LA NATURALEZA Y SU TEMBLOR

La naturaleza y su temblor
de Idoia Zabaleta, Chus Dominguez y Tomás Aragay
La Casa encendida, del 17 al 21 de octubre

Ver qué son las cosas en sí mismas, analizándolas en su materia, en su causa, en su relación.
Marco Aurelio, Meditaciones, LibroXII.

Hace una semana tuve la oportunidad de asistir a “La naturaleza y su temblor”, cristalización de un proyecto de investigación (La Glorieta) que comenzó hace más de un año en Azala.  En el proyecto: Tomas Aragay y Sofía Asencio de la Societat Doctor Alonso, Idoia Zabaleta, Chus Domínguez y Espe López. Antes de Madrid tuvieron varios encuentros: Azala, L’Excrosador, el Teatro India de Roma, en el Fest. de Sevilla y en Matadero Madrid (podéis consultar aquí). Y el jueves 17 de octubre, como decía, pude deglutir lo que parecía una de las posibles destilaciones de todo ese periplo.

En grupos de 12 personas “La naturaleza…” proponía un largo paseo por el barrio de Embajadores. Un paseo meditativo, de escuela peripatética pero con espíritu walseriano, como si de un Thoreau pos-radiactivo y urbanita se tratase. Aislarse (durante la pieza portabas unos cascos por los que se emitían textos y sonido pero que cuando estaban en silencio también acolchaban el ruido de la ciudad) y distanciarse para poder caminar pensando.

El punto de partida ya era de una sencillez extrema y de potencia sugeridora. En plena calle de Ronda de Valencia, a un lado de la acera, el grupo de caminantes podía sentarse y contemplar el ajetreo callejero de un atardecer madrileño, niños con padres, caras de vuelta a casa, frenazos y prisas y una luminotecnia que ni nuestro gran premio nacional Juan Gómez Cornejo. Mientras contemplabas, podías escuchar por los cascos una disertación filosófica del profesor Narcís Jonaola basada en el conocimiento desde un punto de vista ontológico y fenomenológico: ¿Quién piensa? ¿Existe la realidad? ¿La realidad son las cosas? ¿Es posible el conocimiento sin experiencia?… Más allá de la profundidad o no de tal disertación, la voz era agradable, dejaba todo el día laboral de uno en suspenso y servía como pequeño Virgilio que invitaba, abría la puerta, incitando a la neurona, predisponiendo al oyente a la reflexión. Ciudad y pensamiento, poder pasear por nuestras calles pensando con ellas, de eso va esta pieza. Algo que pudiera parecer obvio pero que el que suscribe llevaba olvidando tiempo.

El segundo sitio elegido fue el Circo Price, justo antes de comenzar el espectáculo, con la gente entrando, niños y padres en un jueves normal acomodándose mientras una música infernalmente pop sonaba a bastante castaña. El grupo de los doce, sin embargo, subía por unas escaleras por encima de la carpa llegando a un sitio levitado entre el techo del edificio y la carpa, lugar vacío, colchón de aire a media luz donde a lo lejos se oía el bullicio. Ahí, en ese no lugar donde predominaba la estructura arquitectónica ovoidal semejante a un platillo volante, una voz taimada decía un verso poético del que no me acuerdo nada. Todo puta sensación… Si tuviera que decir sobre qué iba el texto, sin saberlo, la primera frase que me viene a la cabeza es silencio. Al igual que la escritura automática es un proceso que no proviene de los pensamientos conscientes, digo yo que también debe existir una escucha automática; y esta era la que ésta parada de “La naturaleza y el temblor” provocaba. Temblor que se concentraba en la membrana timpánica del oído medio.

Estas dos primeras píldoras sirvieron como plataforma de despegue, luego vino una parada en un bar que uno ha usado como último rincón mañanero, bar de taxistas donde toda memoria es bruma con tropezones, seguía hablando Narcís Jonaola y yo tan solo veía las réplicas de Zurbarán y Velázquez tapados por el sudor concentrado de los años; luego nos pasearon por la parada de Embajadores de Metro, escaleras abajo y escaleras arriba bajo una música electro-pop que denunciaba automatismo, el nuestro, el de cada día, el que llevamos puesto sin saberlo, arquitectura humana del movimiento del que no me sentía parte en ese momento. La imposibilidad del observador pensante de ser parte de lo observado.

Y así, ya narcotizado de sentidos y reflexiones fuimos bajando hacia el río, tan solo un tanto molesto por la cabeza y el coche escoba de la organización que por momentos pareciera que querían convertir aquello en excursión escolar y no en deambular disoluto; pero impulsado por los sonidos callejeros grabados y registrados en directo que Chus Domínguez iba mandándonos desde su control base portátil (era un número ver a Domínguez con su micrófono, su mesa al cuello y su antena, parecía un caza-fantasmas).

Tan solo una parada me hizo salir de esta caminata propia del Festival MAPA trasladada a la capital, de este site-specific con todas sus letras: fue la parada en una tienda de traje y confección. Uno de los aciertos de esta propuesta es la ausencia de intervención interpretativa, de actores, de bailarines, incluso de cuerpo, todo se recoge de y en la ciudad, algo que va muy en consonancia con las reflexiones auditivas del profesor, ¿cómo puedo pensar mi entorno, qué conocimiento puedo extraer de él? Hubiera sido muy raro que una de las paradas hubiese sido, por ejemplo, una micro propuesta de danza en medio de una calle desierta, ahí hubiese entrado el cómo pensar la representación, cómo pensar lo pensado simbólicamente, metafóricamente, etc., es decir, artísticamente, por el hombre. Y en esta tienda de confección pasaba, si bien no esto, algo similar. En un espacio mínimo veíamos operar a un taller de confección, la capataz iba revisando los trabajos que los otros tres empleados estaban realizando (una tapizado de una silla, una camisa, etc.). La propuesta tenía sentido ya que versaba sobre la experiencia, sobre su transmisión y sobre el conocimiento que esto puede dar, pero aquello era, aun  con toda la naturalidad que los trabajadores querían poner al asunto, simulado. ¿Qué estábamos observando? ¿Qué debíamos reflexionar sobre aquello? Ahí me quedé pensativo y solo veía costuras, las de la tienda y las de la obra, demasiadas costuras.

Llegamos por fin al último lugar, un pequeño taller lleno de máquinas más grandes pero similares a las que conocemos para copiar llaves. Un taller hermoso lleno de trabajo y de restos de metal donde se fabricaban pomos, remates, perchas y demás metal labrado. Un operario en silencio fue accionándolas y pudimos ver la fabricación de unos tiradores de armario… Cuando comenzaba a mostrárnoslo, súbitamente, antes de poder establecer la típica conversación con el artesano, la luces se apagaron y todo fue sustituido por un temblor creciente. Todo el pequeño taller, con su luz ya nocturna y todas sus ventanas de vidrio temblaban, todo mi cuerpo físico temblaba, mis brazos, mi pecho, los pelos de mi cabeza. Pensamiento como temblor, temblor de neuronas y temblor como fricción del choque entre lógica y emoción, temblor como temblaba aquella enorme pieza de L’Alakran “Suis à la messe, reviens de suite” que pude ver primero en MAPA y luego en el LP de La Porta (los dos ya idos).

Y así, cansado, con los pies doloridos, creí que ya estaba, que se había terminado, pero el asunto continúo en un pequeño bar madrileño donde todavía dan chatos; y una vez servidos, la tabernera, en buena dicción nos leyó un pequeño texto de Marco Aureliode sus “Meditaciones”, best seller imprescindible desde el siglo III d.c.

Buen trabajo esta propuesta colectiva y vertebrada por la Societat. Trabajo lento, como dice Aragay anunciando su nuevo proyecto, “El desenterrador”. Y se nota la destilación y el ritmo, trabajo despojado y vuelto a despojar que incluso pudiera estarlo más. Invitación ciudadana a repensar nuestro sitio, a cómo podernos relacionarnos con lo que nos rodea, trabajo pro-sensible y reflexivo incardinado en invitación.

PD: Quisiera también recordar el trabajo anterior de la Societat Doctor Alonso: “Introducción a la introducción” que ya incorporaba el texto filosófico como materia de trabajo y que rompía para mí la línea de dos trabajos anteriores de la compañía, “Caldo Primordial” y “Club Fernando Pessoa”, etapa donde el que escribe estaba un poco desconcertado. Lo vi en Pradillo hace meses. Era la primera pieza surgida tras el cierre voluntario del Festival MAPA que dirigía la propia Societat. Era volver a ver a Sofía Asencio bailando después de aquel impresionante “Volumen II” con Nilo Gallego de hace ¿seis años?, era un solo de danza que llegaba con una España sumida en crisis, con Cataluña a recorte limpio y con un área, el de las escénicas, donde se acabó lo que se daba, donde la exhibición caía en picado, donde proyectos, centros y colectivos se desintegraban. Donde el replanteamiento artístico de para qué sirve el arte en estos momentos estaba en muchos de los trabajos que veíamos. Y creo que Asencio, en subtexto estaba respondiendo a todo eso.

No recuerdo bien, han sido meses, debiera haber escrito con la pieza inscrita en la pupila, el trabajo bien lo merecía, pero no siempre se puede. Pero no quería dejar pasar la ocasión para hacer un apunte. Aquella pieza sobre lago negro y reflectante me llamó mucho la atención por dos cosas, que son la misma. Primera, por el trabajo de cuerpo de Asencio, cuerpo hecho, lleno de técnica, preciso y en esta ocasión afilado, sin adorno alguno. Y segunda por la significación que emanaba de todos los aspectos de la pieza. Veíamos a una Asencio volver a su núcleo, ya con cuerpo trabajado, mayor, después de piezas de humor lacerante pero ligero. Se transmitía la necesidad de la artista de en este presente hacer desde una ética, una ética que convertía a su cuerpo en manifiesto politico de una profesión y una época. Sé que suenan grandes las palabras pero la sensación ante la pieza fue grande. Ante toda esta marea de crisis e incertidumbre donde vemos a los hombres pez correr de un lado a otro buscando colocación y seguridad ante el miedo de haber perdido sus pequeños chiringuitos (unos más justos que otros), Asencio proponía el trabajo a conciencia, el seguir investigando en lo que uno sabe y con lo que tiene, sin alharacas, con determinación, con esfuerzo. El maravilloso trabajo de suelo de la pieza es una demostración de esa obstinación bendita, fruto del convencimiento de que ahora más que nunca hemos de mirarnos en el espejo, aunque este sea negro y nítido. Enfrentarnos con lo que somos, repensar otra vez los fundamentos sobre los que nos sustentamos, hacer una introducción a la introducción de nosotros mismos. Estaría bonito ver esa pieza de nuevo, no sé dónde, no sé cómo pero debería darse otra vez en Madrid.

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14 Responses to LA NATURALEZA Y SU TEMBLOR

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