Artículo publicado en El País
Con ese andar humilde que le caracteriza, Luis García Montero entró hace unos días despacio al escenario de la Sala Mirador, evitando con la mirada los aplausos que le recibían en una sala abarrotada. Con delicadeza se sentó ante una pequeña mesa tan solo ocupada por una botella de agua y unos cuantos libros y papeles. El poeta granadino sabía que esta lectura tenía algo de especial, no estaba en un ateneo, ni en un bar, ni en un centro cultural. Se encontraba en el centro de una caja negra, de un teatro, y así empezó, uniendo espacio y momento histórico, con su poema La Farsa: “Son malos tiempos para la justicia. / Vengan a ver la farsa, / el decorado roto, la peluca mal puesta, / palabras de cartón y pantomima (…)”. Con tan solo su voz, el gesto y una iluminación general, García Montero desgranó en poco más de una hora toda una concepción de la poesía como recodo donde aunar lo íntimo, lo político, la crítica y la esperanza. Leyó poemas antiguos, poemas de su último libro y del que se encuentra escribiendo ahora, citó a Marx, a Rimbaud, habló de su amistad con Alberti y su piso de la Calle Princesa; y se retorció con un público callado, atento y entregado, ante la situación política del momento.
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La poesía sigue estando presente en la vida de la gente, y en escena, pero sobre todo acompañada de música: rap, pop o del tipo que sea. La mayoría de la gente no lee poesía pero sí la disfruta en otros formatos. Muchos de los que se interesan por la música popular del último siglo en realidad no están interesados directamente en la música sino en la poesía, en las letras de esas músicas. Y el caso del hip-hop es capítulo a parte. El rap es sobre todo poesía. Esa poesía es callejera y está en la plaza desde que nació, no necesita que la inviten a ocupar un teatro. No sé por qué me pongo así de quisquilloso, la verdad es que me parece estupenda la iniciativa de la Sala Mirador, como me pareció estupendo el otro día el recital poético sobre Agustín García Calvo en el Heliogàbal de Barcelona, acompañado también de músicos variopintos, además de poetas. Quizá lo que me pasa es que, una vez más, veo a los teatros y a los literatos tan alejados de la calle que cuando pretendidamente intentan acercarse aún se me hace más evidente esa lejanía.