“Lucrecia y el escarabajo disiente”, de Carlos Marquerie
Publicado en el suplemento Pasaporte de La Razón, 11-2-00
foto: Elena Córdoba
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Carlos Marquerie tiene el rostro gastado. Alguien diría que machacado, pero no, simplemente ha recibido de frente, como dice un tango de barrio que todo conocemos, «las hostias que da la vida». Aun así, sigue trabajando y buscando entre lo que realmente importa: los amigos, el miedo, el abismo de nuestras mentes, los hijos, la compañera, la violencia, tu ciudad. Todo eso, una ganada libertad creativa y un enorme talento de seis actores, es lo que nos muestra «Lucrecia».
Son muchas las pequeñas cuestiones que hacen de este estreno algo especial. Por ello, nada mejor que varias aclaraciones para situarnos y no caer en malentendidos y estereotipos tipo «alternativo igual a teatro joven» o «paralelo igual a sin interés». Ante todo, aclarar que una cierta forma de trabajar -sincera, donde vida y teatro se confunden- no asegura que luego la obra guste, agarre o se comparta. Eso ya es otra historia que recae más en lo que cada uno pida y se deje. Pero algo que se puede afirmar de este montaje es que nada tiene que ver con: «Me aprendí el papel, salí a escena, lo hice, el público se entretuvo y ya está. ¿Qué vamos a cenar hoy?», tan desolador y común en los teatros. Pero lo mejor será empezar por el principio. La compañía Lucas Cranach se crea en el 96, después de que Marqueríe colabore con la compañía UVI y decida, sorprendido de los jóvenes actores y bailarines que allí encuentra, que lo que hay que hacer es subirse a escena y montar una obra. Pero Lucas Cranach, además de un comienzo, también significó para Marqueríe el final de algo que comenzó el año 1977.
Por aquel entonces, fuera de lo que era el teatro oficial y al uso, predominaban propuestas con una fuerte carga política que se conocían por el nombre de Teatro Independiente (la compañía Tábano ha quedado como insignia de época). Un teatro que con la transición sufrió el ahogo de la UCD y el remate, después, del estatalismo del PSOE y que hoy, gracias a Dios, sigue dando sus frutos en en gente como Heras o Fermín Cabal. Al margen de esa vena política y con Franco enterrado nace un colectivo, La Tartana, con ganas de contar y transmitir lo que va a ser el hilazón de toda la trayectoria de Marqueríe: la libertad del individuo. «Eramos gente de lucra del teatro. I n economista renegado, un universitario que estaba basta los cojones y yo, que salía de Bellas Artes, decidirnos montar una compañía de teatro. Creíamos en una forma de vida, bastante hippie, la verdad, irse a Almería, fumar porros, compartir… Nos tomamos el teatro como una forma de vida y de creación que hoy, aunque de manera diferente, continúa», recuerda sin énfasis Marqueríe. La Tartana nació a la par de una sala hoy conocida y asentada, la Pradülo. Su desvinculación política, que no social, hizo que en algún momento se les tachara hasta de reaccionarios. Pero lo cierto es que allí se juntaron personalidades como Antonio Fernández Lera; se representó el primer Müller en España («Máquinahamlet»); y se dio paso a gente tan reconocida y necesaria hoy como La Ribot, Elena Córdoba o Rodrigo García («La Carnicería»).
Después llegó «la realidad que es dinero» (que diría García Calvo), «aquella empresa de repente se convirtió en un gran aparato. Al final nos dedicábamos más a producir y a estrategias. El trabajo artístico quedó en segundo plano. Eso quema, jode, y un día dices que ya está bien», dice Marqueríe con la cara curada de desencantos.
POR OTROS CAMINOS
Fue entonces cuando empezó la batalla real de este creador. Aunque siempre hizo un teatro personal, intimista y con verdadera preocupación por el movimiento, la estética y lo social, es a partir de entonces -con el desencanto metido en las muelas- cuando comienza la búsqueda teatral de la que nace «Lucrecia». Uno de los actores de la compañía, al hablar de él e intentar explicar con palabras lo que transmitía con los ojos decía: «Cuando ves que Carlos se está dejando todo lo que tiene, y que no deja de buscar pase lo que pase, no tienes otro remedio que acompañarle».
La complicidad entre actores y director es otra de las características inusuales de esta obra. En los en sayos, los apeles clásicos de director y actor se difuminan. Todos son participes en la creación y en la toma de decisiones, la obra crece con ellos y por ellos. La manera en la que trabajan rompe con la verticalidad que desgraciadamente también existe en el teatro. Marisa Amor, Gonzalo Cunill (que acaba de recibir una mención especial de la Asociación de la Crítica Catalana), Carlos Fernández, Juan Loríente, Montse Penella y Nekane Santamaría (que nos enfrentó a la soledad en la pieza que inauguró La Alternativa), son creadores de «Lucrecia», hijos y padres al mismo tiempo.
Este montaje es la cuarta versión de «Lucrecia» y la de más envergadura, por lo menos temporal (supera los 100 minutos). Anteriormente conocimos dos versiones de medio formato que surgieron de sendos talleres y una lectura dramatizada. Cada una, como asegura su director y creador, era una versión definitiva. Pero, ¿qué quiere decir «definitiva» para este madrileño? Marqueríe cree en un teatro efímero, que no mira al pasado y que se adapta al momento que viven todos los integrantes del grupo y al espacio en donde se representa. Las obras van creciendo y no asegurándose en cada ensayo, nada se repite, en cada representación se busca una intensidad, y los caminos por los que se llega a ella son diferentes cada vez. Lo único que ha guardado como técnica de trabajo en las cuatro propuestas es el hecho histórico del que parte (en el siglo VI Lucrecia es violada y se suicida, provocando la caída de los Tarquinos, monarcas, y el advenimiento de la República Romana).
A partir de ahí el proceso se interioriza al mismo tiempo que se abre. Una de las obsesiones del director, como bien afirma, es que sus obras «son de hoy, sobre los hechos que nos ocurren hoy, sobre el ocio programado, sobre la frontera de lo subjetivo con lo social. Mezclo todo eso con mi mundo, mis hijos, mi vida; y con alguna que otra coña, que al final nunca falta, contra el liberalismo».
La pieza se divide en tres partes. La primera trata sobre la violación y el suicidio de Lucrecia. Acompañada por la música de .lames Brown, Wilson Piecket, Janiaicajazz y el último disco de Bcek, la violencia engendrará y parirá la obra. «Pero su centro es el amor y la esperanza, que está más presente en la segunda parte, lógicamente más subjetiva, donde la danza, la luz y el cuerpo buscan las imágenes», puntualiza Marqueríe.
En esta obra se mezclan el ritmo frenético con lo estático, el lenguaje violento con el social o poético, la comedia burda con la austeridad, la violencia con el amor, el abismo con la esperanza. La diferencia de lenguajes en este montaje se radicaliza. A ustedes les queda averiguar qué pinta en todo esto y en qué disiente el escarabajo.
Las claves según el autor:
GENESIS DE LUCRECIA: «La idea de Lucrecia nace de una cena con amigos con mucho vino. Sobre la mesa: el texto de Antonio Fernández Lera llamado «Lucrecia vista por Cranach», la opera de Britten «The Rape of Lucrecia», el poema de Shakespeare del mismo nombre y las pinturas de Lucas Cranach del momento previo al suicidio de Lucrecia. Estos materiales y la idea de superponer la historia y el presente. Hoy de todo esto sólo queda en «Lucrecia y el escarabajo disiente» el choque entre el pasado y el presente».
DEL SOUL A BECK PASANDO POR LOS LOBOS: «La música de «Lucrecia y el escarabajo disiente» se mezcla en directo y es la que nos ha acompañado en nuestro día a día en la sala de ensayo. Al empezar había un cajón de discos, pero lo que ha quedado es el soul de los años 70 con James Brown o Wilson Piquet y una mezcla de Beck, Fundamental, Chemical Brothers, Lou Reed, Jamaicajazz, Los Lobos, sin olvidar a Brahms».
MÁS QUE ACTORES: «Marisa Amor, Gonzalo Cunill, Carlos Fernández, Juan Loríente. Montse Penella y Nekane Santamaría son los actores y somos amigos, ellos entienden mi trabajo y yo les entiendo. Todos tienen sus proyectos personales como actores y al trabajar en la Lucas Cranach aportan su experiencia como artistas, bailarines y autores».
LO PERSONAL Y LO PÚBLICO: «Sea la obra que sea, yo siempre hablaré de mí y de lo que me rodea. Al hacer público lo privado se le da una dimensión social. Mi experiencia, lo que me ocurre es común a muchos seres humanos. Si hablo del amor, cuál puedo conocer mejor que el que yo siento, si hablo de niños qué mejor que mis hijos, si hablo de la sociedad, qué mejor referencia que la que me rodea. Mi obra es autobiográfica con una profunda vocación de ser pública».
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