Reflexión a partir de “3 Conversaciones en torno a la comunidad”. Encuentros realizados en el espacio Off Limits dentro de las actividades de Escena Contemporánea.
Ayer asistí a la última charla de los encuentros del Festival Escena Contemporánea en torno a la idea de comunidad. Después de Chantal Maillard y Amador Fernández-Savater le tocaba el turno al pensador Óscar Cornago. Cornago, que sin exponer e intentando romper la didáctica y la figura del conferenciante, fue deambulando y jugando. Deambulando por asociaciones y relaciones en torno a la idea de la comunidad desde un punto de vista más cercano a las “prácticas escénicas”, jugando con la idea de representación de él mismo allí hablando, evitando corpus y síntesis… Hablaba Cornago con Savater y Maillard sobrevolando. Qué es comunidad política, qué comunidad social… qué idea de comunidad es posible desde las escénicas o en las escénicas… Se habló de la importancia del espacio, de encontrarse en un lugar, de aventurarse a un viaje en comunidad donde uno tenía que aflojar la identidad previa con la que llegaba para poder en ese espacio, con el cuerpo presente, poder compartir. Luego llegaron las interpelaciones del público, las diferencias de visión de gente más politizada, las adhesiones de gente que veía una posibilidad de realización y de campo de trabajo en esa posible comunidad sensible o comunidad de sensibles a la que Cornago apuntó…
Mi reacción fue extraña, vectorialmente disímil. Es decir, me salí quizá de lo que allí se estaba tratando. De la dirección y el sentido que aquella charla perseguía. Medio entendía lo que allí se trató y al mismo tiempo reaccionaba no sabía bien a qué. Me salían, aunque callaba, soflamas futuristas, pseudo-fascistas, “…un automóvil rugiente, que parece correr sobre la metralla…”. Pensaba manifiestos mentales. Reacción. Reacción de alguien que va al teatro solo, del que va contradictoriamente a un espacio público y compartido que es la platea, pero va zarandeado y expulsado de la vida, negando la vida que quizá es la más esencial manera de afirmarla, que va al teatro esperando encontrar, ni comunidades ni modelos sociales, sino iluminaciones, maneras de ver y concebir que me hagan cambiar la manera de mirar, es decir, que me hagan ver porque estoy ciego. El teatro como creación sanadora, bueno, eso es más a la Artaud, pero algo de eso también. El teatro como espacio donde un creador o creadores son capaces de entrever lo inasible, lo invisible, un espacio donde el deseo de trascendencia del hombre está en el centro. Unas veces con la realidad contingente, otras con la muerte acuestas, ootras a través de la palabra queda o la actuación precisa, otras con el cuerpo en dislocación poética y geométrica… Hay tantas maneras. Pero siempre con ese deseo de trascendencia que es también choque con lo contingente que nos limita y también nos conforma. Y ahí seguía, mascando, y sólo me venían a la cabeza personajes tildados de reaccionarios y personajes religiosos o ateos, pero tan cercanos unos de los otros.
Pensaba en el “museo imaginario” de Malraux, en ese museo mental pero real que este francés de pantheon expuso durante casi veinte años en sucesivas ediciones de Gallimard y de Galerie de la Pléiade. En ese museo personal donde todo conversa y se metamorfosea (cambia de naturaleza) al encontrarse. Pensaba, en síntesis, en qué pinta la comunidad en las artes escénicas. Y casi diría que nada, o diría que nada si no se parte o se tiene en cuenta esa relación primera y esencial que es la artística. En qué nos une una obra como el “El jugador” de Dostoievski, una obra donde uno en absoluta soledad encuentra un cuarto iluminado, algunas veces casi entrevisto pero allí lleno de claridad donde ves que el hombre es lo que lo destruye y que el deseo es aniquilación. A mí, en mucho. Transitar esa soledad compartida a través de las páginas con el escritor me hizo conocerme y reconocerme y poder ver tanto dentro como fuera de mí. Es ese el mismo proceso que como espectador sigo, llego a un espacio oscuro e íntimo donde cierro los ojos y los abro, para allá encontrarme con un espacio fuera del tiempo, que al mismo tiempo que niega la vida la alumbra. Busco artistas que cambien mi manera de vivir, que cambien mi manera de vivir, que la mejoren. Eso busco, ese es el principio motor, eso es lo que me hace desplazarme e ir.
De un buscador de perlas hablaba Bergman metafóricamente intentando explicar su oficio. En cierta manera, el espectador es lo mismo, un buscador de perlas que se sumerge, recoge una concha y muchas veces esta vacía. Pero otras no. Yo no voy al teatro a encontrarme con gente, ni a crear comunidad. Es más si por eso fuera, no iría. La encontraría en mi barrio, si lo tuviese, o me la inventaría en un barrio que hiciese mío. O volvería a los 16 años, cuando había barrio y parque y colegas y juegos e iniciaciones y paso del tiempo juntos.
Y sigo diciendo que todo esto es reacción desmedida. Pero reacción a no entender cómo se puede hablar de comunidad en las artes escénicas sin hablar de nada de esto. Cierto es que al final, al enfermo de ir al teatro, que es un enfermo vicioso, como soy enfermo de leer, su barrio por subsistencia se crea alrededor de estos espacios de búsqueda que son los teatros. Allí, en la barra de un bar, en los paseos en compañía posteriores a haber visto, paseos llenos de silencio donde se comparten momentos de efervescencia callada… Allí, digo, uno, como puede, intenta vivir en compañía y hace lo que buenamente cree que debe hacer. Es más, allí y gracias a lo que habíamos compartido en platea o en escena, he encontrado a dos o tres buenos amigos. Es más, allí, en los alrededores, creo que es posible crear espacios de comprensión compartida pero efímeros.
Así, con este sabor de estar pensando las cosas desde un lugar equivocado o por lo menos no procedente, seguí mascando. Cogí el metro, me paré en la cafetería Iowa, puto callejón del gato que estaba casi vacía en estos siberianamente incomprensibles días madrileños. Comí algo, eché una moneda a la tragaperras, me tocaron 24 euros, me acordé de Dostoievski, seguí mascando lo contradictorio que era haber ganado, que la cena me saliera no solo gratis sino con plusvalía. Me dirigí a mi casa de la calle Valverde, me acordé por infinita vez del libro de Aub, llegué a casa y me puse a leer compulsivamente a Adorno. Y me dormí negando la vida y me adentre en los sueños con frases como estas dándome vueltas a la cabeza:
El movimiento inmanente del arte contra la sociedad es uno de sus elementos sociales, pero su actitud manifiesta respecto de ella. Su gesto histórico rechaza la realidad empírica aunque la obra de arte, en cuanto cosa, sea una parte de ella. De poder atribuirse a las obras de arte una función social, sería la de su falta de semejante función. Al diferenciarse de esa realidad que está como embrujada sirven para encarnar, negativamente, un estado en que la realidad llegaría a buen puerto, que es el suyo. Su encantamiento es el desencantamiento.
La denostada incomprensibilidad del arte hermético es el reconocimiento del carácter enigmático de todo arte. La indignación ante sus obras procede en parte de que sacuden la comprensibilidad de cualesquiera otras. Es universalmente válido el hecho de que las obras aceptadas como comprensibles por la tradición y la opinión pública quedan como galvanizadas en sí mismas y se hacen incomprensibles; las que en cambio lo son de forma manifiesta, las que acentúan su carácter enigmático, son potencialmente las más comprensibles. El arte en sentido estricto carece de conceptos aun en los casos en los que los usa y adopta una fachada de comprensión.
La experiencia estética lo es de algo que el espíritu no podría extraer ni del mundo ni de sí mismo, es la posibilidad prometida por la imposibilidad. El arte es promesa de felicidad, pero promesa quebrada
El hecho de que las obras de arte estén ahí nos indica que lo no existente puede ser.
Gracias por tus reflexiones, Pablo. Siempre he pensado que lo mejor que una charla puede provocar en quien está ahí presente (no necesariamente oyendo cada cosa que se dice) es ese viaje personal que difícilmente va a coincidir con el que puedan tener los demás, incluido el mismo que está ahí en escena en ese momento, con su propio viaje, engañándose mientras piensa que los demás están pensando lo mismo que él.
Pensar juntos no es pensar lo mismo, e invitar a los demás a pensar (al fin y al cabo ese es el propósito de una charla) no quiere decir invitarlos a pensar lo mismo, pero sí junto a. Como en el caso de la comunidad, lo importante es el espacio y lo que pasa en ese espacio; eso que pasa es justamente lo que más se resiste a ser dicho, o mejor aún: lo que no se puede decir, porque decirlo implica ya convertirlo en otra cosa.
Así que ahí seguimos, dando vueltas, rodeos, perdiéndonos y rozándonos, para que al calor de esos tropiezos, de vez en cuando, surja algo, una posibilidad de ser (algo totalmente distinto)… la iluminación, que dicen algunos, entonces es cuando uno consigue ver y se ve, ver algo que no se sabe bien lo que es, y quizá sea uno mismo disuelto entre un montón de cosas que nos atraviesan y que vienen de mil sitios distintos, una galaxia de puntos, presencias, sombras, pasados, sensaciones, realidades… la comunidad yo creo que tiene que ver con ese momento de disolución, lo que pasa que en lugar de disolvernos, como suele ocurrir, en nuestra soledad, nos disolvemos en compañía, que por momentos pareciera que mola más. Y esto, como tú dices, tiene poco que ver con estar ahí callado viendo una obra en mitad de un patio de butacas rodeado de gente también en silencio. Esos son otro tipo de viajes solitarios, como la mayor parte de los que hacemos, porque el arte, por más que se diga que si el teatro es colectivo y todo los demás mitos que hay en torno del teatro, es un invento de gente solitaria que no sabe que hacer con su bendita soledad.
Óscar
Me interesó mucho tu reflexión-texto. Gracias. Hace unos años hice una tesis doctoral sobre el escritor argentino H. A. Murena, un tipo extremadamente solitario, autodestructivo, místico y militante de un exasperante -para muchos- individualismo intelectual. Fue traductor y responsable de las primeras traducciones de los autores de las escuela de Frankfurt al castellano. Tus palabras me hicieron volver a …