servicio de algo y no de uno mismo, que es de lo que me acusaba Cornago. Y elucubré sobre Ubera haciendo estas fotos y compartiéndolas. y vi que en mi voluntad de escritura hay voluntad creativa, y me asusté. Ya no soy periodista, huelebraguetas con información que sintetizar, se fue la función de mis posts, escribo de manera disfuncional. Escribo para llenar el corazón, como Jesús con esas fotos, Ubera intenta llenar el corazón que tiene arrasado, casi con necrosis total. Y por eso son tan sobrecogedoras. Reflejo de una devastación y acto de voluntad heroica en el puto sentido griego.
Y comencé a ver todo, todo lo escrito en Teatron, todo lo escrito en los libros que me llevo a la cama u ojeo en el sofá, en el libro 4 de Rodrigo que tengo reservado para el WC; en todo, incluso en los telediarios de Piqueras, comencé a ver pechos vacíos que se hinchaban y emitían sonidos altos, graves, desaforados, ya fueran libros, obras o poemas que entran dentro de la esfera de lo creativo, ya fueran artículos informativos, notas centradas, análisis certeros, mails, whatsups, todo me resonaba como gritos en una cámara sorda. Vaya, que se me comenzaba a ir la fresa, a perder el norte, a desenfocar: Empacho de soledad y soliloquio unipersonal que es la conversación con uno mismo que nunca para y nunca compartimos.
Hasta que llegué el otro día a una premiere en la calle Gran Vía de Madrid para ver el documental sobre el disco OMEGA de Enrique Morente, Lagartija Nick y de algún modo Leonard Cohen, que ha realizado Sacromonte Films y ha dirigido Gervasio Iglesias. Estaban presentes su mujer Aurora Carbonel, y sus hijas Estrella y Solea. Fui solo. Y comenzó la película y desde el primer momento, tras unos horribles títulos de crédito de comienzo, me puse a llorar como un imbécil. Y he estado pensando qué es lo que nos dejamos en los artistas o trabajos artísticos que nos modifican y de alguna manera nos marcan. El Omega salió hace 20 años. Yo hice mi primera crónica en el año 1997, en el diario YA, sobre el primer concierto que dieron en Madrid ese año. Veinte putos años. Me la curré como un idiota, si la tuviese la ponía aquí mismo pero está perdida. Fue una nota respetando el género y estilo formal de un periódico de tirada nacional, aunque fuese en horas bajas. Y sí, el asunto imponía, la crónica no creo que valiese mucho, menos dos frases si recuerdo bien. Pero el caso es que me la curré a mansalva. A mí me gustaban los Lagartija Nick pero poco sabía de Morente, así que me embuí en discos que me pasó una amiga de mis padres: Sacromonte, Despegando, Alegro y Soleá… Morente, a partir de entonces, me ha ido acompañando siempre, su manera de hacer, su respeto por la tradición (siempre entra por el segundo verso, como queriendo explicitar que llega a un sitio donde todo ya comenzó, donde él simplemente continúa); y al mismo tiempo, su clarividencia e inteligencia para poder buscar, encontrar en otros lugares no propios del flamenco.
Del documental no sé deciros, está bien, sobre todo por las imágenes de la grabación del disco en Granada, por temas inéditos aunque sean salvaje e incomprensiblemente cortados porque sí a mitad, por ver a Morente paseando por Nueva York, por verlo cantar con veintipocos una versión de Estrella que no conocía, y por la crónica de la presentación del tema Omega en una sesión pura de flamenco que Morente estaba dando en el Albeniz. Ahí, Morente, frente a un público flamencólogo, se levanta solo en el escenario, con el telón detrás de él y grita “la hieeeeerrrrba”, momento en el que se levanta el telón y entra todo Lagartija. Ese acto, justificado, con una canción que lleva años pergeñando, tiene también toda la intención performática de la provocación. Tan necesaria, dice él en el propio documental. Y lo bueno es que vi ese momento en imágenes, Morente ahí solo diciendo: venga, vamos, decir lo que tengáis que decir, que tengo una claridad en mi cabeza y la voy a luchar hasta el final. ¿Os lo imagináis? ¿Os imagináis haber estado ahí?
La gente en el cine de Gran Vía aplaudía y yo lloraba como un mocoso, todo el tiempo, bochornoso.
Y podría enredarme en porqué lloraba, pero más quisiera decir una cosa. Que sí, que Morente está muerto, que Cohen (otro de los faros que diría Baudelaire) acaba de morir, que aquello tenía algo de akelarre aunque fuera urbanita y mitómano, pero que lo que a mí me tenía pegadito a la butaca era una sensación de estar de alguna manera en casa, en una casa de la que me pierdo, lamentablemente, con facilidad. En casa con esos veinte años que me he pasado estudiando y pensando con Morente. Escuchando Mi pena, Estrella, Yo poeta decadente, etc. etc. Este último tema viene del disco Alegro, Soleá y Fantasía de Cante Jondo. Discos Probeticos, 1995, donde Morente toca con una filarmónica entera y va recogiendo palos antiguos y letras anónimas entre las que mete este poema de Manuel Machado. Y pensaba en ese akelarre en la Gran Vía donde se clamaba que Omega era la revolución porque entró el rock en el flamenco, pero pensaba que lo importante en Morente es que era capaz de hacer ese mismo gesto, el de abrir y encontrar, abrir y encontrar, con las poesías de Miguel Hernández o Manuel Machado, con un grupo de rock o una filarmónica, o con la Voces Búlgaras en la Catedral de Barcelona. Estaba en casa con todo eso en la cabeza, y lloraba porque la madurez es una lucha por no dejarse ir e ir muriéndose en una cotidianeidad apagada, por no dejar que la necrosis gane en esas partes del cerebro que avivan el alma y al final llegue al corazón ¿Qué buscamos? Quizá no morir.
Si yo encontrara la estrella que me guiara,
Yo la metería muy dentro de mi pecho y la venerara
Y siguiendo este mes sinuoso, me llegó también al mail una maravilla llamada “Prólogo a los detectives salvajes (versión)”, un video de 27 minutos que es antesala al proyecto que están realizando PLAY dramaturgia.
Proyecto a la Bolaño, de indagación en el pasado, de intentar reconstruir lo que fue a través de trazos ínfimos, quieren el avión entero, dicen, haciendo metáfora entre la escena de los últimos veinte años y el avión perdido en el Atlántico del que solo se ha recuperado un ala. No estuvimos allí, dicen, ¿os lo imagináis?, dicen refiriéndose al estreno de “Protegedme de lo que deseo” de García.
Buscan una compañía que decidió irse y dejar de ser visible, una Cesarea Tinarejo que uno se plantea si no está mejor perdida, para ello acaban de cruzar el Atlántico, por ahí andan en noches americanas buscando un telefonillo que presionar.
La historia de los que decidieron dejar de ser visibles. El acto de búsqueda y viaje. ¿Qué buscan los PLAY? No lo sé, no sé qué se busca cuando uno se centra en lo ido. En algo que ni se vivió, No estuvimos allí, dicen, buscan algo que les contaron, mitifican sobre un arte efímero sobre el que no hay casi registros, mito sobre mito, y bajo él una historia de nuestra escena, una de tantas.
Ulises Lima y Arturo Belano, estos dos perros aulladores, que inician la búsqueda de una compañía que les complete el realismo visceral que fue nuestra escena de los noventa y primer decenio del XXI. En el libro de Bolaño se disuelve poco a poco la búsqueda de Lima y Belano y entramos en el naufragio vital de estos dos huelebraguetas de la vanguardia literaria mexicana, dos hombres que buscaban para encontrar sus fundamentos artísticos y que se pierden en un mundo ancho y solitario. África, Israel, París, España… La vida es un naufragio que no siempre sale bien. Hay mucho de lo que hablar en lo que está haciendo PLAY dramaturgia, mucho que comentar y que pensar sobre lo que ha pasado en estos años con toda una corriente escénica, mucho sobre las estructuras culturales y de mercado. Y lo haremos. Pero a mí me interesan Lima y Belano, ¿porqué buscan? ¿qué buscan? Por apuntar algo, pienso en el miedo al naufragio, a naufragar ellos, a que se malogre tanto esfuerzo y voluntad.
Me parece el proyecto “escénico” más atrayente que pasó por mi vera en estos últimos tiempos. Los sigo como otro detective, a distancia, sin entrar pero queriendo saber a cada paso. Y este mail que me llegó como un regalo, que salvó este mes de púas y silencios, quisiera compartirlo con ustedes. Tampoco sé si estoy autorizado pero es una maravilla y además anda en la red, así que…
Gracias Pablo, me mola tu vacío. Imagino que existe una opción en Teatrón que cuando escriban los afines nos llegue una alarma al despertador por la mañana y así te tomas el café acompañada. Que grande el puto video De los PLAY dramaturgia… esto promete.
No es que tengas el corazón vacío, Pablo, es que lo tienes demasiado grande. Yo cuando vi el vídeo de los Play les mandé un mail que, al hilo de tu post, y después de hablar con Fernando Gandasegui, he rescatado; lo copio aquí:
Precioso el vídeo, Fer, Javi, todo un viaje por el pasado pero también por el presente; qué buscamos, dónde estamos. Cuando lo vi pensé que era una pena que ese avión que andáis buscando no exista, o quizá, como dice Pablo, sea una suerte (me acuerdo de aquel post “cagar el siglo XX”, ¿os suena?, aunque la mayoría de las obras de las que habla vuestro vídeo no son ni del siglo XX, son de ayer, quizá lo más trágico sea eso, que esto de lo que hablamos no es ni el pasado, que es ayer, que es hoy), me refiero que es una pena que todo ese pasado no exista fuera de la cabeza de quien alguna vez lo ha buscado o simplemente se ha encontrado con él… o quizá sea más exacto decir que sí existe, pero que hay tantos como personas lo buscaron, ya sea de forma consciente o como parte inevitable de su vida, porque ese avión era su casa, nuestra casa, se armó, se sostuvo, quizá en algunos casos con menos fe de la debida, o al contrario, con demasiada fe, tenía un poco de supervivencia vital, otro poco de juego, otro poco para ver qué pasaba, o qué podría pasar, o qué debería pasar, más o menos como hoy, y lo que pasó finalmente es lo que pasó, es en lo que está pasando ahora y lo que nos está pasando, esta es la pregunta. ¿Qué nos está pasando, qué estamos haciendo?
Una de las escenas finales, la de la cabeza con los cigarrillos humeantes y el solo de trompeta, qué bonito, me recordó a un montaje de imágenes, cara a cara, que incluí en el libro violeta, a veces me pregunto… que sacaron Sandra y Marina en Con tinta; en realidad antes de llegar a esa imagen ya había algo en el vídeo que me estaba poniendo no sé si melancólico o nervioso, o simplemente inquietando, cuando terminé de verlo me puse a buscar aquel otro vídeo que preparé entonces, me constó dar con él, tan olvidado lo tenía. Este fue el segundo viaje que me pequé esa noche. Lo hice hace solo seis años, a partir de una invitación de Jordi Fondevila a las jornadas de apertura del máster del Institut del Teatre, una cosa que se llamaba Scanner, en el 2010. Se trataba justamente de hacer un repaso a la historia a partir del concepto de autoría. Yo tenía la década de los 2000. Lo vi de nuevo (en la página ya no está el vídeo, pero sí un montón de materiales, casi ya de época), no me reconocía ni yo, y son solo seis años. ¿Qué pasó con el avión? Muchas de las obras que incluí en ese vídeo son las mismas que estáis vosotros ahora buscando. Me pregunté, si tuviera que hacer yo hoy un recorrido parecido, cómo sería, qué avión me pondría a buscar, quiero pensar que no sería el mismo, o al menos no desde el mismo punto de vista, un tema este de los puntos de vista que aparecía ya en el vídeo en una escena muy graciosa con Óscar Gómez. Una cosa sí rescaté de aquel trabajo, quizá la única, y es la historia como un modo de reconstruir no el pasado sino el presente, creo que ahí radica la verdadera dificultad de todo esto, y también, en definitiva, su único interés, llegar a una escena posible para un presente necesario. La cuestión no es recuperar un pasado, sino construir un lugar desde el que proyectar una mirada que nos sirva también para estar aquí y ahora, definiendo una postura frente al futuro. Visto así, el pasado se convierte en un modo de sentirnos vivos hoy, al borde, en el límite de algo todavía sin escribir; eso nos alimenta, nos da un presente, que es el escenario más necesario, un escenario imprescindible, como decía Brecht en el poema aquel, imprescindible como fue para mucha gente aquel que estáis buscando, pero no fue imprescindible por lo que luego quedó o no quedó de él, sino porque en aquel momento sirvió para abrir un punto de fuga imprevisto en un horizonte histórico escrito con esas letras pesadas que fijan el pasado en una forma impuesta; a lo largo de los noventa se empezó abrir una brecha que parece que todavía nos alimenta. Hay que regar los pasados, pero al regarlos crecen y cambian, esto también es un riesgo, por ahí alguno se queda sin su mítico pasado, lo otro sería embalsamarlos. El favor más flaco que se le puede hacer al pasado es tratar de repetirlo. Una tarea que la escena, la escena musical, de la danza, pero sobre todo la del teatro, cargada con el peso de la palabra, ha hecho suya. Este afán de conservación pesa sobre el teatro como una losa.
Por eso quizá que los niños, pura vida, no tienen ni conciencia del pasado, ni falta que les hace, y quizá por ello se quedan también embobados frente a un escenario, y quizá por eso los jóvenes, en la flor de la arrogancia, lo rechazan con un cierto orgullo, aunque luego empiecen a mirar atrás, y con ese giro nace el fantasma del fracaso, que es el fantasma de la historia, y por eso también a medida que te haces mayor necesitas más de ese fantasma, primero para construirte un lugar que te dé credibilidad y luego simplemente como forma de supervivencia para seguir creyendo en ti mismo, hasta que te haces viejito, viejito, y te vas arrugando como una uva pasa a la que al final no le queda ni pasado de lo pasada que está, y vuelves a ser un puro presente, de nuevo un niño, un ser que se comunica de esa forma misteriosa como se expresan los bebés, las plantas, los animales, los locos o los enamorados, todo aquel que se mueve por un impulso que lo supera, la historia es también un impulso que nos supera, un impulso de destrucción, decía Benjamin, pero no es solo eso, también es una fuerza. Cierto que cada vez necesitas más el pasado y te vale de menos, porque eso que se nos escapa entre los dedos no se consigue retener ni con todo el pasado del mundo, pero ahí estamos, intentándolo, aunque haya que ir a la otra punta del mundo para mirarnos en esa historia, o sobre todo porque seguramente no queda otra que ir a la otra punta del mundo, y eso siempre es una flipada, aunque esa otra punta esté a nuestras espaldas, debajo de nuestro culo o en la persona que tenemos en frente, y porque no intentar llegar hasta ahí es estar ya muerto.
Seguro que ya sabéis que al final del viaje no se encuentra casi nada que uno no haya ido haciendo durante el camino, que el único avión que existe es ese en el que estáis subidos, y que no es ni un avión, sino un pedazo de ala, que está así bien, porque tenerlo todo sería el final, y que lo difícil no es recuperar un pasado, por otro lado imposible, sino un presente que nos permita seguir mirándolo y mirándonos con la suficiente… me pregunto qué palabra vendría bien aquí, cuál sería la palabra justa, ¿perplejidad, tal vez?, podría ser.
Del lat. tardío perplexĭtas, -ātis.
1. f. Irresolución, confusión, duda de lo que se debe hacer en algo.
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