Esta mañana andaba ya inmerso en la que se avecina, en este mes de inmersión que va a suponer “El lugar sin límites”. Los directores del festival, Carlos Marquerie y Emilio Tomé, han centrado el tiro entre dos conceptos: la casa y el relato.
Y andando por la calle me encontré una edición setentera de “Bestiario” por dos euros, el libro de cuentos de Cortázar, y me acordé de “Casa Tomada”. Así que lo compré y lo leí de nuevo: cortito, tan extraño como evocador. Esos dos hermanos con la vida resuelta que van dejando sin lucha alguna que unos seres innominados les invadan la casa familiar hasta que acaban fuera de ella, expulsados, tirando las llaves a la alcantarilla. Y pensaba en nuestra casa, esta española, o madrileña, esa casa no familiar pero en la que vivimos. Y los paralelismos venían solos. Luego leí el prólogo, un prólogo que cargaba la tinta sobre lo político. “Casa Tomada”, escrito en los sesenta, con Perón al frente del gobierno, texto que se leyó como nítidamente “antiperonista” (esos pobres que nos echan del hogar familiar construido con años y tradición). Hasta llamaban “Gorila” a Cortázar, eso decían del que luego escribiría “Nicaragua tan violentamente dulce” o, si no quieren algo tan coyuntural, “El libro de Manuel” por ejemplo. Y pensaba en las lecturas que uno hace, en lo que uno lee en el arte y de lo que ahí hay. Y pensaba que quiere decir ese “ahí”, si es un lugar, si es posible que contenga.
Pensé en los cuentos, que son la quinta esencia del relato, pensé en el texto introductorio del festival que habla del relato contado en torno al fuego, ese lugar mítico donde creemos que nuestros ancestros construyeron la primera comunidad, la metáfora y el simbolismo. Y me acordé de no sé qué escritor que decía que las novelas y cuentos de Pio Baroja sonaban a relatos contados en tono bajo junto a un fuego. Y me acordé de mi amigo Óscar Cornago y de un texto que leyó en un Escena Contemporánea sobre la comunidad, concepto tan manoseado últimamente en las “prácticas escénicas” (sic). Un texto que hablaba del comienzo de sentimiento de comunidad describiendo una plaza, el justo momento en que un hombre apuñalaba a otro “ahí, en ese momento, comenzó el sentimiento de comunidad” explicaba Óscar.
Y escribí esto antes de comer:
“En esta segunda edición los organizadores se han centrado en dos conceptos: el relato y la casa. No sabemos si los trabajos que se mostrarán en el ciclo realmente los acogen, si hay, como se dice, una fina línea de programación que atraviesa y profundiza en estos dos conceptos. Veremos. Pero nosotros hemos decidido hacerlos nuestros. Acogemos como acólitos estos conceptos, los incardinamos, los asumimos dentro de este blog, para bastardearlos hasta el infinito, para exprimirlos hasta la brasa… Esa es la idea, seguir horizontalizando la mirada y la reflexión en torno a esto que ya no quiero nombrar (teatro experimental me apunta el compañero bloguero, ni de coña, dice el tercero en discordia, pues eso, digo, ni nombrarlo). Seguir invitándoos a escribir, a reflexionar, a mandarnos lo que consideréis. Y con toda la voluntad de seguir moviendo la cosa, la casa, esta madrileña y esta española, para ver si ese viento salgadeño que hoy parece parado sigue estando ahí… ¿Y qué mueve ese viento, qué ha movido en esta casa? ¿La decoración, los muebles de sitio, nada? Otros cuarenta años de democracia en la casa, casa del pueblo, casa de lenocinio y parricidio, casa de todos, la casa-cosa pública, ¿se movió, se moverá? Estamos barruntando, viendo quien tiene las llaves para robárselas por un rato y hacer copias y más copias, y más copias y más copias. Estamos barruntando, moviendo los sesos de un lado a otro, de otro a uno, hasta la risa incontinente. Que empiece esto, dice el bloguero, ahí estoy de acuerdo dice el otro en discordia: aquí lo que tiene que pasar es que esto empiece, que dejemos los sesos quietos de una vez y nos los empiecen a mover en platea. Yo, transcribo”.
Y ahora, tras la siesta he alargado el brazo y cogido un libro de ese traductor de Müller que además y sobre todo es buen poeta. Y leí esto: “LA CONDICION HUMANA I: NEGRA noche / más cerrada / que el portalón del Paraiso // y alguien errando / con una escoba en la mano / donde quizá debiera llevar una linterna” (“El común de los mortales”, Jorge Riechmann).
Y claro, me acordé de Emilo y Carlos, hace quince años estrenando en el Teatro Pradillo junto a Montse Penela “2004 (tres paisajes, tres retratos y una naturaleza muerta)”. Emilio y Montse interpretando, y Carlos dirigiendo y manipulando objetos en escena, hasta que en un momento se quedaba vestido con bata negra barriendo el espacio, con una linterna en la cabeza. Y congelaba el movimiento. Puta imagen grabada a conciencia.
A mis compañeros de blog: Fernando Gandasegui y Javier Marquerie.
Os seguiré con apetito.