LAS CAMPANAS DE MADRID
“Canción laverinto”, de Mónica Valenciano.
Estrenada en el espacio de La Porta, Festival LP, 19 de marzo del 2011.
imagen: Efthymia Zymvra/Ana Costales
Esta ha sido la primera edición del lp en la que los organizadores, La Porta, contaban con un espacio propio. Y decidieron incluirlo como espacio del Festival. No pude asistir a todo. Primero fue la practica con Karwowski, el miércoles la taula-talk entre Buitrago y Valenciano, el jueves la presentación del documental de Mugatxoan (colectivo independiente sito en el País Vasco y dirigido por Ion Munduate y Blanca Calvo) y el viernes la presentación de la pieza de Amaia Urra, La Cosa.
El que escribe pudo ir tan sólo el sábado –con Canción Laverinto, de Mónica Valenciano- y el domingo –con el programa en vídeo de Sobrenatural 4-. Pero recojo todas las actividades de esta semana en el espacio de La Porta por lo que connota apostar toda una semana del festival en un espacio que es de investigación. La apuesta me parece clara: la búsqueda de contextos por encima de visibilidades fáciles de exhibición cultural. Y el contexto es hablar de público. De crear un espacio propicio para que en escena pasen cosas y puedan ser recibidas. Cómo llega la gente, cómo se le recibe, todo esto alimenta, propicia y permite a quien hace… Son muchos años los que lleva La Porta trabajando y eso lo nota el que llega de fuera, que hay un contexto hecho. Y fue bonito ver como eso mismo se adaptaba a este nuevo espacio.
Y quería empezar hablando sobre el contexto porque su existencia permitió una noche ancha el mismo sábado con la vuelta, después de varios años de parón escénico, de Mónica Valenciano. Valenciano llegó a Barcelona con Canción Laverinto, una creación colectiva –junto con Estela Llovés, Raquel Sánchez y Sara Paniagua- que parte de las imágenes submarinas del libro de esta canaria, Un pescador con subtítulos. Una pieza que no es pieza abierta o no hecha, ni una performance, sino un trabajo que intenta abrir un espacio donde ser.
Es significativo que la obra no venía presentada como “El bailadero”, compañía que creó Valenciano en 1996 y con la que hizo la serie “Disparates” (1998-2005), serie a la que pertenece el último trabajo escénico presentado por Valenciano, Don’t explain. Ni bailadero, ni disparates. Asistimos a la apertura de una nueva etapa en el trabajo de Valenciano y quienes la acompañan, una etapa donde está toda la manera de trabajar de Valenciano.
En Canción Laverinto estaban muchos de los componentes de esa manera de hacer de Valenciano que parece va hilvanando a cada paso un lenguaje propio: la estructura fragmentaria, la danza fragmentada y construida a partir de impulsos, el trabajo antipsicológico, trabajo desde el cuerpo, la búsqueda de espacios, de grietas, donde relacionarse con el público de manera incluyente y directa, el trabajo sobre y con lo popular (esta vez la zarzuela, otras veces habían sido los toros, el boxeo, el circo, el cabaret, el flamenco), la voluntad de pensar con el cuerpo, la fragmentación de la cadena temporal y escénica, los intérpretes que se interrumpen, que crean desde el vértigo, los sonidos que siempre vuelven, se repiten y se convierten en letanía rota…
(Hay dos textos de José A. Sánchez que creo analizan el lenguaje de Valenciano con mucha claridad. Uno es un pequeño ensayo: Mónica Valenciano: garabatos y disparates. Y el otro es una clarividente entrevista: Como una cerilla que se prende con mi sombra y de repente sale a la luz...).
Y uno se preguntaba qué era lo que singularizaba este nuevo trabajo, Canción laberinto, y esta nueva etapa que está en ciernes, que nos llegó frágil, naciendo. Y no lo tengo claro. Quizá una profundización mayor en el espacio, en la apertura del cuerpo al espacio, y un alejamiento del trabajo sobre lo grotesco, como estilo español que cruza por Goya y Valle… Quizá sí, no lo sé.
Pero sí puedo intentar hablar desde lo que me pasó esa noche. Porque el teatro de Valenciano se cuela en uno de la manera más personal que existe, como si fuéramos otro actuante, trabajando, interrumpiéndonos a nosotros mismos, yéndonos y viniendo, fijando la mirada en el espacio y en una memoria previa que en un principio no identificas y se te va haciendo con los días.
imagen: Efthymia Zymvra/Ana Costales
CAPRICHOS:
CAPRICHO Nº 1 (el comienzo):
Me acordé de mi maestro, Juan Sánchez, que fue de vida, que no de teatro, aunque fuera a través de este. Y lo llamé y le dije: “Juan, mira esa hojita, mira como la mueve el viento”. Juan tiene esa mirada chiquita que da vida a los objetos, poniéndole la suya, dejándolos ser. “Mira, Juan, suena tu mar, ese del sur que ni es Atlántico, ni es Mediterráneo, ese al que nunca entras y del que no puedes alejarte. Hasta hay un pequeño faro, míralo Juan, con esos ojos de niño que tienes y tanto envidio”.
Texto escrito al día siguiente de la obra, el 20 de marzo del 2011.
Pd: Juan me decía siempre, acodado en la barra de un bar “Pablo, el teatro está aquí, mira esa cara, mira como le habla al camarero (se refería a un cliente, maleado, y que se debatía entre la protesta y la súplica porque no le servían otra) pufff, imagina, ahí está todo, pa que más”. En la entrevista antes citada me encontraba con Valenciano diciendo esto: “Yo me he criado en un barrio en Canarias que es como el Bronx, las Reollas Bajas, el barrio más barrio y más duro, donde he aprendido todo… Supongo que eso es una manera que queda. Me acuerdo cuando fui a Bélgica, a Klapstuck… el director del festival me quería llevar a ver museos. Yo le dije que lo que me interesaba era ir a ver las putas, que están en las ventanas expuestas, eso me fascina. Ahí se muestra la desnudez. Las caras de las putas en las ventanas bailando… Era el alma desnuda… Esas miradas… Qué maravilla. Entrar por ahí y salir del otro lado. Sin ningún tipo de barrera. Esa condición que les permite a esas mujeres esa libertad, ese carecer de todo tipo de seguridad, esa experiencia tremenda…”
CAPRICHO Nº 2: Mónica rompe unos folios transversalmente, sin separar, sin hacer trozos.
Papeles que son legajos rotos, que son vacíos, grietas, palabras que crean huecos, que es espacio y una mano deformada con guante de mercurio.
imagen: Efthymia Zymvra/Ana Costales
CAPRICHO Nº 3:
Yo me agarré a Raquel Sánchez, a Raquel y su zarzuela. Una zarzuela que iba y venía, y volvía a venir. Ella bailaba, con esa fuerza que parece hecha de determinación, pero que se va desnudando, poco a poco, sin dejarse.
Sonaba el aria de la zarzuela de Luisa Fernanda, sonaba y volvía al tiempo, y Raquel bailaba, con un vaso o en círculo, y la música repetía:
De este apacible rincón de Madrid,
donde mis años de mozo pasé,
una mañana radiante partí,
sin más caudal que mi fe.
Por un amor imposible, días de triunfo soñé,
y mi fortuna fue tan propicia que lo alcancé.
¡Cómo olvidar el querido rincón,
donde el cariño primero sentí!
¡Mágica aurora de mi corazón,
donde aprendía a soñar!
En círculo, sin querer parar, como la memoria, e iban llegando ecos, de ese Madrid lleno de posadas donde se emboscan opositores, del Madrid de La calle de Valverde de Max Aub, opositores a abogado del Estado, a industrial o pintor académico, de ese Madrid de Aub donde las carreras se van truncando, la del opositor eterno, la del que quiere hacer carrera, de literato, de actriz, se van truncando y románticamente se cuelgan en una viga de cuarto minúsculo o se descerrajan un tiro en la frente, o acaban volviendo al pueblo, o dignamente se casan…
Y me viene, o surge desde la entraña, la visión negra de una situación actual llena de soledades, de imposibilidad, de potenciales siempre estrellados contra el mismo muro.
imagen: Efthymia Zymvra/Ana Costales
CAPRICHO Nº 4: (email a una gran amiga que ví ese mismo domingo, enviado el 21 de marzo, ya desde Madrid)
…y aquí ando ahora, en mi sitio, en Madrid, esta ciudad dura y centrípeta, ya más relajado
y llegaba cargado porque un amigo aquí en Madrid deja el teatro, porque no le ve sentido, porque sólo ve endogamia y chupada de sables, etc., etc. Madrid está fatal, en serio, tampoco tengo tantos años pero nunca había visto esto así… y venía cargado de otra historia también llena de resentimiento, esta vez entre relaciones en una misma compañía, resentimiento yo creo que tiene que ver con cansancio…
ya estoy malo, y ya no bebo lo que han dicho que bebía
que decía el modernista Manuel Machado.
uy me salen citas, pero eso es de un poema de Manuel Machado que tiene que ver mucho con el resentimiento, es este:
Yo, poeta decadente…
Yo, poeta decadente,
español del siglo veinte,
que los toros he elogiado,
y cantado
las golfas y el aguardiente…,
y la noche de Madrid,
y los rincones impuros,
y los vicios más oscuros
de estos bisnietos del Cid:
de tanta canallería
harto estar un poco debo;
ya estoy malo, y ya no bebo
lo que han dicho que bebía.
Porque ya
una cosa es la poesía
y otra cosa lo que está
grabado en el alma mía…
Grabado, lugar común.
Alma, palabra gastada.
Mía… No sabemos nada.
Todo es conforme y según.
De El mal poema (1909)
Creo que es el que más me gusta de él. Además, lo canta Morente y te mueres…
Bueno, pues estaba yo cargado de todo esto…
Luego me fui a cenar con Oscar Dasí, con Bea Fernández, con Roger Adam, Cecilia Vallejos…, me preguntaron qué tal en el Antic, y sólo se me ocurrió decir esta gran frase: “mi maestro Ansón me decía que El País informaba de lo que España quería ser y que El Caso era lo que España era. Podríamos decir esto del lp y del Antic”.
Vamos, un horror, desmedido y nada justo. Además, luego me puse a hablar de Madrid / Barcelona… Dije tonterías, razonamientos que lógicamente enfadaron y que debieron dar una imagen de mi talla intelectual nada benevolente. Ahora, desde acá, creo que estaba exponiendo una herida, esta que tengo con Madrid, donde nada se sujeta y todo es tragado…
CAPRICHO Nº 5:
Y llegó esa canción de la Zarzuela Un día de primavera, con música del maestro Jesús Romo y libreto de los hermanos Guillermo y Rafael Fernández Shaw, estrenada en el Teatro Calderón de Madrid el 19 de septiembre de 1947. Un total hit en ese Madrid de hambre, represión y silencio: Las campanas de Madrid.
Canción triste y hermosa, que llegaba con el espacio cargado, con un pan que oscilaba. Y yo seguía buceado de ese Madrid colgado de farolas fernandinas e isabelinas, en rampa o cuesta solitaria. De barrios donde siempre hay una Paca y costureras que ahora mudan de piel pero al final se queda el mismo aire. Todo muda, se queda el aire.
Entremedias llegaban juegos, juegos escénicos que permitían que llegara ese espacio que Valenciano ve entre roturas de dibujos, palabras y papeles, pero a mí se me iba, se me ”caía la obra”, que se suele decir. ¿Qué obra?, me digo ahora.
imagen: Efthymia Zymvra/Ana Costales
CAPRICHO Nº 6:
Y vi a Mónica ahí bailando. Ahogándose en su propio método de capas e “inputs” exteriores. Y me la imaginaba como la he visto muchas veces. Madrid es pequeño, sobretodo su almendra. Me la imaginaba subiendo y bajando sola esas calles, debatiéndose en esa manera de hacer que quiere regresar, deconstruirse hasta el niño, siempre al borde de un abismo desorientado, con los ojos abiertos de angustia y certeza diciendo “pasa, pasa a mi casa”, con el cuerpo en escorzo, la mirada fija en otro mundo, gritando con el cuerpo que la vida está en otra parte. Y ví a la gente ahí en medio del espacio escénico, aleatoriamente sentados en sillas, con el cuello hacia arriba, con la mayor proximidad del mundo mirando esos ojos, ese cuerpo lleno de la misma cantidad de angustia que de esperanza.
Un vídeo de un madriletas, ridículo como el que escribe: