EL AMOR Y LA HERIDA

“El amor y la herida”, de Elena Córdoba.
Escena Contemporanea, febrero 2011


fotografía: Sylvia Calle

Estaban pasando los días y no quería dejar pasar más tiempo. Habría mucho que repensar sobre el trabajo que la coreógrafa Elena Córdoba presentó en la última semana de Escena Contemporánea. Sobretodo, de “Expulsadas del paraiso”, última creación de esta larga investigación escénica en la que lleva Córdoba desde 2007. Digo “sobretodo” porque creo que esta pieza supone un desplazamiento, un cambio -escénico- con respecto a las cinco piezas anteriores de “Anatomía”. Cambio en el que entra la composición tan especial, “pseudonarrativa” de alguna manera, que tan propia era de Córdoba en trabajos anteriores a “Anatomía”. Podría decirse que en “Expulsadas…”, aunque se sigue trabajando con movimientos internos del cuerpo (estómago, cadera…), Córdoba se permite -junto a Montse Penela y Camille Hanson- un volver a “componer” tanto el movimiento como el ensamblaje de estos y, a su vez, de las escenas, buscando así, de una manera que huye de lo ilustrativo y que no sigue las leyes lógicas de pensamiento  (sino otras surgidas del propio cuerpo) un lenguaje desde donde contar el cuerpo femenino, su historia sustentada durante siglos en las caderas. Alguien con más tino debiera, y seguro lo hará, analizar qué cambia en “Expulsadas” con respecto a los otros trabajos de “Anatomía”, y qué significa ese cambio. Hay algo escénico, de lenguaje aprehendido en este proceso arduo que ha sido “Anatomía” (arduo por desconocido, por la precisión fisiológica que requeria, y por la difícil tarea de aunar lenguaje científico y poético en el cuerpo), que se concreta en esta última pieza.

Pero quería hablar de “El amor y la herida”. Esta obra, que se estrenó en “Las noches salvajes” organizadas por La Porta en el CCCB el año 2009, consta de la lectura de las cartas con el médico Cristóbal Pera y una danza bailada por Elena Córdoba. Se hacía por primera vez en Madrid. Y la verdad es que no pudo elegirse mejor sitio: un aula magna (Aula Ramón y Cajal) del Colegio de Médicos de Madrid, hermoso edificio de la época de Fernando VII donde estuviera antes la Facultad de Medicina de San Carlos.

Tiene su intríngulis esa foto de Ramón y Cajal, ahí presidiendo la charla entre Córdoba y el médico Cristóbal Pera. La figura de Cajal es, en cierto sentido, la que une el XIX español con ese despertar que culminaría en el laboratorio de la Residencia de Estudiantes con Ochoa y él mismo trabajando. Digo esto porque en el Aula del Colegio de Médicos (perfecta para ver y oir, todo un teatro) se coló, gracias a las palabras de este singular médico catalán, el espíritu humanista de una España ida, esa que unía a Juan Ramón con el propio Ochoa y a éste con Negrín. Un mundo donde política, ciencia y poesía se acercaron para olerse y contaminarse.


fotografía: Sylvia Calle

Digo que lo acercó de manera patente Cristóbal Pera tanto por su concepción humanista del cuerpo humano -donde fisiologia y metafisica, espíritu y cuerpo, no están reñidos-, como por su manera de expresarse -mesurada al igual que precisa y siempre educada-. Manera, esta última, donde uno oía ecos de una formación poética anterior, como, por ejemplo, en el uso poético de que Pera hizo de la rosa, que parecía surgir del universo modernista de Juan Ramón Jiménez.

Era extraño volver a oir de voz viva esa manera de sentir y pensar. Una manera que hoy suena lejana, no propia, pero que en voz de Pera seguía sonando nuestra.

La conversación entre Córdoba y Pera reproducía la que a través de email ellos fueron teniendo durante todo el proceso de “Anatomía poética”. Logicamente, lo reproducido era tan solo un apunte pero se alcanzaba a ver con facilidad como esos dos lenguajes, a priori disímiles, iban creando espacios comunes.

Tras esta pequeña conversación, Córdoba hizo un mínimo baile en gran silencio para el cual se adhirió a su vientre unas pequeñas siempre vivas. Se unía así en escena lo fisiológico y lo poético en una danza llena de enfermedad (la coreógrafa pregunta durante la conversación a Pera por el cáncer de útero que ha tenido y por el vació que la operación ha debido dejar) al mismo tiempo que vida. Génesis y muerte mezcladas. Ahí, frente a Cajal presidiendo y entre olores a químicos de laboratorio. No dejaba de tener esta pequeña danza, al mismo tiempo que una adecuación perfecta en el espacio, algo de irrupción, de sana irrupción en el templo.


fotografía: Sylvia Calle

Una irrupción que claramente era de carácter efímero. Nunca más va a volver a darse ese baile ahí mismo. Y bueno, con sanas ganas de que aquello permaneciera de alguna manera me acerqué a Sylvia Calle, artista colaboradora de todo el proyecto de “Anatomía poética” que había hecho las únicas fotos de lo que allí había pasado. Muy amablemente me las ha pasado y aquí las pongo.

Resaltaba antes ese olor a una España ida. Hoy en el autobús estaba leyendo un libro que me gusta mucho: “Pequeñas cosas para el agua”, de Luis Sáenz de la Calzada. Único libro de poesía de este leonés formado en la Residencia de Estudiantes, que fue médico y pintor. Pongo aquí la solapa del libro por su foto. Foto de un hombre enjuto y ético. Copio también dos pequeños poemas del libro donde creo que, aunque de otra manera, también se junta lo poético y lo científico en una misma búsqueda.

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PASEO OTOÑAL

Hoy me sentí romántico,
lleno mi corazón de amaneceres y de puestas de sol
y de chopos dorados.
Encaminé mis pasos hacia el ciprés que cubre aquellas tumbas
del niño acostumbrado con un gran mal de Pott
y de esa leve anciana, tan ligera de párpados
y a quien el tren cortó un cacho de hombro.
No es verdad que los muertos
se queden -¡ay!- tan solos,
porque hay muchos insectos para jugar con ellos,
pero sí echan de menos las pequeñitas cosas de la vida,
el fatigarse un poco, el ritmo del que duerme,
la secreción interna del tiroides
y el ponerse los trajes de Domingo.
También echan de menos
un poquito al Espacio
y al monótomo Tiempo que fácil se les niega,
que no cubre sus huesos ni su sangre parada eternamente
y que vuela ligero por entre piernas de hombre
como un viento sin ruido
como el buho sedoso que devora ratones.
Pero solos no quedan.
Únicamente y verdaderamente
por un pequeño trozo de débil movimiento
darían su esternón y su clavícula,
la frágil laminilla de su etmoides
y hasta sus metacarpos.
Pero generalmente los muertos se conforman
y visten sus cadáveres de verde.

de SUCESOS:
La muerte entonces era
como un poco de nada entre los ojos.
Dicen que el cuerpo entero se hace ácido
y que es la garganta lo último que muere.
Y ¿qué se hace del mar y del chillido agudo
que dicen que en el aire prorrumpe la gaviota?
¿qué del monte y del río y de aquellas pinturas
que adornan las paredes de algunas ciertas casas?
Dicen que el interior de un muerto es como todo,
dicen que la memoria se les llena de hierba.
Pero yo sé también que no hay ni puede haber
un dentro en un cadáver.
Algo de superficie temporal disuelta en la tiniebla
sí parece que exista, pero Dios mío, nada,
si no es olvido lento,
representa un cadáver en el mundo.

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