CUARTETO DE CUERDA Y VIENTO
Historia de una muerte. El paso del nos al 2, del 2 al 1.
La educación física, de Pablo Hidalgo. Editorial Pre-textos, 2010
“Suponed que están viendo como la gente pasea por calles y plazas bajo una lluvia incesante. Por más que gritan no logran convencerles de que se metan en sus casas y se aparten del agua. Salir ellos a la calle no conseguiría nada, sino mojarse ellos también. ¿Qué hacer entonces? En vista de que no van a poner remedio a la necedad de los otros, optan por quedarse a cubierto, defendiendo al menos su seguridad”.
Tomás Moro, Utopía. Pags 102-103, editorial Alianza.
“Escribamos desde el rechazo, sí desde el rechazo, que me interesa mucho más que la concordia”.
“Encontrar refugio y salvación en los otros, algo que siempre rechacé, quizá porque sabía que lo necesitaba. Rechazar lo que nos hace débiles. La poesía es un problema de distancia, de ver y nombrar”. (apuntes del 15 de abril del 2010).
Así empezaron unos apuntes a pie de página en este libro que leí y he releído con interés e implicación. Leo así, desde la confrontación y la lucha. En algunas lecturas también caigo en la simbiosis, complaciente o no, casi siempre consecuencia del deslumbramiento (mi arquetipo de lectura deslumbrante fue Crimen y castigo), pero ese suceder suele venir de una primera lectura que si luego continúa, indefectiblemente, siempre acaba por espetar al autor, de alguna manera presente en ese diálogo íntimo que es leer, dos o tres verdades, mis verdades confrontadas. No tengo otra manera de leer. Con Fidalgo, con este libro de título afrancesado en el que se erige como un Moreau francoposmoderno, la confrontación surgió primero. A la segunda y tercera lectura, comenzó cierta comprensión por este texto contradictorio, vivencial y sentido.
No es fortuita esta reminiscencia en el título, no en vano Lucáks definió el libro de Flaubert –La educación sentimental- como “la novela psicológica de la desilusión”. La visión de Fidalgo sobre la vida (bueno, desde ahora paso a llamarle Pablo, se me hace raro y de colegio de pago el trato por el nombre de familia), al igual que la de Moreau sobre el amor, es una visión pura, apasionada, imposible. Es decir, una visión romántica, lo que no quiere decir inocente, o no siempre. Una visión que se llena de símbolos que el lector tiene que ir desentrañando, palabras-figura que como todo símbolo contienen al mismo tiempo su contrario y otras derivaciones semánticas que hacen que el texto escape de la simple afirmación. Noche, calle, habitación, cuerpo, juventud…
No es baladí tampoco que el personaje de Flaubert vive también, desde la desazón y la figura de mero copista, la revolución en Francia de 1848. Amor y acontecer histórico se mezclan en la novela francesa. Amor y revolución se buscan en el libro de Pablo. Pero bueno, paremos con las comparaciones. Vayamos al libro.
Hablemos de la edición. Encuadernación rústica, tapa de color azul acero, formato de 22×14 centímetros, 88 páginas, 50 poemas. La mitad de poemas que Las Flores de Baudelaire, la mitad de la primera edición de Prosas Apátridas de Ribeyro, la mitad de la perfección, de esa C que obsesionó a Baudelaire. Edición sobria. No hay dedicatoria. No hay prólogo. Los poemas no van titulados, tan sólo la capitular va en negrita en un modesto aumento de dos cuerpos. Hay cierta voluntad de querer saber estar en este primer libro de este poeta gallego llegado a la corte y que nació, más que allá, acá, en el año 1984. Tan solo chirría una especie de subtítulo abandonado en la página anterior al comienzo de los poemas que reza: “La educación en mayo”. Quizá quiera patentizar que al contrario de Moreau, que vivió ese 1848 al que se llamó “la primavera de los pueblos” o el “año de las revoluciones, el antihéroe poeta de este libro sólo puede rememorar o intentar reinventar en casas, en pisos, encerrándose, experimentos llenos de voluntad, de valentía, de responsabilidad vital e histórica y también de miedo.
El Cuarteto: el tú y el nosotros
Parece el libro hablarnos de un proceso hacia el conocimiento. Conocimiento del cuerpo, de la identidad, un proceso vital que necesita pasar por el nosotros, por un acto de juventud comunitaria que incluya al otro; acto que lleva inscrito en su génesis incluso la conciencia del fracaso y que, aun así, se intenta vivir con intensidad y entrega. Un proceso que apunta hacia la soledad, a través de una desilusión que quiere erigirse en lucidez y que no renuncia a lo logrado, ni a la traición, ni a la posterior e inevitable venganza o ajuste de cuentas.
Todo esto Pablo lo va desgranando poco a poco a lo largo de los 50 poemas. Y para ello utiliza la mezcla y la acumulación de un poema sobre otro. Mezcla de claridad y oscurantismo, de asertos y contradicciones, de un lenguaje claro, de fácil legibilidad, pero con significados nada ilustrativos, de metáforas que se escapan, de ausencia de símiles, de simbología cambiante. Se mezclan con alevosía tiempos pasados, intercalando momentos de pasados más presentes y otros más lejanos. Se deja al lector ir de manera voluntaria juntando piezas, reconstruyendo la vida del poeta o la suya propia, reconstruyendo los mecanismos de la memoria evocativa o las intenciones precisas del poeta.
Una de las estructuras, de las columnas vertebrales de este libro, es el continuo cambio de persona utilizada en los textos. Pablo cambia, incluso en el mismo poema, del “tu” al ”nosotros” de manera obsesiva. Lo curioso es que si bien el nosotros hace referencia al cuarteto, a esas cuatro personas que se erigieron en comunidad para reinventar el mundo; el “tú”, sin embargo, va mutando, cambiando de rostro.
Es difícil pensar en “nostros”. Cuántas decisiones, actuaciones y posicionamientos ante la vida podría yo decir en primera persona del plural. Creo que una o menos una. En cambio, Pablo espeta, sobretodo en la primera parte del libro, cosas que sorprenden a los que somos individualistas por imperativo socio-histórico.
Ya los primeros cuatro versos del libro son definitorios: “Si nos hubiéramos sentado solos / uno a uno frente al mar, / y después hubiésemos entrado en ese mar / que ya conocíamos, y hubiésemos nadado, / la juventud se habría convertido en algo posible”.
En otros poemas este tipo de posicionamiento se repite: “Quisimos entrar en la noche / con el oficio más brillante (…)”
“Nos exigimos hacernos felices. Nos exigimos secretamente haber visto el mundo / y no pasar desapercibidos. / Nos exigimos nombres distintos / a los de nuestros padres. (…)”.
“Nadie se tomó la juventud / tan en serio como nostros (…)”.
“(…) Nos quedamos juntos tantos años / deseando ser la última comunidad, / pensando que podíamos cambiar juntos / la naturaleza humana”.
Esa capacidad de diluir la acción y la responsabilidad individual en un nosotros es quizá la revolución del 48 que trasladó la comunidad de la que es parte Pablo a comienzos del XXI. Una revolución insospechada. No se habla en el libro de voluntad fourierista, ni de asociacionismo autárquico ni independiente, ni de infraestructuras, estructuras o superestructuras. En qué se basa esta sociedad comunitaria que es tan lejana a la tradición política y sociológica de principios del XX y sus continuismos hipiosos de los sesenta-setenta. Esa es la indagación del comienzo del libro. Dice en un momento: “(…) Yo aguanté más días que mis padres sin salir a la calle (…) Lo que ellos hacían en la calle yo lo hago en casa, / con más dolor, con más sentido (…)”.
Dice en el poema siguiente: “(…) Un día te sientas en una mesa / con otros jóvenes completamente heridos / y de repente te haces mayor / La lluvia está fuera y la miráis / y no sabéis por qué no tenéis fuerza / para dormir todos juntos / si es el único paso que os queda por dar. (…) ¿Nos merecemos esta vida / ¿Por qué no salimos a la lluvia / y corremos juntos a través de los campos? / ¿Qué carga llevamos en la espalda? / ¿Por qué no lo hacemos? ¿Porque es muy temprano? / ¿Por qué no salimos a la lluvia? / ¿Porque así nuestra vida / sería demasiado clara?”.
A partir de ahí, se van contraponiendo los poemas entre el amor a la comunidad y su rechazo. Se intercala la contradicción.
Pero antes de seguir quería pararme en un aspecto hasta aquí sólo esbozado. La identidad a través del otro. No tengo recuerdo en que antiguo texto judío se habla de la identidad de Dios, imposible antes de la creación del mundo, Dios crea al hombre para poder reconocerse, antes, en un mundo donde todo es él y no se diferencian partes el autoconocimiento era imposible. Nos reconocemos a través del espejo, a través del otro, dicen. Es inevitable. Puede, bueno, más que puede es claro que es así, no podemos escapar a ello. Aun así, creo que nuestra época nos ha obsesionado con abjurar de ese camino. Nos perdemos en un indefinible y continuo diálogo interior ad eternum con nosotros mismos. Rechazamos vernos en los otros, sostenemos ese rechazo en frases como “quien sólo busca reconocimiento nada encontrará”. Pablo, sin embargo, juega todas su bazas en el tablero contrario: “Mi juventud consiste en poder hacerme un retrato mirando solamente tu rostro”. Es tan radical el planteamiento que dentro del universo del cuadrilátero Pablo sabe que cuando acusa al otro se acusa a sí mismo. Es una suerte de locura en pos de un amor que consiga redimir, poder amar el cuerpo enfermo que el poeta arrastra desde el nacimiento. Hombre caído, que quiere salvarse: “(…)Cuando digo que todos amábamos el mismo olor / sabéis de qué olor hablo / él se quedaba dormido en nuestros brazos, / su olor pasaba de unos brazos a otros / y sólo porque a veces olíamos a él / pudimos amarnos los demás”.
Pero la identidad en el cuarteto no es equidistante, predomina un él. Y a ese él se le contrapone la “habitación de las mujeres locas”. Pablo lucha contra ese él, que es el otro y él mismo. Pablo es “él”, es el “yo” poeta, es también una mujer loca en una habitación. La identidad se disuelve o resuelve en espejos cruzados. Pero retomemos.
Decíamos que en el libro entra como fuerza primordial la contradicción, que si bien no es un oximorón poético, una herramienta, sí crea un oximorón semántico en el que Pablo busca el fruto sino explicativo sí intuitivo donde pueda entrar el presentimiento.
Así, en el libro comienzan a entrar poemas sobre la luz y el olor que surge de noches inventadas donde recostarse en el otro, sobre la claudicación del animal herido, del niño que se quiere eterno y perdido ante la suave manta de la comprensión compartida:
(…) siempre viví en la calle, siempre / vine desde otro lugar con algo nuevo, / y pienso en el día en que por fin entendí / nuestra vida juntos, sabiendo que me esperabais, / y di las gracias por haberos encontrado. / Pienso en cómo llegué al amanecer, cómo bajé las persianas para que siguierais durmiendo, / cómo me acosté a vuestro lado / y os dije en voz baja: vengo de los campos / y del mar, acabo de comprenderos, / seguid durmiendo, aunque sea de día, / no despertéis ahora. / Pienso en cómo corrí hasta la casa, / y os vi dormir, y yo sonreía, susurraba: / acabo de comprenderlo, acabo de comprenderlo.
Y se mezclan estas rememoranzas de la comunidad con otros poemas donde empezamos a intuir una realidad de pareja que no cuadra con la comunidad, que adelantan el fracaso de ésta. Se intercalan así tiempos y en ambos reina un hombre obsesionado con el fracaso, que duda si es que no ha querido fracasar para poder buscarse. Entra en liza la segunda aventura vital de esta educación física, una aventura que se irá desgranando y cogiendo mayor presencia en la última parte del libro. La aventura de ser dos.
Y en esas dudas, en ese no saber qué es una comunidad, si es inocencia, generosidad, fraternidad no utilitaria, última oportunidad de poder cambiar la naturaleza humana; o reparto del miedo para poder afrontar las limitaciones propias, resguardo del chaparrón que está cayendo, Pablo se rebela contra una esquina, se siente vértice y no cuerpo. Y espeta:
“(…) Has dirigido mi educación / apuntándome con un arma(…)”.
“(…)Tu plan era fácil de entender: / nos encerraste en una casa y nos enseñaste a decir / que éramos los más bellos / por haber hecho algo así / Pero es bello que nos haya salido todo mal, / que por lo menos yo piense / que todo no ha salido mal. / Tu plan es hacer un ejército, / mi plan es deshacerlo. (…)”.
“(…)Juntos pensamos un amor que lo ocupara todo, / una forma de vida posible. (…) Nos quedamos juntos tantos años / deseando ser la última comunidad, / pensando que podíamos cambiar juntos / la naturaleza humana / Estoy hablando de cosas / que aún no hemos resuelto. / ¿Si aquel instante fuera este, / con todo lo que ya sabemos, / os atreveríais a hacer lo mismo, / a amar a uno y a rechazar a los otros, / a negar el más profundo pensamiento / que nos mantiene aquí?
Llega la acusación, la herida abierta, la capacidad de mostrar lo más íntimo, de ser necesariamente impúdico, llega la figura nítida del resentimiento del rechazado. La lucha que lleva manteniendo con una de las esquinas, de las posiciones, del cuarteto se patentiza. Parece una lucha que huele a macho, donde se deja a ellas en un plano de infancia y energía elevadora. En esa lucha, Pablo se opone, se opone al que quiere construir ejércitos, pero también al que se quiere esconder arrastrándose y destrozándose la cara para ocultarse. Su posicionamiento pasa del destructor maldito, del que ve su reflejo enfermo e imposible de recibir amor del otro, al que busca el equilibrio e incluso lo esgrime como fundamento. Se opone al otro y a sí mismo. Contradicciones sobre las que se construye las estructuras psicológicas que conforman a Pablo, que valientemente es capaz de mostrarse sabiendo que el dibujo esbozado no es complaciente, sino real, de una humanidad que se quiere defender, o por lo menos explicar, en palabras.
Volvamos a esos últimos versos: “pensando que podíamos cambiar juntos / la naturaleza humana”. Cambiar la naturaleza humana, hacer posible un amor no excluyente, esa era la intención de la comunidad. Sin nunca decirlo, siempre en defensa de un cuerpo comunitario que sabe ha sido fruto de luces y camino de enseñanza, Pablo parece mirar ese cuerpo antes venerado como un cuerpo informe, escondite de miedos, refugio también de mentiras, de incapacidades. En cierto modo como un elaborado artificio. El siguiente poema, ya más frío, con más distancia, Pablo afirma:
“(…) Tú querías ser el único hombre / que descubriese el mundo nuevo, / pero ahora eres el hombre oscuro / que sólo habla de heridas y diferencias / esperando que llegue la noche. / Acabo de saber que el mundo es sencillo / y todo lo que te digo me hunde / como una declaración de amor / que no es para mí / Sé que pronto acabará este trabajo / Es frágil lo que me mantiene aquí: / La belleza de un cuerpo / que conoce todos sus derechos.”
Si en esta lucha que mantiene el poeta contra la comunidad quedan en el aire acusaciones donde la lectura es doble, pudiendo ser el otro uno mismo, donde bien podemos estar ante un ajuste de cuentas o una autoinculpación; en esa segunda aventura del libro, en esa aventura hacia la pareja, queda ya patente una personalidad intelectualmente esquizoide, donde se ama al igual que se rechaza, donde se ofrecen al amado dos reversos, donde se confiesa que en vez de dos, más bien, son tres los que andan en liza.
Del dos al uno
El libro se escapa hacia el amor carnal, hacia una relación de pareja donde el poeta llega tocado, enfermo. El nosotros va decayendo, el proyecto de comunidad se disuelve. Y Pablo, con sinceridad valiente, muestra como en esa relación no deja de desembarcar fardos y fardos, explicita la voluntad de querer ver al otro en el suelo, manifiesta su verdad como puñal hacia el otro, confiesa su debilidad y la necesidad perentoria del otro, la necesidad del que se ahoga. “(…) He estado mintiendo durante años. / Nadie necesita más que yo / que nuestras vidas encajen cuanto antes”.
Pero a la vez que muestra esa incapacidad de crear una relación sin víctimas ni verdugos, Pablo es capaz de escribir desde esta poesía confesional, que abjura de excesos barrocos en el lenguaje pero que se mantiene siempre en la trascendencia de una palabra que se quiere por encima de lo designado, algunos de los versos más hermosos del libro:
“Nuestros cuerpos no se entienden / pero ya vendrán otros que se entiendan / y nos recojan. / Te he amado de forma que nunca / te enteres de quien soy. // Te he amado de forma que no supieses / lo que tu cuerpo está tocando cuando me tocas. / Somos los amantes de cristal, / no amamos nuestros cuerpos / sino el sonido que hacen / nuestros huesos al tocarse, / nuestro breve concierto, / nuestros cuerpos rompiéndose uno contra otro. (…)”.
Queda al final esta poesía vivencial y sentida de un hombre que se busca. Queda la historia de una aventura truncada, queda la figura de un hombre bipartido, lleno de pesos autoimpuestos, que al igual que es capaz de querer encendidamente es incapaz de salir de sí mismo. Esa es la lucha del hombre desde que tenemos registros, memoria. Ser capaz de salir de uno mismo, creer que se es capaz de salir de sí mismo, quedarse eternamente dándose cabezazos ante la imposibilidad de salir de uno mismo, aceptar la imposibilidad de salir de uno mismo… En cada posición queda por mediar la importancia que en cada situación uno le dé a lo que hay fuera.
Acabemos bien, acabemos con otra cita, con una cita de las buenas. Queda así un texto incompleto, donde se podría haber profundizado más en la posición política de la comunidad que quise dejar esbozada con la cita de Moro, se podría haber hablado con el poeta y no tirar tanto de intuición, haber sido más profesional caray… Pero es lo que hay, intuición y esfuerzo por entender este libro raro, de dicción confesional y directa que busca el meandro en la acumulación de un poema sobre otro. Acabemos, acabemos con una buena cita, con una parte de ese otro libro raro de Gombrowicz, Contra los poetas. Con ese poeta que escribía babeando y con dolor de muelas debajo de cualquier mesa de cualquier taberna de Buenos Aires:
Para mí todo intento del hombre de salir de sí mismo –ya sea la estética pura, el estructuralismo puro, la religión o el marxismo- es una ingenuidad condenada al fracaso. “Un misticismo propio de mártires. La propensión a deshumanizarse (que yo mismo practico) debe necesariamente complementarse con su opuesta: el deseo de humanizarse, de lo contrario lo real se derrumba como un castillo y nace el peligro de quedar ahogado en el verbalismo de lo irreal (…) El alcanzar las fronteras de lo humano debe contrarrestarse de inmediato con un repliegue en lo más humano, en lo normalmente humano. Se puede sondear lo más abismal de lo humano pero siempre que se vuelva a la superficie.
Y si me preguntan que dé una definición, profunda y compleja, de ese alguien que debería, a mi entender, habitar esa ristra de construcciones diría, sencillamente, que es el Dolor. La realidad, en efecto, es aquello que se nos resiste, que nos hace daño. El hombre real es el que siente dolor”.
Hace una semanas los libros que me había acompañado durante años y yo emprendimos un viaje, cada uno de nosotros hacia un sitio distinto.
Entre otros, estos versos de Pablo se convirtieron en mis compañeros de viaje:
“La casa está sucia / y esta vez no vamos a limpiarla.
Ha debido pasar más tiempo del que creíamos. / No diría que somos mejores que antes / pero si alguien nos preguntase / qué estuvimos haciendo durante aquellos días / creo que podríamos responderle / sin contarle toda la verdad.”
Gracias Pablo.
Gracias Pablo.
A wonderful job. Super helpful inomfratoin.