ESCENA CONTEMPORÁNEA 2011: DESDE LAS RAICES
Imagen de Maria Muñoz, Malpelo.
Llegué a la crónica que acabo de publicar en el blog (“Espacios por la polémica”, publicada por Primer Acto en el 2002) por Elena Córdoba. En la entrevista “Anatomía Poética”, también publicada en este blog, Elena habla de trabajos anteriores y quería meter algo de lo que fue “Sin correa” (ya llegará), y de lo que fue “Los negocios se acaban a las diez”, espectáculo de fuerza centrípeta que se hizo en una discoteca madrileña, de una energía y dureza que todavía recuerdo. Recuerdo cucarachas correteando de un lado a otro y recuerdo ciudadanos petrificados cayendo sin pausa.
Y leyendo esta crónica del 2002 me he encontrado con una visión crítica de lo que fue la segunda edición de este festival nacido de La Alternativa y de la sección Ciclo Experiencias, hoy extinta (la última vez que se hizo fue en 2008) y que quería ser la más experimental del festival tanto en contenidos como en espacios.
La primera edición del festival en el 2001 fue de transición y con un presupuesto de circunstancias, 216 mil euros. La segunda tuvo un presupuesto de 360 mil euros. Hoy, diez años después, el presupuesto es de 315 mil. Saquen conclusiones.
Así que corría el año 2002, el director era Javier Yagüe (director de la Sala Cuarta Pared). Las razones de aquella segregación La Alternativa / Escena Contemporánea son muchas, pero sobre todo era una: arrinconar al director de La Alternativa (Alfonso Pindado, director de la Sala Triángulo) por una gestión muy cuestionada y por problemas de éste con la Comunidad de Madrid. El asunto fue muy complicado. Tengo algún artículo por ahí que ya iré publicando…
Del 2002 al 2011 por la dirección han pasado: el mismo Yagüe tres años, hasta el 2004, Mateo Feijoo (2), Roberto Cerdá (2), Paz Santa Cecilia (un año) y Rubén Sánchez Domingo (un año). Las direcciones fuertes fueron las de Yagüe y Feijoo. Ahora, lo dirige por primer año Alberto Nuñez, miembro de la compañía La República (hoy compañía de Fernando Renjifo) y bregado en diferentes proyectos alternativos (muy cercano en una época a la gestión de El Canto de la Cabra) e institucionales (trabajo en el departamento de producción del Festival de Otoño varios años).
Pero cuento esto porque al releer “Espacios para la polémica” no he podido dejar de pensar en la edición en la que en estos momentos estamos insertos. De ahí surge este primer acercamiento a la onceaba edición de Escena Contemporánea todavía en curso:
ESCENA CONTEMPORÁNEA 2011: DESDE LAS RAICES
Año 2011, diez años después. Estamos entrando en la recta final del Festival y aunque uno no ha visto todo, se ha paseado. Y alguna que otra reflexión va llegando. El primer aspecto que creo destaca en esta edición es el de una reacción, creo que sana y necesaria, al estúpido binomio: Festival igual a mostrar “lo nuevo”. Una reacción a ese vértigo de estar siempre mirando al frente sin fardo ninguno. Esta edición, contrariamente, creo que está proyectada desde la voluntad de crear cimientos y maneras.
La postura de “mostrar lo nuevo” no es una postura vanguardista ni avanzada, sino un efecto colateral de una sociedad publicitaria y amnésica. Una postura que además acaba por impregnar todas las facetas de un festival. Digo esto al acordarme de esas presentaciones en sociedad / inauguraciones de las, pongamos, seis primeras ediciones del festival en contraposición a la inauguración de este año. Leyendo la crónica del 2002 me he acordado de las inauguraciones en el Círculo de Bellas Artes donde se mezclaba canapé con espectáculo. Me acuerdo del propio Franko B, al que la crónica hace mención, o de Nekane Santamaria bailando un solo de angustia y soledad de gran fuerza, allí en un rincón de un escenario infumable a la italiana mientras la gente paseaba, bebía y comentaba.
Lo nuevo de cada temporada se muestra en los escaparates.
Este año, sin embargo, el festival se inauguró con la exposición de Carlos Marquerie, “El lecho de los amantes II”, en una pequeña sala de exposiciones del barrio de Malasaña, Espacio Menos Uno. Inauguración concurrida, donde fue goteando un público que venía a ver. La inauguración social se convirtió así en pequeños círculos de gente fumando y hablando en la Calle de la Palma. Me pareció pertinente y bonito. No digo que todos los años tiene que ser así, pero esa reacción madrileña al escaparate fue de agradecer. ¿Dónde está la vida del movimiento que genera y motiva este festival? ¿En copas de champán bebidas en la Fundación del Círculo de Bellas Artes (fundación que recibe las ayudas presupuestarias para el contenido de su programación de la Comunidad de Madrid) o en esta Calle de la Palma? Hombre, no hay que ponerse siempre “estupendo”, algo por otro lado muy madrileño, pero, ya digo, creo que se necesitaba una reacción que acercase y situase. Algo que creo mucha gente necesitaba con este festival.
Fotografía perteneciente a “El lecho de los amantes II”, “Brumas”, de Javier Marquerie.
El festival lo abrió escénicamente, en la Cuarta Pared, María Muñoz (pena que no pude asistir a la charla de esta coreógrafa catalana en Off Limits), con el último trabajo de su compañía Malpelo, “Todos los nombres”. Aparte de virtudes y limitaciones del espectáculo, programar a María significaba varias cosas: mirar en el presente el pasado reciente de la danza de investigación e independiente de este país; volver a ver a María bailar en Madrid y volver a revisitar esa pieza que tanto significó, “Atrás los ojos”. Se abría así, quizá, la veta más importante por donde ha querido transitar esta edición de Escena Contemporánea: mirar el pasado y compartir el presente de un sector del teatro independiente de este país que lleva años trabajando.
Decía Sergi Faüstino en un vídeo (ver aquí) que le pidió Oscar Cornago para un encuentro en el Institut del Teatre, Radar, que lo llamaban a este encuentro como artista de comienzos del XXI porque “he seguido trabajando, he aceptado mi mediocridad y sigo trabajando, muchos otros, que quizá eran mejores, no (…) he seguido porque he sabido aceptar mis limitaciones”. Las propias y las ajenas. La ética del corredor de fondo. Sobre esto creo que ha versado la veta reflexiva que ha abierto el Festival, el subtexto más presente en esta edición.
(En serio, si podéis, ver el video de Faüstino. No es largo y merece la pena el desarrollo ético y artístico que hace a partir de definirse como un “artista mediocre”).
Las consecuencias son muchas cuando la carrera es de fondo: el replanteamiento ético-artístico se complica, se enreda, preguntas como si es necesario mutar, no repetirse, o cuál es el camino por el que se opta se hacen presentes en el contenido de las piezas. Las reacciones de los artistas a su propia historia, a su pasado -de reafirmación en algunos planteamientos, de abandono en otros-, se van colando en los trabajos. Se crea así un teatro con historia, pero no la historia del teatro de Mayorga, sino un teatro en el que vemos cuitas, decisiones y actores llenos de pasado, con sus limitaciones, sus equívocos y sus logros.
Algo común se ha ido hilando entre los participantes de este festival como Vera Mantero, Mónica Valenciano, Chus Dominguez, el Canto de la Cabra, Ana Buitrago, el propio Carlos Marquerie o la compañía Cambaleo. Sobre estos dos últimos (sobre el Canto en breve publicaré una crónica de su obra “Tierra pisada…”, estrenada en el Festival), decir algo.
Quizá, sino escénicamente vivencialmente, el momento más intenso que he vivido en el festival haya sido en la Sala Triángulo viendo las tres obras presentadas por Cambaleo en un mismo programa. Me refiero a la primera y tercera pieza, “Cuando todo se haya terminado” y “El mapa no es el territorio”, respectivamente. En la segunda pieza, “Entre los paisajes” –proyecto escrito por Fernández Lera en que se retomaba un montaje realizado veinte años antes sobre la correspondencia de Van Gogh con su hermano-, uno no entró, entre otras razones por un lenguaje difícil dicho con una entonación que creo oscurecía el significado, su comprensión. Pero en las otras dos piezas, sobre todo en la tercera “El mapa…”, asistimos a un acto que combinaba sinceridad, profundidad y reflexión vital sobre lo que es estar en escena más de veinte años. Carlos Sarrió, director de esta compañía, se desnuda con impudicia en monólogos que son confesiones íntimas, en diálogos en una mesa de cocina de su casa junto a su compañera trasladados al teatro, en recuerdos de la compañía que intentan responder al porqué lleva tanto tiempo sobre un escenario, en profundas reflexiones de qué es la escena frente a la vida, o de qué es la vida en la escena… Acto lleno de cansancio que se convertía en resistencia ética, en coherencia que da el oficio. Obra que se llena de pasado, de fantasmas (qué miedo tengo a esta palabra cuando se dice en teatro, pero sí de fantasmas) y de humanidad. Y esa, es parte de la historia del movimiento alternativo de esta ciudad, y por ende, de este país. Ahí concretada en el cuerpo de Sarrió, bailando pequeño y diciendo con las herramientas que tiene. Cierta sensación de un mundo que se va, de cuerpos cada vez más hundidos en la tierra. Así es la vida, y con ellos nosotros, el público, también vamos desapareciendo. Así, entre la platea y el escenario aparece el tiempo, el puto paso del tiempo, lo hecho hasta ahora y lo no hecho que nos lleva a mirarnos dentro, y el reflejo no dicho de la muerte.
Fotografía de “El Mapa no es el territorio”, de David Ruiz.
Este discurso, de cansancio que es resistencia ética (más en estos tiempos), ha estado presente en todos los trabajos de esta generación que digamos pasa holgadamente de los 45 años, que lleva más de veinte trabajando, que empezaron a principios de los ochenta. Un cansancio que tiene que ver con la independencia y el optar por un discurso propio ajeno a las vicisitudes del mercado. Para otra reflexión queda analizar la adopción por parte de varias de estas compañías (Cambaleo, Canto de la Cabra, la propia Manantiales) de un discurso netamente artístico (no me refiero al ético) que hace años no les era propio. Es curioso, parece haber como cierto asentamiento de maneras, de un hacer. Pero sigamos a lo nuestro.
La semana de Cambaleo, segunda del festival, fue una semana dura al mismo tiempo que bonita. La semana, para el que escribe, acabó el lunes 7 de febrero con el encuentro con Carlos Marquerie en Off Limits dentro de la sección del Festival: “Tres encuentros en torno a la ética del artista”. Un encuentro que se unió de manera indisoluble a la propuesta escénica de Cambaleo y, más ampliamente, al movimiento alternativo del que nace este festival. Alguien pudiera pensar que tiene algo de irónico que el discurso de Marquerie forme parte o esté ligado al movimiento alternativo, del que tanto ha abjurado. No lo creo. El movimiento alternativo tiene muchos perfiles, sobre todo dos: el de las salas (donde la zozobra ha sido mayor y la independencia excepción) y la de las compañías (donde sí hay trayectorias en las que prima un discurso artístico y ético independiente).
Bueno, dicho esto, el texto que Marquerie leyó en el “encuentro” (que placer ver la sala llena escuchando), creo que significó poner en palabras, en un código diferente al artístico, buena parte de esa subtrama (aunque Marquerie lo hiciese desde lo personal) que digo está vertebrando el festival. Texto también de una impudicia tremenda, donde Marquerie de manera circular fue atravesando las reflexiones en torno a su trabajo.
Explicaré qué quiero decir con “impudicia”. En una conversación con el propio Marquerie, éste me decía que estaba escuchando mucho las letras de Bob Dylan y que le llamaban la atención por lo impúdicas que eran, por la capacidad y valentía de poder hablar de lo más íntimo. “Creo que el arte debe de ser impúdico y me da miedo no poder serlo todo lo que debiera”, me decía. “Deseo y necesidad de un acto político, el acto de hacer público lo privado; de universalizar lo íntimo por el hecho de hacerlo público”, decía Marquerie en el texto que leyó en el Festival. A esa impudicia, que tiene que ver con el pudor y no con la deshonestidad, me refería.
Y eso es lo que hizo Marquerie en Off Limits, al igual que el día anterior Sarrió lo hizo en Triángulo: un acto impúdico y político de sinceridad ética, un acto de resistencia llena de cansancio y de fardos (miedo al fracaso, a repetirse, a resguardarse y protegerse por el propio miedo, a la marginalidad, etc.); y que se erigía, renacía, en la esperanza del trabajo hecho (en este caso, tres dibujos en los tres meses que estuvo escribiendo el texto y que hoy pueden verse en la exposición programada por el Festival en Espacio Menosuno).
La ética del corredor de fondo en esta charla se convirtió en acto. Y se convirtió en acto porque mientras el texto avanzaba, la reflexión meta-artística iba quedando a un lado y al mismo tiempo se iba colando, por las rendijas, la acción de compartir lo más íntimo con quien estaba escuchando. Ahí, Marquerie abandonó la estructura circular de la reflexión y fue in crescendo. Primero relatando un momento frente al espejo, frente a un cuerpo envejeciendo, en deterioro ya; luego describiendo, a través de una escena matinal que acaba en unión carnal con su compañera, ese mundo incierto, de abstracción palpable, en el que Marquerie se suele adentrar y donde se le juntan siempre el amor y la muerte, eros y thanatos; más tarde compartiendo la enfermedad de su madre en la que se enfrenta a la muerte palpable de quien le ha dado vida; y, para finalizar, con una descripción oscura pero precisa de uno de los lados más íntimos de este creador.
Y aquí me aventuro un poco. He pedido a Marquerie el texto que leyó, lo he releído varias veces. Aun así, me sigo aventurando. Pero tengo la sensación de que ese día compartió con los presentes una de las visiones centrales de su trabajo, presente en todos los que he visto. Una visión que en sus trabajos artísticos nunca es explicita –quizá solo en “2004”-, sino que sobrevuela sin estar presente. Y esa visión, creo, es la de la propia muerte. Visión en el sentido místico, no es baladí que en el texto que leyó hubiera tantas referencias bíblicas y conceptos cristianos. Es decir, presencia casi palpable que acompaña a Marquerie en ese submundo que le pertenece a él solo en la intimidad del taller de trabajo. Y verlo allá, compartiendo eso, me hizo acordarme de aquella conversación sobre Bob Dylan, me hizo pensar en lo importante de estos encuentros no teatrales y me llenó de pudor y emoción.
Este acto de Marquerie y la imagen del final de la obra de Cambaleo, con la proyección de Sarrió caminando por un descampado inclinado de arbustos bajos, son dos de los momentos que sé se me van a quedar grabados de este Festival.
Dos momentos, por otro lado, que creo hablan mucho de dónde quiere apuntar la dirección artística de este Festival: poder parar y pensar de dónde venimos. Las estrategias utilizadas, como las conversaciones en torno a la ética, o el programar a uno de los sectores más independientes de aquellos que impulsaron el nacimiento del movimiento alternativo, creo que han sido certeras. Certeras dado el momento político que vivimos como sociedad, dado el momento político que vive el festival por un lado, el teatro alternativo por otro y por extensión el teatro independiente en este país. Ver a Ana Buitrago (incansable en su gestión desde la UVI, desde Desviaciones, desde Situaciones y ahora desde La Porta) bailando otra vez; ver a Mónica Valenciano a través de los ojos de Chus Dominguez, verla asistiendo a muchos de los espectáculos del Festival, saber que después de un parón está otra vez dándole; ver a Vera Mantero otra vez en Madrid, recuperando un puente con Portugal que parecía perdido; ver el viraje del Canto de la Cabra en su último espectáculo; todo eso, es lo que antes quería significar al decir que creo que en esta edición la dirección artística ha querido asentar cimientos. Hoy, el día en que escribo esto, está programado parte del proyecto de Anatomía Poética de Elena Córdoba. Esa línea, esa subtrama, va a estar presente durante toda la edición.
Fotografía de Ana Buitrago en “Apuntes mínimos”
Pero un festival es más que cimientos. Y vuelvo ahora a la crónica del Ciclo Experiencias del año 2002 que estaba hoy releyendo. Creo que en aquel comienzo se hizo, de una manera más o menos acertada, un esfuerzo con sentido por crear relaciones con el exterior. Esto me lleva a dos aspectos que creo están por perfilar en estos momentos en el Festival: la presencia internacional y la atención a las compañías y creadores que van de los 25 años a los 38 (por poner fronteras estúpidas).
Con respecto al primero, una salvedad. No hablo del contubernio de embajadas, de la presencia de aluvión, del esfuerzo cuántico, más que cualitativo, que supuso la dirección de Feijóo. Nada que ver, a eso que jueguen los festivales posmodernos que quieren estar en ciertos circuitos. Creo que la presencia internacional en esta edición no tenía el respaldo de una línea clara de programación como si creo que ha tenido la parte nacional. Si bien hay proyectos incipientes (como el de la coproducción con el Troubleyn de Jan Fabre en la pieza “Guns and roses” o el acercamiento tranquila a un teatro diferente como el del Líbano con mucho que decir), la apuesta esta edición ha estado falta de definición y en algunos casos ha llegado a crear cierta confusión. Quizá esto sea causa de una edición recortada presupuestariamente en el último momento (de 430 mil euros a 315 mil) y de un primer año que necesita asentar sus contactos. Así lo creo. Pero el caso es que lo único que hemos visto de Latinoamérica es “La puta y el rey” del argentino Marco Canale. (Hablo de espectáculos. Dejo aparte videos e instalaciones). De Europa, la citada Vera Mantero, la alemana Christina Ciupke con un solo de danza y la presencia de la compañía polaca Chorea dentro del Ciclo Autor (inentendible ciclo a estas alturas). La presencia internacional se completó con los libaneses Rabih Mrqué y Lina Saneh y el sudafricano Steven Cohen.
Tampoco se trata de ir comentando cuál fue bueno o cuál no. No es eso. Pero parémosnoos, por ejemplo, en el despiste que supuso el caso de la participación de Steven Cohen. Este sudafricano presentó la obra “Gólgota” en la Casa Encendida. Por un lado, asistimos a la presencia de un hombre de una fragilidad extrema, donde su travestismo –cuidado al límite en el vestuario y el maquillaje – dotaba a la escena de una presencia nada teatral, muy pura. Una presencia con unos tiempos en el estar y hacer muy personales. Pero por otro, la apuesta escénica que hacía desde esa fragilidad, a la que se exponía, era más que confusa. Las espectaculares fotos de sí mismo en las patas de la platea, su discurso político de una confrontación plana y simplista (tacones de calavera contra imagen proyectada del Empire State, uso chusco de la música como el “When the saints go marching in” bajo imágenes de un Times Square festivo, etc.) y demás acciones físicas y simbólicas que fue haciendo en escena, conformaron una propuesta fallida para ese personaje frágil y ausente. Había un mal uso de la escena, un uso que por espectacularidad y por efectismo, iba en contra de esa presencia que evocaba un mundo rico y propio. Es peligroso programar este tipo de espectáculos cuando se presentan como uno de los platos fuertes internacionales y además cumple ciertas características como son la vistosidad o una estética rompedora. Confunde. Se confronta a ciertos otros discursos que el Festival ha sostenido en el resto de programación.
Fotografía de Steven Cohen en “Gólgota”.
El otro aspecto que creo está por perfilar es el equilibrio entre generaciones, es decir, la presencia de compañías más jóvenes con otras maneras de hacer y presentar, de entender el hecho escénico. Y no me refiero a dar espacio a “los nuevos jóvenes” o los “emergentes”: ¿Quién coño es joven o nuevo con, por ejemplo, 34 años?
Aquí los números podrían incluso apoyar lo contrario. Pero voy a quitar dos proyectos, por no propios. Uno de ellos es “Al filo”, maratón de circo contemporáneo producido por el Festival y el Circo Price, que a pesar de tener interés como iniciativa en la que hay quizá que perseverar, no deja de ser una iniciativa impulsada por una institución ajena al festival, el Price del Ayuntamiento de Madrid. La otra es el espectáculo ETC, ya que surge del laboratorio de la Cuarta Pared, espectáculo que está dentro de programación gracias al gran peso que tiene esta sala dentro del Festival y me aventuro a decir que no ha sido programado por la dirección artística del Festival.
Bien, aun así, ahí están Marco Canale, Ana Pasadena, Metatarso y David Rodríguez. Creo que la apuesta está desajustada con respecto a la presencia de compañías de mayor recorrido. Es lógico saber incidir con más puntería cuando hay más pasado, más bagaje. Pero quizá esté por perfilar una apuesta más contundente y arriesgada (tomando en cuenta la realidad de producción y exhibición de estas compañías con menor trayectoria) que ponga en diálogo esos dos momentos (aunque decir dos sea simplificar). Quizá en Madrid esté desapareciendo una generación, hace años presente, por falta de apoyo, por arrinconamiento. Pensemos en que muchas de las compañías de mayor trayectoria programadas en este festival este año y en ediciones anteriores (L’Alakran, Rodrigo García, Sergi Faüstino, Liddell, La Repúbica, etc.) ya habían definido en obras hechas alrededor de los 34 su estética y concepción de la escena.
Varias personas me han llegado y dicho frases semejantes a esta: “pero este festival es como de los 90, ¿no?”. Creo que si uno sobrevuela sobre lo que la frase pueda tener de simplificador o snob, pone de manifiesto algo que hay que abordar. Ese equilibrio entre la identidad, la raíz que posibilita la comunidad, y el seguir teniendo un canal de comunicación más que abierto con propuestas incipientes donde se está dirimiendo el futuro. Es un equilibrio difícil donde no se puede caer en el escaparate “de lo nuevo por lo nuevo”, pero tampoco se puede dejar que se creen brechas generacionales.
Releo lo escrito hasta ahora y la verdad es que vuelvo al dinero. 360 mil euros en el 2002, 315 mil euros en el 2011. Esta edición ha hecho filigranas y además ha apostado por una manera de entender el hecho escénico. Apuesta que se agradece frente al perfil de supermercado que otras ediciones bordearon. Quedan por resolver problemas: la programación internacional y una apuesta definida por esa gente que está viniendo son dos de las comentadas. También hay otros como es trabajar una presencia mayor de otras regiones del Estado. Me imagino que en esto el dinero también tiene que ver. Queda por resolver cuál es el papel de este festival frente a la Comunidad. ¿Es aceptable, sin más, el presupuesto de este año? ¿Cuál debe ser la estructura del festival dado el apoyo que tiene? ¿Se está jugando a lo que se quiere y a lo que se debe o a lo que quieren? ¿Hay que llegar a todo? ¿Para qué y para quién? ¿Cuántas obligaciones hay frente a posibilidades?
Bueno, esto no son más que apuntes y, además, muchas cosas quedan por decir sobre esta edición: la inclusión de películas, de referencias cruzadas, el nuevo proyecto del círculo de espectadores, el espacio de encuentro del festival, el buen uso de espacios como el Reina, la nueva política de precios… Pero acabemos, que esto está empezando a ser muy largo, por alabar la tranquilidad en la exhibición de esta nueva edición. Menos cosas, más interrelacionadas y menos globos sonda.
Lo que se oye por ahí más concretamente es que el festival debería llamarse “Escena Contempóranea de los 90”. El término “contemporáneo” confunde a algunos. Quizá ya no significa lo mismo ahora que cuando se inició el festival. Lo contemporáneo acaba convirtiéndose en lo clásico con el paso del tiempo, ¿no? No creo que haya que avergonzarse de eso pero si te llamas “contemporáneo” y en la edición del año 2011 te centras casi exclusivamente en los creadores que vivieron su apogeo en los 90, es como si en la edición de los 90 te hubieses centrado en la generación de los 70. Los que curraban en los 90 (los que ahora tienen el protagonismo en el festival) no creo que se sintiesen muy acogidos y seguramente pondrían en cuestión el término “contemporáneo” asociado al festival, como ahora. Gracias por compartir toda la información contenida en este artículo y por tu análisis personal. Me parece muy interesante comparar la situación actual con la que describes en el post anterior sobre la edición de hace casi 10 años. Para eso, y otras cosas, sirve desempolvar los viejos artículos.
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